Volver a especial 30 años visita de San Juan Pablo II a Chile


Otoño 1997

Marca imborrable

Cuando medito acerca de la visita de Juan Pablo II a nuestro país, no puedo dejar de recordar el enorme impacto que me produ­jo, siendo aún muy niño, la imagen de Su Santidad Pío XII dando la bendición Urbi et Orbe a través del gigantesco telón del cinerama. Eran tiempos en los que aún no conocíamos la televisión, lo que contribuía a percibir al Vicario de Cristo como una persona muy distante, casi inalcanzable. Por ello, la anunciada visita del Papa a Chi­le por primera vez en la historia prometía ser un hito absolutamente excepcional. Ello resultó ser así, superando las más opti­mistas expectativas. La fortaleza del testimonio de Juan Pablo II y el profundo conte­nido de su mensaje estremecieron a todo el país y dejaron una huella que perdurará por siempre entre nosotros. Cada uno de los discursos que el Papa pronunció en nuestra patria, además de un enorme riqueza doctrinaria, nos dejó una enseñanza singu­lar. Cómo podríamos olvidar aquellas pala­bras de su discurso en la Cepa!: "El Estado no debe suplantar la iniciativa y la respon­sabilidad que los individuos y los grupos sociales menores son capaces de asumir en sus respectivos campos", seguidas más ade­lante del claro mandato:" ¡Los pobres no pueden esperar!". O la energía con que les dijo a los jóvenes en el estadio mientras señalaba la imagen de Cristo: "Jóvenes chi­lenos. ¡No tengáis miedo de mirarlo a El! ... Mirad al Señor con ojos atentos y descubri­réis en El el rostro mismo de Dios". Tam­bién quedó grabado en todos nosotros su pronunciamiento ante el mundo del trabajo en Concepción: " ... hay que empeñarse con renovada esperanza en esa urgente tarea cristiana que os espera: construir ... la civili­zación del amor". Como asimismo esa ex­clamación angustiosa, aunque certera, pro­nunciada durante los desórdenes del Parque O'Higgins y que todavía retumba en nues­tros oídos: "¡El amor es más fuerte!" Personalmente, me tocó vivir momentos de gran agitación con motivo del encuentro de Su Santidad con el mundo de la cultura, el que tuvo lugar en uno de los patios de la casa central de nuestra Universidad. Para la preparación del tal evento, el Rector Juan de Dios Vial Correa me nombró su repre­sentante ante la comisión organizadora de la visita del Santo Padre. Fueron múltiples las reuniones con variados grupos de per­sonas, como también los llamados y gestio­nes de interesados en estar presentes en esta cita. El Dr. Héctor Croxatto, único chileno que integra la Academia Pontificia de Cien­cias, habló en representación del llamado mundo de la cultura y de los constructores de la sociedad. Luego, en su esperado dis­curso, el Papa se explayó sobre la relación entre Iglesia y cultura, indicándonos ade­más que siendo la cultura parte de la con­ciencia de un pueblo, teníamos una respon­sabilidad muy clara en cuanto a configurar la conciencia de la nación.


En los años posteriores a la visita he releído varias veces el texto de este discurso, el que estimo posee un valor permanente y de es­pecial significado para los académicos de nuestra Universidad. Aún hoy, lo mismo que hace diez años, lo que más me impactó de sus palabras fue " ... la ineludible misión de buscar la verdad y de servir sin des­canso al hombre chileno... con niveles de competencia científica cada vez más serios y rigurosos, evitando la tentación del aislamiento respecto de la vida real y de los problemas del pueblo". Quizás esta im­presión responde al hecho de que para un investigador que se desempeña en el área de las ciencias básicas no siempre re­sulta clara la relación entre el contenido de la investigación a la que dedica tantos esfuerzos y las demandas que le plantea la sociedad para su progreso.

Nadie podría cuestionar que Juan Pablo II cautivó a los chilenos. Su atractiva perso­nalidad, la tremenda coherencia de su men­saje, así como también su firmeza y su sonrisa, calaron hondo en nuestra patria. Ello explica las múltiples pruebas de adhe­sión y cariño que el Santo Padre recibió en todos los actos que se realizaron, fueran re­ducidos o masivos. Da la impresión de que este tipo de manifestación es de común ocu­rrencia durante los periódicos viajes de Su Santidad por los distintos países del mundo. Sin embargo, tiendo a creer que la atmósfera de religiosidad y el entusiasmo que Juan Pablo II pudo observar en Chile fueron sentidos por él como algo muy especial. Aunque pueda parecer preten­sioso, siempre he pensado que el Santo Pa­dre guarda el recuerdo de su visita a nues­tro país en un lugar especial de su corazón.


Rafael Vicuña Errázuriz
Profesor en Bioquímica

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