Sólo cabe una superación del positivismo jurídico en la medida en que los juristas –y los no juristas: todos– cobremos cada vez más conciencia de que hay que replantearse la cuestión sobre qué es el hombre, cuál es su naturaleza permanente. Lograr una situación jurídica y una cultura donde el hombre se afirme, porque ancla en las exigencias más profundas de su propia naturaleza, es uno de los objetivos para que Europa y el mundo se rehumanicen y se recristianicen.

El derecho y la ciencia jurídica nada tienen que temer de este influjo de la doctrina y de la vida de quienes se esfuerzan por ser discípulos de Cristo, sino al contrario mucho que esperar, como lo muestra la historia de los efectos civilizadores del cristianismo sobre las instituciones del derecho.

El momento actual oscila así entre paganismo y gnosis, entre idolatría y rechazo de la teodicea. El ídolo no conduce a Dios, cierra la vida, pero la vida se hace insoportable. El ídolo puede cerrar el corazón, pero no está en condiciones de vencer al poder de la nada. Es éste el lugar donde debe deslizarse la nueva evangelización de la cultura: indicar recorridos de liberación que venzan a la sugestión idólatra provocada por el horror de la nada. 

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