13 de abril de 2017

Papa Francisco, Santa Misa Crismal

 

jueves-santo«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la Buena noticia a los pobres, me ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos» (Lc 4, 18). El Señor, Ungido por el Espíritu, lleva la Buena Noticia a los pobres. Todo lo que Jesús anuncia, y también nosotros, sacerdotes, es Buena Noticia. Alegre con la alegría evangélica: de quien ha sido ungido en sus pecados con el aceite del perdón y ungido en su carisma con el aceite de la misión, para ungir a los demás. Y, al igual que Jesús, el sacerdote hace alegre al anuncio con toda su persona. Cuando predica la homilía, —breve en lo posible— lo hace con la alegría que traspasa el corazón de su gente con la Palabra con la que el Señor lo traspasó a él en su oración. Como todo discípulo misionero, el sacerdote hace alegre el anuncio con todo su ser. Y, por otra parte, son precisamente los detalles más pequeños —todos lo hemos experimentado— los que mejor contienen y comunican la alegría: el detalle del que da un pasito más y hace que la misericordia se desborde en la tierra de nadie. El detalle del que se anima a concretar y pone día y hora al encuentro. El detalle del que deja que le usen su tiempo con mansa disponibilidad…

La Buena Noticia puede parecer una expresión más, entre otras, para decir «Evangelio»: como buena nueva o feliz anuncio. Sin embargo, contiene algo que cohesiona en sí todo lo demás: la alegría del Evangelio. Cohesiona todo porque es alegre en sí mismo.

La Buena Noticia es la perla preciosa del Evangelio. No es un objeto, es una misión. Lo sabe el que experimenta «la dulce y confortadora alegría de anunciar» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 10).

La Buena Noticia nace de la Unción. La primera, la «gran unción sacerdotal» de Jesús, es la que hizo el Espíritu Santo en el seno de María.

En aquellos días, la feliz noticia de la Anunciación hizo cantar el Magníficat a la Madre Virgen, llenó de santo silencio el corazón de José, su esposo, e hizo saltar de gozo a Juan en el seno de su madre Isabel.

Hoy, Jesús regresa a Nazaret, y la alegría del Espíritu renueva la Unción en la pequeña sinagoga del pueblo: el Espíritu se posa y se derrama sobre él ungiéndolo con oleo de alegría (cf. Sal 45,8).

La Buena Noticia. Una sola Palabra —Evangelio— que en el acto de ser anunciado se vuelve alegre y misericordiosa verdad.

Que nadie intente separar estas tres gracias del Evangelio: su Verdad —no negociable—, su Misericordia —incondicional con todos los pecadores— y su Alegría —íntima e inclusiva—. Verdad, misericordia y alegría: las tres juntas.

Nunca la verdad de la Buena Noticia podrá ser sólo una verdad abstracta, de esas que no terminan de encarnarse en la vida de las personas porque se sienten más cómodas en la letra impresa de los libros.

Nunca la misericordia de la Buena Noticia podrá ser una falsa conmiseración, que deja al pecador en su miseria porque no le da la mano para ponerse en pie y no lo acompaña a dar un paso adelante en su compromiso.

Nunca podrá ser triste o neutro el Anuncio, porque es expresión de una alegría enteramente personal: «La alegría de un Padre que no quiere que se pierda ninguno de sus pequeñitos» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 237). La alegría de Jesús al ver que los pobres son evangelizados y que los pequeños salen a evangelizar (cf. ibíd., 5).

Las alegrías del Evangelio —lo digo ahora en plural, porque son muchas y variadas, según el Espíritu tiene a bien comunicar en cada época, a cada persona en cada cultura particular— son alegrías especiales. Vienen en odres nuevos, esos de los que habla el Señor para expresar la novedad de su mensaje. Les comparto, queridos sacerdotes, queridos hermanos, tres íconos de odres nuevos en los que la Buena Noticia se conserva bien ―es necesario conservarla―, no se avinagra y se vierte abundantemente.

Un ícono de la Buena Noticia es el de las tinajas de piedra de las bodas de Caná (cf. Jn 2,6). En un detalle, espejan bien ese Odre perfecto que es —Ella misma, toda entera— Nuestra Señora, la Virgen María. Dice el Evangelio que «las llenaron hasta el borde» (Jn 2,7). Imagino yo que algún sirviente habrá mirado a María para ver si así ya era suficiente y habrá sido un gesto suyo el que los llevó a echar un balde más. María es el odre nuevo de la plenitud contagiosa. Queridos hermanos, sin la Virgen no podemos llevar adelante nuestro sacerdocio. «Ella es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 286), Nuestra Señora de la prontitud, la que apenas ha concebido en su seno inmaculado al Verbo de vida, sale a visitar y a servir a su prima Isabel. Su plenitud contagiosa nos permite superar la tentación del miedo: ese no animarnos a ser llenados hasta el borde, y mucho más aún, esa pusilanimidad de no salir a contagiar de gozo a los demás. Nada de eso: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (Ibíd., 1)

El segundo ícono de la Buena Noticia que deseo compartir con vosotros es aquella vasija que —con su cucharón de madera—, al pleno sol del mediodía, portaba sobre su cabeza la Samaritana. Refleja bien una cuestión esencial: la de la concreción. El Señor —que es la Fuente de Agua viva— no tenía «con qué» sacar agua para beber unos sorbos. Y la Samaritana sacó agua de su vasija con el cucharón y sació la sed del Señor. Y la sació más con la confesión de sus pecados concretos. Agitando el odre de esa alma samaritana, desbordante de misericordia, el Espíritu Santo se derramó en todos los paisanos de aquel pequeño pueblo, que invitaron al Señor a hospedarse entre ellos.

Un odre nuevo con esta concreción inclusiva nos lo regaló el Señor en el alma samaritana que fue Madre Teresa. Él llamó y le dijo: «Tengo sed», «pequeña mía, ven, llévame a los agujeros de los pobres. Ven, sé mi luz. No puedo ir solo. No me conocen, y por eso no me quieren. Llévame hasta ellos». Y ella, comenzando por uno concreto, con su sonrisa y su modo de tocar con las manos las heridas, llevó la Buena Noticia a todos. El modo de tocar las heridas con las manos: las caricias sacerdotales a los enfermos, a los desesperados. El sacerdote hombre de la ternura. Concreción y ternura.

El tercer ícono de la Buena Noticia es el Odre inmenso del Corazón traspasado del Señor: integridad mansa —humilde y pobre— que atrae a todos hacia sí. De él tenemos que aprender que anunciar una gran alegría a los muy pobres no puede hacerse sino de modo respetuoso y humilde hasta la humillación. Concreta, tierna y humilde: así la evangelización será alegre. No puede ser presuntuosa la evangelización. No puede ser rígida la integridad de la verdad, porque la verdad se ha hecho carne, se ha hecho ternura, se ha hecho niño, se ha hecho hombre, se ha hecho pecado en cruz (cf. 2 Co 5,21). El Espíritu anuncia y enseña «toda la verdad» (Jn 16,13) y no teme hacerla beber a sorbos. El Espíritu nos dice en cada momento lo que tenemos que decir a nuestros adversarios (cf. Mt 10,19) e ilumina el pasito adelante que podemos dar en ese momento. Esta mansa integridad da alegría a los pobres, reanima a los pecadores, hace respirar a los oprimidos por el demonio.

Queridos sacerdotes, que contemplando y bebiendo de estos tres odres nuevos, la Buena Noticia tenga en nosotros la plenitud contagiosa que transmite con todo su ser nuestra Señora, la concreción inclusiva del anuncio de la Samaritana, y la integridad mansa con que el Espíritu brota y se derrama, incansablemente, del Corazón traspasado de Jesús nuestro Señor.

 


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6 de abril de 2017

 

Con motivo del 90 cumpleaños del Papa emérito, Benedicto XVI, revista HUMANITAS comparte algunas publicaciones destacadas sobre él:

Benedicto XVI H71

➤ HUMANITAS 70: "Benedicto XVI, El Papa de la Modernidad", por Jaime Antúnez Aldunate, director de Revista HUMANITAS. Seguir leyendo.

 

Carta de Benedicto XVI a HUMANITAS

Leer carta en papel digital, publicada en revista HUMANITAS 71.

Carta Benedicto XVI a HUMANITAS H71

Editorial HUMANITAS 71: "Benedicto XVI y Revista "HUMANITAS"

En sus dieciocho años de existencia, revista “Humanitas” ha recibido muchas palabras de reconocimiento y aliento, de gran significado tanto por lo que se dijo en ellas como por quién las dijo. Sus páginas se han visto asimismo ilustradas por colaboraciones de primera importancia, debiendo mencionarse entre estas los textos de quienes serían más tarde sucesores de Pedro, como ha sido el caso del Cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy Papa Francisco (cfr. Humanitas 70, abril 2013), y antes, del Cardenal Joseph Ratzinger, luego Benedicto XVI (cfr. Humanitas - número especial, mayo 2005).

Ninguna de esas palabras puede entre tanto compararse, en la importancia y significado que para esta revista suponen, con las que escribe el Papa emérito, Benedicto XVI, en carta fechada el 9 de julio pasado y reproducida al inicio de esta edición. En sí misma, dicha carta constituye, ciertamente, el más alto y honroso reconocimiento que se haya hecho de esta tarea de inculturación del Evangelio, de connotación principalmente editorial –creada y desarrollada en el contexto propio de la Pontificia Universidad Católica de Chile–, que es revista “Huma-nitas”. La agradecemos al Papa emérito con humildad y desde el fondo de nuestros corazones. Hay, sin embargo, en esas líneas todavía más. Benedicto XVI habla, en efecto, de un vínculo creado a partir del acompañamiento de su obra, intelectual y magisterial, que se prolonga ya por 25 años, es decir, más tiempo que la propia existencia de revista “Humanitas”. Como lo hemos puesto más de una vez por escrito (cfr. Editorial Humanitas 63, julio 2012), la communio de personas de distintas naciones y continentes que constituyen el cuerpo de colaboradores de “Humanitas” se conoce desde antes que esta revista iniciara su recorrido, se vincula orgánicamente al eco de la proclama ¡no ten-gáis miedo! de Juan Pablo II y, en la iluminación de su camino, nada tuvo tanta gravitación como la continua y luminosa enseñanza de Joseph Ratzinger. Queda así con ello, veraz e inequívocamente, señalado el origen y desarrollo de “Humanitas”. Saber además –a través de palabras escritas de puño y letra por el mismo Papa emérito– que él ahora recoge consigo este legado al tiempo del silencio al que se ha retirado, bendiciendo y permaneciendo interiormente cercano a nuestro trabajo, apunta, por su parte, a lo que esencialmente se debe esperar del futuro de “Humanitas”.

Juan de Dios Vial Correa, ex Rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile

Jaime Antúnez Aldunate,  Director Revista HUMANITAS

 

Artículos destacados 

➤ HUMANITAS 72: "¿Qué es el hombre?". Conferencia del profesor Dr. Joseph RatzingerLeer en papel digital. 

➤ HUMANITAS 70: "El Concilio frente al pensamiento moderno", por Joseph Frings y Joseph Ratzinger. Leer en papel digital.

El Concilio frente al pensamiento moderno

 

➤ HUMANITAS 59: "Bajo que aspecto se presentará la Iglesia en el año 2000", por Joseph Ratzinger. Leer en papel digital.

➤ HUMANITAS 70: "Conferencia en Nueva York: Del Concilio Vaticano II al Año de la Fe 2012-2013. En el pensamiento de Joseph Ratzinger", por Jaime Antúnez Aldunate, director de Revista HUMANITAS. Leer en papel digital.

 

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Ediciones destacadas

➤  Especial de HUMANITAS Habemus Papam (2005).

➤  HUMANITAS 50: Benedicto XVI recibe a HUMANITAS (2008).

➤  HUMANITAS 58: Quinto aniversario del pontificado de Benedicto XVI (2010).

➤  HUMANITAS 70: Especial sobre la renuncia de Benedicto XVI al pontificado.

 

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Especial Habemus Papam Humanitas 50  Humanitas 58

 

Intervención del cardenal Kurt Koch 

kurt kochOfrecemos a nuestros lectores la intervención “Una sinfonia di amore e verità nella libertà. Joseph Ratzinger/Benedetto XVI testimone grato della fede pasquale”, pronunciada el 6 de Abril en Roma por el cardenal Kurt Koch, Presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, en ocasión del evento promovido por la Fundación con el objeto de celebrar los 90 años del Papa emèrito.

Lee la intervención del cardenal Kurt Koch (PDF)

9 de abril de 2017

Homilía del Papa Francisco en Domingo de Ramos

francisco domingo

Esta celebración tiene como un doble sabor, dulce y amargo, es alegre y dolorosa, porque en ella celebramos la entrada del Señor en Jerusalén, aclamado por sus discípulos como rey, al mismo tiempo que se proclama solemnemente el relato del evangelio sobre su pasión. Por eso nuestro corazón siente ese doloroso contraste y experimenta en cierta medida lo que Jesús sintió en su corazón en ese día, el día en que se regocijó con sus amigos y lloró sobre Jerusalén.

Desde hace 32 años la dimensión gozosa de este domingo se ha enriquecido con la fiesta de los jóvenes: La Jornada Mundial de la Juventud, que este año se celebra en ámbito diocesano, pero que en esta plaza vivirá dentro de poco un momento intenso, de horizontes abiertos, cuando los jóvenes de Cracovia entreguen la Cruz a los jóvenes de Panamá.

El Evangelio que se ha proclamado antes de la procesión (cf. Mt 21,1-11) describe a Jesús bajando del monte de los Olivos montado en una borrica, que nadie había montado nunca; se hace hincapié en el entusiasmo de los discípulos, que acompañan al Maestro con aclamaciones festivas; y podemos imaginarnos con razón cómo los muchachos y jóvenes de la ciudad se dejaron contagiar de este ambiente, uniéndose al cortejo con sus gritos. Jesús mismo ve en esta alegre bienvenida una fuerza irresistible querida por Dios, y a los fariseos escandalizados les responde: «Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40).

Pero este Jesús, que justamente según las Escrituras entra de esa manera en la Ciudad Santa, no es un iluso que siembra falsas ilusiones, un profeta «new age», un vendedor de humo, todo lo contrario: es un Mesías bien definido, con la fisonomía concreta del siervo, el siervo de Dios y del hombre que va a la pasión; es el gran Paciente del dolor humano.

Así, al mismo tiempo que también nosotros festejamos a nuestro Rey, pensamos en el sufrimiento que él tendrá que sufrir en esta Semana. Pensamos en las calumnias, los ultrajes, los engaños, las traiciones, el abandono, el juicio inicuo, los golpes, los azotes, la corona de espinas... y en definitiva al via crucis, hasta la crucifixión.

Él lo dijo claramente a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga» (Mt 16,24). Él nunca prometió honores y triunfos. Los Evangelios son muy claros. Siempre advirtió a sus amigos que el camino era ese, y que la victoria final pasaría a través de la pasión y de la cruz. Y lo mismo vale para nosotros. Para seguir fielmente a Jesús, pedimos la gracia de hacerlo no de palabra sino con los hechos, y de llevar nuestra cruz con paciencia, de no rechazarla, ni deshacerse de ella, sino que, mirándolo a él, aceptémosla y llevémosla día a día.

Y este Jesús, que acepta que lo aclamen aun sabiendo que le espera el «crucifige», no nos pide que lo contemplemos sólo en los cuadros o en las fotografías, o incluso en los vídeos que circulan por la red. No. Él está presente en muchos de nuestros hermanos y hermanas que hoy, hoy sufren como él, sufren a causa de un trabajo esclavo, sufren por los dramas familiares, por las enfermedades... Sufren a causa de la guerra y el terrorismo, por culpa de los intereses que mueven las armas y dañan con ellas. Hombres y mujeres engañados, pisoteados en su dignidad, descartados.... Jesús está en ellos, en cada uno de ellos, y con ese rostro desfigurado, con esa voz rota pide que se le mire, que se le reconozca, que se le ame.

No es otro Jesús: es el mismo que entró en Jerusalén en medio de un ondear de ramos de palmas y de olivos. Es el mismo que fue clavado en la cruz y murió entre dos malhechores. No tenemos otro Señor fuera de él: Jesús, humilde Rey de justicia, de misericordia y de paz.

 


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fray andresito 01Su nombre real: Andrés García Acosta. Se le conoce como “Fray Andresito” (1800-1853). Lo llaman en diminutivo, trasparentando que derramaba inocencia, que conservaba todas aquellas virtudes que admiramos de los niños. Andresito: un apodo y hombre pequeño, que pareciera haber pedido permiso para existir. Incluso hoy hay quienes lo confunden con el fraile peruano San Martín de Porres, el “santo de la escoba”; sin embargo, la historia de Fray Andresito tiene colores distintos, toma de la misma fuente de la Belleza, pero de manera única.

Su vida comenzó el día 10 de enero del año 1800 en la isla de Fuerteventura, perteneciente al archipiélago de las Islas Canarias, en España. Hijo de Gabriel García y Agustina de Acosta, fue bautizado como Andrés Antonio María de los Dolores, niño de ojos oscuros, profundos y cabello moreno. Una fisonomía que poco dejaba ver acerca de su tarea en este mundo. Su tierra era notablemente árida: la escasez de agua era un tema constante. Cuando Andrés estuvo en la edad de ayudar con las responsabilidades familiares, le encomendaron la misión de ser pastor de cabras. Y como si fuese una labor especialmente querida por Dios, él ocupaba los viajes buscando agua y pasto para sus animales, rezando y apacentando su ganado al son de cánticos a la Santísima Virgen. Cuando ya se apagaba el día, disfrutaba enseñando la doctrina católica a los niños de la isla. Su rutina era apacible. Había nacido ahí y eso le bastaba porque tenía a Dios. Era, como habría dicho Shakespeare, un rey de espacio infinito:

Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de un espacio infinito.
(Hamlet, William Shakespeare)

Un hombre ínsula que estaba destinado a ser puente entre islas y continentes, entre pobres y ricos. Seguro podía hasta parecer un monarca prodigioso con su bastón para guiar cabras, palo especial de entre 2,5 a 4 metros que se usa en Fuerteventura hasta el día de hoy para sortear terrenos escarpados, poder escalar y así practicar lo que llaman “el salto del pastor”, brinco que por momentos parece hacer “volar” a sus usuarios. Murieron sus padres, se casaron hermanos y en la isla las cosas no andaban nada bien: había sequía, mucha hambre, poca comida y escasez de trabajo. La política migratoria promovida por las repúblicas de América y España seguramente motivó a Andrés a poner sus ojos en el nuevo continente. Partió de Fuerteventura a mediados de 1832 junto a uno de sus hermanos, Eugenio. El viaje en barco fue tortuoso: las tempestades y encontrones con marineros absolutamente embrutecidos fueron la tónica. Pese a los malos ratos, Andrés García llegó al puerto de Montevideo, Uruguay, el 11 de diciembre de 1832 en la goleta Flor del Río. Por esos tiempos había sido elegido primer presidente constitucional de la nueva república el general Fructuoso Rivera. Andrés ejerció como labrador y pasaba el tiempo en casa de conocidos, según escribía en una carta del 15 de mayo de 1834. Existía en Montevideo cierta presencia franciscana a la que estaba habituado, pues en Fuerteventura también había tenido contacto con ellos. Aprendió ya a amar la pobreza y saberse necesitado, de la mano de los franciscanos, en su terruño, anticipándose al verso que escribiría el “donado García” (que era como firmaba sus cartas y versos) en Chile:

Buen ejemplo nos ha dado/el que no cabe en el cielo que se ha humillado hasta el suelo/ de pastores celebrado.

fray andresito 02Acercándose a esta orden fue como conoció en Montevideo al español Fr. Felipe Echenagussia OFM, quien se transformaría en su confesor, director espiritual y amigo. El que sería llamado “Fray Andresito” ingresó en 1836 al convento franciscano como laico, Hermano Donado, destinado por el Guardián Fr. Hipólito Soler a ejercer el oficio de recolector o limosnero.

En la orden franciscana existen los “Donados”, que sin profesar ni hacer votos, son laicos libres de permanecer en la casa común. Se ocupan de menesteres humildes, visten el hábito y siguen las prácticas regulares de la comunidad: como los rezos en común y la obediencia a los superiores. Pese a ejercer de manera positiva su trabajo en Montevideo, Andrés fue expulsado por el Guardián del convento. Bajo este panorama, tuvo que ganarse el pan como obrero de la construcción y, luego, como vendedor de objetos de piedad. Su vocación le hizo pedir su reingreso al mismo Guardián que lo había echado. Tuvo éxito, pero Dios le preparaba nuevo destino. En diciembre de 1838, cuando Andrés era portero y limosnero del convento, el Gobierno de Fructuoso Rivera declaró extinguida la Orden y decretó que dicho convento de San Francisco pasara a ser sede de una futura universidad. Fue así como Andrés volvió un tiempo a sus ocupaciones de obrero y vendedor, hasta que su confesor, Fr. Felipe, le contó que, en Chile, se había restablecido la antigua Recoleta de San Francisco, y lo invitó a dirigirse a ella, lo que Andrés aceptó acompañado de su padre espiritual. El 10 de julio de 1839 llegaron al convento de la Recoleta Franciscana de Santiago. La comunidad estaba compuesta por el Padre Guardián, que era el único sacerdote, dos seminaristas, un hermano lego y un donado. Andrés fue destinado a la cocina: lavar los platos y barrer; labores que aseguran desempeñaba con humildad, dedicación y alegría. Luego, cuando lo nombraron hermano limosnero, su día a día era este: se levantaba a las cuatro de la mañana para ayudar en la primera misa; comulgaba diariamente y, luego, hacía su oración de acción de gracias. A las siete de la mañana salía a pedir limosna, recorriendo las calles de Santiago por los pavimentos de gruesas piedras de río. Rogaba limosnas para el convento a casas por el camino, las pedía también en sufragio de las Ánimas del Purgatorio, para la propagación de la Fe y la devoción a Nuestra Señora de la Cabeza, advocación que se puede admirar todavía hoy en la Recoleta Franciscana. Su actitud para con todos era paciente, afable y modesta. Era cosa común verlo dando consejos.

Muchas veces recibió insultos y burlas. Andrés regresaba al convento a la puesta del sol y en la noche rezaba con la comunidad, fabricaba remedios caseros, ungüentos confeccionados por él mismo y elaboraba escapularios, los que se pueden ver hoy en el Museo de la Recoleta Franciscana. Todos los días esperaba una buena acogida y así llenar de alguna manera su hucha y canasto de limosnero. Muchas veces logró su objetivo, pero otras solo recibió maltrato. Habiéndose hecho fama y conocido en el ambiente santiaguino, lo comenzaron a estimar ricos y pobres. Entre sus amigos estuvieron la familia del magnate de la época Francisco Ignacio Ossa, propietario de una de las minas más poderosas de Chile en aquellos años, Chañarcillo. Se dice que el hermano donado sanó a este personaje de una grave enfermedad. Habría dejado tres días sus sandalias bajo la cama de su amigo y caminó descalzo esas jornadas por Santiago haciendo su habitual rutina. Al cabo de los tres días fue a ver al Sr. Ossa y se encontró con la alegría de verlo recuperado. Destaca también su amistad con la familia del presidente Manuel Bulnes, especialmente con su esposa Enriqueta Pinto.

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En su tarea de Hermano Donado lo impulsó siempre su devoción por Santa Filomena, de quien fue apasionado promotor en Chile; incluso tomó el nombre de Filomeno. En 1850 pagó al arquitecto Fermín Vivaceta la cantidad de 448 pesos y 4 reales por la construcción del Altar a Sta. Filomena. Encargó a Europa ornamentos para la Iglesia y mandó a hacer a Francia hermosas vestimentas religiosas para la santa bordadas a mano con incrustaciones de piedras preciosas, confeccionadas en raso, además de un par de pesados y valiosos candelabros con la imagen de Filomena grabada en ellos. Los fondos que recolectó Fray Andresito fueron además claves para construir la iglesia actual de la Recoleta Franciscana. Junto a su labor iba esparciendo consejos, ayuda y caridad entre los más desposeídos del antiguo barrio La Chimba, hoy Recoleta, dejando una profunda huella. Era un hombre de acción: en 1850 fundó, junto a Fray Francisco Pacheco, la primera asociación obrera: “Hermandad del Sagrado Corazón”. Rezaban habitualmente el Via Crucis, decían oraciones y finalizaban con una reflexión del Hermano Donado. Dentro de la Hermandad se ayudaban en todas sus necesidades espirituales y materiales. Pasados unos años, la Hermandad poseía en Santiago 17 capillas, escuelas y diversos talleres, con 4.000 socios y 3.000 socias; posteriormente se extendió a Maipú, Rancagua y Valparaíso. Se podría decir que en este sentido fue un antecedente de San Alberto Hurtado, pero Fray Andresito se involucraba no tanto con la indigencia, que fue el caso del jesuita chileno, sino más bien con el obrero que ganaba un sueldo que no le alcanzaba para vivir y le imposibilitaba llevar a cabo un proyecto familiar. Además, visitaba frecuentemente la cárcel de Santiago y el hospital. Llevaba medicinas, preparadas por él mismo, a los enfermos en sus casas y visitaba a los moribundos. Muchos solicitaban su intercesión en la oración por necesidades de diversa índole. Los domingos repartía pan y frutas a los pobres. Por la tarde invitaba a la gente al cementerio para rezar el Via Crucis o el rosario por las Ánimas.

La expresión “Alabado sea Dios” lo identificó siempre, incluso cuando enfermó grave. Los primeros días de enero de 1853, Fr. Andrés fue a casa del Dr. Vicente Padin llevando, de regalo, un bastón que solía usar, argumentando que ya no lo necesitaría más. También visitó a su amigo Francisco Ignacio Ossa, solicitándole mandar decir misas por su alma. El hermano enfermero del convento se percató de la gravedad de su estado de salud y le procuró medicinas. Cuando los médicos lo visitaron solo pudieron constatar que “la enfermedad era de muerte”. El Dr. Fontecilla le diagnosticó una pulmonía y, en su presencia, se le practicó una sangría como un medio para aliviar la fiebre. El día 12, Andrés pidió a Fr. Pacheco, que lo acompañaba, que no se preocupara y fuera a descansar porque el viernes moriría. El jueves 13 los médicos aconsejaron sacramentarlo y así se hizo. Andrés solicitó al Guardián un hábito para cubrir su cadáver y una sepultura, lo que le fue otorgado, y luego emitió la profesión solemne. A las 21 hrs., Andrés le dijo a Fr. Pacheco: “Moriré mañana a las ocho”. Y así fue: falleció el 14 de enero de 1853 a las ocho de la mañana. Sus restos fueron expuestos en el coro del Convento, donde fue visitado por una multitud de todas las condiciones sociales. La sangría que le fue practicada durante su pulmonía fue guardada y dicha sangre no coaguló. Actualmente se guarda en la Recoleta Franciscana.

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Tal fue la fama de santidad con la que vivió y murió Fray Andresito que en 1893 se inició la causa de canonización. El 8 de julio del presente año, el Santo Padre Francisco ha autorizado a la Congregación de las Causas de los Santos para promulgar el decreto que aprueba las virtudes heroicas de Fray Andresito, con lo que pasa a ser llamado “Venerable”. Esto significa que el Papa reconoce en sus virtudes un modo de vivir el Evangelio de manera extraordinaria. Fray Manuel Alvarado, vicepostulador de la causa, asevera que ahora están en la espera de un milagro para poder presentar a Roma. Es importante dar a conocer la vida y obra del que profesó como lego, por lo que se está llevando a cabo la preproducción de un largometraje de animación destinado a toda la familia a cargo del productor chileno Mario Gutiérrez. Por mientras la comunidad franciscana invita a rezar por la pronta canonización de Fray Andresito y a encomendarse en las necesidades. Y el mismo Venerable deja como deseo a Chile en uno de sus versos:

Que haya un gobierno feliz, / que no se encienda la zaña, que todos teman a Dios:/ pidamos por nuestras almas, y guardemos las virtudes/ de la fe y de la esperanza y la caridad también/ que es la que todo lo allana.


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