Desde la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia que sufre, y en el marco del Domingo de Oración por la Iglesia Perseguida, nos llega un llamado a recordar a quienes arriesgan la vida por vivir su fe.
Cuesta creer que, en pleno siglo XXI, millones de cristianos sigan practicando su fe bajo amenaza, violencia y persecución.
Esta afirmación es real y dramática. Hace sólo dos semanas, la noche del 13 al 14 de junio, al menos 200 cristianos fueron brutalmente asesinados por islamistas en el estado de Benue (Nigeria), en lo que pocos dudan en calificar como una de las peores masacres ocurridas en la región. Y no es precisamente que la zona sea un remanso de paz, sino en palabras de un sacerdote de esa diócesis, el padre Remigius Ihyula, viven la muerte a cuentagotas. Según él, aunque la masacre ha llamado la atención de la prensa internacional por la magnitud del número de muertos, en realidad se trata de una tragedia continua y sistemática: “Aquí vivimos un goteo constante. Un día matan a tres personas, otro a diez, y así sucesivamente”.
El ataque ocurrió en Yelewata, llevado a cabo por terroristas yihadistas, tuvo lugar durante la noche, mientras las víctimas dormían en alojamientos temporales. Eran desplazados internos, que ya habían huido de sus aldeas para salvar sus vidas. Los perseguían grupos radicales, que buscan exterminar a los cristianos. Otro sacerdote del lugar, el padre Ukuma Jonathan Angbianbee, explicó que Yelewata ahora estaba prácticamente desierta, ya que muchos de sus habitantes se refugiaron en las cercanas Daudu y Abagena.
Los asaltantes, que irrumpieron en la plaza del mercado de Yelewata, gritaron “¡Allahu Akhbar!” (“¡Alá es grande!”) antes de comenzar la matanza. Las víctimas fueron quemadas vivas, acuchilladas y ejecutadas con disparos y machetazos cuando intentaban huir. Un informe inicial de la Fundación para la Justicia, el Desarrollo y la Paz (FJDP) de la Diócesis de Makurdi describió la escena como “una monstruosidad, una visión que nadie debería contemplar”, señalando que algunos cadáveres estaban “quemados hasta quedar irreconocibles: bebés, niños, madres y padres simplemente aniquilados”.
Días después de la masacre, el padre Ukuma Jonathan Angbianbee, señala: “Yo estoy aquí, en Yelewata, y aquí es donde me quedo y aquí seguiré sirviendo a la gente para la gloria de Dios”. Expresa firmeza y determinación, pero reconoce que tanto él como los demás están tratando de superar la “aterradora” experiencia. Y como él, “muchos de nuestros feligreses ahora dispersos desean regresar y reconstruir sus vidas”.
El papa León XIV, fue el primero en alzar la voz a nivel internacional. En el Ángelus del pasado domingo 15 de junio, expresó su oración por los “brutalmente asesinados” en la “terrible masacre”, la mayoría de ellos desplazados internos “acogidos por la misión católica local”. El Sumo Pontífice ofreció su oración por la seguridad, la justicia y la paz en Nigeria, y especialmente por las “comunidades cristianas rurales del estado de Benue que han sido víctimas implacables de la violencia”.
Pero como dijimos antes, la masacre se suma a un incremento de ataques en el estado de Benue, donde más del 95 % de la población es católica. Líderes de la Iglesia local han solicitado en repetidas ocasiones ayuda internacional, denunciando un “plan yihadista en marcha para apoderarse de las tierras y llevar a cabo una limpieza étnica de la presencia cristiana en la región”.
Siria: donde ser cristiano sigue costando la vida
Cuando aún sentíamos el peso de Nigeria supimos de otro terrible atentado. Esta vez el epicentro fue Siria un país que conoce de hace tiempo el terrorismo y su efecto devastador tanto en lo espiritual como en lo material.
27 personas murieron y más de 60 resultaron heridas en un atentado suicida perpetrado el pasado domingo 22 de junio en la iglesia greco-ortodoxa de San Elías en Damasco. Se trata del primer atentado suicida de estas dimensiones contra una iglesia cristiana tras la caída del régimen de Bashar al-Ásad.
El Patriarcado Greco Ortodoxo de Antioquía y de todo Oriente, emitió un comunicado en el que condenaba el ataque en los términos más enérgicos:
“Mientras seguimos contando los mártires y los heridos y recogiendo los restos y los cuerpos de nuestros seres queridos, martirizados, cuyo número exacto aún no hemos determinado, el Patriarcado Greco Ortodoxo de Antioquía y de todo Oriente condena enérgicamente este acto atroz y denuncia en los términos más enérgicos este horrible crimen. El Patriarcado insta a las autoridades a que asuman toda la responsabilidad por lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo en términos de violaciones de la santidad de las iglesias, y a que garanticen la protección de todos los ciudadanos”.
Dos países, pero una misma situación: muchos cristianos son perseguidos por su fe. Son asesinados, desplazados, condenados al silencio, solo por vivir en lugares donde se intenta imponer una cultura única y borrar toda diferencia.
Ataque mortal en la iglesia de San Elías en Damasco el 22 de junio de 2025
¿Libertad religiosa?
Un tercio de los países del mundo (31,1%) —es decir, 61 de 196 naciones— presentan vulneraciones a la libertad religiosa. Y si analizamos con más detalle, 28 países (14%) viven situaciones de persecución, mientras que en otros 33 (17%) se constata discriminación religiosa.
Tanto así, que el 62,5% de la población mundial —¡unos 4.900 millones de personas!— vive en países donde esta libertad fundamental sufre violaciones graves o muy graves, según el Informe de la Libertad Religiosa en el Mundo de la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN).
Entre los perseguidos por su fe, el 75% son cristianos. Viven situaciones extremas que marcan sus vidas, pero que no significan rendición. Al contrario, muchos de ellos encuentran en su sufrimiento la certeza de estar en manos de un Dios que no los abandona.
Occidente tiene mucho que aprender de ellos. Su fe, su resistencia y su capacidad de perdonar son un testimonio de esperanza y valor. Pero para que puedan seguir practicando su fe, necesitan de nuestro apoyo.
Por eso es tan importante el Domingo de Oración por la Iglesia Perseguida, una celebración establecida por la Conferencia Episcopal de Chile, que este año se conmemora el 29 de junio. Un día en que todos estamos invitados a unirnos en oración por los cristianos que son perseguidos por su fe.
Como ACN Chile, agradecemos profundamente esta oportunidad de visibilizar su realidad y de acompañarlos con nuestra oración y ayuda concreta. Conoce más sobre los cristianos perseguidos en www.acn-chile.org.
Janada y su renacerJanada tiene 25 años. Muy pocos para todo lo que ha vivido. Aunque su vida volvió a empezar hace tres, cuando siguió un camino de conversión y sanación que le ha hecho encontrarse a sí misma y entender quién es: una hija de Dios, cuya dignidad infinita viene, precisamente, de esa relación de filiación. Esto no es algo fácil de asumir para una joven que lleva toda su vida huyendo del grupo terrorista Boko Haram. Pero más difícil es entender que les ha perdonado. Ha perdonado que la obligaran a abandonar su hogar en el lago Chad, el incendio de su casa y el asesinato de varios familiares en su nuevo hogar y la ejecución de su padre ante sus ojos en la granja familiar de Maiduguri. Él, su padre, prefirió morir antes que violar a su hija, como le pedían los terroristas. Y también ha perdonado un secuestro de seis días durante el que sufrió torturas a nivel físico, emocional y mental. Su liberación fue hace cuatro años, pero el aniversario que ella celebra es el del encuentro con el padre Joseph Bature Fidelis, director del Centro de Atención al Trauma de la diócesis de Maiduguri. Magdalena Lira, directora nacional de Ayuda a la Iglesia que Sufre, tuvo oportunidad de conocerlo durante su visita de trabajo a Nigeria. Y pudo apreciar el esfuerzo que se hace en devolver la vida a personas afectadas por el terrorismo: “Es un hombre admirable, profundamente entregado a su pueblo. Se dedica, casi sin recursos, a sanar las heridas de quienes lo han perdido todo, consciente de que, si él no lo hace, nadie más lo hará. Me impresionó, además, su sentido del humor y una alegría que era contagiosa, capaz de levantar el ánimo incluso en medio del dolor”.El mismo padre Fidelis, recuerda en una entrevista con ECCLESIA cómo era Janada cuando la conoció: “Parecía un fantasma, padecía alucinaciones y pesadillas”. Tras seis meses de terapia, oración y orientación, está muy recuperada y se acaba de diplomar en Salud Tropical y Control de Enfermedades. Y es que este sacerdote, frente a las situaciones que le ha tocado ver y escuchar, decidió estudiar sicología para prestar una ayuda aún más eficaz: “El obispo y yo nos dimos cuenta de que hacía falta ayuda psicológica y que había que formar a los seminaristas en ello. Así que la decisión fue estudiar para ser sacerdote, pero también ser un experto en Psicología para poder acompañar a esta gente herida”.Cuenta que, durante su estancia en Italia, donde estudió sicología, el padre Fidelis recibió malas noticias de casa. Boko Haram seguía asesinando a su gente. Entristecido, entró en la catedral con una petición a Dios: “Dame algo para ellos”. Se puso en contacto con ACN, que fue al terreno a conocer de primera mano la situación y empezó un trabajo conjunto. El fruto de ese trabajo es el Centro de Atención al Trauma, que ha devuelto la vida a Janada y a otras 2.000 personas. Fidelis insiste en que la atención psicológica es fundamental, pero que esta va acompañada de la fe. “Vienen a mí completamente devastados. Mi primera tarea es dignificar a la persona. Eso es lo que hace la fe, iluminar la vida”. El pueblo cristiano de Nigeria, en la región de Maiduguri y también en el resto del país, es un pueblo perseguido, torturado, marcado por el sufrimiento. Según el Informe de Libertad Religiosa 2023 de ACN, Nigeria es la nación con más violencia contra los cristianos. Así y todo, ellos tienen esperanza en Dios, van a la Iglesia, se reúnen a rezar y ven que eso ilumina sus vidas. A la pregunta de por qué ha perdonado, Janada responde: “Mi madre solía rezar por nosotras cada día y nos enseñó que Dios nos manda perdonar para que tengamos paz en nuestra mente. Dios nos manda perdonar a nuestros enemigos, es parte de nuestra fe cristiana. Yo los perdono cuando rezo. Y ya tengo paz en mi mente. Yo perdono y olvido”. |