Durante la conmemoración de los 100 números de Humanitas, el director de la revista, Eduardo Valenzuela, entregó su mirada sobre el momento católico actual y la manera en que Humanitas se ha situado en el mismo. Pone especial acento en las claves del magisterio de Francisco y en los desafíos que enfrenta la fe en el presente. “Mi pronóstico es que en el futuro el papel de la razón será más importante en el acto de creer, y decrecerá en cambio el rol de la costumbre, del hábito o de la tradición. La exigencia de esclarecer la fe a la luz de la inteligencia humana, de su capacidad de comprender el mundo en que vivimos –y no simplemente rechazarlo– y de situar nuestra fe en un contexto que admite otras verdades y otras maneras de significar la trascendencia, será más perentoria”.

Me alegra saludar al Rector, a nuestro Pro Gran Canciller y autoridades de la Dirección Superior en esta ceremonia con ocasión del número 100 de la revista ‘Humanitas’. También a los miembros fundadores que nos acompañan, de manera especial a Jaime Antúnez, que durante tantos años dirigió esta revista y a quien le debemos gran parte de estos cien números. También quisiera recordar a Pedro Morandé, quien junto con el exrector Juan de Dios Vial fraguaron esta iniciativa hace más de veinticinco años. De los demás miembros fundadores recordamos a aquellos que nos han dejado: Francisco Rosende, Juan de Dios Vial Larraín y el padre Gabriel Guarda, del monasterio benedictino de Santa María de las Condes, y a los que nos acompañan en esta mañana sea o no con su presencia, Hernán Corral, René Millar, Ricardo Riesco, Rafael Vicuña y Arturo Yrarrázaval. Todo ellos son los que verdaderamente le han dado impulso y continuidad a esta iniciativa, que enfrenta los delicados problemas del relevo intergeneracional, tan decisivos para lo que viene. Agradezco de manera especial a Inés San Martín, periodista y escritora, corresponsal de ‘Crux’ en Roma, que ha venido de lejos para acompañarnos en esta ceremonia con una conferencia especialmente dedicada a medios de comunicación y responsabilidad de la Iglesia.

‘Humanitas’ fue concebida como revista de antropología y cultura cristianas, orientada de manera especial a difundir y reflexionar sobre el magisterio del Papa para honrar el carácter pontificio que nuestra Universidad obtuvo a fines de los ochenta y que ha sido bendecido con la visita de dos Papas: Juan Pablo II en 1987 y Francisco en 2018. El magisterio pontificio es una cumbre en que se encuentran fe y razón, es una institución específicamente moderna y singular en las iglesias del mundo que no solo proclama la fe, y le entrega su configuración jurídica y dogmática –que ha sido por lo general la atribución del Papa–, sino que da razón de lo que creemos, entrega criterios orientadores para situar la fe en el mundo que vivimos y ofrece el punto de vista adecuado para juzgar realidades y guiar la acción de la fe en el mundo.

Personalmente me ha tocado dirigir la revista durante el pontificado del Papa Francisco, cuyo magisterio ha sido en muchos sentidos prolífico y desafiante. Como se sabe, tres son las claves de su magisterio: el esfuerzo por recuperar la atención sobre la eclesiología conciliar del Pueblo de Dios; el empeño en rescatar la práctica de la sinodalidad de la Iglesia; y la intención de devolver a la Iglesia su ímpetu misionero. Las claves de su magisterio están enfocadas en la renovación de la Iglesia, desalentada no solamente por los embates de la secularización –que arrasan el suelo europeo, pero que también llegan con fuerza a nuestro continente, pues en un abrir y cerrar de ojos es posible que no seamos el continente católico por excelencia–, sino también por la crisis de los abusos sexuales cometidos por clérigos, la vacilación de muchas de nuestras autoridades religiosas frente a este problema y la defraudación de tantas comunidades e institutos religiosos nuevos que alguna vez fueron signos de renovación eclesiástica, pero que se desviaron seriamente de su misión evangélica. Nos ha tocado una coyuntura difícil en la historia moderna de la Iglesia, muy lejos de los días triunfales de Juan Pablo, pero que debemos afrontar con la energía y serenidad que ha mostrado el propio Francisco. No es el momento de apresurarse, pero tampoco de amilanarse, ni de ocultarse o de mirar de soslayo lo que debemos ver de frente.

En medio de una crisis formidable de la iglesia presbiteral, Francisco ha mirado con predilección la fidelidad del Pueblo santo de Dios, así como Benedicto ponía toda su esperanza en la santidad de la vida monacal. Estas son las dos grandes reservas de la Iglesia que se ubican en los márgenes –aunque sin contradecirla– de la labor presbiteral: la piedad popular y la vida monástica. La llama de la devoción popular todavía flamea en nuestro continente, precisamente como ejemplo de una fe sencilla que engendra piedad, servicio y abnegación, y que se configura en una santidad de todos los días –de la madre que se desvive sola por su hijo, y que todavía tiene tiempo para tender una mano en la organización de una barriada bonaerense–. Pueblo santo y fiel, dice Francisco, en el que habita la unción del Espíritu y al que debemos promover y escuchar en el camino sinodal. Benedicto adoraba la vida monacal. ¿Qué cristiano podría no hacerlo? Lámpara viva y siempre prendida en el seno de la Iglesia, los monasterios han sido la fuente de mucha de la renovación litúrgica, teológica y espiritual que ha necesitado el viejo andamiaje de la iglesia presbiteral. En la soledad del claustro, la oración litúrgica de todos los días y la comunidad fraternal de los hermanos se encuentra el pozo más profundo e incorrupto de la santidad de la Iglesia. Cualquiera que se sienta abatido, que se acoja a la hospitalidad de un monasterio por unos días o que vaya a un santuario mariano, ojalá un santuario de baile, durante un día de fiesta religiosa. Encontrará de sobra un motivo para confiar en la santidad de nuestra Iglesia y en el brillo de nuestra fe.

Francisco ha afrontado también los desafíos que presentan los tiempos actuales y será recordado quizás y sobre todo por ‘Laudato si’’ y su apertura hacia los delicados problemas éticos y espirituales que plantea la crisis medioambiental. Pedro Morandé recordaba siempre que esto había sido anticipado por la ecología humana de Juan Pablo II, y la enseñanza crítica de que el medio ambiente no puede ser separado ni confrontado con la persona humana, centro y titular de toda dignidad, como corresponde a la genuina tradición del humanismo cristiano. Pero ‘Laudato si’’ no escatima reconocer no solo los derechos sino los deberes que tenemos los seres humanos con la naturaleza, toda ella amenazada seria y gravemente como nunca. La intuición fundamental de Francisco es que en la religión –y en la nuestra de modo eminente– se encuentran los más poderosos motivos para respetar el medio ambiente, en un modo de vida sobrio y austero, en el uso moderado de las cosas, en la renuncia a toda violencia, que también alcanza a la que se ejerce inmoderadamente hacia todos los seres vivos. También hemos tenido la alegría de acoger a ‘Fratelli tutti’, la poderosa encíclica del Papa sobre la amistad social y la fraternidad que nos enseña el deber perentorio que tenemos los cristianos de respetarnos unos a otros, en la amplitud de nuestra diversidad de toda índole, y la obligación que nos cabe de reconstruir comunidades políticas sanas, equilibradas y razonables. Mensaje de conciliación y fraternidad que nos cabe como anillo al dedo, al que hemos dado su debida importancia.

Seguir al Papa en todas su alocuciones, entrevistas, homilías y sermones es una experiencia fructífera que hacemos todas las semanas. Magisterio vivo que se expresa en gestos, visitas, viajes y actividades diversas, no solamente en las grandes cartas pastorales. Les puedo asegurar: tenemos un pontífice formidable, una donación especial de nuestra Iglesia latinoamericana, algo tosca intelectualmente, y casi siempre pasada para la punta, pero viva y fecunda en la mayor parte de sus expresiones religiosas.

‘Humanitas’ ha querido acoger el magisterio pontificio también desde la perspectiva de una Iglesia universal. Tenemos una preocupación especial por ofrecer información y reflexión, por comprender la variedad, diversidad y universalidad de nuestra Iglesia, como corresponde a un auténtico espíritu católico. Deseamos darle un especial énfasis a lo que viene de nuestro continente y de abrir nuestra revista a la novedad sinodal latinoamericana; de hecho, enviamos digitalmente la revista a todos los obispos católicos de Sudamérica. Perseveramos en este esfuerzo porque nuestra manera de vivir la fe es tan semejante y la riqueza espiritual de este continente sigue siendo una tarea por descubrir.

Ha sido también un logro de ‘Humanitas’ el haber conservado lo mejor posible el empeño por mostrar arte y patrimonio cristiano, sobre todo el que tenemos en nuestro país. En esto seguimos la intuición de Von Balthasar, que sostenía que a Dios se lo descubre en el universal de la belleza, incluso antes que en el del bien o de la verdad. La capacidad de representar a Dios en la sensibilidad es una añadidura de nuestra fe que nos ofrece esta posibilidad inigualable de adorar a Dios en la belleza, que es una experiencia que no debemos menospreciar en su alcance y profundidad. La revista misma tiene un diseño ampliamente reconocido por su exuberancia y finura artística que debemos desde hace muchos años al cuidado de Ximena Ulibarri, a quien agradezco su esmerada labor.

‘Humanitas’ ocupa un lugar especial en lo que podemos llamar la prensa católica. Desde luego, ya no representa el periodismo católico de trinchera del siglo XIX, como el ‘Estandarte Católico’ o la ‘Revista Católica’, que tuvieron como enemigo la secularización y las leyes laicas. No nos encontramos en guerra con el mundo; nuestro siglo no es el peor de todos y, por lo demás, nos ofrece varias lecciones de las que podemos sacar provecho. El mundo no es de suyo pecaminoso; solamente le falta la gracia necesaria para hacer maravillas y para producir no tanto lo bueno, sino lo mejor, lo sumamente bueno. Tampoco tenemos el propósito de difusión de la doctrina social de la Iglesia como en la prensa católica del siglo XX e informar a la élite con la conciencia social de la que carecía por completo en su tiempo (y de la que a veces, piensa uno, todavía carece). ‘Mensaje’ ha hecho una obra significativa que todos reconocemos. Pero la confrontación con los tiempos no es hoy política, sino cultural. Es la llama misma de la fe la que vacila y se desarraiga de la sociedad y de la cultura. Cuando Alberto Hurtado se preguntó si Chile era un país católico hace ochenta años no lo decía tanto porque la creencia estuviese retrocediendo, a la sazón el país seguía siendo casi unánimemente católico. Lo decía por la asombrosa pasividad de los laicos. Pero en el siglo XXI es la religión la que está en juego. Creer ya no va de suyo. Creer será cada vez más un acto de la voluntad, libre y electivo, que no contará con los resguardos y la seguridad de a cultura y la sociedad, ni siquiera de la familia, que se abrirá crecientemente hacia la diversidad de creencias. Era fácil creer cuando todos lo hacían, pero será más difícil cuando la fe sea más escasa y menos visible. Mi pronóstico es que en el futuro el papel de la razón será más importante en el acto de creer, y decrecerá en cambio el rol de la costumbre, del hábito o de la tradición. La exigencia de esclarecer la fe a la luz de la inteligencia humana, de su capacidad de comprender el mundo en que vivimos –y no simplemente rechazarlo– y de situar nuestra fe en un contexto que admite otras verdades y otras maneras de significar la trascendencia será más perentoria. ‘Humanitas’ desearía colaborar en este empeño por construir una fe más esclarecida a la luz desde luego del evangelio –fuente viva de toda esperanza–, de la riquísima tradición de verdad y santidad que ha atesorado la Iglesia de todos los tiempos y de modo predilecto, como se ha dicho, del magisterio pontificio.

Desearía terminar agradeciendo a todos los colaboradores de ‘Humanitas’. A María Eugenia Ambroggio por su abnegada labor en la secretaría de la revista. A nuestras editoras, muy jóvenes y eficientes, Valentina Jensen y Sofía Brahm, por su dedicación y fidelidad. A Ricardo Moreno, que se ocupa con mucha diligencia de nuestra página web. Recuerden que ‘Humanitas’ es una revista que se puede leer en cualquier dispositivo digital y que conserva un archivo completo de sus cien números en nuestra dirección www.humanitas.cl. Vuelvo a agradecer la confianza que ha depositado el Rector en esta dirección y su voluntad de perseverar en esta iniciativa que constituye la mejor garantía de su perdurabilidad. 

Muchas gracias.

Eduardo Valenzuela C. 

Santiago, 26 de julio de 2022

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