Volver a especial 30 años visita de San Juan Pablo II a Chile


 HUMANITAS 6, otoño 1997

Recordando una visita de Dios a nuestra Patria

1. Recordar la inolvidable visita del Papa a Chile hace diez años evoca en seguida la idea de una nación volcada por cinco intensos días a un estado de permanente plegaria. La estadía de Juan Pablo II entre nosotros fue, en efecto, para grandísima parte de los chilenos, una suerte de retiro espiritual colectivo.

 

2. Recorriendo los pasajes de nuestra historia presente y pasada, es difícil encontrar he­chos que de manera similar hayan conmovido tan amplia y hondamente al país. Tenemos en esto, desde luego, una confirmación sin igual de esa identidad cristiana de Chile a la que tantas veces hacemos mención y a la que, incluso, apelamos para dirimir nuestras dudas y definir nuestros caminos.

Desde mucho tiempo esperada, así como larga y cuidadosamente preparada, la presencia del Vicario de Cristo en nuestra Patria arrojó, por su parte, abundantes y visibles frutos de enriquecimiento espiritual.

 

3. Varios miles de hijos de esta tierra sintieron que la sola perspectiva de esta augusta visita despertaba en ellos las fibras de una fe, no muerta, pero sí adormecida. Varios miles fueron de esta manera los que se prepararon para ella acercándose de nuevo a los sacramentos: aumentaron las confesiones y también la frecuencia a la Santa Misa. Muchos que no se habían confirmado ni habían contraído matrimonio sacramental lo hicieron entonces. Creció a lo largo de todo Chile el número de bautizos. Y, síntoma inequívoco de que la gracia de una mayor generosidad sopló entre nosotros, a partir de 1987 un número bastante mayor de jóvenes chilenos optaron por el camino del sacerdocio ingresando a nuestros Seminarios.

 

4. Desde el 1º de abril de 1987, en que, emocionados, vimos descender su figura del avión que lo trajo y besar la tierra chilena, hasta el momento no menos conmovedor de su des­pedida el 5 de abril en Antofagasta, la presencia de Juan Pablo II en Chile fue una constan­te catequesis a la que el país entero asistió de viva presencia o a través de los medios de comunicación que abordaron con intensidad nunca vista este momento. ¡Cómo no recor­dar siempre ese imborrable legado magisterial!

Así, por ejemplo, su énfasis en el lugar central que ocupa la Sagrada Liturgia en la vida de la Iglesia, planteado durante su encuentro con el Episcopado chileno. O su enérgica de­fensa de la familia y su rechazo al divorcio y a todos los factores que atentan contra su estabilidad y crecimiento, expresado ante millares de matrimonios que asistieron a la Eucaristía celebrada en Rodelillo. O el profético llamado a la juventud chilena que des­bordara el Estadio Nacional para mirar el Rostro de Jesús -y seguirlo-, pues mucho más que un sabio o un reformador social, El es el Rostro mismo de Dios. Habría que recordar también su apremiante petición en la CEPAL: "¡ Los pobres no pueden esperar!" Y su ur­gente exhortación a construir una cultura de la solidaridad y del trabajo, hecha a los intelec­tuales, empresarios y obreros. O el agradecimiento por la paz entre Chile y Argentina y el llamado al compromiso con este don que nace del corazón convertido, manifestado en Punta Arenas. O ese cántico rebosante de júbilo, porque la obra evangelizadora, iniciada en América hace cinco siglos, tocaba los confines del Continente, junto al llamado a perservar en esa identidad cristiana, manifestado en el hermoso escenario que le ofreció Puerto Montt. También su encuentro con la vida religiosa en Maipú y la coronación de la imagen de la Virgen del Carmen y su divino Hijo, y la consagración de Chile a la Madre de Dios, en dicha advocación. O la invitación a nuestros indígenas a ser siempre conscien­tes de sus ancestrales riquezas y, sobre todo, de su fe católica. O sus palabras dirigidas a los presos en la cárcel de Antofagasta, recordándoles a ellos, y a todos, que la libertad que Cristo nos ofrece comienza por el interior del hombre.

 

5. Ha quedado grabada en el corazón de Chile la :'v!isa del Parque O'Higgins por la beati­ficación de Santa Teresa de Los Andes y su grito: "¡ El amor es más fuerte!" De particular importancia, por lo que concierne al trabajo que se desarrolla desde la Universidad y desde publicaciones como es la propia revista HUMANITAS, resultan las palabras dirigi­das por el Papa en el patio de la Universidad Católica durante el memorable encuentro suyo con los así llamados "Constructores de la Sociedad". Allí, en efecto, recordó que el mundo de la cultura "es parte de la conciencia del pueblo" y es por ello que los hombres de cultura están "llamados a tomar parte en la configuración de dicha conciencia", sien­do, por tanto, una "ardua tarea y grave responsabilidad la que aguarda a todo hombre que se precia del título de hombre de cultura".

 

6. Como Arzobispo de Antofagasta que yo era en ese momento, debí recibir al Santo Padre a su llegada a esa ciudad, ya al atardecer de su quinto día en Chile, luego de haber inicia­do la mañana de esa Jornada con la Misa al mundo del trabajo en Concepción, seguido con una Liturgia para las comunidades indígenas en Temuco, continuando después un encuentro con el mundo de la religiosidad popular en La Serena, ocasiones, todas ellas, acompañadas de Homilías riquísimas en enseñanzas. Su agotamiento físico era visible y debió entonces retirarse antes de la cena. Al amanecer del día siguiente, dispuesto a abor­dar los actos de su encuentro con el Norte Grande y su partida esa tarde para una nueva peregrinación por Argentina, estaba ya completamente renovado. Quienes le acompaña­ban dieron fe de que el agotamiento no había sido impedimento para que cumpliese com­pleta y puntualmente con todos los deberes de piedad que acostumbra realizar al término y al inicio de cada jornada.

 

7. Es que, además de todas esas enseñanzas a las que hemos hecho apenas somera referen­cia, el Santo Padre Juan Pablo II nos entregó también esta otra: en él, aquello de que "El amor es más fuerte" resulta tan profundamente real, que en su total entrega por la salvación de los pueblos, incluido muy visiblemente Chile, no se reconoce ningún derecho al descanso.

 

8. En la perspectiva de los diez años transcurridos desde entonces, debemos agracecer muy profundamente esa visita de Dios a Chile, cuyo bien perdura y esperamos perdure por muchas generaciones.


✝ Carlos Cardenal Oviedo Cavada

Arzobispo de Santiago
Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica de Chile

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