León Bloy (1846 - 1917) es una personalidad desconcertante. Algunos críticos lo asimilan a Nietzsche, Rimbaud y Dostoievski, porque previno la devastación de una sociedad estructurada sobre el anuncio de la “muerte de Dios”. Hoy, al celebrarse 150 años de su nacimiento y 80 de su muerte, tanto en Francia como en el resto de Europa se asiste al retorno de Bloy; sus obras más representativas son reeditadas y discutidas. Pero se tiene la impresión de que el “verdadero” Bloy permanece desconocido. Se destacan aspectos secundarios de su obra y no se apunta al fondo de su inspiración. El presente artículo busca analizar el “alma” de esa obra y resaltar sus trazos fundamentales Algunos de ellos revelan en Bloy a un “profeta” perteneciente a la “familia espiritual” de Péguy, Claudel y Bernanos.

Toda la ciudad y el campo son medios para que el hombre ascienda a Dios. A pesar de sus debilidades, el espacio humanizado puede ser un lugar santo que acoja la vida de los hombres, templos vivos de Dios. Al amparar la vida de tantas personas el espacio más vulgar se ennoblece y en esencia es bueno, digno de ser amado.

El dolor moral permite que cualquier hombre —más allá de la fe— jerarquice mejor los valores de su existencia y logre, de este modo, una vida más auténtica y ordenada hacia propósitos y anhelos superiores. Son frecuentes los casos de personas que han transformado enriquecedoramente sus vidas después de una larga enfermedad, de la pérdida de un ser querido o de experimentar un riesgo inminente de muerte.

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El Papa León XIV celebró la Misa pro Ecclesia con los cardenales en la Capilla Sixtina. En ella se refiere a un "compromiso indispensable para quien en la Iglesia ejerce un ministerio de autoridad: desaparecer para que Cristo permanezca, hacerse pequeño para que Él sea conocido y glorificado, gastarse completamente para que a nadie le falte la oportunidad de conocerlo y amarlo"
Primeras palabras del cardenal Robert Francis Prevost al ser elegido como el 267º Obispo de Roma. ¡Seas muy bienevenido Papa León XIV!
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