Sería un error considerar como concepción específicamente cristiana la teoría según la cual el culto religioso es la base del tiempo libre y la cultura. Tal vez lo que llamamos «secularismo» no es tanto un rechazo del cristianismo como la pérdida de ciertas creencias fundamentales que forman parte de la sabiduría natural del hombre. Me parece que la teoría de la relación entre el tiempo libre y el culto forma parte de este legado.

La expresión «tiempo libre» provoca en la actualidad, en el individuo, una reacción defensiva contra un adversario al parecer dispuesto a dominarlo. La situación se agrava por el hecho de que esta oposición no emana del prójimo, por cuanto se trata ciertamente de un conflicto puramente interno. Y con esto no termina nuestra dificultad, si consideramos que ese mismo individuo será incapaz de dar una respuesta con cierto grado de precisión en caso de objetarse lo que desea defender. Nos vemos así obligados a confesar nuestra ignorancia respecto a lo que Aristóteles subentiende con su tan discutida afirmación: «Trabajamos para tener tiempo libre».

Y ahí reside precisamente, a mi modo de ver, el nudo del problema.

¿Qué entendemos por tiempo libre?

Así, conviene comenzar preguntándonos qué entendemos por tiempo libre, qué significado da a este concepto la gran tradición humanista. Para intentar responder esta pregunta, me parece útil comenzar por enfocar la fuerza opuesta, es decir, la sobrestimación del trabajo. Sólo es una definición aproximada, ya que el término «trabajo» tiene distintas interpretaciones, al menos tres: puede servir simplemente para calificar «la actividad en general» o «una tarea difícil, penosa»; también se emplea a menudo en el sentido de «actividad útil», especialmente «actividad socialmente útil». ¿En cuál de estos tres sentidos pensamos al hablar de la sobrestimación del trabajo? En los tres, a mi modo de ver, por cuanto atribuimos un valor excesivo tanto a la actividad en general como a todo esfuerzo y dificultad y a la función del hombre en el seno de la sociedad. Es éste, en efecto, el dragón con tres cabezas enfrentado por quien quiera defender el tiempo libre.

Sobrestimación de la actividad en general

Definiré esta tendencia como la imposibilidad de dar libre curso al acontecimiento, aceptarlo y adoptar una actitud puramente pasiva al respecto. Es un estado de actividad absoluta que, si le creemos a Goethe, siempre conduce a la larga al desastre. Hitler llevó al extremo esta herejía, al sostener que toda actividad, aun cuando sea criminal, tiene un valor positivo, mientras la pasividad siempre está desprovista de sentido. Ciertamente, este punto de vista es señal de locura pura y el absurdo más total, pero no deja de ser, a mi parecer, en forma «atenuada», una característica bastante general del mundo moderno.

Sobrestimación del esfuerzo y la dificultad

Por extraño que pueda parecer, esto es un fenómeno común. Podemos decir también que en general las normas morales de nuestros contemporáneos «respetables» proceden en gran medida de un respeto excesivo de la dificultad. Es esencialmente trabajoso hacer el bien, y todo cuanto no exige esfuerzo alguno está desprovisto de valor moral. Schiller ridiculizó semejante actitud en esta ingeniosa estrofa dirigida contra Kant: «Gerne dient’ ich den Freunden, doch tu ‘ich es leider mit Neigung, Darum wurmt es mich oft, dass ich nicht tugendhaft bin» (Cómo me hubiera gustado ayudar a mis amigos, pero eso es un placer; así, a menudo me irrita no poder reivindicar alguna virtud).

Los «Antiguos» –y por esto entiendo los grandes filósofos griegos, Platón y Aristóteles–, así como los doctores del cristianismo occidental, no consideraban el bien algo esencial y universalmente difícil. Sabían a ciencia cierta que las más elevadas manifestaciones del bien jamás implican esfuerzo, ya que proceden del amor. Tampoco podríamos considerar esfuerzo mental las formas más elevadas del conocimiento, como la chispa irradiante del genio o la verdadera contemplación, porque éstas no presentan obstáculo alguno que superar y se nos ofrecen esencialmente como un don. Posiblemente sea preciso ver en esta palabra «don» la clave del problema. Si consideramos esta extraña preferencia por toda dificultad, que ha otorgado valor de carácter distintivo a la buena voluntad del hombre moderno con respecto al sufrimiento (que a mi modo de ver es mucho más típica que su búsqueda del placer, que tanto se le reprocha), conviene preguntarnos si esta actitud no proviene del hecho de negarse a aceptar todo don, independientemente de su origen.

Sobrestimación de la utilidad social

No es en absoluto necesario insistir en este rasgo patente del mundo moderno. Con todo, en este contexto no deberíamos pensar únicamente en los «planes quinquenales» de los regímenes totalitarios, cuyo peor aspecto no es tanto la planificación en sí misma como el hecho de afirmarse que representan la única medida, no sólo de la producción industrial, sino también de la organización del tiempo libre de los individuos. La dictadura de la mera utilidad social puede ser una de las más rigurosas también en un mundo no totalitario.

Al respecto, es conveniente recordar la antigua distinción entre artes liberales y artes serviles, es decir, entre actividades libres y actividades serviles. Esta distinción implica que ciertas actividades humanas constituyen un fin en sí mismas, mientras el valor de otras actividades, que apuntan a un objetivo diferente de su fin inmediato, reside únicamente en su utilidad. A primera vista, esta distinción puede parecer más bien pasada de moda y pedante; pero de hecho refleja una verdad contemporánea de actualidad –en ciertos aspectos– política. Traducida a la jerga del mundo totalitario del trabajo, la pregunta «¿Hay actividades libres?» pasa a ser «¿Existen actividades humanas fuera de la actividades definidas en los planes quinquenales?». Los antiguos respondieron claramente esta pregunta en forma afirmativa. La respuesta del mundo totalitario es igualmente categórica: «No. El hombre es un ser funcional. Toda actividad libre sin utilidad social es condenable y se debe suprimir».

Si volvemos a la idea del «tiempo libre», partiendo ahora de la triple sobrestimación del trabajo, es evidente que esta idea parece fuera de lugar en un mundo del trabajo. Este concepto no sólo es contrario a la opinión contemporánea, sino también moralmente sospechoso. En realidad, las dos actitudes son totalmente incompatibles por cuanto la idea de «tiempo libre» se opone diametralmente al concepto totalitario del «trabajador» en los tres aspectos evocados.

Contra el respeto a la actividad como valor absoluto

La expresión «tiempo libre» significa de hecho «inactividad». El tiempo libre es una especie de silencio. Ahora bien, precisamente este tipo de silencio nos permite escuchar. En efecto, únicamente el hombre silencioso está en condiciones de escuchar. El tiempo libre equivale a una actitud puramente receptiva del individuo que se deja absorber por la realidad que lo rodea; significa la penetración del alma por el mundo, penetración que únicamente hace nacer esos pensamientos verdaderos y benéficos que ningún «esfuerzo mental» podría producir.

Contra la sobrestimación del esfuerzo

La expresión «tiempo libre» implica un estado de goce, es decir, lo contrario de todo esfuerzo. Quienquiera desconfíe en su fuero interno de la ausencia de esfuerzo es tan poco capaz de crearse tiempo libre como de celebrar una fiesta; pero para «festejar», es indispensable un elemento más, como vamos a ver.

Contra la sobrestimación de la función social del hombre

El tiempo libre implica una liberación del hombre con respecto a su función social. Sin embargo, no debería confundirse con la pausa, que significa «recuperación con miras a otro trabajo», ya sea con una duración de una hora o tres semanas. Así, la pausa sólo existe en relación con el trabajo. El tiempo libre es totalmente distinto. No significa sencillamente que el hombre sigue siendo capaz de trabajar sin interrupción, sino más bien que, junto con ejercer su función social, sigue siendo capaz de ver más allá del ámbito limitado en el cual lo ubica su función social y contemplar el mundo en su totalidad, teniendo al mismo tiempo «el corazón de fiesta» y entregándose a alguna actividad «libre» que represente un fin en sí misma.

¿Cómo «crearse» tiempo libre?

La verdadera cultura presupone tiempo libre, al menos en la medida en que se entiende por cultura todo cuanto no forma parte en absoluto de las necesidades elementales de la existencia humana, pero con todo es indispensable si se desea vivir una vida plenamente humana. Se plantea así el problema de saber qué podemos hacer para detener la marcha destructiva de la dictadura del trabajo. Si la cultura requiere tiempo libre, ¿a qué exigencias está entonces sometido éste? ¿Qué debemos hacer para que la gente pueda apreciar el tiempo libre (para que «se cree» tiempo libre, como decían los griegos)? ¿Cómo podemos impedir que las personas se conviertan en meros «trabajadores» totalmente absorbidos por su función social? Confieso no estar en condiciones de dar una respuesta práctica y concreta a esta pregunta. El problema esencial se presenta de tal manera que no podría resolverse a partir de una decisión única, aun cuando se tomase con la mejor disposición. En todo caso, al menos podemos decir por qué ocurre esto. Sabemos muy bien que desde hace ya mucho tiempo los médicos insisten en la importancia del tiempo libre para la salud. Sin duda, los médicos tienen razón. Sin embargo, es totalmente imposible crearse tiempo libre con el fin de permanecer con buena salud o recuperarla o de salvar la cultura. Ciertas actividades representan un fin en sí mismas. Es imposible dedicarse a ellas «para que» se produzca tal o cual cosa (por ejemplo, no podríamos amar a una persona «para que...» o «en vista de...»). Existe un determinado orden irreversible y toda tentativa encaminada a modificarlo parece no sólo fuera de lugar, sino también condenada al fracaso.

El hecho importante de advertir es que el tiempo libre simplemente deja de existir tan pronto como dejamos de considerarlo un fin en sí mismo. Volvamos al respecto a la idea de «fiesta», pues contiene los tres elementos que también constituyen la idea de «tiempo libre»: en primer lugar, la inactividad y el descanso; en segundo lugar, el bienestar y la ausencia de esfuerzo, y en tercer lugar, la liberación con respecto a las tareas utilitarias. Conocemos todas las dificultades experimentadas en general por el hombre moderno para celebrar una fiesta. Él experimenta las mismas dificultades cuando quiere crearse tiempo libre. Sus fiestas «fracasan» por los mismos motivos que su tiempo libre.

El verdadero origen del tiempo libre

Sería hora de examinar una idea que, como lo he podido comprobar a menudo, parece no gustarle a la mayoría de la gente. Aquí está resumida brevemente: festejar es expresar de manera excepcional nuestra armonía con el mundo. Todo hombre no convencido de que la realidad es en el fondo «buena» y el mundo en conjunto está bien hecho es tan poco capaz de «festejar» como de crearse tiempo libre. Eso significa que el tiempo libre también depende de la armonía del hombre consigo mismo y con la realidad del mundo. Llegamos así a una conclusión tan provocativa como inevitable. La manera más noble de manifestar nuestra satisfacción con el universo es alabando a Dios, venerando al Creador en un culto religioso. Dicho esto, hemos definido el verdadero origen del tiempo libre. Creo que debemos estar dispuestos a aceptar el hecho que el mundo hará todo por evadir las consecuencias de esta verdad. Procurará, por ejemplo, establecer fiestas artificiales, que evitando abordar la cuestión de la satisfacción verdadera y profunda, reúnan –gracias a un espectáculo impresionante, sin duda patrocinado en su origen por el poder político– creando la impresión de una verdadera fiesta. En realidad, el «descanso organizado» en el marco de esas seudofiestas implica simplemente un nuevo esfuerzo.

Sería un error considerar como concepción específicamente cristiana la teoría según la cual el culto religioso es la base del tiempo libre y la cultura. Tal vez lo que llamamos «secularismo» no es tanto un rechazo del cristianismo como la pérdida de ciertas creencias fundamentales que forman parte de la sabiduría natural del hombre. Me parece que la teoría de la relación entre el tiempo libre y el culto forma parte de este legado. Antes de la era cristiana, se expresó en una magnífica imagen mitológica del filósofo griego Platón. Éste pregunta si no existe tregua alguna para el hombre, que sin duda alguna está destinado al trabajo. Responde afirmando que ciertamente existe semejante tregua: «Los dioses, apiadándose de los hombres, nacidos para el trabajo, establecieron una serie de fiestas periódicas para permitirles recuperar fuerzas, y les dieron como compañeros de fiesta a las Musas, Apolo, su jefe, y Dionisio, para que festejando con los dioses los hombres recobrasen el valor e irguiesen la cabeza». Y Aristóteles, ese otro griego ilustre, más «crítico» y menos inclinado a usar símbolos mitológicos, expresó el mismo pensamiento en términos más sobrios. En su Ética, titulada según Nicómaco, se encuentran también las palabras ya citadas: «Trabajamos para tener tiempo libre». El filósofo declara que el hombre no podría llevar por sí mismo una vida de ocio; solamente puede hacerlo en la medida en que su alma contenga una chispa de lo divino.


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