- Detalles
- Brian Kolodiejchuk, M.C.
* El presente texto fue enviado a Humanitas por su autor, postulador de la causa de la Madre Teresa. Fue reproducido en las páginas de la revista el año 2003, con ocasión de su Beatificación. El año 2007, el Padre Brian Kolodiejchuk desarrolló in extenso este testimonio en su célebre libro Ven, sé mi luz.
Ama a Jesús generosamente. Ámale confiadamente y sin mirar hacia atrás, sin temor. Entrégate totalmente a Jesús... Desea amarle mucho y amar el amor que no es amado. Madre Teresa, 2 de junio de 1962.
I
Cuando la Madre Teresa murió, a la edad de 87 años, era ya muy admirada por su amor generoso y su dedicado servicio a los pobres de todo el mundo. Sin embargo, a causa de su resolución de revelar muy limitadamente lo que ocurría en su interior, la intensidad de su amor por Dios y por las almas uno la podía solamente suponer. Ahora, gracias a los descubrimientos hechos durante el proceso de beatificación y canonización, se nos ha dado un nuevo y privilegiado observatorio d de la Madre Teresa, en esa mística comunión con Dios que constituía su vida, sus enseñanzas y sus obras de caridad.
Quizás el más importante e inspirador de estos “secretos” de su corazón sea el de los tres notabilísimos aspectos de su relación con Jesús. El primero se refiere a un extraordinario voto privado que la Madre Teresa hizo en 1942. El segundo se refiere a la fuente de la inspiración de la Madre Teresa para dedicarse a servir a los más pobres de los pobres. El tercero se centra en su impresionante experiencia de una dolorosa noche interior que se había asentado en ella tan pronto como comenzó su obra entre los pobres de Calcuta. Estos tres fenómenos, especialmente vistos en su mutua relación, nos llevan a una mayor apreciación de la profundidad de la santidad de la Madre Teresa y a la relevancia que su ejemplo y su mensaje tienen para nuestro tiempo.
La primera parte presentará el voto de 1942 y la inspiración de 1946; la segunda parte tratará sobre el largo período de oscuridad interior.
El voto de 1942. “Algo muy hermoso” para Jesús
La Madre Teresa era, sobre todo, una mujer enamorada de Dios. La impresión es que se enamoró de Él a una edad muy temprana y que creció en este amor sin serios obstáculos. Su educación estuvo marcada por una cuidadosa enseñanza de la fe católica y por una vida espiritual vivida con seriedad. En varias cartas personales, ella revela cómo Jesús fue el primero y el único que consiguió cautivar su corazón: “Desde mi infancia, el Corazón de Jesús ha sido mi primer amor”. Junto a esta temprana intimidad con Jesús, la Madre Teresa recibió una gracia especial en el momento de su Primera Comunión: “Desde la edad de cinco años y medio, cuando le recibí por primera vez, el amor por las almas entró dentro [de mí]. Este [amor] ha ido creciendo con los años” [1].
El amor de la Madre Teresa por Jesús y el prójimo creció tanto que, a la edad de dieciocho años, dejó su familia y su tierra natal para responder a la llamada de Jesús a una vida misionera en India como religiosa de Loreto [2]. Ocho años después, se entregó definitivamente a Cristo como religiosa. Seis meses después de la profesión perpetua de sus votos, estaba todavía inmersa en el estupor y la intensa alegría que había marcado este hecho. “Si usted supiese lo feliz que era”, escribió a casa a su padre espiritual en Skopje, el padre Jambrekovic, S.J. “Por mi libre voluntad podría haber encendido el fuego de mi propio holocausto... [ofrenda de sacrificio] quiero pertenecer solo y completamente a Jesús... lo daría todo por Él, incluso la misma vida”.
La vida de la Madre Teresa como religiosa de Loreto fue un tiempo que tuvo como característica un intenso y generoso amor a Dios. Como escribió algunos años más tarde, “En estos dieciocho años he intentado vivir según sus deseos. He estado ardiendo con el ansia de amarle como nunca había sido amado antes”.
Como expresión de este deseo, en 1942, a los 36 años, la Madre Teresa hizo a Dios un voto privado, al tiempo magnánimo y atrevido. Como ella misma explicará, “deseaba dar a Jesús algo muy hermoso”, “algo sin reservas”. De este modo, hacia el fin del retiro anual de aquel año, con el permiso de su entonces director espiritual, se obliga a sí misma “a dar a Dios cualquier cosa que le pudiese pedir, ‘a no negarle nada’”.
Este voto excepcional estaba radicado en la delicadeza de un gran amor y en la necesidad, profundamente sentida, de darse completamente a Dios. Como evidencia, el teólogo espiritual, P. Jordan Aumann, O.P., dice que “El amor une la voluntad del amante a la voluntad del amado, y un perfecto abandono requiere la completa entrega de nuestra propia voluntad a la de Dios... [tal] abandono a la voluntad de Dios se encuentra solamente en las almas muy avanzadas en el camino de la perfección” [3]. La explicación que da Hans Urs von Balthasar de cómo el amor se expresa a sí mismo en la forma interior de un voto ilumina el acto de amor hecho por la Madre Teresa durante su retiro: “El amor perfecto consiste en la entrega incondicional de sí mismo, en el ‘donum sui’ [don de sí mismo]... El contenido de todo amor genuino se expresa en este acto de auto-abandono que pone a disposición de Dios y abandona en Él todo lo que uno posee como una ofrenda votiva, en la forma interna de un voto” [4]. Años después, la Madre Teresa expresaba el ideal que había vivido durante tantos años en una instrucción a las Hermanas: “El amor verdadero es abandono. La sumisión, para el que está enamorado es más que un deber, es una bendición. Sólo el abandono total puede satisfacer el deseo ardiente de una verdadera Misionera de la Caridad”.
El permiso del director espiritual de la Madre Teresa confirma que este voto no se basaba en un mero capricho ni miraba a un peligroso o imposible ideal. Más bien, la gracia que movía a la Madre Teresa a hacer este voto presuponía una completa confianza en Dios y un ya bien enraizado hábito de buscar hacer lo que a Él más le agradase.
Durante siete años el voto permaneció como un secreto personal, aunque poderoso, que la Madre Teresa compartió solo con su director espiritual. Toda su actividad durante esos años estaba animada por el ansia de la Madre Teresa de amar a Dios de todo corazón haciendo su voluntad en todas las cosas.
Hasta abril de 1959, el octavo día de un retiro hecho con el padre L. Picachy, S.J., nunca había escrito nada sobre su voto y del amor que este inspiraba en ella: “Esto es lo que oculta todo dentro de mí”.
Algún tiempo después, cuando el Arzobispo de Calcuta, Ferdinand Périer, S.J., parecía pensar que ella estaba actuando con demasiada precipitación al iniciar una nueva fundación, la Madre Teresa sintió la necesidad de revelar la razón real que estaba detrás de la prisa que caracterizaba todas sus empresas. En su carta del 1 de septiembre de 1959 le habla de su voto y de cómo el amor se debe mover inmediatamente: “Durante estos diecisiete años he tratado [de ser fiel a ese voto] y ésta es la razón por la que quiero ponerlo en práctica con rapidez”.
El voto, como se verá en la segunda parte de este ensayo, demostró ser también una fuente de fortaleza durante los largos años de su dolorosa lucha espiritual. Tal y como escribió a su director espiritual, P. Joseph Neuner, S.J., en la primavera de 1960, “Desde entonces [1942] he mantenido esta promesa, y a veces cuando la oscuridad es muy oscura y estoy a punto de decir ‘No’ a Dios, el recuerdo de esa promesa me sostiene”.
La Madre Teresa consideraba su voto de 1942 como un vínculo sagrado que la unía a su Divino Esposo. Jesús, por su parte, le tomó la palabra a la Madre Teresa. Varios años después, en 1946, en una serie de visiones y locuciones interiores, Jesús le pidió que fundase una nueva comunidad religiosa dedicada totalmente al servicio de los más pobres de los pobres. En sus palabras a la Madre Teresa, Jesús alude a su voto:
«Te has convertido en Mi esposa por amor a mí. ¿Te negarás a hacer esto por mí? No me lo niegues».
Esta llamada de Jesús es el segundo secreto de la Madre Teresa.
La “Inspiración” de la Madre Teresa
La Madre Teresa en Calcuta
Desde el tiempo de la profesión de sus primeros votos en mayo de 1931, la Madre Teresa fue destinada a la comunidad de Entally que las religiosas de Loreto poseen en Calcuta, y enseñó en la Escuela Media Bengalí femenina de St. Mary. La escuela era contigua al convento y acogía huérfanas y niñas pobres, tanto durante el día como en pensión completa. Entre otras responsabilidades, la celosa joven religiosa se hizo cargo de otra escuela de Loreto, la Escuela Primaria y Media Bengalí de Santa Teresa, situada en Lower Circular Road. Su excursión diaria a través de la ciudad le dio la oportunidad de observar las necesidades y el sufrimiento de los pobres. En mayo de 1937, después de que la Madre Teresa hiciese su profesión perpetua como religiosa de Loreto, continuó en St. Mary enseñando catecismo y geografía. En 1944 se convirtió en Directora de la Escuela.
En el aula, la Madre Teresa era algo más que una presencia. Se preocupaba de comunicar su visión sobrenatural de la vida a sus estudiantes y de conducirlas a una fe más profunda. Tuvo también la oportunidad de servir a los pobres en clínicas dirigidas por las Hermanas de Loreto. Estos encuentros causaron en ella una profunda impresión. Aunque no se daba cuenta de ello, todo esto demostró ser un ambiente providencial en el cual Dios la estaba preparando para su futura misión. La Madre Teresa destacaba por su caridad, su generosidad y su coraje; su capacidad para el trabajo difícil; su talento natural para la organización y su espíritu alegre. Era una religiosa orante, fiel y fervorosa. Aunque el voto privado que había hecho en 1942 era desconocido para todos, su amor y generosidad eran evidentes. Las Hermanas de su comunidad, así como las alumnas y las internas de St. Mary, la querían y la admiraban.
La llamada
La Madre Teresa dejó el convento de Loreto de Entally, Calcuta, la tarde del lunes 9 de septiembre de 1946, para un tiempo de vacaciones y un retiro de ocho días en Darjeeling. En algún momento del día siguiente, mientras estaba todavía en el tren [5], la Madre Teresa oyó por primera vez la voz de Jesús en una locución interior. Durante el curso de los meses siguientes, a través de más locuciones interiores y de varias visiones interiores6, Jesús le pidió que fundase una comunidad religiosa que estaría dedicada al servicio de los más pobres de los pobres y, como la Madre Teresa cita, “saciar su sed de amor y de almas”. Esta experiencia en el tren supuso un giro de ciento ochenta grados en la vida de la Madre Teresa; se refirió siempre a ella como a una “llamada dentro de la llamada”. El 10 de septiembre vino a ser celebrado entre las Misioneras de la Caridad como el “Día de la Inspiración”.
Desde 1946 hasta su muerte, la Madre Teresa se negó absolutamente a dar ningún detalle sobre la inspiración que había recibido para iniciar las Misioneras de la Caridad o sobre el proceso de discernimiento que había conducido al establecimiento oficial del nuevo Instituto el 7 de octubre de 1950. El silencio de la Madre Teresa reflejaba su reverencia por la sacralidad del don recibido. “Para mí”, escribió a las Hermanas en 1993, “la sed de Jesús es algo tan íntimo, que he sentido una gran timidez hasta ahora de hablaros del 10 de septiembre. Quería hacer como Nuestra Señora, que ‘conservaba todas estas cosas en su corazón’”. De hecho, movida por su profunda humildad, la Madre Teresa quiso insistentemente que estos documentos fuesen destruidos, como le solicitó al arzobispo Ferdinand Périer, S.J., en una carta del 30 de marzo de 1957: “Deseo que el trabajo sea solo suyo. Cuando se conozcan los inicios, la gente pensará más en mí y menos en Jesús”. Sin embargo, el Arzobispo Périer no escuchó la petición de la Madre Teresa. Estos documentos estaban entre los recogidos para su Causa de Beatificación y Canonización. De ellos se desprende una abundante luz sobre la historia de la fundación de las Misioneras de la Caridad.
La reacción de la Madre Teresa
Después de haber completado su retiro, la Madre Teresa volvió a Calcuta y retomó sus obligaciones como directora y profesora de la Escuela St. Mary. Tan pronto como se presentó la oportunidad, refirió al padre C. Van Exem, S.J., su director espiritual, todo lo que había sucedido en el tren y durante el retiro y “le mostré algunas pocas notas que había tomado durante el retiro”. Durante las semanas sucesivas, el padre Van Exem intentó discernir sobre la autenticidad de la inspiración que la Madre Teresa había recibido. Ella, mientras tanto, dice: “continué refiriéndole todo lo que sucedía en mi alma, en pensamientos y deseos”, mientras él la instruía a “rezar y a guardar silencio sobre ello”. Cuando escribió una carta a su Superiora General en enero de 1948, la Madre Teresa le comentó que después de haber informado al padre Van Exem de su experiencia, él “Hasta que vio que era de Dios, me prohibió incluso que pensase en ello. A menudo, muy a menudo, durante cuatro meses, le pedí que me permitiese hablar con Su Excelencia [el Arzobispo], pero él siempre se oponía...”. No fue hasta enero de 1947 que el padre Van Exem, ahora completamente convencido de que la experiencia de la Madre Teresa venía “de Dios y del Corazón Inmaculado de María”, le permitió informar al Arzobispo de su inspiración.
La carta del 13 de enero de 1947
La Madre Teresa reveló la llamada al Arzobispo Périer en una carta fechada el 13 de enero de 1947. Comienza diciéndole que le escribe con el permiso del padre Van Exem y declara “a una sola palabra que Su Excelencia diga estoy dispuesta a no pensar nunca más en esos extraños pensamientos que me han estado viniendo continuamente”. Esta carta al Arzobispo Périer da un resumen de la inspiración recibida de Jesús, “que continuó entre Él y yo durante días de mucha oración”. Publicamos la carta íntegramente:
Convento St. Mary, 13 ene. 47
Su Excelencia,
Desde septiembre último, extraños pensamientos y deseos han estado llenando mi corazón. Se hicieron más fuertes y claros durante los ocho días de retiro que hice en Darjeeling. Volviendo aquí, le dije todo al padre Van Exem. Le mostré algunas notas que había tomado durante el retiro. Él me dijo que pensaba que era una inspiración de Dios, pero que rezase y guardase silencio sobre ello. Continué a decirle todo lo que ocurría en mi alma, en mis pensamientos y en mis deseos. Ayer me escribió lo siguiente, “no puedo impedirle hablar o escribir a Su Excelencia. Escribirá a Su Excelencia como una hija a su padre, con perfecta confianza y sinceridad, sin ningún temor o ansiedad, diciéndole cómo ha sucedido todo, añadiendo que ha hablado conmigo y que ahora pienso que no puedo en conciencia impedirle que le exponga todo a él”.
Antes de comenzar quiero decirle que, con una sola palabra que Su Excelencia diga, soy capaz de no volver a pensar nunca más en ninguno de estos extraños pensamientos que me han estado viniendo continuamente.
A menudo, durante el año, he deseado pertenecer completamente a Jesús y hacer que otras almas, especialmente indias, le amen fervientemente, he deseado identificarme yo misma con las jóvenes indias y de este modo amarle como nunca antes ha sido amado. He pensado que [éste] fuese uno de mis muchos deseos. He leído la vida de Santa María Cabrini. Ella ha hecho tanto por los estadounidenses porque se hizo uno de ellos. ¿Por qué no puedo yo hacer en India lo que ella hizo en Estados Unidos? Ella no esperó que las almas viniesen a ella. Fue hasta ellas acompañada de celosas trabajadoras. ¿Por qué no puedo yo hacer lo mismo por Él aquí? Hay tantas almas —puras, santas— que desean entregarse solamente a Dios. Las Órdenes europeas son demasiado ricas para ellas; consiguen más de lo que dan.
“No ayudarías” [7]. ¿Cómo puedo yo? He sido muy feliz como religiosa de Loreto. Dejar lo que he amado y exponerme a nuevos trabajos y sufrimientos, que serán grandes, ser el hazmerreír de muchos, especialmente religiosos, elegir deliberadamente y adherir a la dureza de la vida al estilo indio, a la soledad y a la ignominia, a la incertidumbre, y todo porque Jesús lo desea, porque algo me está llamando a dejarlo todo y a reunir unas pocas [compañeras] para vivir su vida, para hacer su obra en India.
Estos pensamientos fueron causa de mucho sufrimiento, pero la voz continuó diciendo, “¿Te negarás?”. Un día en el momento de la Santa Comunión oí la misma voz muy claramente:
«Quiero religiosas Indias, Víctimas de mi amor, que sean María y Marta, que estén tan unidas a mí que puedan irradiar mi amor a las almas. Quiero religiosas libres, cubiertas con mi pobreza de la Cruz. Quiero religiosas obedientes, cubiertas con mi obediencia de la Cruz. Quiero religiosas llenas de amor, cubiertas con la caridad de la Cruz. ¿Te negarás a hacer esto por Mí?»
Otro día:
«Te has convertido en mi esposa por amor a Mí. Has venido a India por Mí. La sed de almas que tenías te ha traído tan lejos. ¿Tienes miedo de dar un paso más por tu esposo, por mí, por las almas? ¿Se ha enfriado tu generosidad? ¿Soy el segundo para ti? Tú no moriste por las almas. Por eso no te preocupa lo que les pueda suceder. Tu corazón nunca ha sido ahogado en el dolor como lo fue el de mi Madre. Ambos lo hemos dado todo por las almas, ¿y tú? Tienes miedo de perder tu vocación, de convertirte en seglar, de fallar en tu perseverancia. No, tu vocación es amar y sufrir y salvar almas y, dando este paso, cumplirás el deseo de mi Corazón para ti. Esa es tu vocación. Te vestirás con sencillos vestidos indios o, más bien, como mi Madre se vistió, sencilla y pobremente. Tu hábito presente es santo porque es mi símbolo, tu sari será santo porque será mi símbolo».
He tratado de convencer a Nuestro Señor de que trataría de ser una religiosa de Loreto muy santa y fervorosa, una verdadera Víctima aquí en esta vocación, pero la respuesta llegó muy clara de nuevo.
«¡Quiero Hermanas Misioneras de la Caridad Indias, que sean mi fuego de amor entre los más pobres —los enfermos, los moribundos, los pequeños niños de la calle—. Quiero que me traigas los pobres, y las hermanas que ofrecerán sus vidas como víctimas de mi amor me traerán estas almas. ¡Tú eres, lo sé, la persona más incapaz, débil y pecadora, pero precisamente porque eres eso, quiero usarte para mi gloria! ¿Te negarás?».
Estas palabras o más bien Su voz, me asustaron. El pensamiento de comer, dormir, vivir como los indios me llenaba de temor. Recé largamente —recé tanto—, le pedí a nuestra Madre María que le pidiese a Jesús que apartase esto de mí. Cuanto más rezaba, más claramente crecía la voz en mi corazón y así le pedí que hiciese conmigo lo que quisiese. Él lo pidió una y otra vez. Entonces una vez más, la voz fue muy clara:
«Siempre has dicho, “haz conmigo lo que quieras”. Ahora quiero actuar. Déjame hacerlo, Mi pequeña Esposa, Mi pequeñita. No temas. Estaré siempre contigo. Sufres ahora y sufrirás, pero si eres Mi pequeña Esposa, la Esposa de Jesús Crucificado, tendrás que soportar estos tormentos en tu corazón. Déjame actuar. No me rechaces. Confía en Mí amorosamente, confía en Mí ciegamente».
«Pequeñita, dame almas. Dame almas de los pobres niños pequeños de la calle. Cómo duele, si solo lo supieses, ver a estos pobres niños manchados con el pecado. Deseo la pureza de su amor. Si solo respondieses a mi llamada y me trajeses estas almas. Arráncalas de las manos del maligno. Si solo supieses cuántos pequeños caen en el pecado cada día. Hay conventos con numerosas religiosas que se cuidan de la gente rica y con posibilidades, pero para los míos, los más pobres, no hay absolutamente nadie. Les ansío, les amo. ¿Te negarás?».
«Pídele a Su Excelencia que me conceda esto como acción de gracias por los veinticinco años de gracia que yo le he dado» [8].
Esto es lo que sucedió entre Él y yo durante unos días de mucha oración [9]. Ahora toda la cosa aparece clara ante mis ojos, tal y como sigue:
“La Llamada”
A ser indias: a vivir con ellas, como ellas, para poder llegar al corazón de la gente. La orden debería empezar fuera de Calcuta —Cossipore—, un lugar abierto, solitario, o St. John de Sealdah donde las Hermanas puedan tener una vida verdaderamente contemplativa durante su noviciado, donde deberían completar un año entero de verdadera vida interior y uno de acción. Las Hermanas deben adherir a una perfecta pobreza —la Pobreza de la Cruz—, nada fuera de Dios. De forma que no tengan riquezas que puedan entrar en su corazón, no tendrán nada mundano, sino que se mantendrán con el trabajo de sus manos: pobreza Franciscana, trabajo Benedictino. En la orden pueden ser aceptadas chicas de cualquier nacionalidad pero deben adquirir una mentalidad india, vestir con vestidos sencillos: un hábito largo blanco, con mangas largas, un sari azul claro y un velo blanco, sandalias, sin calcetines, un crucifijo, la cuerda y el rosario. Las Hermanas deben adquirir un conocimiento completo de la vida interior por medio de santos sacerdotes que las ayuden a estar tan unidas a Dios que lo irradien cuando lleguen al campo de misión. Deben ser verdaderas Víctimas —no en palabras, sino en el pleno sentido de la palabra, víctimas indias por India. El amor debería ser la palabra—, el fuego, que las haga vivir la vida en plenitud. Si las religiosas son muy pobres, serán libres de amar solo a Dios, de servirle a Él solo, de ser solo suyas. Los dos años en perfecta soledad las harán pensar en lo interior mientras estén en medio del mundo.
Para renovar y elevar el espíritu, las hermanas deberán pasar un día cada semana en la casa, la casa Madre de la ciudad, cuando están en la misión.
“El Trabajo”
El trabajo de las Hermanas sería estar con la gente. No tendrán colegios de pago, sino muchas escuelas gratuitas, hasta el segundo curso. Irán a cada parroquia dos Hermanas, una para los enfermos y moribundos, una para la escuela. Si el número lo requiere, las parejas [de Hermanas] pueden aumentar. Las Hermanas enseñarán a los niños, les ayudarán a tener recreaciones puras manteniéndoles así lejos de la calle y del pecado. La escuela debería estar situada solo en los lugares más pobres de la parroquia para atraer a los niños de la calle, encargándose de ellos en lugar de los padres que son pobres y tienen que trabajar. Una se cuidará de los enfermos, asistirá a los moribundos, hará todo el trabajo por los enfermos, tanto si no más de lo que una persona recibe en un hospital: los lavará y les preparará para Su venida [de Jesús]. En el momento fijado, las Hermanas provenientes de las diversas parroquias se reunirán en el mismo lugar para volver a casa, de forma que mantengan una completa separación con el mundo. Esto en las ciudades donde es grande el número de pobres. En los poblados, la misma cosa, solo que podrán dejar el poblado una vez terminado el trabajo de instrucción y servicio.
Para moverse con mayor facilidad y rapidez, cada religiosa debería aprender a montar en bicicleta, algunas deberían aprender a conducir un autobús. Esto es un poco moderno, pero las almas mueren por falta de cuidado, por falta de amor. Estas Hermanas, estas verdaderas víctimas, deberán hacer el trabajo que sea necesario para el Apostolado de Cristo en India. Deberán también tener un hospital para niños pequeños con graves enfermedades. Las religiosas de esta orden serán Misioneras de la Caridad o Hermanas Misioneras de la Caridad.
Dios me está llamando, indigna y pecadora como soy. Deseo darlo todo por las almas. Todos creerán que estoy loca, después de tantos años, iniciar algo que me procurará sobre todo sufrimientos, pero Él me llama a reunir unas pocas compañeras e iniciar el trabajo, a luchar contra el demonio y a privarle de los miles de pequeñas almas que está destruyendo cada día.
Esta carta es ya bastante larga, pero le he dicho todo, como se lo habría dicho a mi madre. Deseo ser realmente solo suya [de Jesús], arder completamente por Él y por las almas. Deseo que sea tiernamente amado por muchos. De forma que, si usted así lo cree, si usted así lo desea, estoy lista para hacer su voluntad. No tenga en cuenta mis sentimientos. No tenga en cuenta el costo que deberé pagar. Estoy lista pues ya le he dado a Él todo mi ser. Y si usted piensa que todo esto es un engaño, aceptaré también esto y me sacrificaré completamente. Le envío esta carta a través del P. Van Exem. Le he dado permiso para hacer uso todo lo que le he dicho y que está relacionado conmigo y con Él [Jesús] en esta obra. Mi traslado a Asansol me parece parte de su plan10. Allí tendré más tiempo para rezar y prepararme para lo que está para venir. En esta materia me pongo completamente en sus manos.
Rece por mí para que pueda ser una religiosa según
Su Corazón.
Su devota hija en Jesucristo,
María Teresa
Evidentemente, el deseo de hacer algo por los pobres inquietaba el corazón de la Madre Teresa desde antes del 10 de septiembre. La luz y la convicción llegaron cuando Jesús intervino poderosamente para hacer conocer sus deseos. Hasta ahora parecía que el “Día de la Inspiración” Jesús había pedido a la Madre Teresa que iniciase una nueva misión y que ella simplemente aceptó su propuesta, esperando solamente el permiso de la Iglesia para iniciarla, pero acabamos de ver que este no era el caso. De hecho, la Madre Teresa experimentó una real lucha interior entre el amor que inspiraba su determinación a dar a Dios todo lo que Él le pedía y los temores y dudas que procedían de su sentimiento de profunda incapacidad y debilidad.
Sin embargo, en el momento en que escribió al Arzobispo Périer, estaba lista para “consumirse completamente” para que Jesús pudiese ser conocido y amado a través de su servicio a los pobres. Aparece también evidente, como se puede comprobar por la claridad y el espíritu práctico de las secciones sobre “La Llamada” y “El Trabajo”, que en enero la Madre Teresa había ya dedicado bastante tiempo a pensar la vida y el trabajo de la comunidad religiosa que esperaba fundar. Lo que destaca es su énfasis en una profunda vida espiritual como fundamento de un servicio activo, y su marcado espíritu de innovación [11].
3 de diciembre de 1947. “Por favor, no lo retrase”
Desde el momento en que recibió la primera carta de la Madre Teresa en enero, el Arzobispo Périer demostró ser un pastor sabio y prudente. No tuvo prisa para aprobar o rechazar la propuesta de la Madre Teresa. Se dio cuenta de que su salida de Loreto y la fundación de una nueva congregación religiosa era una decisión de la que dependía el futuro de la vida de muchas personas. En consecuencia, repetidamente le dijo a la Madre Teresa que, antes de dar su aprobación, “debo poder decir que he rezado mucho y durante mucho tiempo, que he estudiado el caso cuidadosamente, que he consultado a diversos expertos en estas materias, que me he puesto yo mismo en un estado de completa indiferencia en lo referente a la aceptación o al rechazo y que mi juicio se base solamente en los pro y los contra del caso... Haré la voluntad de Dios; pero esta me debe ser clara”. Durante 1947 el Arzobispo llevará a cabo su discernimiento.
Mientras tanto, el deseo de responder a la llamada de Jesús crecía en la Madre Teresa según pasaban los meses. Durante 1947, se comunicó con el Arzobispo Périer a través de cartas y a través del padre Van Exem, que continuó aconsejándola. Finalmente, la convicción de la Madre Teresa de que la inspiración venía de Dios y su ardiente deseo de responder a su llamada sin más retrasos, culmina en su carta del 3 de diciembre de 1947 al padre Van Exem y al Arzobispo Périer. En esta habla una vez más de su original inspiración de septiembre de 1946, repitiendo textualmente las palabras de la voz de su carta de enero. Esta vez, sin embargo, ella revela más de su intimidad con Jesús incluyendo sus palabras reales en respuesta a las de Él. En la segunda sección de la carta correspondiente al año 1947, la Madre Teresa informa al Arzobispo sobre las locuciones y las visiones que suponen el culmen de los fenómenos místicos relativos a la inspiración. Transcribimos íntegramente:
Fiesta de S. Francisco Javier [12].
Querido Padre,
Le estaría muy agradecida si le diese estos papeles a Su Excelencia.
Septiembre de 1946
A menudo durante el año he tenido esas ansias de pertenecer completamente a Jesús y de hacer que otras almas, especialmente indias, vengan y le amen fervorosamente, pero pensando que era uno de mis deseos, lo alejé una y otra vez. Identificarme mucho con las jóvenes indias era incuestionable. Después de leer la vida de Santa Cabrini, el pensamiento continuó a venirme, ¿por qué no puedo hacer por Él en India lo que ella hizo por Él en América? ¿Por qué fue capaz de identificarse tanto con los estadounidenses hasta hacerse uno de ellos? No esperó que las almas se le acercasen, sino que salió en busca de ellas y las atrajo con la ayuda de sus celosas colaboradoras. ¿Por qué no puedo yo hacer lo mismo por Él aquí? ¿Cómo podría hacerlo? He sido y soy muy feliz como religiosa de Loreto. Dejar lo que he amado y exponerme a nuevos trabajos y sufrimientos, que serán grandes, ser el hazmerreír de tantos, especialmente religiosos, adherir y elegir deliberadamente las cosas duras de una vida al estilo indio, la soledad y la ignominia, la incertidumbre, y todo porque Jesús lo quiere, porque algo me está llamando a dejarlo todo y a reunir unas pocas compañeras para vivir su vida, para hacer su obra en la India.
En todas mis oraciones y Santas Comuniones Él me pregunta constantemente,
«¿Te negarás? Cuando se trató de tu alma no pensé en Mí mismo, sino que me entregué libremente por ti en la Cruz, y ahora, ¿qué haces tú? ¿Te negarás? Yo quiero religiosas indias, víctimas de mi amor, que sean María y Marta, que estén tan unidas a Mí que puedan irradiar mi amor en las almas. Yo quiero religiosas libres, cubiertas con mi pobreza de la Cruz. Yo quiero religiosas obedientes, cubiertas con mi obediencia en la Cruz. Yo quiero religiosas llenas de amor, cubiertas con mi Caridad de la Cruz. ¿Te negarás a hacer esto por Mí?».
Mi querido Jesús, lo que me pides va más allá de mis fuerzas. Puedo apenas entender la mitad de las cosas que deseas. Soy indigna. Soy una pecadora. Soy débil. Ve, Jesús, y busca un alma más digna y generosa que yo.
«Te has convertido en mi esposa por amor a mí. Has venido a la India por Mí. La sed de almas que tenías te ha traído tan lejos. ¿Te da miedo ahora dar un paso más por Mí, tu Esposo, por las almas? ¿Se está enfriando tu generosidad? ¿Soy el segundo para ti? Tú no has muerto por las almas. Por eso no te importa lo que pueda ocurrirles. Tu corazón nunca se ha ahogado en el dolor como el de mi Madre. Ambos nos hemos entregado totalmente por las almas.
¿Y tú? Tienes miedo de perder tu vocación, de convertirte en seglar, de fallar en la perseverancia. No, tu vocación es amar y sufrir y salvar almas y, dando este paso, cumplirás el deseo que mi Corazón tiene para ti. Te vestirás con sencillos vestidos indios, o mejor, como mi Madre se vistió, sencilla y pobre. Tu hábito actual es santo porque es mi símbolo. Tu sari será santo porque será Mi símbolo».
Dame luz. Mándame tu propio Espíritu, que me indicará tu voluntad, que me dará la fuerza para hacer las cosas que te agradan. Jesús, mi Jesús, no dejes que me engañe. Si eres Tú quien lo desea, dame una prueba de ello; si no, permite que [este pensamiento] abandone mi alma. Confío en ti ciegamente. ¿Dejarás que se pierda mi alma? Tengo tanto miedo, Jesús. Tengo mucho miedo. No permitas que me engañe. Tengo tanto miedo. Este temor me hace ver cuánto me amo a mí misma. Tengo miedo del sufrimiento que vendrá por llevar una vida al estilo indio, vistiendo como ellos, comiendo como ellos, durmiendo como ellos, viviendo con ellos sin poder nunca en nada seguir mi voluntad. Hasta qué punto la comodidad ha tomado posesión de mi corazón.
«Siempre has dicho, “haz conmigo lo que desees”. Ahora deseo actuar. Permíteme hacerlo, mi pequeña esposa, mi pequeñita. No tengas miedo. Estaré siempre contigo. Sufres ahora y sufrirás, pero si eres mi pequeña Esposa, la Esposa de Jesús crucificado, tendrás que soportar estos tormentos en tu corazón. Permíteme actuar. No me rechaces. Confía en Mí con amor, confía en Mí ciegamente».
Jesús, mi Jesús, yo soy solo tuya. Soy tan tonta. No sé lo que digo, pero haz conmigo lo que desees, como lo desees y durante el tiempo que lo desees. Te amo no por lo que me das, sino por lo que tomas. ¿Jesús, por qué no puedo ser una perfecta religiosa de Loreto, una verdadera víctima de tu amor aquí? ¿Por qué no puedo ser como todas las demás? Mira a los cientos de religiosas de Loreto que te han servido perfectamente, que ahora están contigo. ¿Por qué no puedo yo seguir la misma senda que ellas para llegar hasta ti?
«Yo quiero religiosas indias, Misioneras de la Caridad, que sean mi fuego de amor entre los pobres, los enfermos, los moribundos, los niños pequeños. Quiero que me acerques a los pobres y las hermanas que ofrecerán sus vidas como víctimas de mi amor me traerán estas almas. Tú eres, lo sé, la persona más incapaz, débil y pecadora, pero, precisamente porque eres eso, Yo quiero utilizarte para mi gloria. ¿Te negarás?».
«Pequeñita, dame almas. Dame las almas de los niñitos pobres de la calle. Si tú supieses cómo me duele, si solo lo supieses, ver a estos pobres niños manchados con el pecado. Deseo la pureza de su amor. Si solo respondieses y me trajeses estas almas. Arráncalas de las manos del maligno. Si solo supieses cuántos pequeños caen en el pecado cada día. Hay muchas religiosas para cuidar a la gente rica y acomodada, pero para los más pobres, los míos, no hay absolutamente nadie. Los ansío, a ellos amo. ¿Te negarás?».
1947
«Mi pequeñita, ven, ven, llévame a las covachas [donde viven] los pobres. Ven, sé mi luz. No puedo ir solo. No me conocen y por eso no me quieren. Ven, vete entre ellos. Llévame contigo en medio de ellos. Cuánto ansío entrar en sus covachas, en sus oscuros y tristes hogares. Ven, sé su víctima. En tu inmolación, en tu amor por mí, ellos me verán, me conocerán. Ofrece más sacrificios, sonríe más tiernamente, reza más fervientemente y todas las dificultades desaparecerán».
«Estás asustada; cómo me hace daño tu temor. No temas. Soy yo que te estoy pidiendo que hagas esto por Mí. No temas. Aunque todo el mundo esté contra ti, se ría de ti, tus compañeras y superioras te miren con desprecio, no temas. Yo estoy dentro de ti, contigo y para ti».
«Sufres mucho y sufrirás, pero recuerda que yo estoy contigo. Aunque todo el mundo te rechace, recuerda que tú me perteneces y que yo te pertenezco. No temas, soy yo. Sólo obedece: obedece muy alegre y prontamente y sin preguntas. Sólo obedece, nunca te dejaré si tú obedeces».
1) Vi una gran multitud —todo tipo de personas—, había también algunos muy pobres y niños. Tenían todos las manos levantadas hacia mí, que estaba de pie en medio de ellos. Ellos me llamaban: “Ven, ven, sálvanos. Tráenos a Jesús”.
2) De nuevo una gran multitud, podía ver gran tristeza y sufrimiento en sus rostros. Estaba arrodillada cerca de Nuestra Señora que estaba vuelta hacia ellos. Yo no veía su rostro, pero le oía decir,
«Cuídales. Son míos. Llévales a Jesús. Lleva a Jesús hasta ellos. No temas. Enséñales a rezar el Rosario, el Rosario en familia, y todo irá bien. No temas. Jesús y yo estaremos contigo y con tus niños».
3) La misma gran multitud, estaban cubiertos de oscuridad, pero podía verles. Nuestro Señor en la Cruz, Nuestra Señora a poca distancia de la Cruz, y yo misma como una niñita frente a ella. Su mano izquierda estaba sobre mi hombro izquierdo y su mano derecha sostenía mi brazo derecho. Ambas mirábamos hacia la Cruz. Nuestro Señor dijo,
«Te lo he pedido. Ellos te lo han pedido y Ella, Mi Madre, te lo ha pedido. ¿Te negarás a hacer esto por mí, a cuidarte de ellos, a traérmelos?».
Contesté, Tú lo sabes, Jesús, estoy lista para ir inmediatamente. Desde entonces, no he oído ni visto nada, pero sé que todo lo que he escrito es verdad. Como le he dicho, no me apoyo en esto, pero sé que es verdad. Si no hablase de esto, si tratase de eliminar estos deseos de mi corazón, sería culpable ante Nuestro Señor. ¿Por qué me ha sucedido todo esto a mí, la más indigna de Sus creaturas? No lo sé y he tratado a menudo de persuadir a Nuestro Señor a buscar otra alma más generosa, más fuerte, pero parece que Él se complace en mi confusión, en mi debilidad. Estos deseos de saciar el ansia que siente Nuestro Señor por las almas de los pobres, de víctimas puras de su amor, crece con cada Misa y cada Santa Comunión. Todas mis oraciones y toda mi jornada, en una palabra, están llenas de este deseo. Por favor, no lo retrase más. Pida a Nuestra Señora que nos dé esta gracia el día 8, día de su fiesta [13].
Si hay alguna otra cosa que le haya dicho [14], pero que ahora no recuerdo, por favor, dígaselo también a Su Excelencia. Le he dicho a él que quería sólo obedecer y hacer la santa voluntad de Dios. Ahora no tengo ningún temor. Me pongo completamente en sus manos. Puede [Jesús] disponer de mí como desee.
Por favor, hable a Su Excelencia sobre las dos chicas yugoslavas de Roma. Hay además seis chicas bengalíes, la chica Belga del sur, la que usted conoce en Bélgica. Las vocaciones vendrán. No tengo miedo a este respecto, aunque todos me creen muy optimista, pero yo sé cuánto amor y generosidad hay en los corazones bengalíes si se les dan los medios para llegar a lo más alto. La renuncia y la abnegación serán los medios para alcanzar nuestra finalidad. Habrá desilusiones pero el buen Dios desea sólo nuestro amor y nuestra confianza en Él.
Por favor rece por mí durante su Santa Misa.
Sinceramente suya en Nuestro Señor [15].
M. Teresa
P.S. Por favor, explique a Su Excelencia lo que he querido decir cuando afirmaba que no me apoyo o creo en visiones. Quería decir que aunque éstas no hubiesen ocurrido, mis deseos habrían sido igualmente fuertes y mi prontitud para hacer Su Santa Voluntad igualmente ferviente.
Cuando el Arzobispo Périer recibió la carta de la Madre Teresa, el proceso de información con los expertos estaba todavía abierto. Hacia el inicio de enero, sin embargo, se había “convencido profundamente de que, negando su consentimiento, habría obstaculizado la realización de la voluntad de Dios, por medio de ella. No creo poder hacer nada más para recibir mayor iluminación”. De esta forma, en la mañana del 6 de enero de 1948, después de haber celebrado la Misa en la capilla del convento, llamó a la Madre Teresa y le dijo: “Puede proceder”.
Cuatro días más tarde, la Madre Teresa escribió una carta a su Superiora General exponiéndole sus deseos y pidiéndole permiso para dar los primeros pasos que la llevarían a salir del convento de Loreto hacia las calles y las poblaciones pobres de Calcuta.
Después de recibir el permiso de su superiora, la Madre Teresa hizo la petición a la Sagrada Congregación para los Religiosos del Vaticano. Recibió la aprobación formal con un indulto de exclaustración concediéndosele el privilegio de vivir fuera de convento, aun siendo una religiosa de Loreto con votos. Aunque el indulto fue concedido en abril, la carta de Roma confirmándolo no le llegó a la Madre a Calcuta hasta agosto.
Con este permiso, la Madre Teresa se vistió con un sari y partió hacia Patna, el 17 de agosto, para iniciar su preparación médica con las Hermanas Médicas Misioneras. La terminó con éxito y volvió rápidamente a Calcuta en diciembre. Gracias a los arreglos que había hecho el padre Van Exem, se le ofreció alojamiento temporal con las Hermanitas de los Pobres. Fue desde allí que, el 21 de diciembre de 1948, la Madre Teresa salió a los barrios pobres por primera vez para empezar “el trabajo” que definiría su vida y su gran misión de caridad para con los más pobres de los pobres.
Pronto iba a descubrir cuán proféticas habían sido las palabras de Jesús anunciándole los sufrimientos que debería soportar en su corazón.
II
LA EXPERIENCIA DE LA NOCHE OSCURA DEL ALMA
Una vez que la Madre Teresa comenzó su trabajo en las calles de Calcuta, una dimensión nueva caracterizó su experiencia interior: dejó de sentir la intensa unión con Jesús que anteriormente había sentido. La consolación de la presencia sensible de Dios dio lugar a un sentimiento de separación de Él. Con el dolor de su pérdida, su ansia de Dios se hizo mucho más aguda y penosa. Ella estaba encontrando a Dios en la profunda oscuridad de su ansia fiel y estaba siendo desafiada a rendirse a Él con una confianza ciega.
Esta experiencia de prueba y de la purificación es, de hecho, una característica normal del crecimiento espiritual. Las personas que ya han sido libradas de los apegos a las cosas de este mundo gozan de un cierto grado de unión con Dios. Luego, pueden experimentar períodos de intenso sufrimiento espiritual, que uno de los más conocidos místicos cristianos, San Juan de la Cruz, llama “la noche oscura del alma”. A través de tales pruebas, Dios purifica más y más el alma, y prepara la persona para una mayor unión con Él. Dios retira las consolaciones espirituales para desapegar a la persona de todo lo que no sea Él. En tal oscuridad la dulzura de sentir la cercanía de Dios da lugar a la dolorosa sensación de alejamiento, e incluso del rechazo de Dios. El alma puede incluso ser tentada con el pensamiento de la no-existencia de Dios y del cielo. Parece incluso que todos sus esfuerzos de creer, esperar y amar son vanos. Sin embargo, al mismo tiempo, la persona experimenta una profunda ansia de Dios, hecho incluso más doloroso por su aparente ausencia. Todo esto es una fuente de gran angustia aun cuando la persona continúe con una vida intensa de oración y permanezca fiel a los deberes ordinarios de la vida cotidiana.
En su amor providencial, Dios permite estas pruebas. Y, para aquellos que manifiestan gran generosidad, permite pruebas muy duras. Esto lo hace según los dones y la vocación de cada uno, según la particular misión a que haya sido llamado, y según el grado de caridad que desee para la persona en cuestión. El hecho de sobrellevar fiel y amorosamente estas pruebas o “noches” tiene como resultado una fe, esperanza y amor de Dios y del prójimo más profundos, una más profunda unión de amor con Dios, una mayor santidad.
Las vidas de algunos santos y santas revelan cómo incluso cuando se ha alcanzado una profunda unión con Dios, se pueden experimentar intensas pruebas espirituales. En esta etapa, el propósito principal del sufrimiento ya no es la purificación, sino más bien una participación amorosa en el sufrimiento redentor de Cristo que produce fruto en la misión y en el apostolado de la persona. El alma entra mucho más íntimamente en la experiencia misma de Cristo en la Cruz. Este íntimo compartir con Jesús tiene el efecto radiante de acercar a los demás a Dios. Tal modo de amar puede encontrarse en las vidas de algunos santos. Los sorprendentes ejemplos incluyen a San Pablo de la Cruz, San Alfonso María de Ligorio y Santa Teresita de Lisieux. Veremos también este modo de amar en la vida de la Madre Teresa, quien a través de una intensa prueba espiritual penetró más profundamente en la gran ansia de Jesús, «su dolorosa sed», por amor al Padre y a las almas.
“Solo la fe ciega me conduce”
Ya como joven religiosa, la Madre Teresa pasó por momentos de sufrimiento espiritual. Ella misma alude a ello por primera vez en 1937, poco antes de hacer sus votos perpetuos. Había confiado en Dios cuando atravesaba esa dolorosa experiencia espiritual y había descubierto cómo esta había hecho más profundo su amor por Jesús Crucificado. Incluso entonces había conseguido esconder su lucha interior de tal modo que sus mismas compañeras pensaban que estaba casi libre de sufrimiento. Aunque resulta difícil conocer la exacta naturaleza y la duración de lo que la Madre Teresa soportó en el período de su vida comprendido entre los 20 y los 30 años, la oscuridad, como ella la llamaba, ciertamente le permitió avanzar sin problemas en su camino espiritual.
El voto que hizo en 1942 de no rechazar nada a Dios es otro signo del crecimiento en profundidad de su unión con Jesús, de modo especial, en el ámbito de su voluntad. Varios años después del voto, durante el período de las locuciones y las visiones, su director espiritual confirmaba un nuevo crecimiento: su unión con Nuestro Señor era tan continua que esperaba que tuviese pronto la experiencia de la oración extática. Cuando la Madre Teresa cambió Loreto por las calles de Calcuta, estaba sostenida por las intensas consolaciones espirituales de los meses que rodeaban su inspiración. La alegre luz de la íntima unión con Él no iba a durar. Fue sustituida por una oscuridad espiritual que iba a formar parte integral de toda su vida como Misionera de la Caridad.
Cuando la Madre Teresa se dio cuenta del cambio que se había producido en su alma, habló de ello con el P. Van Exem. Se confió también con el Arzobispo Périer: “Ansío con una ansia dolorosa pertenecer totalmente a Dios, ser santa de tal manera que Jesús pueda vivir plenamente su vida en mí. Cuanto más lo deseo [a Jesús], menos soy deseada. Yo quiero amarle como nunca ha sido amado, y sin embargo existe esta separación, este terrible vacío, este sentimiento de la ausencia de Dios”.
Después de algún tiempo, la Madre Teresa reveló al Arzobispo que no solo no había sentido ningún alivio, sino que la oscuridad se estaba volviendo más “densa” y más difícil de soportar. Se asombraba por la contradicción existente en su propia alma: la aparente ausencia de fe, esperanza y amor y de Dios mismo, y al mismo tiempo, sufría una intensa y torturante ansia de Dios. En una carta, revela su angustia, su lucha y al mismo tiempo su total abandono en Dios: “existe tanta contradicción en mi alma: por un lado un ansia tan profunda de Dios —tan profunda que es dolorosa, un continuo sufrimiento— y, sin embargo, [sentirse] no querida por Dios, rechazada, vacía, sin fe, sin amor, sin celo. Las almas no me atraen. El cielo no significa nada; me parece un lugar vacío. El pensamiento [del cielo] no significa nada para mí y, con todo, esta torturante ansia de Dios. Por favor, rece por mí para que pueda continuar sonriéndole a pesar de todo. Porque, soy solo suya, y Él tiene todos los derechos sobre mí. Me siento completamente feliz de no ser nadie, incluso para Dios”.
La experiencia de la oscuridad continuó. “Si supiese lo que estoy pasando... pero no reclamo nada para mí. Es libre de hacer lo que quiera. Rece para que continúe sonriéndole”. A veces la angustia de la Madre Teresa por Dios era tan grande que comparaba su sufrimiento al de los condenados al infierno. “Dicen que la gente que está en el infierno sufre dolor eterno a causa de la pérdida de Dios; soportarían todo ese sufrimiento si tuviesen solo una mínima esperanza de poseer a Dios. En mi alma siento ese mismo terrible dolor de la pérdida, que Dios no me quiere, que Dios no es Dios, que Dios no existe realmente”. Si bien estos sentimientos eran terribles, continuaba teniendo, por otra parte, el mismo abandono: “La oscuridad es tan oscura y el dolor tan doloroso, pero acepto cualquier cosa que Él me dé y le doy cualquier cosa que Él me pida”.
Una actitud de abandono —en conformidad con su voto de 1942— iba a ser la característica de la respuesta de la Madre Teresa a lo largo de todos los años de su dolorosa experiencia: “Con alegría lo acepto todo hasta el fin de mi vida”. Aunque una pregunta del todo normal nacía en su corazón, “me pregunto qué consigue Él de todo esto, cuando no hay nada en mí”, la Madre Teresa estaba convencida de que Dios mismo era de alguna manera la causa de ello. “No sabía que el amor podía hacer que uno sufriera tanto. Aquel era sufrimiento por la pérdida, éste es de ansia, de dolor humano, pero causado por el divino”. Y de esta forma repite su prontitud para aceptar la voluntad de Dios: “Sé que deseo de todo corazón lo que Él desee, como lo desee y durante el tiempo que lo desee. Sin embargo, Padre, esta ‘soledad’ es dura. La única cosa que me queda es una profunda y fuerte convicción de que la obra es suya”. Ciertamente, esta profunda convicción de que la obra era de Dios le dio la capacidad de soportar la permanente oscuridad. “Estoy más convencida de que la obra no es mía. No dudo que fuiste Tú quien me llamó con gran amor y fuerza. Fuiste Tú... eres Tú incluso ahora”.
La Madre Teresa, tan famosa por su fe como la roca, su invencible esperanza y su amor ardiente, estaba sin embargo unida a Dios sin esa dulzura de la que todos, incluso sus Hermanas, suponían que gozaba. Más bien, la ausencia de esta, la forzaba a seguir su camino solo en la fe. Su petición de oraciones, que repitió a lo largo de toda su vida, tiene más sentido a la luz de su dolor oculto. “Por favor, rece especialmente por mí para que no estropee la obra de Dios”. La vida de la Madre Teresa es un impactante testamento de pura fe. Por la fe, ella vio la mano de Dios en todo lo que sucedía dentro y alrededor de ella. Por la fe se consideraba a sí misma como “un pequeño lápiz en sus manos”.
El más profundo y ciertamente el más doloroso aspecto de su lucha fue la dura prueba del amor. Ella sentía más agudo el dolor de la separación debido al hecho de que la intimidad y la unión con Dios que había experimentado antes y durante el tiempo de la Inspiración había sido continua y profunda. Sin embargo, aunque esta experiencia era dolorosa, su deseo de “amarle como nunca ha sido amado antes” permaneció invariable. Una carta a P. L. T. Picachy, S.J., su director espiritual en ese tiempo, recoge su respuesta: “He estado a punto de decir, ‘No.’ Ha sido muy duro. Esa terrible ansia continúa creciendo y siento como si algo estuviese a punto de brotar dentro de mí, cualquier día. Y luego, esa oscuridad, esa soledad, ese sentimiento de terrible soledad...
Y, sin embargo, ansío a Dios. Ansío amarle con cada gota de vida que hay en mí. Deseo amarle con un amor profundo y personal”. Una respuesta tan desinteresada al incesante desafío condujo a la Madre Teresa al más alto grado del amor.
“Desde el tiempo en que empezó el trabajo”, la oscuridad fue la “compañera de viaje” de la Madre Teresa. Sus cartas escritas entre 1950 y 1970 expresan el incesante dolor que sentía en su deseo de Dios. Al principio de los años 60 ella empezó a entender con gratitud su significado en su vida y el papel que la oscuridad personal jugaba en su misión con los más pobres de los pobres, pero la experiencia nunca disminuyó. La oscuridad y su “nada” eran todavía temas de los que trataba con sus directores espirituales durante la década de los años 70 y 80. En las pocas cartas conservadas de esos años, manifestaba la intensidad de su sed por Jesús, su dolor por ver el sufrimiento de los pobres y su gratitud porque, en su “nada”, puede ser pobre como Jesús fue pobre y, a través de su pobreza, puede hacer que las almas le amen a Él. Solo dos años antes de su muerte, se sintió movida a hablar de que ella había recibido un maravilloso regalo de Dios al ser capaz de ofrecerle la vaciedad que sentía. Por lo que se sabe, la Madre Teresa permaneció en ese estado de fe “oscura” y de total abandono hasta la muerte.
Comprensión que la Madre Teresa tenía de su oscuridad
Vaciamiento total de sí misma
La correspondencia de la Madre Teresa durante la década de 1950 y de 1960 indica que, a veces, ella entendía su “oscuridad interior” como el modo que Dios tenía para vaciarla de sí misma completamente. “Él quiere asegurarse de vaciarme de mí, de cada gota de mí misma”. En 1957 escribió a P. Picachy, “Si sólo supiese lo que estoy pasando. Él está destruyéndolo todo dentro de mí, pero, como no reclamo nada para mí misma, Él es libre de hacer cualquier cosa. Rece por mí para que continúe sonriéndole”.
Identificación con Jesús en su Pasión
La Madre Teresa llegó también a entender esta prueba como una ocasión de compartir los sufrimientos de Cristo, que cargó sobre sí los pecados de la raza humana y se ofreció a sí mismo como sacrificio al Padre para la redención del mundo. Cargado con las iniquidades de todos nosotros, exclamó desde la Cruz, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27,46). En la agonía de su amor no correspondido por los hombres, gritó “Tengo sed” (Jn 19,28).
Progresivamente, el abandono de la Madre Teresa y la intensa y dolorosa ansia de Dios se convirtieron en su modo de unión e identificación con su Amado en su agonía en la Cruz. “Para mi meditación estoy usando la Pasión de Jesús. Me temo que no hago meditación si no solamente miro a Jesús sufrir y repito continuamente, ‘¡Permíteme compartir contigo este dolor!’” [16]. Ella entendió la oscuridad que estaba experimentando como una participación mística en los sufrimientos de Jesús: “Padre, estoy sola. Tengo su oscuridad. Tengo su dolor”. Puesto que era de Él, sentía también alegría: “Hoy sentí realmente una profunda alegría porque Jesús no puede pasar nunca más su agonía, pero quiere pasarla en mí. Más que nunca, me abandono a Él. Sí, más que nunca, estaré a su disposición”.
Compartir la Pasión de Cristo tomó una forma concreta en la vida de la Madre Teresa en el modo como aceptaba cualquier forma de sufrimiento como un regalo de Dios y como un modo de demostrarle, por parte suya, su amor a Él. De hecho, con el crecimiento en intensidad de la prueba, creció en el mismo modo la generosidad de su amor. En un momento de gran dolor interior, con un total olvido de sí misma, exclamó, “Cuando me pediste imprimir tu Pasión en mi corazón, ¿es esta la respuesta? Si esto te trae gloria, si consigues una gota de alegría de esto, si se acercan almas a ti, si mi sufrimiento sacia tu sed, aquí estoy, Señor. Con alegría lo acepto todo hasta el fin de la vida y sonreiré a tu Rostro Escondido, siempre”.
Identificación con los pobres: El lado espiritual de su apostolado
Después de haber soportado más de una década de “oscuridad” y encontrando que crecía en intensidad y era más difícil de soportar, la Madre Teresa recibió un nuevo apoyo. Con la ayuda del padre J. Neuner, S.J., llegó a entender la oscuridad como “el lado espiritual de su apostolado”. Tal y como le escribió a él, “He llegado a amar la oscuridad, pues ahora creo que es una parte, una muy pequeña parte, de la oscuridad y del dolor de Jesús sobre la tierra. Usted me ha enseñado a aceptarla como el ‘lado espiritual de ‘su obra’,’ como usted me escribió”.
Poco después de haber recibido esta nueva intuición, la Madre Teresa comenzó a comunicarlo a sus Hermanas. En 1961 escribió una carta general en la cual las animaba a aceptar sus pruebas y dolores como una parte esencial de su vocación para participar en la obra de redención de Jesús. La autoridad de sus palabras venía de su experiencia vivida: “Sin el sufrimiento, vuestro trabajo sería un trabajo social, muy bueno y de gran ayuda, pero no sería el trabajo de Jesucristo, no sería parte de la redención. Jesús ha querido ayudarnos compartiendo nuestra vida, nuestra soledad, nuestra agonía y nuestra muerte. Todo lo que ha cargado y llevado sobre sí mismo en la noche más oscura. Por el hecho de ser uno con nosotros, nos ha redimido. Hemos sido capacitados para hacer lo mismo. Toda la desolación de la pobre gente, no sólo su pobreza material, sino también su indigencia espiritual debe ser redimida y nosotras debemos tener nuestra parte en ello... Compartamos el sufrimiento de los pobres, pues sólo siendo uno con ellos podemos redimirlos, es decir, traer Dios a sus vidas y traerles a ellos a Dios”.
El amor de la Madre Teresa alcanzaba también otro aspecto de la pobreza y del dolor humano. Muy a menudo se le oía decir que la mayor pobreza es “no ser deseado, no ser amado, estar solo, no ser cuidado”. Aparece ahora con evidencia cómo su extraordinaria sensibilidad hacia el sufrimiento emocional y espiritual, y su capacidad de amor y compasión estaban enraizadas en su propia experiencia interior. Incluso cuando experimentaba un fuerte dolor interior, su atención estaba completamente fija en los demás y en sus respectivos sufrimientos. Mediante una caricia delicada, una palabra amable, un pequeño servicio o mediante una simple sonrisa, comunicaba la verdad de que “Dios te quiere, Dios te ama, Dios está contigo, Dios cuida de ti”. En una palabra, “Dios tiene sed de ti”.
El significado de la oscuridad de la Madre Teresa
Para los que están familiarizados con el misticismo cristiano, este aspecto de la vida espiritual de la Madre Teresa no debería parecer una sorpresa. La misma Madre Teresa exclamó que era un vaciarse de sí misma, del egoísmo que impide la unión con Dios. Lo que es distintivo, sin embargo, es que esta experiencia de oscuridad viene después de que ella hubiese alcanzado un altísimo grado de unión con Dios. Ella misma testimonia su fuerte unión con Dios. “Siento ansias de Dios. Ansias de amarle con cada gota de vida que hay en mí. Deseo amarle con un profundo amor personal. No puedo decir que estoy distraída; mi mente y mi corazón están habitualmente en Dios”. Su unión era no al nivel de los sentimientos, sino de la mente y de la voluntad: “Sé que tengo a Jesús en esa unión ininterrumpida, pues mi mente está fija en Él y sólo en Él, en mi voluntad”.
Es también significativo que una cierta luz le llegase cuando entendió que, por su sufrimiento interior, compartía el sufrimiento redentor de Cristo por el bien de los demás. La Madre Teresa afirmó que la finalidad de las Misioneras de la Caridad, y por lo tanto también su misma finalidad, era la de saciar la infinita sed de amor y de almas de Jesús en la Cruz, trabajando para la salvación y la santificación de los más pobres de los pobres. Vista con esta luz, su larga y dolorosa oscuridad interior toma no solo un nuevo significado, sino que da también el motivo de su total e incluso alegre abandono a ella.
En su experiencia de ser rechazada por Dios, se identifica más y más con su Esposo crucificado en el momento de su supremo sacrificio en la Cruz. La aparente ausencia de Dios que ella experimenta ahora y el recuerdo de su presencia y amor, que había experimentado antes, inflamaron su sed por Él. Su “dolorosa sed” por Él es tan fuerte que puede decir, “Durante este año he tenido muchas oportunidades de saciar la sed de amor, de almas de Jesús. Ha sido un año lleno de la Pasión de Cristo. No sé cuál es mayor, si su Sed o la mía por Él”. La aceptación y la vivencia por parte de la Madre Teresa de esta oscuridad fue el medio por excelencia para estar unida y para identificarse con Jesús en la Cruz y para saciar la dolorosa sed de amor y de almas de Jesús. Así cumplió ella la finalidad de su vocación.
Alegría: La paradoja de la luz en la oscuridad
Uno de los grandes indicadores de la fe y del amor de la Madre Teresa durante su larga y dolorosa oscuridad interior fue su profunda y constante alegría. Ella, sencillamente, irradiaba alegría a los que estaban a su alrededor. Su alegría no era cuestión de temperamento o de una inclinación natural, sino el resultado de la gracia de Dios y de su abandono. Esto requería un consciente y resuelto esfuerzo por su parte. Cuando este esfuerzo era más duro, su sonrisa era más brillante.
La Madre Teresa estaba decidida a ser “un apóstol de la alegría” y a difundir la fragancia de la alegría de Cristo dondequiera que fuese. Su amor por Dios era tal que deseaba no solo aceptar la Cruz, sino hacerlo con alegría. “Mi segunda resolución del retiro es la de ser un apóstol de la alegría, consolar al Sagrado Corazón de Jesús mediante la alegría. Por favor, pida a Nuestra Señora que me dé su corazón, de forma que pueda con mayor facilidad cumplir su deseo [de Jesús] en mí. Deseo sonreírle también a Jesús y de esta forma esconderle incluso a Él, si es posible, el dolor y la oscuridad de mi alma”. Decidió sonreírle a Jesús cada vez que se le quitaba algo. “Le doy una gran sonrisa en cambio. Gracias a Dios que Él todavía se abaja a tomar algo de mí”.
Aunque el deseo de la Madre Teresa de “esconder su dolor incluso a Jesús” era, por supuesto, irrealizable, consiguió sin embargo esconderlo con éxito a los demás, incluso a los más cercanos a ella. “A veces el dolor es tan grande que siento como si todo fuese a colapsar. La sonrisa es un gran manto que cubre una multitud de dolores”. Su amor desinteresado se concentraba en irradiar “su amor, su presencia, su compasión”. Una sencilla sonrisa era uno de sus modos favoritos de hacerlo.
La Madre Teresa tenía el don de comunicar el amor de Dios a los demás. Irradiaba la alegría de amar a Jesús incluso en medio de las más duras luchas. Después de un breve encuentro con la Madre Teresa, aquellos que estaban desanimados o desesperados se iban llenos de consolación y esperanza. A sus Hermanas escribió, “Recordad que la Pasión de Cristo termina siempre con la alegría de la Resurrección, de forma que cuando sentís en vuestro corazón el sufrimiento de Cristo, recordaréis que la Resurrección tiene que venir, que la alegría de la Pascua tiene que alborear. ¡Nunca dejéis que nada os llene tanto de tristeza que os haga olvidar la alegría de Cristo Resucitado!”.
Conclusión
En el mundo de hoy, la Madre Teresa se ha convertido en un signo del amor de Dios. A través de ella, Dios ha recordado al mundo su intenso amor —su sed— por la humanidad y su deseo de ser amado a cambio. Este artículo ha presentado algunos de esos aspectos escondidos que estaban en la raíz de la extraordinaria influencia de la Madre Teresa en el mundo. Su voto de 1942 manifiesta su acto de total y amoroso abandono a cualquier cosa que Dios pudiese pedirle. Este voto preparó el camino para la llamada de 1946, cuando Jesús le pidió directamente que saciase su sed de amor y de almas llevándole a los pobres y conduciendo a los pobres hasta Él. La Madre Teresa abrazó de todo corazón su nueva vocación, viviéndola con gran amor y alegría. Solo muy poca gente tuvo noticia alguna de “la oscuridad interior” que ella aceptó voluntariamente por amor a Dios y a la incontable gente a la que ella tocó con su compasión. Juntas, estas tres características de la vida espiritual de la Madre Teresa —su voto de no rechazar nada a Dios, la experiencia mística que rodeó su Inspiración, y su prolongada oscuridad espiritual— indican una profundidad de santidad anteriormente desconocida, y la colocan en el rango de los grandes místicos de la Iglesia.
Notas
[1] A menos que se indique lo contrario, las citas están tomadas de cartas de la Madre M. Teresa, M.C. al Arzobispo Ferdinand Périer, S.J.
[2] La Madre Teresa entró en la Rama Irlandesa de las Religiosas de Loreto, cuyo nombre oficial es Instituto de la Beata Virgen María.
[3] J. Aumann, O.P., Spiritual Theology, Sheed and Ward, London, 1980, pp. 365-366.
[4] H.U. v. Balthasar, Estados de vida del cristiano, Christlicher stand, Barcelona, 1994, pp. 42-47.
[5] Aunque la Madre Teresa habló siempre de la inspiración durante el viaje en tren a Darjeeling, no se sabe con certeza a qué hora o en qué lugar del viaje ocurrió la locución(es).
[6] Comenzando el 10 de septiembre de 1946 y durante el curso del siguiente año, la Madre Teresa recibió una serie de locuciones interiores (o palabras sobrenaturales). Las locuciones son “manifestaciones del pensamiento de Dios” que pueden venir a través de palabras escuchadas externamente (locuciones externas o auriculares) o en la imaginación (locuciones interiores imaginativas) o inmediatamente sin ninguna palabra (locuciones interiores intelectuales). Ver R. Garrigou-Lagrange, O.P., The Three Ages of the Spiritual Life: Prelude of Eternal Life, Vol. 2, B. Herder Book Co., St. Louis, M.O., 1948; reimpresión: Tan Books and Publishers, Rockford, Ill.,1989, pp. 589- 90; A. Poulain, S.J., Revelations and Visions: Discerning the True and Certain from the False or the Doubtful, trans. L. L. Yorke Smith, 1910; reimpreso: Alba House, New York, 1998, pp. 1-18. La Madre Teresa recibió locuciones interiores imaginativas y después, en algún momento durante 1947, al menos tres visiones interiores imaginativas, es decir, “visiones de objetos materiales, vistas sin la ayuda de los ojos” (A. Poulain, ibíd., p. 3).
[7] Las palabras oídas en la locución interior aparecen indicadas en cursiva por el editor para facilitar la comprensión al lector.
[8] El Arzobispo Périer celebraba el 25 aniversario de su ordenación episcopal.
[9] Es decir, durante su retiro de ocho días en las vacaciones que siguieron al 10 de septiembre.
[10] Justo antes de escribir esta carta, la Madre Teresa había sido informada de que se debería transferir a la Comunidad de Loreto en Asansol, una ciudad a unos 280 kilómetros de Calcuta.
[11] La idea de usar bicicletas o de conducir autobuses era osada en el contexto de Calcuta en 1946, donde dos mujeres jóvenes caminando juntas (sin un hombre) era algo excepcional. La Madre Teresa se da cuenta de que esto “es un poco moderno”, pero las necesidades de los pobres justifican la novedad.
[12] La fiesta de S. Francisco Javier se celebra el 3 de diciembre.
[13] El 8 de diciembre es la fiesta de la Inmaculada Concepción.
[14] El resto de la carta está dirigida al padre Van Exem.
[15] La Madre Teresa normalmente terminaba sus cartas “...en Jesucristo” o “...en J.C.” Probablemente aquí, “O.L.”, que significa “Our Lord”, es decir, Nuestro Señor.
[16] Esta línea pertenece a la bien conocida oración, “Stabat Mater,” dirigida a Nuestra Señora al pie de la Cruz.
Sobre el autor
Sacerdote nacido en Winnipeg, Canadá. Postulador de la Causa de Beatificación de la Madre Teresa de Calcuta. Su asociación con la Madre Teresa comenzó en 1977, cuando se unió a un grupo de hermanos contemplativos que ella estaba fundando. Luego se unió a la rama sacerdotal de la familia religiosa de la beata Teresa de Calcuta, los Padres Misioneros de la Caridad en 1984. Se ordenó sacerdote en 1985. Es director del Mother Teresa Center. Es el editor presentador del libro de las cartas de la Madre Teresa Ven sé mi luz. Recibió el M. Div. en Teología en el St. Joseph’s Seminary, Dunwoodie, New York, USA. Obtuvo su Ph.D. en Psicología Organizacional en Saybrook Institute, San Francisco.
► Volver al índice de Humanitas 32
► Volver al índice de Grandes Textos de Humanitas
- Detalles
- William E. Carroll
Tomás de Aquino no tendría dificultades en aceptar la cosmología del Big Bang, incluyendo sus recientes variaciones, y al mismo tiempo afirmar la doctrina de la creación de la nada. Por supuesto, él haría una distinción entre los adelantos de la cosmología y las reflexiones filosóficas y teológicas sobre esos adelantos.
- Detalles
- Francesco Petrillo
El “regreso a la Patria trinitaria” no puede quedar amputado de esta dimensión existencial, sin l cual el mismo misterio trinitario quedaría reducido a un teorema celestial sin consecuencias efectivas acerca de la explicación de la vida. Se trata del ¡Amén vitae! de la profesión trinitaria, como momento inicial y destino del creyente.
- Detalles
- Card. Giacomo Biffi
Con estas notas -en busca del rostro humano de Cristo-, es nuestra intención acercarnos algo mas a Jesus de Nazaret, enfocado precisamente en su caracter concreto e inmediato, como lo vieron quienes estuvieron con el en los dias de su vida terrenal. Procuraremos por tanto delinear su perfil y su caracter en la medida de nuestras posibilidades. (...) De Cristo no poseemos fotografias, retratos, autografos ni grabaciones de su voz en vivo. Con todo, tenemos gran cantidad de datos elocuentes y puntuales de distintos tipos: sus palabras, los testimonios de quienes estuvieron a su !ado y los datos históricos con él vinculados. Son antecedentes preciosos, recopilados, ordenados y cotejados entre si con el fin de llegar a una imagen lo menos alejada posible de la realidad efectiva.
Una especie de "identikit". Con el fin de aclarar nuestra intención, nos permitimos adoptar el concepto de "identikit", empleado por los cuerpos de policia de todo el mundo. Ante la carencia de una experiencia mas irrebatible, en el identikit se reconstruye la fisonomia de la persona buscada basandose en los recuerdos e indicaciones de todos aquellos que por distintos motivos y de diversas maneras estuvieron vinculados con ella. La transposición de semejante vocablo en nuestro contexto es insólita y podra parecer algo atrevida, y habra quien la conside re hasta irreverente. Sin embargo, quien tenga un interes mas directo ta! vez nos perdonara por la misma, desde el momenta que ni siquiera El vacil6 en compararse con un malhechor cuando describió su llegada final como la sorpresa de un ladrón (cf. Mt 24, 42-44). Por lo demas, el Senor es realmente un ser "buscado" en el sentido mas fuerte de! termino: buscado por el deseo de verlo, elemento intrinseco de nuestra vida en la fe; buscado por la tension de nuestra esperanza, que es aspiraci6n a la posesi6n plena y abierta; buscado por nuestro amor, que como todo verdadero amor se fatiga soportando la lejania y la invisibilidad del amado. (...)
Al terminar esta investigacion, que aspirara a representarnos en vivo el "tipo humano" de Cristo, nuestra sed de conocerlo, en su temperamento, en su caracter especifico de hombre, en la riqueza de su personalidad, no se habra calmado realmente; por el contrario, como es previsible, se avivara en nosotros el deseo y la impaciencia de encontrarlo frente a frente y fijar nuestros ojos en los suyos. (...)
Veracidad de las testimonios. El exito y el valor de un identikit dependen de la veracidad de los testimonios. Al respecto, nos encontramos afortunadamente en una situacion privilegiada: como creyentes, podemos contar con declaraciones con garantia de asistencia e inspiracion divina. Esto no debemos olvidarlo jamas, teniendo siempre conciencia al mismo tiempo de que la mediacion de los redactores de las paginas sacras se explora con precision tambien con el auxilio de las disciplinas filologicas e historicas. En todo caso, aun cuando se considere el perfil de la competencia puramente humana, las narraciones evangelicas son fuentes excelentes de datos que se imponen a todo investigador honesto.(...)
El aspecto exterior
Nuestro examen tiene su punto de partida en todo cuanto era mas visible en la figura de Cristo y aquello que en El percibian en forma mas inmediata quienes lo encontraban en los caminos de Palestina.
La manera de vestir. ¿Como se vestia Jesus de Nazaret? Contrariamente a toda interpretaci6n previa de caracter pauperista, debemos decir que se vestia bien. Se presentaba con un "look" muy diferente al de Juan Bautista, con el cual El mismo se contrapone explfcitamente bajo el perfil de! aspecto exterior (cf. Mt 11, 18-19). Se viste como los israelitas observantes y los hebreos notables, los cuales, por respeto a lo prescrito por la ley (cf. Nm 15, 38; Dr 22, 2), solian adornar el borde de sus trajes con flecos de colores. En todo caso, reprocha a los fariseos y escribas por su vanidad al alargar esos flecos indebidamente (cf. Mt 23, 5). Con todo, El tambien los Juda, como se desprende de] episodio de la mujer que desea sanar de] flujo de sangre y furtivamente, acercandose a El por detras, le toco precisamente una de esas arias (cf. Mt 9, 20-22). La tunica de Jesus no es de hechura ordinaria, sino tejida toda desde arriba, sin costura, tanto que bajo la cruz, los soldados, para no depreciarla en su valor cortandola, echan suertes sobre ella (cf. Jn 19, 23-24).
Señorío y caracter fidedigno. No se trataba unicamente de la vestimenta. Su aspecto estaba enteramente marcado por el seii.orfo y el caracter fidedigno. Quien se dirige a El, aun cuando sea extranjero, no puede menos que llamarlo respetuosamente "senor". Asi ocurre, por ejemplo, con el centurion de Cafarnaum (cf. Mt 8, 6-8) y la mujer cananea (cf. Mt 15, 22-28). A medida que su palabra se va conociendo, llega a ser normal asignarle el titulo de "maestro", y tambien se lo atribuyen sus oponentes: los fariseos (cf. Mt 22, 16), los saduceos (cf. Mt 22, 24) y los doctores de la ley (cf. Mt 22, 36).
Su señorío le permite ser invitado a casa de las personas mas distinguidas socialmente, tanto los fariseos mas conocidos, que lo reciben repetidas veces a comer (cf. Le, 7, 36-50, 11, 37; 14, 1), como los acaudalados y comentados publicanos, con gran escandalo de las personas mas moderadas (cf. Mt 9, 10; Le 5, 29; 15, 1-2). Precisamente por ser reconocido universalmente como "maestro", puede explicar oficialmente la palabra de Dios en las reuniones de! dia sabado, como ocurre en la sinagoga de Cafarnaúm (cf. Mc 1, 21-22) yen la sinagoga de Nazaret (cf. Mt 6, 2). Y no rechaza en modo alguno estas calificaciones honrosas, sino mas bien las considera pertinentes: "Vosotros me llamáis Maestro y Senor, y decis bien, porque de verdad lo soy" (Jn 13, 13).
Las personas a quienes frecuenta socialmente. ¿A quienes frecuenta socialmente Jesus? Indudablemente no tiene impedimentos. Los destinatarios de su enseiianza son sobre todo pastores, pescadores, campesinos y jornaleros, como se desprende de la ambientaci6n de sus parabolas; pero tambien son los hombres de cultura especifica y superior, como los escribas y fariseos. Si tiene una preferencia, ciertamente es por los humildes y desventurados: Su seiiorfo le pennite ser "Venid a mi todos los que estais fatigados y cargados, que yo os invitadoa casa de las aliviare" (Mt 11, 28). Sin embargo, no rechaza ni a los jefes de la sinagoga ni a los centuriones romanos. Sabe y afirma que no son los "primeros de la clase" quienes tienen la ventaja de aprender las cosas importantes (Mt 11, 25: "Ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeiiuelos"). Con todo, no considera perdido el tiempo dedicado a largos coloquios nocturnos con un "maestro en Israel", como Nicodemo (cf. Jn 3, 1-21). Sabe y afirma de! mismo modo que en la carrera hacia la salvación es grave la desventaja de los ricos, mientras los pobres son ciertamente "bienaventurados", porque para ellos es mas facil tener el Reino de los cielos (cf. Mt 19, 23-26; Le 6, 20-25); pero tambien sabe y afirma que nadie debe caer en la desesperaci6n, ya que todo es posible para Dios, has ta hacer pasar los camellos por los ojos de las agujas (cf. Mt 19, 26). Por otra parte, es innegable, a pesar de las exageraciones populistas, que Jesus mantiene numerosas y significativas relaciones con las personas acomodadas. Baste recordar a Jose de Arimatea (cf. Mt 27, 57: un "hombre rico"); al propietario de la sala de! Cenaculo (Mc 14, 15: "El os mostrara una sala alta, grande, alfombrada, pronta"); a Juana, la mujer de! administrador de Herodes (cf. Le 8, 3); a la familia de Betania, en la cual Maria poseia y podia sacrificar tranquilamente de una sola vez, por amor a Jesus, un precioso jarron de alabastro y un ungiiento avaluado en trescientos denarios por un experto como Judas (cf. Jn 12, 3-5).
Las "casas" de Jesus. Algunos de estos conocidos de alto nivel estan dispuestos a recibir al Maestro sin dificultades ni molestias, de ta! manera que puede contar practicamente en todas partes con verdaderas casas que le sirven de bases fun cionales para su ministerio itinerante.
Es importante interpretar con sensatez estas famosas palabras: "Las raposas tienen cuevas, y las aves del cielo, nidos; pero el Hijo de! hombre no tiene d6nde reclinar la cabeza" (Mt 8, 20). Ante la afirmaci6n de un escriba que desea seguir lo, Jesucristo quiere aclarar debidamente y advertir con eficaz sentido de lo paradojal que su misi6n es incompatible con una condicion de residencia estable y segura y con perspectivas tipicamente burguesas. Si se entiende lo dicho en forma literal, toda la narracion evangelica lo desmentiria. En Galilea, su domicilio habitual es la casa de Pedro (cf. Mc 1, 29-35), desde donde se dirige a predicar en los pueblos cercanos, pero con el fin de regresar al final de! recorrido: "Entrando de nuevo, despues de algunos dias a Cafamaum, se supo que estaba en casa, y se juntaron tantos, que ni aun en el patio cabian" (Mc 2, 1-2).
En todo caso, son frecuentes las alusiones a su permanencia en casas, aun cuando sea provisoria: "Llegados a casa, se volvi6 a juntar la muchedumbre" (Mc 3, 20). Entre cuatro paredes, explica mas c6modamente a los discipulos lo dicho a toda la gente a la intemperie: "Cuando se hubo retirado de la muchedumbre y entrado en casa, le preguntaron los discipulos por la parabola" (Mc 7, 17). Y responde en forma reservada incluso sus preguntas practicas y personales: "Entrando en casa a solas, le preguntaban los discipulos: .:Por que no hemos podido echarle nosotros?" (Mc 9, 28). Tambien en el extranjero, en Fenicia, tiene un techo bajo el cual refugiarse: "Partiendo de alli se fue hacia los confines de Tiro. Entr6 en una casa, no queriendo ser de nadie conocido" (Mc 7, 24). Cerca de Jerusalen, en Betania, hay una residencia amigable en que le ofrecen un poco de descanso y calor familiar, donde viven Marta y Maria y tiene lugar la hermosa pequefia escena descrita en el Evangelia segtin San Lucas (cf. Le 10, 38-42) y donde supuestamente alojara los ultimas dias antes del arresto y la muerte.
El vigor y la buena salud. En la narración evangélica, Jesús aparece como un hombre sano, físicamente vigoroso, con resistencia al cansancio y al trabajo excesivo. Le gusta comenzar muy temprano su jornada: “A la mañana, mucho antes de amanecer, se levantó, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba” (Mc 1, 35). En las ocasiones especialmente importantes, permanecía en vela en forma aún más prolongada: “Salió Él hacia la montaña para orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando llegó el día llamó a sí a los discípulos y escogió a doce de ellos” (Lc 6, 12-13). Resiste bien los ritmos de una actividad que al cabo de muy poco tiempo llega a ser debilitante: “No podían ni comer”, observa repetidamente Marcos (cf. Mc 3, 20; 6, 31).
Sus jornadas son agobiantes. Hasta muy entrada la noche llegaban muchísimas personas: enfermos buscando alivio, personas ávidas de verdad que pedían escucharlo, adversarios teológicos que lo obligaban a entrar en agotadoras discusiones.
Apenas consigue alejarse para tener un poco de descanso, de inmediato se reúnen con él y lo acosan: “Fue después Simón y los que con él estaban, y hallado, le dijeron: Todos andan en busca de ti” (cf. Mc 1, 36-37). Jesús era un extraordinario caminante. También Él se cansaba, como observa el Evangelio según San Juan: “Jesús, fatigado del camino (de Judea a Samaria), se sentó sin más junto a la fuente” (cf. Jn 4, 6); pero su ministerio fue un peregrinaje continuo por toda Palestina e incluso fuera, hasta Cesárea de Filipo y el territorio de Tiro y Sidón.
La belleza. ¿Era hermoso o feo Jesús? Sorprendentemente, ha habido una famosa controversia desde los primeros siglos del cristianismo, si bien los argumentos opuestos eran solamente de carácter ideológico, de manera que no se lograba esclarecimiento alguno. En las fuentes canónicas no hay información explícita sobre este tema. Sin embargo existe un episodio, narrado únicamente en el Evangelio según San Lucas, que puede ayudarnos en cierta medida. “Mientras decía estas cosas, levantó la voz una mujer de entre la muchedumbre y dijo: Dichoso el seno que te llevó y los pechos que mamaste. Pero Él dijo: Más bien dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan” (Lc 11, 27-28). La admiradora desconocida, que no puede contener el entusiasmo y de hecho interrumpe el discurso del Señor, nos regala un indicio nada despreciable sobre la fascinación que el joven profeta de Nazaret debía producir con su prestancia y su encanto. Lo deducimos, entre otras cosas, de los términos sumamente “corporales” en que se expresa el elogio y sobre todo de la respuesta de Jesús, que invita a prestar una atención más pertinente a la palabra de Dios.
Los ojos. Hay un elemento de la belleza que aun cuando en sí mismo es de naturaleza física, es casi un reflejo de la vida espiritual, y es el resplandor de los ojos. El mismo Maestro lo había advertido: “La lámpara del cuerpo es el ojo. Si, pues, tu ojo estuviere sano, todo tu cuerpo estará luminoso” (Mt 6, 22). Los ojos de Jesús debían ser realmente encantadores, penetrantes y casi magnéticos, y quien los había visto nunca los olvidaba. Solo así se explica la extraordinaria frecuencia con que los evangelistas (y especialmente Marcos, que alude a los recuerdos de Pedro) destacan su mirada. Es importante captar los matices de los textos originales. El verbo “mirar” se emplea en tres variantes de expresión: “mirar en torno”, “mirar hacia arriba” y “mirar hacia adentro”.
La mirada en torno. Cuando Jesús vuelve los ojos, todos enmudecen atemorizados y fascinados. Con esta mirada invita al recogimiento antes de la predicación (cf. Lc 6, 20). Con esta mirada manifiesta su afecto y su vigorosa comunión con los discípulos: “Y echando una mirada sobre los que estaban sentados en derredor suyo, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos” (Mc 3, 34). Con esta mirada prepara los corazones para que acojan las enseñanzas más originales e inesperadas: “Mirando en torno suyo, dijo Jesús a los discípulos: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen hacienda!... Es más fácil a un camello pasar por el hondón de una aguja” (cf. Mc 10, 23-25). A veces es una mirada silenciosa, pero tan intensa como para ser un fin en sí misma: “Entró en Jerusalén, en el templo, y después de haberlo visto todo, ya de tarde, salió para Betania con los doce” (cf. Mc 11, 11). En otras ocasiones es una mirada tan llena de indignación y sufrimiento que los presentes callan y no osan responder cosa alguna: “Y dirigiéndoles una mirada airada, entristecido por la dureza de su corazón, dijo al hombre: Extiende tu mano” (Mc 3, 5).
La mirada hacia arriba. Los ojos de Cristo también saben mirar hacia arriba, en apasionada plegaria al Padre para que lo atienda (cf. Mc 6, 41; 7, 34); pero también Él mira hacia arriba para buscar sonriendo entre el follaje a un funcionario de alto nivel del fisco, que para verlo cómodamente se había encaramado sobre las ramas de un sicomoro como un chico callejero: “Cuando llegó a aquel sitio, levantó los ojos Jesús y le dijo: Zaqueo, baja pronto, porque hoy me hospedaré en tu casa” (Lc 19, 5).
La mirada “hacia adentro”. En todo caso, los ojos de Jesús producían gran impresión sobre todo cuando “miraba dentro” de las personas, como para llegar a su corazón. Lo hace cuando debe comunicar alguna verdad insólita que desea imprimir debidamente en la mente de quien escucha. Así ocurre en Mc 10, 27: “Fijando en ellos Jesús su mirada, dijo: A los hombres sí es imposible (que se salven los ricos), mas no a Dios”. Así ocurre en Lc 20, 17-18: “Él, fijando en ellos su mirada, les dijo:... Todo el que cayere contra esa piedra (el Mesías, hijo de Dios) se quebrantará y aquel sobre quien ella cayere quedará aplastado”. Ante el joven rico de vida inocente, que pide la “vida eterna”, Jesús —señala el Evangelio— “poniendo en él los ojos, le amó” (Mc 10, 21).
La existencia del apóstol Pedro quedó marcada para siempre por dos miradas: en su primer encuentro, “Jesús, fijando en él la vista, dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú serás llamado Cefas, que quiere decir Pedro” (Jn 1, 42); en el momento de su traición, “vuelto el Señor, miró a Pedro, y Pedro... saliendo fuera, lloró amargamente” (Lc 22, 61-62).
La psicología
Una exploración emocionante. El mundo interior del hombre es siempre un misterio en el cual nunca es posible penetrar completamente. Con mayor razón, es difícil para nosotros aproximarnos a la riqueza de espíritu de Cristo y adentrarnos en su realidad psicológica. Es una búsqueda especial, problemática y emocionante, pero también fascinante e ineludible. Se emprende con humildad y teniendo siempre conciencia de lo inadecuadas que son nuestras posibilidades cognoscitivas. En todo caso, en la tarea nos alienta la ayuda decisiva que nos ofrecen los evangelios, que nos revelan generosamente —aun cuando sea mediante testimonios dispersos, ocasionales y a menudo indirectos— los pensamientos, la mentalidad, los afectos, los sentimientos, el temperamento y la forma de expresión y comportamiento de nuestro Salvador.
Una gran claridad en las ideas. Lo que más impresiona del magisterio de Jesús es la claridad de las ideas. Todo está enunciado con lucidez, sin ambigüedad ni vacilación. Los titubeos, el refugio en la subjetividad, las fórmulas dubitativas (“tal vez”, “según yo”, “me pareció”), tan frecuentes en nuestra habla, jamás se encuentran en sus discursos, de los cuales está sumamente alejada la afectación, así como la coquetería y la aparente docilidad del “pensamiento débil”.
Jesús manifiesta de este modo una seguridad que podría ser hasta irritante si no nos conquistara en el contexto la objetiva elevación y luminosidad de su enseñanza. A pesar de la gran variedad de conmovedores tópicos, no hay fragmentación ni incoherencia en la visión de Cristo. Todo está reunido y unificado en torno a dos temas fundamentales siempre recurrentes: el “Padre” (un padre que está en el origen de toda existencia) y el “Reino”, meta de toda tensión de las criaturas y su peregrinación en la historia. La atención en la realidad humana concreta. Nada hay en él, sin embargo, del pensador distraído, tan absorto en sus elevadas elucubraciones como para no percatarse siquiera de las pequeñas cosas, ni del superhombre que desprecia la posibilidad de quedar inmerso en los hechos sin importancia ni gloria. Por el contrario, Jesús da pruebas de ser un observador atento de la realidad cotidiana en la cual todos estamos inmersos, por lo demás interesado y a gusto con la misma. En sus dichos y parábolas aparecen en gran número las pequeñas escenas normales de la vida de entonces y siempre: el niño que obra a su antojo para conseguir algo que comer, los muchachos que juegan en las plazas recurriendo a las cantinelas tradicionales (Lc 7, 32: “Son semejantes a los muchachos que, sentados en la plaza, invitan a los otros diciendo: Os tocamos la flauta y no danzasteis, os cantamos lamentaciones y no llorasteis”), el vecino fastidioso que nos perturba hasta de noche y no nos deja en paz mientras no lo contentamos, la mujer que no se resigna si no encuentra la moneda que cayó debajo de los muebles, la parturienta que sufre y luego olvida los dolores que experimentó ante la alegría de contemplar al recién nacido junto a ella, los sirvientes que se dan la gran vida en ausencia del patrón, el administrador deshonesto y astuto, el alboroto de una fiesta de bodas, los banqueros que ofrecen intereses por el capital, el ladrón que fuerza la cerradura de una casa sin dar aviso previo, el transeúnte que tropieza con los asaltantes, los jornaleros cesantes que esperan una buena oportunidad en la plaza, la dueña de casa que amasa la harina y luego la deja fermentar, etc.
Quien habla así es evidentemente alguien que no se ha encerrado ni protegido en sí mismo, sino un ser capaz de mirarse en su entorno y participar con simpatía en la diaria comedia humana. En las comparaciones, se emplean las cosas más humildes: los vasos y los platos para lavar, el velón y el pie de candil, la sal para usar en la cocina, el vaso de agua fresca, el vino añejo que es mejor, el vestido remendado, la paja y la viga, el ojo de las agujas, los daños provocados por las polillas y el moho, las efímeras flores del campo, las primeras hojas de la higuera, el arbusto de mostaza, la semilla que cae en terrenos con distinta acogida y productividad, la red de los pescadores que recoge al mismo tiempo pescados comestibles y desechables, la oveja que se aleja del rebaño y se pierde. Y esta lista podría alargarse en gran medida.
Todo lo dicho debería ser suficiente para convencernos de que Jesús no tiene semejanza alguna con el ideólogo, que atrapado enteramente en sus grandiosas teorías ya no logra ver ni tomar en cuenta las pequeñas vicisitudes de la gente común. Y precisamente su sensibilidad ante las pequeñas cosas concretas y su arte inimitable para incluirlas en los razonamientos más elevados le permiten hablar con todos, hasta las personas sencillas, de las verdades más sublimes recurriendo a un lenguaje claro y original, un lenguaje que se nos presenta en forma muy distinta al de muchos pensadores profesionales y no pocos actores del escenario político.
Una voluntad fuerte. En el brillo de su inteligencia y la eficacia de sus palabras, se encuentra una voluntad sin flaqueza, en condiciones de accionar rápidamente con opciones operativas y atenerse a los propósitos establecidos sin vacilación alguna. Tiene una misión que ha adoptado cordialmente, y no se deja desviar de la misma. Esta firmeza suele vislumbrarse también en la actitud externa. Los presentes se impresionan y la narración evangélica se ve obligada a dar cuenta: “Se dirigió resueltamente a Jerusalén” (Lc 9, 51). El texto original es aún más significativo: “puso rígido su rostro para partir en dirección a Jerusalén”. Es un jefe que en ciertos momentos, avanzando delante de todos por el camino que ha determinado previamente, irradia tanta resolución como para inspirar en quien lo sigue asombro, sujeción, inquietud: “Iban subiendo hacia Jerusalén; Jesús caminaba delante, y ellos iban sobrecogidos y le seguían medrosos” (Mc 10, 32).
Libertad ante los padres y oponentes. Jesús siempre aparece como un hombre soberanamente libre. Nadie consigue desviarlo de sus propósitos. Es libre ante los integrantes de su “clan”, los cuales, después de creerlo loco (cf. Mt 3, 21), imaginan la posibilidad de sacar algún provecho de su éxito y su notoriedad y procuran reanudar las relaciones (cf. Mc 3, 31; 34).
Es libre ante los jefes de su pueblo y sus adversarios, que intentan obstaculizar su ministerio, y a los cuales responde secamente: “Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también” (Jn 5, 17).
Reconoce y respeta la autoridad, pero no experimenta temores reverenciales ante quienes están investidos de aquella. Es suficiente pensar en las invectivas dirigidas a los fariseos y escribas (cf. Mt 23, 32).
No vacila en manifestar ante los saduceos, que ocupaban los más altos cargos sacerdotales, su disentimiento en los términos más resueltos: “Estáis en un error y ni conocéis las Escrituras ni el poder de Dios” (Mt 22, 29). Con Herodes, el tetrarca de Galilea, no tiene precisamente consideraciones: “Id y decid a esa raposa...” (cf. Lc 13, 32). Por lo demás, su franqueza es reconocida explícitamente también por quienes son hostiles con él, tales como los fariseos y los herodianos, que en una oportunidad le dicen lo siguiente: “Maestro, sabemos que eres sincero, que no te da cuidado de nadie, pues no tienes respetos humanos, sino que enseñas según verdad el camino de Dios” (Mc 12, 14).
Libertad con los amigos. Se mantiene libre, cosa indudablemente más difícil, también de las atenciones afectuosas de los amigos cuando se oponen a su misión. El caso más típico y fuerte es el de Pedro. En Cesárea de Filipo, el apóstol es elogiado por su inspirada profesión de fe con expresiones de inigualable exaltación. Sin embargo, inmediatamente después, cuando se permite desviar a su Maestro del “camino de la cruz”, recibe una embestida de palabras sumamente duras: “Pedro, tomándole aparte, se puso a amonestarle, diciendo: No quiera Dios, Señor, que esto suceda. Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: Retírate de mí, Satanás, tú me sirves de escándalo, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres” (Mt 16, 22-23).
En un momento crítico, cuando es abandonado por muchos discípulos que no saben aceptar el discurso sobre su “carne” y su “sangre”, propuestos como alimento y bebida, no cede en absoluto, no suaviza sus duras afirmaciones por amor al diálogo y a una “comunión sin verdad”: “Dijo Jesús a los doce: ¿Queréis iros vosotros también?” (Jn 6,67). Esta es una de las frases más dramáticas e imposibles de olvidar pronunciadas por el Salvador.
Libertad de los juicios de los demás. Jesús está libre de las apariencias de la virtud, es decir, no le preocupan en absoluto los juicios malévolos y manifiestamente infundados que la gente puede formular sobre él. Avanza por su camino, incluso a costa del deterioro de su buena fama: “Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: Es un comilón y un bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores” (Mt 11, 19). Podría decirse que también es válida para él mismo la advertencia que dirige a los demás: “Ay cuando todos los hombres dijeren bien de vosotros” (cf. Lc 6, 26).
La sensibilidad del ánimo. A menudo ocurre que un espíritu absolutamente autónomo y emancipado es también árido, indiferente a los males ajenos, dotado de escasa sensibilidad. No es el caso de Jesús: en él, la soberana libertad, que se ha visto, va unida con una fuerte emotividad y una amplia gama de sentimientos.
Por ejemplo, ante la instrumentalización “teológica” de la desventura, no puede reprimir la ira, como se ve en el episodio del hombre con la mano seca, que se pone delante suyo precisamente para que lo cure un día sábado y así pueda acusarlo (cf. Mc 3, 1-6). Llama entonces al pobrecillo al medio, a la vista de todos y —según el texto original— les dirige una mirada airada, entristecido por la dureza de su corazón.
La compasión. Con mucho más frecuencia, los evangelistas dan cuenta de su compasión por todas las desgracias humanas. Lo hacen empleando siempre un verbo que en su etimología evoca una conmoción también física: “sentir compasión”, de “vísceras”. Es un estado de ánimo que experimenta el Salvador al oír el triste lamento de dos ciegos de Jericó (Mt 20, 34: “Compadecido Jesús”); al ver la angustia de una madre en el funeral de su hijo único joven (Lc 7, 13: “Viéndola el Señor, se compadeció de ella y le dijo: No llores”); al darse cuenta de 337 que hay una multitud hambrienta (Mc 8, 1: “Tengo compasión de la muchedumbre, porque hace ya tres días que me siguen y no tienen qué comer”); al contemplar una humanidad dispersa y extraviada (Mc 6, 34: “Vio una gran muchedumbre, y se compadeció de ellos, porque eran como ovejas sin pastor”).
La amistad. Jesús tiene muy vivo el sentido de la amistad, con todos sus distintos grados de intensidad. Llama “amigos” suyos a los apóstoles (cf. Jn 15, 5). Y es una amistad obsequiosa y diligente, tanto que se preocupa de su excesivo cansancio: “Venid, retirémonos a un lugar desierto que descanséis un poco” (Mc 6, 31). Entre los doce, siente más intimidad con Pedro, Santiago y Juan, y quiere tenerlos cerca tanto en el momento resplandeciente de la Transfiguración (cf. Mc 9, 28) como en el dolorosísimo momento en Getsemaní (cf. Mc 14, 32-42). Solo a Juan se le asignó la condición de “discípulo que Jesús amaba” (cf. Jn 13, 23; 19, 5; 20, 2; 21, 7, 20).
Fuera del círculo apostólico, se da testimonio del gran afecto que sentía por los miembros de la familia de Betania: “Jesús amaba a Marta y a su hermana y a Lázaro” (Jn 11, 5).
Los niños y las mujeres. Era conocida la amabilidad de Jesús con los niños: “Presentáronle unos niños para que los tocase, pero los discípulos los reprendían. Viéndolo Jesús, se enojó (literalmente: “no pudo soportar”) y les dijo: Dejad que los niños vengan a mí y no los estorbéis porque de los tales es el reino de Dios. Y abrazándolos, los bendijo imponiéndoles las manos” (Mc 10, 13-16). Manifiesta gran gentileza de ánimo hacia las mujeres y más de una vez interviene en su defensa. Salva de ser apedreada a la desconocida sorprendida en adulterio (cf. Jn 8, 1-11); elogia, en contra de los pensamientos malignos del dueño de casa, a la pecadora que durante un banquete ofrecido para él por un fariseo, se atrevió a acercarse a perfumarlo y bañarlo con sus lágrimas (cf. Lc 7, 36-50); reprende secamente a Judas y otros comensales que criticaban a María, la hermana de Lázaro, por su gesto inesperado y su excesiva generosidad: “Dejadla; ¿por qué la molestáis? Una buena obra es la que ha hecho conmigo...” (cf. Mc 14, 6).
El llanto y la alegría. En Jesús son excepcionales la solidez psicológica y el dominio de sí mismo. Permanece tranquilo e impávido en medio de una tempestad que amenaza volcar su embarcación (cf. Mc 4, 35-41). Del mismo modo, con impresionante fuerza de ánimo, enfrenta y casi hipnotiza a la multitud enfurecida de Nazaret que pretende darle muerte: “Al oír esto se llenaron de cólera cuantos estaban en la sinagoga, y levantándose le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a la cima del monte sobre el cual está edificada su ciudad, para precipitarle de allí; pero Él, atravesando por medio de ellos, se fue” (Lc 4, 28-30).
En todo caso, no es un imperturbable gentleman de la sociedad victoriana, que considere parte del honor no manifestar exteriormente las emociones. Por el contrario, Jesús no se priva en absoluto de mostrarse alterado, como le ocurre, por ejemplo, ante las lágrimas de María, la hermana de Lázaro: “Viéndola Jesús llorar... se conmovió hondamente”; “y se turbó”, señala además el evangelista (cf. Jn 11, 33). Y al pensar en la muerte de su amigo, “prorrumpió en llanto” también él, tanto que los presentes comentan: “¡Cómo le amaba!” (cf. Jn 11, 35-36). Contemplando Jerusalén desde lo alto, ante la perspectiva de su destrucción, no puede contener las lágrimas: “Así que estuvo cerca, al ver la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: “¡Si al menos en este día conocieras lo que hace a la paz tuya!” (cf. Lc 19, 41-42).
También se entusiasma, en todo caso, dejándose contagiar por la alegría de los discípulos, felices de haber llevado a cabo su primera experiencia de evangelización: “Volvieron los setenta y dos llenos de alegría... En aquella hora se sintió inundado de 339 gozo en el Espíritu Santo y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra” (cf. Lc 10, 17-21).
Así, Jesús era un hombre capaz de llorar y capaz de estar contento. El hecho de que lloraba está explícitamente documentado, como se ha visto; y que además estuviese alegremente en compañía de los demás, se deduce simplemente del placer con que los publicanos, comúnmente gozadores y juerguistas, lo acogían en su mesa. Cuando estaba con personas cansadas, se ocupaba de apoyarlas; pero ciertamente no acostumbraba probablemente alterar la serenidad y la alegría de un convite con reflexiones demasiado melancólicas o con alusiones intempestivas al hambre en el mundo.
Ateniéndose precisamente al ejemplo del Señor, San Pablo enunciará para los cristianos la regla de oro del comportamiento: “Alegraos con los que se alegran, llorad con los que lloran” (Rm 12, 15).
La “hebraicidad” de Jesús. Su gran plenitud en lo humano podría llevar a considerarlo un ser tan superior e ideal como para estar más allá de toda clasificación antropológica y cualquier especificación étnica y cultural: prácticamente un hombre sin raíces en una sociedad ni nexos. Sin embargo, eso no sería justo. Él razona, habla y actúa como auténtico hijo de Israel. Su “hebraicidad” es indiscutible. Quien no la comprenda, no podría decir que ha captado su verdad efectiva, y sería un identikit de un Cristo alterado e improbable. La mentalidad, la concepción general y el lenguaje del Nazareno son elementos típicos de su pueblo. En sus labios, las citas bíblicas son espontáneas y frecuentes. Los nombres más conocidos y amados por sus conciudadanos (Abraham, Moisés, David, Salomón, Isaías, Jonás) adornan con naturalidad sus discursos.
Domina la dialéctica peculiar de los rabinos y se vale de la misma en sus disputas, como ocurre cuando reduce al silencio a escribas y fariseos partiendo de su propia interpretación del salmo 110 (cf. Mc 12, 35-37; Mt 22, 41-46).
El “corazón”. También el corazón de Jesús es un corazón de hebreo. Tiene un amor especialmente intenso y preferente por su tierra y su pueblo: a su tierra y su pueblo se siente principalmente enviado: “No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 15, 24). A su tierra y su pueblo está destinada la primera misión provisional de los apóstoles, que reciben con este fin instrucciones restrictivas precisas: “No vayáis a los gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; id más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 10, 5-6). Y ya hemos visto cómo el pensamiento del futuro fin de la ciudad de David lo conmueve hasta las lágrimas (cf. Lc 19, 41-42).
Un “integrado”. Es un israelita observante, que rinde honor a todas las tradiciones legítimas de la nación. Asiste, como el resto, todos los sábados a la sinagoga. Todos los años celebra la Pascua de acuerdo con el rito prescrito. Paga, como todos, el tributo para el templo: “Se acercaron a Pedro los perceptores de la didracma y le dijeron: ¿Vuestro Maestro no paga la didracma? Y él respondió: Cierto que sí” (cf. Mt 17, 24-25). Cada cierto tiempo a alguien le gusta incluir a Jesús entre los revolucionarios políticos o los agitadores sociales, pero los testimonios nos convencen más bien de lo contrario. Si quisiéramos denominarlo de acuerdo con el vocabulario de la destructiva ideología moderna, deberíamos calificarlo más bien como “integrado”. Respeta todo ordenamiento, incluyendo la prescripción que atribuía al sacerdote la función de autoridad sanitaria para confirmar la curación de los leprosos: “Id y mostraos a los sacerdotes” (cf. Lc 17, 14). Y de hecho no pretende hacer las veces de quien está a cargo de la administración de la justicia ordinaria: “Díjole uno de la muchedumbre: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia. Él le respondió: Pero, hombre, ¿quién me ha constituido juez o partidor de vosotros?” (Lc 12, 13-14).
Así, su “integración” es tan esperada y total que evita dejarse 341 implicar en la oposición a la presencia romana en suelo judaico, y así reconoce, al menos en sentido práctico, el derecho del invasor a imponer su moneda y cobrar un tributo (cf. Mc 12, 13-17).
El problema financiero. Contrariamente a lo afirmado a veces, Jesús, como buen hebreo, no condena el dinero. Lo respeta y se preocupa incluso de contar en su actividad con una base financiera realista. Su pequeña comunidad tiene un tesorero designado periódicamente (cf. Jn 12, 6; 13, 29), y se apoya en una especie de instituto para el mantenimiento del clero: “Le acompañaban los doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la cual habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes, y Susana y otras varias que le servían de sus bienes” (Lc 8, 1-3).
La “recompensa en los cielos”. Jesús demuestra la “hebraicidad” de su forma mentis también al enfocar la vida del espíritu y la relación con el Creador, encargado de hacer justicia en todo. Nunca olvida hacer presente la “ganancia” (aun cuando sea una ganancia ultraterrenal) como estímulo para las buenas acciones: “Vuestra recompensa será grande en el cielo” (cf. Mt 5, 2; Lc 6, 23). Se preocupa de informarnos que el Dios vivo y verdadero no es un seguidor de la ética kantiana y por tanto no estima que el desinterés sea la connotación esencial y necesaria de la bondad moral de un comportamiento: “Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (cf. Mt 6, 4; 6, 17).
La originalidad
“Una doctrina nueva con autoridad”. Jesús es por tanto un hombre perfectamente inserto en la sociedad y la vida de Palestina; es un hebreo que participa en la cultura y la historia de su pueblo y las conoce; es un “rabino” que habla, argumenta y conoce y cita las Sagradas Escrituras como uno de los numerosos “maestros en Israel” (cf. Jn 3, 10). Con todo, su presencia, su actitud y su magisterio aparecieron de pronto como una explosión de novedad sin precedentes ni puntos de comparación. “Jamás hombre alguno habló como éste” (Jn 7, 46), dicen estupefactos y fascinados los guardias del sanedrín enviados a arrestarlo. Desde el comienzo de su ministerio público, quienes lo escuchan se percatan de que están frente a algo inesperado, inédito y perturbador, y se sienten intimidados. Al respecto es significativa la exclamación de los habitantes de Cafarnaúm, tal como la refiere Marcos en su lenguaje directo y popular: “Quedáronse todos estupefactos, diciéndose unos a otros: ¿Qué es esto? Una doctrina nueva y revestida de autoridad” (Mc 1, 27). Sin duda, en esa circunstancia también habían entrado en juego las sorprendentes dotes taumatúrgicas del Señor, sobre las cuales no nos detendremos aquí. Con todo, para los fines de nuestra investigación es importante destacar la impresión de originalidad y vigor que dejaba en los oyentes el joven profeta de Nazaret con su enseñanza tan distinta a la que habitualmente ofrecían los escribas.
Los escribas se limitan a analizar los textos sagrados, procurando ahondar en ellos con su obstinación de exégetas; Jesús pone a todos en contacto y en comunión con una “realidad que ha tenido lugar”: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír” (cf. Lc 4, 21), dice en la sinagoga de Nazaret.
Políticamente incorrecto. Dentro de este tipo de experiencia, también adquiere otro valor el patrimonio de verdad que ya posee y custodia Israel. Los labios de este peculiar maestro comienzan entonces a difundir mensajes inauditos, que alteran y provocan crisis en muchas convicciones hasta ese momento indiscutibles, así como en gran cantidad de lugares comunes. De este modo, Jesús, que también comparte con plena lealtad la fe y la ortodoxia de la sinagoga y está evidentemente impregnado de la luz que había sido revelada a Abraham, Moisés, David y los profetas, a menudo parece ser un anticonformista irreductible. Empleando una expresión de moda en la actualidad, en diversos aspectos parece ser “políticamente incorrecto”. Las reacciones inmediatas del ambiente nos señalan muchas veces los casos en que semejante divergencia en relación con las ideas comúnmente aceptadas tiene lugar de manera más ruidosa. Es “políticamente incorrecta” para la sociedad de su época, por ejemplo, la actitud de Jesús con los publicanos, los ricos, quienes colaboran con los invasores y notoriamente con los ladrones, así como con las pecadoras públicas.
Ciertamente, jamás se observa en él atenuación alguna en cuanto a la condena de toda transgresión moral; pero está claro que no obstante aquello, su lenguaje y su comportamiento producen impacto y escándalo en el contexto social. Eso no le preocupa, sin embargo, y más bien llega a pronunciar sentencias que fatalmente debían considerarse excesivas y provocativas: “En verdad os digo que los publicanos y las meretrices os preceden en el reino de Dios” (cf. Mt 21, 31-32).
Primacía de la interioridad. Jesús se niega a aprobar el legalismo y el ritualismo exasperado de los fariseos, que había llegado a ser excesivo y opresivo, y afirma en cambio la primacía de la intencionalidad y la pureza interior. En virtud del mismo principio, rechaza la distinción entre alimentos puros e inmundos (distinción que según el Levítico se aplicaba al carácter comestible de diversos géneros de animales). Para él, todos los animales, en conformidad con el designio original del Creador, pueden ser alimento para el hombre. La narración evangélica da cuenta de la reacción del ambiente oficial ante esta toma de posición no conformista: “Y llamando a sí a la muchedumbre les dijo: Oíd y entended: No es lo que entra por la boca lo que hace impuro al hombre; pero lo que sale de la boca, eso es lo que al hombre le hace impuro. Entonces se le acercaron los discípulos y le dijeron: ¿Sabes que los fariseos, al oírte, se han escandalizado?” (Mt 15, 10-12).
Ahora bien, en este punto él no está dispuesto a ceder ni a llegar a acuerdos. Luego, en la casa, explica analíticamente su pensamiento: “Todo lo que de fuera entra en el hombre no puede mancharle, porque no entra en el corazón, sino en el vientre, y va al seceso”. De ese modo, declaraba que todos los alimentos son puros. Por consiguiente añadió: “Lo que del hombre sale, eso es lo que mancha al hombre, porque de dentro, del corazón del hombre, proceden los pensamientos malos, las fornicaciones, los hurtos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las maldades, el fraude, la impureza, la envidia, la blasfemia, la altivez, la insensatez. Todas estas maldades del hombre proceden y manchan al hombre” (Mc 7, 18-23).
La pobreza como fortuna. Jesús es “políticamente incorrecto” también cuando afirma, contrariamente a toda la sensibilidad israelita, que las riquezas, más que una bendición, constituyen un riesgo, ya que la condición de los pobres se considera un privilegio en una visión espiritual (cf. Mt 5, 3; Lc 6, 20-25). Los discípulos expresan enseguida su asombro: “Y Jesús dijo a sus discípulos: En verdad os digo: qué difícilmente entra un rico en el reino de los cielos”. Al oír estas palabras, los discípulos se quedaron estupefactos, pero Jesús prosiguió: “De nuevo os digo: es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de los cielos. Oyendo esto, los discípulos, aún más estupefactos, dijeron: ¿Quién, pues, podrá salvarse?” (Mt 19, 23-25).
La condena del divorcio. El divorcio, pacíficamente admitido y practicado en Grecia, en Roma y en todas la sociedades antiguas, tampoco era rechazado en el mundo hebraico. A lo más existían diversas opiniones en las escuelas rabínicas sobre las motivaciones admisibles. Ahora bien, Jesús, contrariamente al consenso explícito acordado por la ley mosaica, declara sin vacilación: “El que repudia a su mujer y se casa con otra, adultera contra aquélla, y si la mujer repudia al marido y se casa con otro, comete adulterio” (Mc 10, 11-12). Y para aclarar debidamente que el principio nunca puede infringirse, ni siquiera en beneficio del cónyuge abandonado, que no deseó la ruptura, agrega: “El que se casa con la repudiada, comete adulterio” (Mt 5, 32).
Tal vez en ninguna situación da muestras como en esta de ser “políticamente incorrecto”, tanto que los discípulos reaccionan recurriendo, según ellos, a la paradoja, bordeando el sarcasmo: “Dijéronle los discípulos: Si tal es la condición del hombre con la mujer, preferible es no casarse” (Mt 19, 10).
La propuesta del celibato para el Reino de los cielos. Probablemente los discípulos quedaron sumamente desconcertados al escuchar la respuesta del Señor, que en vez de impresionarse con la paradoja y el sarcasmo, propone con gran seriedad, contrariamente a toda persuasión de hebreos y no hebreos, como posible y deseable precisamente el ideal de la castidad perfecta: “Él les contestó: No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado. Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que a sí mismos se han hecho tales por amor del Reino de los cielos. El que pueda entender, que entienda” (Mt 10, 10-12).
Jamás se había escuchado en Israel una opinión tan contrastante con el sentir común y tan fuerte y provocativa hasta en el lenguaje empleado.
La fuente secreta de la originalidad. ¿De dónde obtuvo Jesús la luz y la energía requeridas para dotar a sus palabras y actos de una originalidad tan segura y valerosa? ¿Qué fuente oculta irriga y fecunda el pensamiento, las decisiones y el comportamiento de este insólito “maestro en Israel”? ¿Qué unifica y transfigura todas las expresiones y actividades de Cristo y las pone al servicio de un magisterio de verdad que, si bien sigue siendo fiel a la antigua Revelación, asombra y se impone precisamente por su novedad?
La exploración de la psicología del Nazareno nos condujo, como se ve, a los umbrales de su secreto más delicado. Nuestra indagación procurará llevarnos a vislumbrarlo, ateniéndose en todo momento en sus normas y medidas a cuanto nos han referido los escritores de los textos sagrados.
De dicha indagación de inmediato se desprende algo evidente: todas las páginas evangélicas conspiran para decirnos que el corazón y el sentido de la vida interior de Jesús es su muy vigoroso “sentido del Padre”.
El sentido del Padre en el alma de Cristo. En todo caso, nadie en Israel ha vivido en relación con la paternidad de Dios una experiencia lúcida, intensa e inminente comparable con la de Jesús. El recuerdo cálido y afectuoso del Padre marca en sí mismo todos sus discursos, todos sus actos, todos sus momentos: no hay página que no dé testimonio de esto en los Evangelios.
“¿No sabíais que es preciso que me ocupe en las cosas de mi Padre?” (Lc 2, 49) es la primera frase recogida de sus labios y transmitida. La última es esta: “Padre, en tus manos entrego mi espíritu” (Lc 23, 46). Entre ambas, se puede decir que todas sus frases se dirigen al Padre o se refieren al Padre y su designio de salvación. Para hablar con el Padre a sus anchas y con total atención, es decir, para orar, Jesús opone con constancia los espacios de silencio y aislamiento a una jornada en todo momento atareada. Ora en el momento de ser bautizado en el Jordán (cf. Lc 3, 21); ora antes de intervenir en favor de los desventurados que a él son conducidos (cf. Mc 7, 34; 9, 29; Jn 11, 41; Mt 14, 19, etc.); 347 ora toda la noche antes de elegir a los apóstoles (cf. Lc 6, 12-15); ora por largo tiempo al terminar la última cena (cf. Jn 17, 1-26); ora al prepararse a enfrentar la tremenda prueba de la pasión (cf. Mt 26, 36-42; Mc 14, 32-39; Lc 22, 39-46).
La plegaria de Jesús. ¿Qué le decía al Padre en esos coloquios? Todos los sentimientos principales que dan substancia a la correcta oración de la criatura, también dan substancia a la suya:
- la adoración y la alabanza (cf. Mt 11, 25);
- el agradecimiento (cf. Jn 11, 41);
- la súplica por la gloria divina (cf. Jn 12, 28: “Padre, glorifica tu nombre”);
- la súplica en favor de los amigos (cf. Jn 17, 11: “guarda en tu nombre a estos que me has dado”);
- la súplica en favor de los enemigos (cf. Lc 23, 34: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”).
Lo que en él no se encuentra es el arrepentimiento, el pedir perdón y la perturbación y el temor que experimenta todo espíritu no superficial cuando se pone y se siente en presencia de aquel que es “santo”, o sea, el trascendente, el eterno, el inmenso, es decir, ese estado de ánimo que vemos expresarse, por ejemplo, en la visión del profeta Isaías en el templo (cf. Is 6, 5). De todo esto no hay rasgo alguno en la plegaria de Jesús.
La soledad animada. Se comprende entonces cómo Jesús puede rebatir con tranquilidad hasta las opiniones más acreditadas y los comportamientos sociales aceptados por todos: precisamente la comunión filial con Dios le da una luz que trasciende toda lógica puramente humana y una fuerza que lo pone en condiciones de adoptar y mantener serenamente posiciones incluso impopulares y solitarias.
La narración evangélica advierte más bien la facilidad y el agrado con que acepta aislarse, sobre todo cuando no quiere dejarse condicionar por perspectivas que le son ajenas: “Se retiró otra vez al monte Él solo” (cf. Jn 6, 15). Por otra parte, su soledad jamás es soledad: “No estoy solo, porque el Padre está conmigo” (Jn 16, 32; cf. además Jn 8, 16, 29).
“Sí, Padre”. Lo que realmente le importa es la consonancia con el Padre y la perfecta adhesión a su voluntad. Esto lo sustenta y le da vigor: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra” (Jn 4, 34). Hacer la voluntad de Dios no siempre es tarea fácil y sin dolor, tampoco para Él. Así lo revela dramáticamente la agonía de Getsemaní: “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz: sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Mt 26, 39).
El autor de la epístola a los Hebreos da un precioso testimonio posterior de ese impresionante episodio, agregando una observación que tal vez nos sorprende, pero no pasamos por alto: “Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas al que era poderoso para salvarle de la muerte, fue escuchado por su reverencial temor. Y aunque era Hijo, aprendió por sus padecimientos la obediencia” (Heb 5, 7, 8). “Sí, Padre” (Mt 11, 26): estas palabritas que recogemos de labios del Señor son tal vez el mejor compendio de todo su mundo interior y el manantial secreto de todo cuando dijo e hizo. San Pablo probablemente no quiere decir otra cosa cuando escribe: “Cristo Jesús... no ha sido Sí y No, antes ha sido Sí” (2 Cor 1, 19).
Un Creador que ama. Asignar con esta insistencia y lucidez al Dios de Israel la prerrogativa de “Padre” significa en definitiva tomar en serio en todas sus consecuencias la doctrina del origen en Jehová de todas las cosas, propia del hebraísmo. Significa sobre todo darse cuenta de la gran importancia del amor del Creador por la obra de sus manos. “El Padre os ama” (Jn 16, 27): esta es la sencillísima y extraordinaria verdad que el Señor 349 deja prácticamente como su legado específico a sus discípulos.
El Dios de Jesús es un Dios que por amor se ocupa de todo cuanto ha llamado a la existencia, hasta de las aves del cielo y las flores del campo (cf. Mt 6, 26-30). Con mayor razón ama a los hijos de Adán y se ocupa de ellos, independientemente de su comportamiento: “Hace salir el sol sobre malos y buenos y llueve sobre justos e injustos” (Mt 5, 45). En su primera epístola, San Juan encontrará la fórmula esencial para expresar en la forma más sintética posible la visión teológica de su Maestro: “Dios es amor” (1 Jn 4, 8).
Nuestra respuesta de amor. Por ser justo que los hijos sean semejantes al padre, de esta concepción de Dios emana el ideal de vida para nosotros: “Sed perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial” (Mt 5, 48). Evidentemente, es una meta inalcanzable, y por este motivo es paradojal la frase; pero es una manera de decir en la forma más enérgica que también en nuestra acción, como en la acción divina, todo debe estar inspirado por el amor. Por eso, Jesús enseña: “Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36); y llega a decir, como recomendación máxima: “Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros” (Jn 13, 34). Por encima de todo, es justo que al amor se responda con el amor: el amor del Padre por los hijos solicita y exige el amor de los hijos por Él. En esto, y no en la lista minuciosa de preceptos y ritos, reside la substancia de la religión.
No nos sorprende entonces la resolución con que el Nazareno especifica lo que es el núcleo y el compendio de todo el discurso del Dios de Israel: “Y le preguntó uno de ellos, doctor, tentándole: Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley? Él le dijo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primer mandamiento. El00 segundo, semejante a éste, es: Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos penden toda la Ley y los Profetas” (Mt 22, 35-40).
El fin del nacionalismo religioso. En esta perspectiva se ha superado todo encierro nacionalista. Y así Jesús tiene otra ocasión de ser “políticamente incorrecto”, es decir, de contrariar la mentalidad de sus conciudadanos.
Al respecto es elocuente el incidente de la sinagoga de Nazaret, cuando a sabiendas elige en la historia hebraica ciertos hechos provocativos: “Muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses y sobrevino una gran hambre en toda la tierra, y a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a Sarepta de Sidón, a una mujer viuda. Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue limpiado sino el sirio Naamán. Al oír esto se llenaron de cólera cuantos estaban en la sinagoga, y levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a la cima del monte sobre el cual está edificada su ciudad, para precipitarle de allí” (Lc 4, 25-29).
El mensaje de Cristo en la historia de la religiosidad. Nadie ha afirmado con más fuerza y más intensidad que Jesús la paternidad universal de Dios. Incansablemente señala a sus oyentes “el Padre vuestro”, el “Padre vuestro que está en los cielos”, el “Padre vuestro Celestial”, el “Padre vuestro que ve en lo secreto”: es la verdad que está en el centro de su propuesta existencial.
Nadie ha señalado con más explícito conocimiento al amor como el alma, el sentido, el vértice de toda relación con Dios, y como la actitud espiritual fundamental que debe regir la convivencia entre los hombres. Nadie antes que Él, en las diversas interpretaciones antropológicas, había subrayado con tanta eficacia la primacía del “corazón”, es decir, del mundo interior, por encima de toda informalidad y todo extrinsecismo.
Todo eso bastaría para convencernos de que en realidad el cristianismo ha sido en la historia de la religiosidad una voz sorprendente y una auténtica revolución ideal. Con todo, aún no hemos llegado con esto a comprender el motivo específico y definitivo 351 de la originalidad del profeta de Nazaret, el núcleo de su vida interior, la fuente propia y más determinante de su identidad. Aún estamos en los bordes de esta peculiar psicología, aún no nos han dado la clave que realmente entreabra en cierta medida el misterio de esta excepcional personalidad que desde hace dos mil años domina y condiciona la experiencia espiritual de la humanidad.
El “Padre mío”. Lo que hace a Jesús de Nazaret ser un caso absolutamente inédito es su convicción de encontrarse en una relación real con el Dios de Israel, que tiene lugar y validez únicamente a través de Él. Si ha podido pensar en el Creador del cielo y la tierra como en un “padre”, es porque antes aún se ha percibido a sí mismo como su propio hijo: “hijo” en un sentido único, inconfundible, y en su plena autenticidad, absolutamente no participable. Dios —repite continuamente— es el “Padre mío”: todos sus sentimientos, todas sus palabras, todos sus actos están inspirados y dominados por esta convicción, que con solo una breve reflexión no puede sino dejarnos estupefactos. Los demás son “sus hermanos”, porque ellos también son “hijos de Dios”: “mis hermanos menores”, suele decir (cf. Mt 25, 40). Le agrada especialmente llamar “hermanos” a sus discípulos: “Ve a mis hermanos” (cf. Jn 20, 17), dice a María Magdalena. En todo caso, la relación de filiación de ellos no es idéntica a la de Él.
En sus labios jamás encontramos el apelativo “Padre nuestro”, salvo para sugerir a los demás una plegaria a la cual no se une: “Así, pues, habéis de orar vosotros: Padre nuestro...” (Mt 6, 9). En la luz misteriosa de la mañana de Pascua, su lenguaje al respecto parece adoptar una precisión ciertamente puntillosa: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre” (cf. Jn 20, 17).
Una originalidad absoluta. Las diversas narraciones evangélicas, que han recogido con impasible diligencia las palabras de Cristo a propósito del Padre “suyo” y del Padre “nuestro”, coinciden en esto de manera insistente e inequívoca. Así, también en un plano puramente histórico es difícil llegar a otra conclusión: independientemente de ser o no creyente, nadie puede dudar lícitamente de que Jesús de Nazaret haya estado totalmente convencido de ser hijo del Dios de Israel en un sentido absolutamente peculiar y de un modo totalmente incomunicable.
Ningún hombre, nadie entre los grandes maestros de la humanidad, nadie entre los fundadores de religiones, ha sido tocado ligeramente por un pensamiento comparable con este. Él, en cambio, entiende esta condición como algo propio de manera absolutamente exclusiva.
Total relatividad respecto al Padre. Precisamente en esta original visión, Jesús inserta la conciencia de su propia grandeza y su singularidad, una grandeza y una singularidad que advierte ser de carácter intrínsecamente relativo, por cuanto provienen enteramente de aquello que recibe del Padre de un modo y en una medida que únicamente concuerdan con Él. Y esto puede explicar una característica típica y asombrosa de la predicación de Cristo: Jesús habla continuamente de sí mismo, e incluso diciendo cosas que en labios de cualquier otra persona serían intolerables, no da la impresión en realidad de ser arrogante ni jactancioso.
Nadie se ha atrevido jamás a afirmar: “A todo el que me confesare delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre, que está en los cielos” (Mt 10, 32). O bien: “El que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama al hijo o a la hija más que mí, no es digno de mí” (Mt 10, 37). Son afirmaciones que indudablemente desconciertan si se observan en sí mismas; pero están perfectamente de acuerdo con la psicología de quien, como dirá San Juan, sabe estar interpretando fielmente el pensamiento de su Maestro, el “Unigénito del Padre” (cf. Jn 1,14).
Sobre el autor
Nacido en Milán el 13 de junio de 1928. Fue ordenado presbítero por el cardenal arzobispo de Milán, Beato Ildefonso Schuster O.S.B., el 23 de diciembre de 1950. Desde 1951 a 1960 enseñó Teología Dogmática en el Seminario de Milán y publicó numerosos trabajos de teología, catequesis y meditación cristiana. Es el arzobispo emérito de la Arquidiócesis de Bolonia habiendo servido como arzobispo entre 1984 y 2003. Fue hecho cardenal por el Papa San Juan Pablo II en 1985.
► Volver al índice de Humanitas 22
► Volver al índice de Grandes Textos de Humanitas
- Detalles
- Francesco Petrillo
Resulta ser sumamente significativo el hecho que la Virgen María ha sido el “lugar” en el cual la Trinidad se ha manifestado por primera vez. Ella es el espacio de la primera intervención claramente trinitaria, espacio de la primera operación conjunta, en la plenitud de los tiempos, de las tres Personas divinas.