Chile tiene propiamente dos santos, santa Teresa de Los Andes y san Alberto Hurtado. Son los únicos que han llegado hasta el final del camino del proceso de canonización. Tras ellos se encuentran nuestros beatos, que son cuatro: Laura Vicuña, Ceferino Namuncurá, José Agustín Fariña y María Crescencia Pérez. Antes están los venerables, al menos seis en el caso chileno, y los siervos de Dios, que llegan a ser cerca de quince. También existen otros que simplemente gozan de “fama de santidad” aunque sus causas no han sido iniciadas formalmente. De todos ellos trata este artículo, santos, beatos, venerables, siervos de Dios o personas cuyo ejemplo de santidad marcó, de alguna manera, el permanente proceso de evangelización en esta tierra y quienes conforman el gran mosaico de la santidad en Chile.

El Salvador está de fiesta, el pasado sábado 22 de enero fueron beatificados los siervos de Dios el padre Rutilio Grande SJ, Manuel Solórzano, Nelson Lemus y el padre Cosme Spessotto OFM. Esta ceremonia de beatificación ha sido esperada desde febrero 2020, fecha en que el Papa Francisco aprobó el decreto que reconocía su martirio, pero que fue postergada debido a la situación de emergencia por la Covid-19.

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Lamentablemente, el 2025 se acerca a su fin y seguimos presenciando como el mundo continúa envuelto en múltiples guerras y conflictos. La Iglesia se hace parte desde la caridad, la presencia y la diplomacia, mientras en paralelo el Papa León va dando pasos en su pontificado. Estos meses hay nuevos santos y beatos, reconocimiento a mártires contemporáneos y muchas celebraciones de distintos motivos jubilares. La Iglesia en Latinoamérica, y especialmente en Chile, también ha estado activa, generando encuentros, propo- niendo acciones y siendo parte de la discusión de temas legislativos.
El domingo 19 de octubre el Papa León XIV proclamó santos a los primeros venezolanos en recibir este honor: la religiosa Carmen Rendiles Martínez y el médico laico José Gregorio Hernández Cisneros. Muchos medios reportan que la ceremonia se vivió con júbilo tanto a lo largo de Venezuela como en las ciudades en que se encuentra concentrada la diáspora venezolana, donde se sucedieron celebraciones con velas y oraciones por el país.
Como san Pablo, el nuevo santo Bartolo Longo, pasó de ser perseguidor de la Iglesia a apóstol, un testimonio de vida tremendamente intensa y actual. Precursor del compromiso de los laicos, logró levantar una nueva ciudad sobre las ruinas de Pompeya, en torno a dos pilares inseparables: la devoción mariana y la caridad fraterna.
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