Hace unos meses nos dejaba Benedicto XVI, hombre muy querido y admirado por los fieles católicos y por una multitud de personas de todas las creencias. Durante su pontificado, dejó un profundo magisterio, cuya influencia durará por siglos, a pesar de que fue Papa por solo ocho años.

Quisiera dedicar estas breves líneas para reflexionar sobre algunas de sus ideas acerca de la institución universitaria, ya que durante 25 años fue un profesor notable y un gran conocedor de la universidad de nuestro tiempo.

En sus enseñanzas y escritos, un tema común es la constatación de la renuncia de la búsqueda de la verdad por parte de la razón. Desde el momento en que esta se autolimita a lo que es experimentalmente reproducible, deja de lado la pregunta acerca de la esencia de las cosas y se limita a interrogarse sobre cómo estas funcionan. Es el abandono moderno de la metafísica; en otras palabras, “la abdicación de la razón”.

Ratzinger afirma que este abandono “está destruyendo la universidad por dentro”. Se trata de una afirmación fuerte. Las universidades surgieron en un ambiente cristiano en el que se consideraba que “la búsqueda de la verdad era posible, y se urgía a los creyentes a participar en esta búsqueda”. Las distintas disciplinas se mantenían unidas “por su común subordinación a la cuestión de la verdad”.

La cuestión de la verdad permanece intacta con la secularización de las universidades. Ella es, en parte, revelación divina para los creyentes, pero también es un descubrimiento de la razón humana. Este descubrimiento constituye una tarea primordial de las instituciones universitarias, cualquiera sea su declaración de principios. En efecto, el escepticismo acerca de la existencia de la verdad paraliza el esfuerzo por hacer avanzar el conocimiento.

En el trabajo académico es clave volver a retomar el conocimiento de las cosas por sus razones más profundas, ir más allá de aquello que se puede demostrar empíricamente. La filosofía juega un papel central en este esfuerzo. Es, junto a la teología, el puente entre las ciencias. Es la posibilidad de preguntarse sobre las cuestiones fundamentales del ser humano y de la realidad: ¿Qué es? ¿De dónde viene? ¿Cuál es su finalidad? ¿Cómo conecta con el resto de la realidad?

Hoy se habla mucho de trabajo interdisciplinario en las universidades. Para entender y solucionar los problemas complejos que aquejan a la sociedad no basta únicamente una mirada disciplinar. Valgan algunos ejemplos. ¿Cuáles son las causas y las implicancias de la crisis de la educación escolar? ¿Cómo se explica el movimiento del 18 de octubre de 2019? ¿Cuáles son las causas de la drogadicción? ¿Cómo se entiende el conflicto de la Araucanía? Son todas preguntas complejas, con múltiples facetas, que requieren una aproximación interdisciplinar para ser contestadas. Las respuestas de las distintas áreas del saber serán parciales si no existe una base común para el diálogo científico. La mera constatación empírica no entrega respuestas verdaderas.

Clark Kerr, quien fuera rector de la Universidad de California, decía irónicamente que a veces veía a la universidad moderna como “una serie de profesores que se mantienen juntos por una queja común acerca de la falta de estacionamientos”. Esta mirada es más común de lo que parece.

Joseph Ratzinger, por su parte, compartía esta visión de la universidad moderna pero no se conformaba con ella. Pensaba que el conocimiento humano estaba basado en una unidad última y que “los que buscan el conocimiento deben estar unidos en la universitas de quienes aprenden y quienes enseñan”.

En este tiempo lleno de incertidumbres, la universidad está llamada a aportar sentido, a entender la razón última de los fenómenos para dar luces a la sociedad. Para esto es clave volver a la búsqueda de las razones más profundas de la realidad, avanzar desde el “fenómeno al fundamento”.

boton volver al indice

Fechada el 8 de abril de aquel año 2016, llegaba una semana después a la oficina de la dirección de revista Humanitas, ubicada entonces en Alameda 390, una carta firmada por el Segretario Particolare di Sua Santitá Benedetto XVI, Papa emerito, el padre Georg. Era una respuesta a la escrita el mes de enero anterior por el entonces director de la revista al Papa emérito, agradeciendo el constante, efectivo y sentido apoyo dado por Su Santidad tanto a la creación como al desarrollo de la revista, que a lo largo del 2015 había celebrado de distintos modos sus 20 años de existencia.

La comunicación enviada por el padre Georg en nombre de Benedicto XVI invitaba a un encuentro con el Papa emérito, si posible fuese, en el lugar, el día y la hora señalados en el título que encabeza estas líneas, davanti alla “Grotta di Lourdes” nei Gardini Vaticano… dopo il suo rosario.

Como se indicaba en una nota al pie que ingresara en Vaticano alla Porta Sant’Anna (Guardia Svizzera Pontificia) alle ore 19 –vale decir, a la derecha de la columnata de Bernini, a la altura de Plaza San Pedro–. Mi reacción inmediata fue escribir al padre Georg para implorarle mayor tiempo para esta operación. Se me figuró en seguida que llegar desde el bajo a la cima de la colina vaticana solo en diez o quince minutos de apurada y ascendente caminata, arriesgaba a que mis condiciones para esta circunstancia no fuesen las mejores. Pero nada en ese entorno está dejado al azar, de manera que, cruzando el magnífico y sobrio espacio concebido en el siglo XV por Bramante y Rafael, conocido como patio de San Dámaso, no muy lejos de la entrada de Sant’Anna, fui identificado por la guardia, que me puso en manos de un “suizo” que me llevaría hasta el lugar de la Grotta, casi en la cima de la colina. Sería “mi Virgilio” en ese nunca antes imaginado ascenso. Hombre que se desenvolvía con toda seguridad en el lugar, trabamos en seguida conversación, me habló de su origen y yo del mío, mientras a muy lenta velocidad, en un pequeño vehículo eléctrico, subíamos los senderos de aquel Jardín terrestre y a la vez celeste. En cierto momento se detuvo y me señaló que había que hacer un alto. Hablábamos. No pasaron cinco minutos, y me hizo observar que, tras una hermosa arboleda, venía un vehículo similar, donde se trasladaba al Papa emérito acompañado por el padre Georg, quienes cruzaron a poca distancia nuestra, pero sin vernos, rumbo a la mencionada Grotta. Fue la impresión primera.

Reiniciado el ascenso solo después de recibir una orden venida de la cima, viramos por aquí y por allá hasta salir a nuestro paso otro guardia. Estábamos ya a la altura de la Grotta. Me despedí de “mi Virgilio” agradeciéndole y rehusando su ofrecimiento de hacerme el camino del descenso al término de mi encuentro con Benedicto XVI. Advertí que esa bajada a pie y solo, al caer la tarde, en aquel lugar extraordinario, sería un momento privilegiado para asumir interiormente lo que habría de seguir.

Nada más abandonar el vehículo que me transporta, otro “suizo” que nos aguardaba me llevó hasta un punto cercano donde, amable pero enfáticamente, me indicó me parase y esperase, allí, en ese metro cuadrado, sin dar un paso hacia otro lugar. No era el minuto para desobedecer. Pocos instantes después pude admirar el cuidado que suponía la medida, pues desde aquel lugar –con ser muy grato– hacía yo realidad la impresión segunda: podía ver al Papa emérito acompañado de su secretario hacer la ronda, cruzando la bella y extensa explanada, mientras rezaba su rosario, pero solo alcanzándolos con la mirada de la cintura hacia arriba. Era imposible a quien estuviese allí detenido –pensé en las fechorías de tanto “paparazzi”– fotografiarlo registrando cualquier apoyo ortopédico que Benedicto requiriese para ayudarse en la marcha. Otra precaución pensada con civilización. Nada había allí al azar, como dijimos.

En determinado momento fui avisado de pasar a la explanada. Crucé la gruta e ingresé en ese espacio extenso, de diseño renacentista, en medio dei Giardini, sobre el cual caía en ese momento, desde un cielo claro y azuloso, un sol primaveral de atardecer. Al medio, a una distancia de cien metros, de pie, la figura venerable del anciano Papa emérito acompañado de su fiel secretario. Era la impresión tercera. Para no perder un segundo, apuré el paso, con la mirada dividida entre esas dos figuras en la distancia y la bella y florida cerámica del piso. Cuando ya me acercaba, pero todavía a varios metros, escuché la voz tan familiar de Benedicto XVI decir “caro professore, tanto gusto en verlo, ¡cuánto tiempo!”.

Me detendré solo en algunos momentos y en dos temas que brotaron desde la completa espontaneidad que envolvió cada instante de la conversación, continuando con lo que he llamado impresiones.

Antes de viajar para tan excepcional y privilegiado encuentro, me propuse no contar en absoluto dónde iba, salvo a personas de mi absoluta confianza, las que al final resultaron no ser tan pocas (hecho que por supuesto me reconfortaba…). Entre ellas consideré algunas familias religiosas, lo cual ya suma bastante. Iniciado el cruce de palabras con Benedicto XVI, con la apacibilidad y la vibración tranquila que siempre fue propia en él, me pareció justo y oportuno decirle que no estaba yo allí, en ese segundo, solo mi persona, sino muy acompañado, pues todos cuantos tuvieron noticia de mi feliz circunstancia me pidieron transmitirle su enorme afecto y que le dijera (se lo expresé así, en italiano) “quanto lo amano e quanto stanno pregando per lei”. Lo escuchó, siguió un silencio, y luego sonrió expresivamente, con una divina y profunda alegría en el alma, que hacía perceptible el eco de lo expresado en las fibras más íntimas de su sensibilidad, la de un ser que representó la unidad de la Iglesia y que llevó a “todas las iglesias” en su corazón de pastor universal, dejándose crucificar por todas ellas, añadamos. Momento de gozo y plenitud asimismo para las tres personas de pie en esa soledad, por una candente y envolvente comunión en el misterio de la fe. Lo mismo se repite unos minutos después, cuando se recuerda la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid el año 2011, que visiblemente dejó en él una huella de felicidad importante y muy profunda. Son como anticipos y súbita encarnación en el Pontífice de lo que escatológicamente advendrá y que la lex orandi implora así: “ut mentes nostras ad caelestia desideria erigas”.

Muy en su estilo amigable y paternal, me preguntó en seguida si pensaba quedarme para “caminar Roma” –no había ciudad en el mundo que apreciara tanto–. No eran mis planes, había llegado el día anterior y continuaba al siguiente, por compromisos con dos hijas en otras capitales del Viejo Continente. De este tema surge una cuarta impresión. Cualquier interlocutor pasa inadvertida una observación doméstica de tal naturaleza. En Joseph Ratzinger, recuperado del estado de salud que padecía al momento de su renuncia tres años antes, pero con 89 años, la conexión con la realidad es sin embargo total. Se agrega una pregunta de don Georg y fluyen con rapidez de labios de Su Santidad consideraciones ágiles y afectuosas sobre la formación o ejercicio profesional de los jóvenes, sobre los lugares distintos en que habitan. Es decir, en el anteparaíso no desaparece el vínculo de la caritas terrena; por el contrario, se transforma en una fuerza que une lo inmanente con lo trascendente. Es un tema que no tiene nada de tesis o axioma: trátase de una realidad que, amén de poética, tiene fuerza ontológica.

La conversación habrá de arribar, necesariamente, a revista Humanitas, publicación de la Pontificia Universidad Católica de Chile fundada en la rectoría del Dr. Juan de Dios Vial Correa, y entramos así, directamente, en el segundo tema que convida a esta cita. Benedicto XVI no es breve en palabras para expresar la alegría y satisfacción que le produce la existencia de este testimonio, que implica una communio entre americana y europea, pero que alcanza también a oriente. Puede recordarse que había antes escrito y enviado, a los cuatro meses de haber firmado su renuncia canónica, una carta[1] en alemán al director de la revista, reiterando su invariable compromiso con ella, que seguiría en adelante, pondera allí, “in die Zeit der Stille” (“en el tiempo del silencio… al que ahora me he retirado”). Un cardenal me previno que se trataba de un documento de precioso valor, pues era la única comunicación de las propias manos de Benedicto XVI entonces conocida, desde su retiro. No solo se refería al significado que para él tenía la revista, sino que extendía la mirada a una colaboración antigua de por los menos un cuarto de siglo. Queda para otra oportunidad hacer el relato de los extraordinarios hechos y signos que jalonan ese espacio.

Hácese tarde ya y el director de Humanitas, temiendo cansar al Papa emérito, se apresura a “poner en tabla”, antes que vaya a desaparecer la luz, un propósito que se ha guardado hasta ahora, punto importante de este segundo tema: matizar el ánimo que vivamente infunde el Santo Padre en orden a continuar desarrollando una obra que con 20 años muestra robusta salud, informándole que el director está pronto a pasar una barrera acaso problemática… ¡va a cumplir 70 años! Benedicto XVI no se deja persuadir y en seguida exclama, mirando hacia arriba, como acordándose de sí mismo a esa edad: “ma un giovane!”. Un momento de risa familiar invade a los tres presentes.

A la distancia se acerca su pequeño vehículo eléctrico e il giovane se arrodilla para recibir la bendición del Papa emérito. Pone él sus dos manos sobre la cabeza de este: “Benedictio Dei omnipotentis…”. Recibo un recuerdo de ese encuentro y obsequio una pequeña artesanía litúrgica. El Papa emérito es apoyado para subir al móvil que lo transporta. Esta vez se ubica atrás, mirando a su invitado a quien otra vez bendice, ya a distancia, mientras emprende su retiro de la explanada. Impresión quinta. Es casi seguro que no veré esa mirada ni escucharé esa voz hasta el momento de la resurrección final.

Desciendo, antes de oscurecer, caminando por otra ala de los jardines, cruzando pequeños puentes donde corre el agua de vertientes, llegando a ladear el exterior del deambulatorio de San Pedro, antes de arribar a la plaza Santa Marta, donde están las estatuas, entre otros santos, de dos monumentos del Carmelo en el siglo XX. Uno, en cuyo solo nombre resuena toda nuestra América, santa Teresa de Los Andes; otro, el de una copatrona de Europa, la filósofa Edith Stein, santa Teresa Benedicta de la Cruz, declarada por Juan Pablo II mártir de la fe en Jesucristo y de su pueblo Israel.

Todavía sin abandonarme la impresión de lo vivido, mientras atravieso esos lugares, me viene al recuerdo algo dicho por Benedicto XVI, cuando todavía era cardenal, refiriéndose a Newman, a quien veinte años después, como Papa, él mismo beatificaría en Birmingham: La característica de todo gran Doctor de la Iglesia, señaló, es que enseña no solo mediante su pensamiento y su palabra, sino también con su vida, porque dentro de él, pensamiento y vida se funden y se definen mutuamente. Lo cual es completamente visible a lo largo de la prolongada vida de quien acabo de visitar y de despedirme minutos antes. También una característica suya universalmente reconocida fue la carismática cualidad de tocar los corazones de hombres muy diversos y al mismo tiempo iluminar su pensamiento. En Benedicto XVI, podemos muchos de sus contemporáneos testificarlo, pensamiento y vida se fundieron y definieron mutuamente a fuego.

Late una generalizada impresión, incluso antes de llegado el fin de sus días, que no tan tarde será esto afirmado y proclamado por la Iglesia universal.


Notas

[1] Ver “Carta de Benedicto XVI, Papa emérito”, del 6 de julio de 2013 en Humanitas n. 71

boton volver al indice

La evolución religiosa del Brasil de los últimos años muestra un panorama de cambios dramáticos que comienzan a ser explotados políticamente. Ambos extremos estuvieron interesados en que Dios participara en la elección presidencial. Pero la Conferencia Episcopal brasileña mantuvo la prescindencia y sensatez política sin dejar de mencionar los problemas más urgentes que debe resolver la política brasileña.

Subcategorías

Últimas Publicaciones

“¿Cómo encontrar el sentido de la vida en esta situación?”, pregunta Mons. Mourad. “Como Iglesia, estamos con ellos. Queremos sostener a las personas y a las familias que nos necesitan. Pero no podemos asegurarles un futuro pacífico”.
Para reconocer que todos juntos formamos la Iglesia Católica, se realizó el encuentro “Somos Iglesia” en el campus San Joaquín de la UC. Los jóvenes que asistieron participaron en charlas, conversaciones y oraciones que los motivaron a seguir viviendo su fe en el colegio.
Desde febrero 2025, por la enfermedad del Papa Francisco, el Estado Vaticano de solo un kilómetro cuadrado de superficie, y ubicado en uno de los siete cerros de la legendaria historia de la ciudad de Roma, ha concentrado a diario la atención del mundo entero.
Revistas
Cuadernos
Reseñas
Suscripción
Palabra del Papa
Diario Financiero