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Otoño 1997

Juan Pablo II: "Después de Polonia, mi visita a Chile es el mejor recuerdo"

Emocionado se mostró Monseñor Juan Francisco Fresno al recordar la venida del Santo Padre hace ya diez años a Chile. Muchas son las anécdotas y momentos in­olvidables que vivió el entonces Arzobis­po de Santiago los primeros días de abril de 1987, cuando por primera vez un Papa pisó tierra chilena. 

Sin embargo la preparación comenzó con bastante antelación. Años antes, Monse­ñor Fresno se reunió en Roma con Juan Pablo II para informarlo de la manera más completa posible sobre la situación chilena, a efecto de que él se formara una idea de lo que era necesario decir y hacer en su visita. Recuerda que en esa ocasión él le planteó con mucha sinceridad si realmente era prudente una visi­ta durante un gobierno con el que no to­dos estaban de acuerdo, y que tal vez su visita podría interpretarse como una confirmación o apoyo. Frente a este planteamiento, el Papa reaccionó enérgica­mente diciendo: "Yo soy un pastor y voy a hacer la visita como tal. Siento muy profundamente en mi interior las palabras del Señor dirigidas a Pedro : 'Id por el mundo entero predicando, enseñando los mandamientos y bauti­zando en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo'. Yo voy a ir por todas partes del mundo, si el Señor me da salud y me lo permite, para transmitir el mensaje, porque siento la responsa­bilidad de ser el sucesor de Pedro en esta misión."


- Monseñor, ¿cómo recuerda la preparación que se hizo de la visita a Chile?


- Para tomar conciencia de cómo eran estas visitas, se formó una comisión presidida por Monseñor Juan Francisco Cox. Asistimos juntos a las visitas papales en Colombia y en Perú , y vimos cuáles eran los errores que debíamos corregir y la preparación que ha­bía que hacer.
Yo hice después un viaje especial con Lan­Chile hasta Punta Arenas recorriendo todos los lugares donde iba a estar el Santo Pa­dre, viendo los tiempos que nos demorába­mos en cada lugar. Tuvimos algunas reunio­nes con el Gobierno para ver la seguridad, pero nosotros acordamos no depender de las autoridades en la parte económica, sino que fuéramos como pueblo chileno, como Igle­sia católica los que hiciéramos el esfuerzo de aportar, para que nuestra entrega econó­mica también tuviera un sentido de genero­sidad a la visita del Santo Padre. Formé una pequeña comisión, invité a Eliodoro Matte y a Anacleto Angelini, tuve una reunión con ellos, les pedí este servicio y me dijeron: "Encantados lo hacemos pero denos autori­zación para que organicemos nosotros esta ayuda económica, ya que como empresarios sabemos hacer estas cosas y nos comprome­temos a dar la ayuda necesaria". Y fue un éxito, realmente creo que ha sido en Améri­ca Latina de las mejores visitas, ya que no dejó deudas sino que superhábit, con lo que se hicieron muchas publicaciones después. Fueron hermosísimos algunos gestos dentro de la preparación, como cuando se pidió a todo el mundo que participara en "Santo Padre, yo te invito". Esto fue una cosa que golpeó extrordinariamente a todos, especialmente a nuestras poblaciones. Fue una respuesta maravillosa. La gente más hu­milde, más pobre, todos quisieron colabo­rar. Así tuvimos una recolección de cientos de millones, fue una cosa muy linda.

- ¿ Y la preparación espiritual?

- Hubo predicación en los templos, horas santas en diversos lugares, conferencias. Los obispos, sacerdotes y religiosos también tu­vimos un tiempo especial que nos permitió estar más preparados.

Se publicaron en "El Mercurio" millones de catecismos que se repartieron con el dia­rio. "La Tercera" también hizo algo seme­jante. Eso ayudó, porque la gente lo com­praba y lo leía. En otros lugares nosotros lo regalábamos, de modo que fue una cate­quesis doctrinal, que en muy pocos lugares han tenido.

- Los cinco días que permaneció el Papa en nuestro país produjeron una detención de las actividades, tanto públicas como privadas. Todos vivieron centrados en su persona y en su mensaje. A pesar de la crisis moral de la que tanto se habla, ¿no fue este fenómeno señal de una profunda identidad cristiana aún muy viva en nues­tro país?

- Creo que fue como un despertar. Después del Concilio hubo una especie de bajón, de desorientación, la gente no supo interpre­tar, o nosotros no supimos comunicar bien el mensaje postconciliar. Vino una relajación de la religiosidad. Muchos abandonos del sacerdocio. Y teniendo esto en cuenta es que preparamos con mucha dedicación la venida del Santo Padre considerándola una oportunidad que nos daba la Provi­dencia, para un remezón fuerte de vida espiritual. Fue como una primavera de la vida religiosa.

Es así como esos días la TV, los diarios, las reuniones, la expecta­ción de la llegada, la preparación en cada una de las diócesis que visitaría, hacía vibrar a todos con la idea que el Papa era una bendi­ción para Chile y ellos querían tener la opor­tunidad de estar bien preparados.

- ¿Cuáles son los momentos de la visita del Santo Padre que usted recuerda más especialmente?

- Son muchos. Cuando apareció el avión, todos estábamos expectantes esperándolo, y cuando llegó a tierra, para mí fue una emoción tremenda, esa figura del Papa im­ponente, vestido de blanco que baja del avión, se arrodilla y besa el suelo. Fue un momento en que daban ganas de gritar y todos llorábamos de alegría.

Yo estuve mucho con el Papa, y para mí fue un regalo de la Providencia, porque cuando me pidieron que me hiciera cargo del Arzobispado me resistí fuertemente. Pero cuando el Santo Padre me insistió, yo le ofrecí el nombramiento al Señor. Y sentí que esta visita era un regalo que el Señor me daba por aceptar la arqui­diócesis. Porque la verdad es que era una gracia muy grande ser Arzobispo de San­tiago en esta ocasión única y excepcional. Cuando entró a la catedral yo gocé viendo cómo todo el clero se volvía loco; a los sacerdotes no los podíamos atajar porque todos querían acercarse a él. Estaba tan linda la catedral, se limpió entera, llena de luz, todo brillaba. Cuando él estuvo arrodillado en un largo silencio, fue un silencio en Chi­le entero. Otro momento muy lindo fue cuando llega­mos al templo votivo de Maipú, se arrodilló en el suelo delante de la imagen de la Virgen con tanta humildad, que la gente quedó impactada.

— ¿Cuál diría usted que fue el momento más emocionante de todos?

- Fue día de la misa de beatificación de Teresita de Los Andes, en el Parque O'Higgins. Yo estaba tan ilusionado, porque era un acto muy importante para nosotros. Cuando sucedió esa batahola, que todos recordamos, fue como si me partieran el alma con una espada; quedé tremen­damente impresionado.
Cuando íbamos en el auto de vuelta yo iba muy apenado, y el Papa se dio vuelta y me dijo: "Señor Arzobispo, no se aflija, el Señor lo ha permitido, y de estas cosas, El sacará algún bien". El estaba preocupado porque yo estaba afligido. Eso me emocionó mucho. Después, al llegar a Providencia, había un mar humano de velas prendidas, como con una necesidad de reparar lo sucedido en el Parque O'Higgins; ahí el Papa se emocionó mucho y le salieron lágrimas.

Al llegar a la Nunciatura yo me bajé rápido para poder recibirlo, ahí se escaparon unos niñitos y el Papa abrió los brazos, los acogió y los apretó apartándolos de los ca­rabineros que querían separarlos de su lado. Esa fue una escena muy linda donde desgraciadamente no había ningún fotógrafo cerca, por lo que nadie se enteró.

Entró en seguida el Santo Padre a la Nun­ciatura y toda la escol­ta de motociclistas se habían puesto de rodi­llas a la entrada del jardín y el Papa pasó haciéndoles cariño en la cabeza. ¡Qué gesto del Papa, tan especial! Siempre que llegába­mos a la Nunciatura él subía la escala, se des­pedía y se iba arriba a descansar. Pero ese día nos sorprendió porque bajó. Estábamos ahí con Monseñor Cassaroli, el Nuncio, Monseñor Piñera y otros, y el Papa bajó di­ciendo: "Vamos a comer algo". Nunca ha­bía bajado a comer nada y el Nuncio no te­nía nada preparado. Corrían las monjitas por todos lados, mientras él se iba al come­dor y nos llamaba a todos a comer. Se había dado cuenta de la pena que teníamos y que­ría hacernos un gesto paternal de preocu­pación y cariño. Estuvo mucho rato, comió con nosotros, cosa que nunca hacía.

Se emociona Monseñor Fresno recordando esos días y nos cuenta que en el avión el Papa gozaba mirando y comentaba: "Qué país tan largo, y está al fin del mundo".

- Qué efectos duraderos ve usted ya pasa­da una década desde la venida del Papa?

- Creo que el efecto más impactante fue en la gente más sencilla, la que estuvo parada horas esperando ver pasar al Papa. Eso fue muy importante para el renacer religioso de nuestro pueblo que estaba un poco alejado de la Iglesia. Yo veo un fuerte resurgimiento religioso. Hay un deseo de poder ilustrarse mejor religiosamente.

Creo que la juventud ha tenido que pasar por momentos duros y difíciles, y ha resur­gido también. Yo lo veo en el número de confesiones. Todos los días hay cientos de confesiones, para qué decir el domingo, los sacerdotes no damos abasto. Y toda la gente pide que se la atienda. Considero que son resultados de la visita del Papa, y de la mejor organización pastoral con una mejor atención a nuestros fieles. Ahora el Papa nos pide en este trienio, para la celebración del año 2000, una fuerte pre­paración y un resurgir de nuestra fe. Ha pedido que este año sea de profundización en el conocimiento de Cristo, el Señor; el próximo sea de conocimiento del Espíritu Santo, alma de la Iglesia, y el tercero poder empaparnos de la paternidad divina. Dios es padre nuestro, nos ama entrañablemente en su Hijo y nos cuida como un padre cari­ñoso que vela por sus hijos.

En todo caso considero que la visita del Papa fue un gran regalo para Chile. Me llenó de alegría cuando luego de un año visité al Santo Padre en Roma y él me dijo: "Señor Arzobispo, después de mi visita a Polonia, el mejor recuerdo que tengo es el de mi visita a Chile". Así, su­cesivamente, todos los años que me en­cuentra hace memoria de Chile.


M. Loreto Tagle Pereira

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