La empresa no es posible sin el apoyo de una comunidad, que a su vez solo puede mantenerse si es capaz de integrarse en el conjunto de comunidades que constituye la sociedad.

¿Por qué hablar de desintegración cuando Europa está viviendo desde hace más de cincuenta años la euforia de su unión y está recorriendo tantas etapas en ese camino? En realidad, son dos las sendas que Europa tiene abiertas ante sí: las institucionales, que marcan los pasos de la unión política, jurídica y económica; por otra parte, las que señalan el cambio de signo de la conciencia europea.

La democracia así sustancialmente entendida respeta profundamente a cada persona y reconoce en el Estado una instancia superior, nunca sustitutiva sino regulativa (defensiva y promocional) de su vida relacional, de su pluralismo fisiológico, de su dialéctica histórica. Para desembarazar el campo de diversos equívocos, vale la pena subrayar que según la tradición católica, que en el último siglo ha recibido formulación orgánica en la doctrina social de la Iglesia, el Estado es en cierto modo secundario respecto a la sociedad. Está a su servicio, pero no debe nunca reemplazarla.

Es necesario alimentar formas de producción económicas que, a través de la utilidad, vayan más allá de la misma. La gratuidad no puede ser producida por el mercado y mucho menos por el Estado, sino más bien por ambos, como hemos observado varias veces. Ambas son necesarias.

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Como establece la Declaración de la ONU, todo individuo tiene no solo el derecho a la libertad de religión, sino también el derecho a vivir su fe pública y privadamente, de acuerdo con sus creencias. Sin embargo, el auge de los autoritarismos, el terrorismo yihadista y las guerras, están asfixiando este derecho fundamental: casi dos tercios de la humanidad vive en países sin libertad religiosa.
La publicación de Mater Populi fidelis , Nota doctrinal del Dicasterio para la Doctrina de la Fe sobre algunos títulos marianos referidos a la cooperación de María en la obra de la salvación (4 de noviembre de 2025), representa un momento de particular importancia para la vida de la Iglesia.
El Papa León proclamó este 1 de noviembre a John Henry Newman, Doctor de la Iglesia. Es el número treinta y ocho de una lista de nombres memorables por santidad y sabiduría de Dios.
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