El miércoles 4 de octubre no solo comenzó el Sínodo sobre la Sinodalidad, el Papa Francisco también aprovechó la fecha en que se recuerda al santo de Asís para publicar una nueva exhortación apostólica que profundiza en la crisis climática, actualizando y completando lo planteado en la encíclica Laudato si’ hace ya ocho años.

El Papa Francisco dedicó esta Carta Apostólica a la obra del filósofo y teólogo francés Blaise Pascal, en el cuarto centenario de su nacimiento. “El compañero de camino que acompaña nuestra búsqueda de la verdadera felicidad y, según el don de la fe, nuestro reconocimiento humilde y gozoso del Señor muerto y resucitado”. “Grandeza y miseria del hombre”, explica el Papa, forman la paradoja que está en el centro de la reflexión y del mensaje de Pascal, que nació el 19 de junio de 1623 en Clermont, en el centro de Francia, y murió con solo 39 años, el 19 de agosto de 1662, en París.

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Un Evangelio floreciente en tierras lejanas es lo que nos ha mostrado el Viaje Apostólico de Francisco a Asia y Oceanía, el más largo de todo su pontificado y que concluye hoy en Singapur. Sus encuentros, llenos de fraternidad y compasión, han hecho relucir la multitud de colores y formas que adquiere la fe, recordando la universalidad de la Iglesia y el deseo de Cristo de llegar a todos los rincones del mundo.
Con poco más de 22 millones de habitantes, Burkina Faso es un país de África occidental que se encuentra entre las naciones con peor calidad de vida del mundo. La tragedia del sábado recién pasado se suma a la seguidilla de atentados –frecuentes e invisibilizados– de las últimas décadas.
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