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 Las "últimas conversaciones" de Benedicto XVI

Por Federico Lombardi, S.J.

LA PERLA PRINCIPAL ES EL CONMOVEDOR TESTIMONIO DE LA EXPERIENCIA ESPIRITUAL DEL ANCIANO PONTÍFICE EMÉRITO, QUIEN "SE ENCAMINA INTERIORMENTE HACIA EL ENCUENTRO CON EL ROSTRO DE DIOS" (P. 291). EN SUMA, BENEDICTO XVI HABLA SERENAMENTE SOBRE CÓMO ESTÁ VIVIENDO EN RECOGIMIENTO Y ORACIÓN EN LA ÚLTIMA ETAPA DE SU VIDA. (…)

El nuevo libro-entrevista de conversaciones de Benedicto XVI con Peter Seewald, en librería y en los quioscos en diversas lenguas a partir del 9 de septiembre de 2016, es ciertamente para muchos una sorpresa, pero bien podemos decir "una linda sorpresa". Dada la clara opción de Benedicto XVI de dedicarse a una vida retirada de oración y reflexión, tal vez no habríamos esperado ahora la publicación de una nueva larga conversación con un periodista. Una vez superado el asombro inicial, la lectura tranquila del texto nos ofrece algunas perlas preciosas y de gran significado, y otras útiles e interesantes. Las perlas más preciosas son, en nuestra opinión, dos, incluidas en la primera parte y en el capítulo final de la tercera parte del libro.

Benedicto XVI

 

“En camino para llegar ante Dios”

La perla principal es el conmovedor testimonio de la experiencia espiritual del anciano Pontífice emérito, quien “se encamina interiormente hacia el encuentro con el rostro de Dios” (p. 291). En suma, Benedicto XVI habla serenamente sobre cómo está viviendo en recogimiento y oración en la última etapa de su vida. San Juan Pablo II nos entregó su precioso testimonio sobre cómo vivía en la fe la condición de grave sufrimiento a causa de la enfermedad. Benedicto XVI nos entrega el testimonio del hombre de Dios anciano, que se prepara para el encuentro con el Señor. Lo expresa en tonos humildes y humanos, reconociendo que la debilidad física le hace difícil permanecer siempre, como quisiera, en las “regiones superiores del espíritu” (p. 34). Nos habla de sus oraciones preferidas (un jesuita no puede no impresionarse ante el hecho de que, entre cuatro que cita, tres sean de santos jesuitas), de sus meditaciones, de su larga preparación de la homilía dominical para la celebración con su pequeña “familia”. Nos habla del gran misterio de Dios, nos habla de las grandes interrogantes que lo han acompañado en su vida espiritual y siguen acompañándolo, llegando tal vez a ser aún más grandes, como la presencia de tanto mal en el mundo.

Nos habla en particular de Jesucristo, verdadero eje central de su vida, al cual “ve directamente ante” sí “siempre grande y misterioso” y del hecho que “muchas frases de los evangelios las encuentro ahora, por su grandeza y su peso, más difíciles que antes”, y que “percibimos con mucha más fuerza la gravedad de las preguntas, la presión de la impiedad actual, la presión de la ausencia de fe, incluso muy dentro de la Iglesia (p. 37).

El anciano Pontífice vive el acercamiento a los umbrales del misterio “sin abandonar la certeza de fondo de la fe y permaneciendo, por así decir, inmerso en la misma”. “Uno se da cuenta de que tiene que ser humilde; de que cuando no comprende las palabras de la Escritura, debe esperar a que el Señor le abra el acceso a ellas” (p. 39).

Sabemos que Joseph Ratzinger se ha dedicado considerablemente en su reflexión teológica a la escatología, es decir, a las “cosas últimas”, y es hermoso constatar que ahora precisamente esa reflexión sigue acompañándolo también ante la perspectiva próxima del encuentro con Dios, señal evidente de que no era una reflexión formal y superficial. En todo caso, habla serenamente de la mirada a la vida pasada y del “peso de la culpa”, del pesar por no haber hecho lo suficiente por los demás, pero también de la confianza en el amor fiel de Dios, del hecho que en el momento del encuentro “le rogará ser indulgente con su insignificancia” y de la convicción de que en la vida eterna “se encontrará de verdad en casa” (p. 41).

Benedicto XVI vive en este tiempo “sencillamente en una meditación. Pensando una y otra vez que el fin se acerca. Intentando hacerme la idea y, sobre todo, manteniéndome presente a mí mismo. Lo importante no es que me lo represente, sino el hecho de vivir con la conciencia de que toda la vida se dirige hacia un encuentro” (p. 291). Y la última respuesta de la conversación termina así: “Cada vez he visto con mayor claridad que Dios mismo no solo es, por así decirlo, un gobernante poderoso y un poder lejano, sino que es amor y me ama; de ahí que la vida debe estar modelada por Él. Por esta fuerza que se llama amor” (p. 293).

 

Motivos y espíritu de la renuncia al pontificado

Además de esta perla fundamental —en nuestra opinión, el aspecto más importante del libro—, en otro nivel se aprecia la respuesta clara y serena de Benedicto XVI a todas las elucubraciones inmotivadas sobre los motivos de su renuncia, aclarando el espíritu y los motivos de la misma.

A decir verdad, para quienes estuviesen abiertos a comprender, las motivaciones se expresaban con bastante claridad en el texto mismo de la renuncia pronunciada por el Papa Benedicto el 11 de febrero de 2013; pero es cierto que a pesar de esto —a causa de la novedad del hecho mismo de la renuncia— surgieron posteriormente numerosas interrogantes e interpretaciones sobre “otras explicaciones”, ocultas o no confesadas, especialmente en la dirección de interpretar la renuncia como presentada ante las dificultades o desilusiones de la última etapa del pontificado o —lo que es peor— como consecuencia de oscuros complots o chantajes. Siempre hemos pensado que estas interpretaciones eran infundadas y a veces realmente fantasiosas, y por parte nuestra siempre lo hemos dicho desde el comienzo, pero evidentemente eso no era suficiente.

Al respecto, motivado por las preguntas de Seewald, el mismo Benedicto, en primera persona, despeja la situación con claridad y decisión —de manera, esperamos, definitiva—, hablando del camino de discernimiento con el cual llegó ante Dios a la decisión, y de la serenidad con la cual, una vez tomada esta decisión, la comunicó y llevó a cabo sin incertidumbre alguna, y nunca se arrepintió de eso. Insiste en el hecho de que la decisión no fue tomada bajo la presión de dificultades apremiantes, sino precisamente cuando estas se habían superado substancialmente. “Pude renunciar porque el sosiego había vuelto a esta situación. No cedí a ninguna presión ni por incapacidad de manejar ya estas cosas” (p. 53).

Con todo, aparte de la respuesta a las interpretaciones infundadas, de las palabras de Benedicto se desprenden también con claridad y naturalidad las verdaderas motivaciones de la renuncia, que resultan ser absolutamente razonables y convincentes. En cierto sentido —permítasenos decirlo— la renuncia por parte del Papa, cuando se siente efectivamente H38 inadecuado para el ejercicio de su responsabilidad en el gobierno de la Iglesia a causa de la disminución de las fuerzas físicas y psíquicas, se manifiesta como necesaria y “normal”. “El Papa —responde Benedicto— tiene que hacer también cosas concretas, debe tener en mente una imagen global de la situación, debe saber qué prioridades hay que marcar, etc. (…) Aunque se diga que se puede prescindir algo de ello, aún quedan muchas cosas esenciales. Si se quiere desempeñar adecuadamente la tarea, está claro que cuando uno no tiene ya la capacidad suficiente, lo pertinente es —al menos para mí, otros pueden verlo de manera distinta— dejar libre la sede pontificia” (p. 49).

Aun cuando es evidentemente soberana la libertad de todo Papa al respecto, no se puede no constatar que la decisión de Benedicto ha ofrecido un modelo de discernimiento y ha abierto concretamente —¿podemos decir también en este caso “definitivamente”?— una posibilidad de elección más fácil de recorrer para todos sus sucesores, que a su vez reconozcan ante Dios la oportunidad en las condiciones existenciales e históricas concretas en que se encuentren.

Estos dos grandes argumentos sumamente importantes son los que en nuestra opinión justifican plenamente y hacen oportuna la publicación de este libro en vida de Benedicto.

 

Materiales para una biografía

libro-benedictoxviAsímismo, en la segunda y tercera parte, la conversación se extiende en argumentos sumamente diversos sobre la totalidad de la vida de Joseph Ratzinger, desde la familia de origen hasta la totalidad del pontificado. Como explicó el mismo Seewald en una entrevista reciente, conviene observar que el libro surgió en realidad de ciertos coloquios concedidos al entrevistador por Benedicto XVI, tanto antes como después de la renuncia, en vista de una posible futura biografía, respondiendo por lo tanto con aclaraciones y profundizaciones a preguntas sobre situaciones, episodios y encuentros de especial interés en las diversas etapas de la larga vida y de la actividad de Ratzinger.

No sabemos si Seewald nos ofrecerá una verdadera biografía ni cuándo lo hará. Este libro no lo es en modo alguno. Sin embargo, con párrafos sintéticos de introducción en los diversos capítulos y con una oportuna formulación de las preguntas, Seewald ordena y contextualiza en rápida sucesión cronológica las respuestas de Benedicto. La claridad y la profundidad de muchas respuestas, así como su tono personal y su absoluta sinceridad, hacen cautivadora la lectura de una serie de informaciones y reflexiones que de otro modo serían fragmentarias.

Nos permitimos observar que efectivamente es posible comprender mejor el valor de estas partes del libro sobre la base de un conocimiento más completo y orgánico de la vida y la obra de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, es decir, precisamente de una biografía orgánica, a la cual se otorga con esta entrevista un enriquecimiento de testimonios y observaciones expresadas “en primera persona”, que es útil para entrar en mayor profundidad y más “en lo vivo” del conocimiento del biografiado. En este contexto, diríamos que es muy hermoso e interesante leer estas conversaciones sobre el fondo ofrecido por la imponente biografía de Ratzinger recién publicada por Elio Guerriero. En nuestra opinión, precisamente sobre este fondo amplio pueden presentar especial interés las páginas dedicadas a temas de mayor relevancia. Puede señalarse, por ejemplo, el tema del nazismo en la experiencia familiar y eclesial del joven Ratzinger o el clima cultural casi exaltante vivido por el joven profesor de teología en Bonn, en el contexto del renacimiento de Alemania después de la catástrofe de la guerra, o su aporte personal como experto en el Concilio Vaticano II, especialmente sobre el tema fundamental de la relación entre Escritura, Tradición y Magisterio, o su posición cada vez más crítica ante otros teólogos alemanes precisamente sobre la comprensión misma de la naturaleza y la función de la teología en relación con la fe de la Iglesia, o por último su estrecha y sumamente larga relación de cercanía y colaboración con el Papa Wojtyla.

Queremos presentar aquí únicamente dos ejemplos tomados de estas páginas.

Hablando de su creciente disentimiento con la orientación de otros teólogos (Küng, por ejemplo) en el curso del período en el cual era profesor en las facultades alemanas, Ratzinger lo explica sencillamente así: “Vi que la teología no era ya interpretación de la fe de la Iglesia Católica, sino que reflexionaba sobre sí misma, sobre cómo podía y debía ser. Como teólogo católico, para mí aquello no era conciliable con la teología” (p. 200).

A propósito de las relaciones con el Papa Wojtyla, es muy ameno el relato de lo que ocurre después de la publicación del polémico documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Dominus Iesus. Por cuanto Juan Pablo II, después de las críticas e insinuaciones sobre una diferencia de pensamiento entre el Papa y el Prefecto, quería manifestar de manera “inequívoca” su pleno apoyo al documento, pidió al cardenal prepararle un texto en ese sentido para pronunciar en el Angelus dominical. Ratzinger lo hizo, pero en forma muy “rebuscada”, de tal manera que al final todos dijeron: “Ah, también el Papa se ha distanciado del Cardenal” (p. 217).

Podrían recopilarse muchos otros fragmentos preciosos entre las páginas de estas conversaciones. Por ejemplo, las observaciones sobre cierto espíritu de contradicción que caracteriza desde su juventud la personalidad de Joseph Ratzinger “Está ahí, en efecto. El gusto por llevar la contraria, sí que es cierto” (p. 84), o el recuerdo feliz de los comienzos de su ministerio sacerdotal, cuando era capellán en Bogenhausen: “Ese año fue en verdad el tiempo más hermoso de mi vida” (p. 122). O la sintonía profunda y los encuentros con grandes espíritus de la Iglesia de nuestros tiempos, como Guardini, De Lubac, Von Balthasar… Se podría continuar mucho tiempo.

 

Balance de un pontificado y acogida del sucesor

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Muchos se interesarán ciertamente en las respuestas que contribuyen a hacer un “balance” del pontificado por parte del mismo Papa Benedicto a partir de sus pautas. Ciertamente, esta es también una posibilidad inédita. Ofrecemos tan solo algunas ideas.

Llamado a destacar lo que “deseaba hacer” y lo que “no deseaba hacer” como Papa, Benedicto responde: “Para mí era importante volver a poner también en primer plano la Sagrada Escritura. Se quiera o no, yo era un hombre que procedía de la teología y sabía que mi punto fuerte, en caso de haberlo, es que anuncio positivamente la fe. En consonancia con ello, quería sobre todo enseñar desde la plenitud entera de la Sagrada Escritura y la tradición” (p. 236).

Benedicto vuelve a destacar varias veces el espíritu de su pontificado, reconociendo en cierto sentido su señal distintiva en el Año de la Fe: “Un nuevo estímulo para CRECER, una vida desde el centro, desde lo dinámico, redescubrir a Dios, redescubrirlo en Cristo, o sea, encontrar de nuevo la centralidad de la fe” (p. 281).

No cabe duda de que la gran obra sobre Jesús tiene un lugar central en el pontificado de Benedicto XVI. No se trataba del ejercicio del teólogo en el “tiempo libre” que le dejaba el servicio como Papa, sino su servicio más importante para la Iglesia, porque “si no conocemos ya a Jesús, la Iglesia está acabada. Y el peligro de que determinados tipos de exégesis nos lo destruyan y desgasten sin más de tanto hablar de él, es inmenso” (p. 253). Precisamente Seewald pone el título “El Papa de Jesús” a la tercera parte del libro. Una vez más, así como antes observamos la continuidad entre la reflexión teológica de Ratzinger sobre la escatología y su actual meditación sobre las realidades últimas, ahora queremos advertir con emoción la continuidad de su estudio sobre la persona de Jesús y su vivir hoy continuamente ante él, “siempre grande y misterioso” (p. 37), en la última etapa de su vida.
Es notable, comentando las dificultades y oposiciones encontradas en su pontificado, la observación por parte de Benedicto de que otros Papas de los tiempos modernos —en particular Pío IX y Benedicto XV— debieron soportar ataques mucho más violentos que él por haber querido evitar proféticamente asumir posiciones políticas o por haber condenado claramente la Primera Guerra Mundial como “inútil estrago” (p. 202 s.).

Seewald no ha perdido la oportunidad de plantear también ciertas preguntas a Benedicto a propósito de su sucesor. Él responde con sencillez que no esperaba la elección del cardenal Bergoglio, pero lo conmovió el hecho de que haya querido llamarlo por teléfono antes de salir a la logia de la Basílica, y “cuando vi cómo hablaba con Dios, por un lado, y con las personas, por otro, me alegré de veras y me sentí feliz” (p. 59).

No tiene dificultad alguna para advertir en Francisco rasgos diferentes de personalidad, de temperamento y de gobierno, como “el valor con que enfrenta los problemas y busca las soluciones” (p. 45); pero lo más importante es la cordial valoración positiva de la novedad que trae Francisco, primer Papa latinoamericano, a la Iglesia: “Significa que la Iglesia es móvil, dinámica y abierta, que en ella tienen lugar desarrollos nuevos. Que no está anquilosada en esquema alguno, sino que nos depara sin cesar sorpresas; que es portadora de una dinámica capaz de renovarla de continuo. Esto es bello y alentador: que también en nuestro tiempo ocurran cosas que nadie esperaba y muestran que la Iglesia está viva y llena de posibilidades inéditas” (p. 60).

Ratzinger, cardenal y Papa, ha sido siempre un hombre valeroso en sus amonestaciones, cuando era necesario, ante los riesgos y las desviaciones en la Iglesia, así como en la sociedad y en la cultura de nuestro tiempo; pero también ha sido siempre un hombre de sólida esperanza, capaz de mirar hacia adelante y reconocer las señales de la presencia activadora del Espíritu. “Desempeñé el ministerio petrino ocho años. En ese tiempo hubo muchas situaciones difíciles (…) pero en conjunto fue también un período de tiempo en el que numerosas personas reencontraron el camino hacia la fe y existió un gran movimiento positivo” (p. 287). En conclusión, la mirada que hace de su pontificado, con sus luces y sus límites, es humilde, lúcida y serena, como corresponde a quien “contando sus días” ha aprendido a mirar los eventos de este mundo con la “sabiduría del corazón” (ver Sal 90), y puede encomendar a Dios con confianza su vida y su obra. Entretanto, como nos recordaba el Papa Benedicto al terminar su última audiencia general del 27 de febrero de 2013: “Dios sigue guiando a su Iglesia”.

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