En el marco del VIII centenario de la composición del Cántico de las Criaturas, Mons. Aós invita a volver a meditar sobre la vida y vocación de Francisco de Asís, deteniéndose no solo en las síntesis de su actuar y predicación que constituye este texto, sino en los pasajes de su vida que rodean el momento en que lo escribe.

¿Quién y cuándo compuso el Cántico de las Criaturas?

Somos muchos por cuanto singulares y sucesión de momentos pre­ sentes, y somos uno porque una columna vertebral nos mantiene en identidad. Así también san Francisco de Asís: compuso el Cántico poco antes de su muerte, pero sus raíces venían desde más atrás. San Francisco llevaba casi veinte años de esfuerzo de conversión a la vida evangélica. Compuso el Cántico en dialecto umbro con elementos de lengua latina, toscana e italiana.

Lo cantaron por primera vez el mismo san Francisco, Fr León, y Fr Ángel. Tomás de Celano lo menciona ya en su Vida primera en 1228: “¡Oh, cuán encantador!, ¡qué espléndido y glorioso se manifestaba en la inocencia de su vida, en la sencillez de sus palabras, en la pureza del corazón, en el amor de Dios, en la caridad fraterna, en la ardorosa obediencia, en la condes­ cendencia complaciente, en el semblante angelical!” [1]. Sigue el retrato tanto en su prosopografía como en su etopeya; por brevedad no lo transcribo, pero recomiendo leerlo para un marco más completo.

El mismo Celano, en la Vida segunda nos habla de cómo contemplaba al Creador en las creaturas:

Este feliz viador, que anhelaba salir de este mundo, como lugar de destierro y peregrinación, se servía, y no poco, por cierto, de las cosas que hay en él. En cuanto a los príncipes de las tinieblas, se valía, en efecto, del mundo como de campo de batalla; y en cuanto a Dios, como de espejo lucidísimo de su bondad. En una obra cualquiera canta al Artífice de todas; cuanto descubre en las hechuras, lo refiere al Hacedor. Se goza en todas las obras de las manos del Señor (Sal 91,5), y a través de tantos espectáculos de encanto intuye la razón y la causa que les da vida. En las hermosas re­conoce al Hermosísimo; cuanto hay de bueno le grita “El que nos ha hecho es el mejor” [2]. Por las huellas impresas en las cosas sigue dondequiera al
Amado [3], hace con todas una escala por la que sube hasta el trono. Abraza todas las cosas con indecible afectuosa devoción y les habla del Señor y las exhorta a alabarlo. (…)
Llama hermanos a todos los animales, si bien ama particularmente, entre todos, a los mansos.
Pero ¿cómo decirlo todo? Porque la bondad fontal, que será todo en todas las cosas, éralo ya a toda luz en este Santo. [4]

Pero llega la muerte, de la que ningún mortal se ha de escapar. Pocos años tiene, pero están repletos de frutos que ocultan tantos esfuerzos, y el esfuerzo desgasta. Está enfermo del estómago y de los ojos, con fuertes dolores. Al dolor físico se añade la decepción por lo que está pasando en la Orden. Unos meses antes ha tenido la experiencia en el monte Alvernia, y lleva las llagas; las llagas duelen. Tras una noche de tormento espiritual compone pidiendo sufrir en paz.

Aos 02

"Predicando a las aves" por Pedro Subercaseaux, acuarela del libro "Vida de san Francisco de Asís", publicado por Verónica Griffin.
Monasterio Benedictino de Las Condes, Santiago, 2009.

 

Fragmento de la la leyenda de Perusa

Viendo que el bienaventurado Francisco continuaba siendo duro con su cuerpo, como lo había sido siempre, y, sobre todo, que, estando perdiendo la luz de los ojos, rehusaba que se los curaran, el obispo de Ostia, que después fue papa, le hizo esta advertencia con mucho amor y compasión: “Hermano, no obras bien al no cuidar de ser ayudado en la enfermedad de los ojos, pues tu salud y tu vida son muy útiles a ti y a los demás. Si te compadeces de los hermanos enfermos y has sido siempre misericordioso con ellos y continúas siéndolo, ahora no debes ser cruel contigo, porque tu enfermedad es grave y te encuentras en una evidente necesidad. Por eso te ordeno que te dejes ayudar y curar”.

Dos años antes de su muerte [es decir, en otoño de 1224], estando ya muy enfermo y padeciendo, sobre todo, de los ojos, habitaba en San Damián, en una celdilla hecha de esteras. Viéndole el ministro general tan afligido por la enfermedad de los ojos, le mandó que se hiciera y se dejara ayudar y cuidar; incluso le dijo que deseaba estar presente cuando el médico comenzase el tratamiento, sobre todo para que con mayor seguridad se dejara medicinar y para animarle en aquel gran sufrimiento. Pero enton­ ces hacía mucho frío y el tiempo no era propicio para empezar la cura.

Yacía en este mismo lugar el bienaventurado Francisco y llevaba más de cincuenta días sin poder soportar de día la luz del sol, ni de noche el resplandor del fuego. Per­ manecía constantemente a oscuras tanto en la casa como en aquella celdilla. Tenía, además, grandes dolores en los ojos día y noche, de modo que casi no podía descan­ sar ni dormir durante la noche; lo que dañaba mucho y perjudicaba a la enferme­ dad de sus ojos y sus demás enfermedades. Y lo que era peor: si alguna vez quería descansar o dormir, había tantos ratones en la casa y en la celdilla donde yacía –que estaba hecha de esteras y situada a un lado de la casa–, que con sus correrías enci­ ma de él y a su derredor no le dejaban dormir, y hasta en el tiempo de la oración le estorbaban sobremanera. Y no solo de noche, sino también le molestaban de día: cuando se ponía a comer, saltaban sobre su mesa; lo cual indujo a sus compañeros y a él mismo a pensar que se trataba de una tentación diabólica, como era en realidad.

En esto, cierta noche, considerando el bienaventurado Francisco cuántas tribulacio­ nes padecía, sintió compasión de sí mismo y se dijo: “Señor, ven en mi ayuda en mis enfermedades para que pueda soportarlas con paciencia”. De pronto le fue dicho en espíritu: “Dime, hermano: si por estas enfermedades y tribulaciones alguien te diera un tesoro tan grande que, en su comparación, consideraras como nada el que toda la tierra se convirtiera en oro; todas las piedras, en piedras preciosas, y toda el agua, en bálsamo; y estas cosas las tuvieras en tan poco como si en realidad fueran solo pura tierra y piedras y agua materiales, ¿no te alegrarías por tan gran tesoro?”.

Respondió el bienaventurado Francisco: “En verdad, Señor, ese sería un gran tesoro, inefable, muy precioso, muy amable y deseable”. “Pues bien, hermano –dijo la voz–; regocíjate y alégrate en medio de tus enfermedades y tribulaciones, pues por lo demás has de sentirte tan en paz como si estuvieras ya en mi reino”.

Por la mañana al levantarse dijo a sus compañeros: “Si el emperador diera un reino entero a uno de sus siervos, ¿no debería alegrarse sobremanera? Y si le diera todo el imperio, ¿no sería todavía mayor el contento?”. Y añadió: “Pues yo debo rebosar de alegría en mis enfermedades y tribulaciones, encontrar mi consuelo en el Señor y dar rendidas gracias al Padre, a su Hijo único nuestro Señor Jesucristo y al Espíritu Santo, porque Él me ha dado esta gracia y bendi­ ción; se ha dignado en su misericordia asegurarme a mí, su pobre e indigno siervo, cuando to­ davía vivo en carne, la participación de su reino. Por eso, quiero componer para su gloria, para consuelo nuestro y edificación del prójimo una nueva alabanza del Señor por sus criaturas. Cada día ellas satisfacen nuestras necesidades; sin ellas no podemos vivir, y, sin embargo, por ellas el género humano ofende mucho al Creador. Cada día somos ingratos a tantos dones y no loamos como debiéramos a nuestro Creador y al Dispensador de todos estos bienes”.

Se sentó, se concentró un momento y empezó a decir: “Altísimo, omnipotente, buen Señor...”. Y compuso para esta alabanza una melodía que enseñó a sus compañeros para que la cantaran. Su corazón se llenó de tanta dulzura y consuelo, que quería mandar a alguien en busca del hermano Pacífico, en el siglo rey de los versos y muy cortesano maestro de cantores, para que, en compañía de algunos hermanos buenos y espirituales, fuera por el mundo predicando y alabando a Dios.

Quería, y es lo que les aconsejaba, que primero alguno de ellos que supiera predicar lo hiciera y que después de la predicación cantaran las Alabanzas del Señor, como verdaderos juglares del Señor. Quería que, concluidas las alabanzas, el predicador dijera al pueblo: “Somos juglares del Señor, y la única paga que deseamos de vosotros es que permanezcáis en verdadera penitencia”. Y añadía: “¿Qué son, en efecto, los siervos de Dios sino unos jugla­ res que deben mover los corazones para encaminarlos a las alegrías del espíritu?”. Y lo decía en particular de los hermanos menores, que han sido dados al pueblo para su salvación.

A estas alabanzas del Señor, que empiezan por “Altísimo, omnipotente, buen Señor...”, les puso el título de Cántico del hermano sol, porque él es la más bella de todas las criatu­ ras y la que más puede asemejarse a Dios.

Solía decir: “Por la mañana, a la salida del sol, todo hombre debería alabar a Dios que lo creó, pues durante el día nuestros ojos se iluminan con su luz; por la tarde, cuando anochece, todo hombre debería loar a Dios por esa otra criatura, nuestro hermano el fuego, pues por él son iluminados nuestros ojos de noche”. Y añadió: “Todos nosotros somos como ciegos, a quienes Dios ha dado la luz por medio de estas dos criaturas. Por eso debemos alabar siempre y de forma especial al glorioso Creador por ellas y por todas las demás de las que a diario nos servimos”.

Él así lo hizo, y lo hacía con alegría en la salud y en la enfermedad, e invitaba a los demás a que alabaran al Señor. Y, cuando arreciaban sus dolores, él mismo entonaba las alabanzas del Señor y hacía que las continuaran sus compañeros, para que, abis­ mado en la meditación de la alabanza del Señor, olvidara la violencia de sus dolores y males. Así perseveró hasta el día de su muerte.

En este mismo tiempo, estando enfermo y predicadas y compuestas ya las alabanzas, el obispo a la sazón de Asís excomulgó al podestà; este, enemistado con aquel, había hecho, con firmeza y de forma curiosa, anunciar por la ciudad de Asís que nadie podía venderle o comprarle, ni hacer con él contrato alguno. De esta forma creció el odio que mutuamente se tenían. El bienaventurado Francisco, muy enfermo entonces, tuvo piedad de ellos, particularmente porque nadie, ni religioso ni seglar, intervenía para establecer entre ellos la paz y armonía.

Dijo, pues, a sus compañeros: “Es una gran vergüenza para vosotros, siervos de Dios, que nadie se preocupe de restablecer entre el obispo y el podestà la paz y concordia, cuando to­ dos vemos cómo se odian”. Por esta circunstancia añadió esta estrofa a aquellas alabanzas:

“Alabado seas, mi Señor,
por aquellos que perdonan por tu amor
y soportan enfermedad y tribulación.
Bienaventurados aquellos que las sufren en paz,
pues de ti, Altísimo, coronados serán”.

Después llamó a uno de sus compañeros y le dijo: “Vete donde el podestà y dile de mi parte que acuda al obispado con los notables de la ciudad y con toda la gente que pueda reunir”.

Cuando el hermano partió, dijo a otros dos compañeros: “Id y, en presencia del obispo, del podestà y de toda la concurrencia, cantad el Cántico del hermano sol. Tengo con­ fianza de que el Señor humillará sus corazones, y, restablecida la paz, volverán a su anterior amistad y afecto”.

Cuando todo el mundo estaba reunido en la plaza del claustro del obispado, los dos hermanos se levantaron y uno de ellos tomó la palabra: “El bienaventurado Francisco ha compuesto en su enfermedad las alabanzas del Señor por las criaturas para gloria de Dios y edificación del prójimo. Él os pide que las escuchéis con gran devoción”. Y empeza­ ron a cantarlas. El podestà en seguida se pone en pie, junta sus brazos y manos y con gran devoción y hasta con lágrimas escucha atentamente como si fuera el Evangelio del Señor, pues sentía hacia el bienaventurado Francisco gran confianza y veneración. [5

 

San Francisco era músico y compuso la letra y la música, pero no conocemos esa melodía.

Texto original en dialecto umbro

Altissimu, onnipotente, bon Signore,
tue so' le laude, la gloria e l'honore et onne benedictione.
Ad te solo, Altissimo, se konfàno
et nullu homo ène dignu te mentovare.
Laudato sie, mi' Signore, cum tucte le tue creature,
spetialmente messor lo frate sole,
lo qual è iorno, et allumini noi per lui.
Et ellu è bellu e radiante cum grande splendore:
de te, Altissimo, porta significatione.
Laudato si', mi' Signore, per sora luna e le stelle:
in celu l'ài formate clarite et pretiose et belle.
Laudato si', mi' Signore, per frate vento
et per aere et nubilo et sereno et onne tempo,
per lo quale a le tue creature dài sustentamento.
Laudato si', mi' Signore, per sor'aqua,
la quale è multo utile et humile et pretiosa et casta.
Laudato si', mi' Signore, per frate focu,
per lo quale ennallumini la nocte;
ed ello è bello et iocundo et robustoso et forte.
Laudato si', mi' Signore, per sora nostra matre terra,
la quale ne sustenta et governa,
et produce diversi fructi con coloriti flori et herba.
Laudato si', mi' Signore, per quelli ke perdonano per lo tuo amore,
et sostengo infirmitate et tribulatione.
Beati quelli che 'l sosterrano in pace,
ka da te, Altissimo, sirano incoronati.
Laudato si', mi' Signore, per sora nostra morte corporale,
da la quale nullu homo vivente pò skappare:
guai aquelli che morrano ne le peccata mortali:
beati quelli ke trovarà ne le tue sanctissime voluntati,
ka la morte secunda no 'l farrà male.
Laudate et benedicete mi' Signore et rengratiate
e serviateli cum grande humilitate.

Traducción al castellano

Altísimo y omnipotente buen Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.
A ti solo, Altísimo, te convienen
y ningún hombre es digno de nombrarte.
Alabado seas, mi Señor, en todas tus criaturas,
especialmente en el señor hermano Sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.
Y es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
Alabado seas, mi Señor, por la hermana Luna
y las estrellas, en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire y la nube y el cielo sereno y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.
Alabado seas, mi Señor por la hermana agua,
la cual es muy humilde, preciosa y casta.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual iluminas la noche, y es bello y alegre y vigoroso y fuerte.
Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre Tierra,
la cual nos sostiene y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas.
Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor,
y sufren enfermedad y tribulación;
bienaventurados los que las sufran en paz,
porque de ti, Altísimo, coronados serán.
Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.
Ay de aquellos que mueran en pecado mortal.
Bienaventurados a los que encontrará en tu santísima voluntad
porque la muerte segunda no les hará mal.
Alaben y bendigan a mi Señor
y denle gracias y sírvanle con gran humildad.

No es la visión y la exaltación momentánea de un romántico sentimental con exceso de optimismo. Desde la Encarnación se ve el mundo creado como el sacramento de Dios. Donde otros ven cosas ba­nales y sin valor, o valor económico, san Francisco ve maravillas de Dios. Por eso el respeto a las criaturas incluso más insignificantes. El hombre, y por lo mismo san Francisco, se reconoce como criatura capaz de entrar en comunión fraterna y gozosa con las demás criaturas. No es actitud meramente hu­mana, se explica a la luz de Jesucristo. San Francisco se maravilla y exalta ante el mundo creado que le revela la bondad de Dios. No canta a las criaturas ni a la naturaleza; canta y alaba al Creador, altísimo, omnipotente, mi buen Señor:

Sería excesivamente prolijo, y hasta imposible, reunir y narrar todo cuanto el glorioso padre Francisco hizo y enseñó mientras vivió entre nosotros. ¿Quién podrá expresar aquel extraordinario afecto que le arrastraba en todo lo que es de Dios? ¿Quién será capaz de narrar de cuánta dulzura gozaba al contemplar en las criaturas la sabiduría del Creador, su poder y su bondad? En verdad, esta consideración le llenaba muchísimas veces de admirable e inefable gozo viendo el sol, mirando la luna y contemplando las estrellas y el firmamento. ¡Oh piedad simple! ¡Oh simplicísima piedad! [6]

Celano pormenoriza hablando de los gusanos, las abejas, la belleza de las flores, las mieses, las viñas, las piedras, las selvas, las aguas de la fuente, los huertos, la tierra, el fuego, el aire y el viento. A todas las criaturas las llamaba hermanas, como quien había llegado a la gloriosa libertad de los hijos de Dios, y con la agudeza de su corazón penetraba, de modo eminente y desconocido a los demás, los secretos de las criaturas.

El Cántico es adoración maravillada y jubilosa. San Francisco conoce las dificultades de la vida, las lágrimas y los fracasos, tanto los materiales como los de relaciones y espirituales. Él, que soñó triunfar y ser admirado como líder, no exalta al hombre de hazañas deportivas, guerreras o técnicas, ni a los ricos o a los que se exhiben en belleza. Celebra a los que perdonan por amor, a los que soportan pruebas y enfermedades, a los que conservan la paz.

 

Aos 03

"El lobo de Gubbio" por Pedro Subercaseaux, acuarela del libro "Vida de san Francisco de Asís", publicado por Verónica Griffin.
Monasterio Benedictino de Las Condes, Santiago, 2009.

 

¿Quién y cuándo lee el Cántico de las Criaturas?

Yo soy fraile sacerdote que suma ya 61 años de profesión capuchina. Yo he visto las flores en los prados de mi pueblo y las he visto cultivadas en grandes invernaderos, y las he visto exhibidas y preciadas en el mercado. ¡Las he visto también en los ramos y floreros, muestra de cariño y obsequio a vivos y difuntos! Y las he visto, asombrado y alegre, en el desierto florido. Yo he visto el sol, tibio y apetecible en primavera, pero lo he sufrido terrible en el desierto; y en el desierto he admirado la luna y las estrellas en el firmamento. Yo he admirado el agua en su incesante correr en el arroyo y las fuentes de mi infancia, y la he visto en torbellinos arrasadores y catastróficos; en fin, yo he visto y disfrutado el agua en los grifos de la casa esperando mi apertura para pasar… Y he visto cosas que san Francisco no vio ni padeció, como la contaminación del aire y del agua que se hacen veneno; y la violencia que Francisco sintió muchas veces, pero que al final se manifestaba escandalosa en la enemistad entre el podestá y el obispo. San Francisco vio muchas cosas en su naciente Orden, y en esa Orden hermosa y pletórica de frutos yo he visto también muchas cosas, y muchas cosas en la Iglesia…

Soy yo quien debe hacer míos los versos y Cántico de san Francisco. Y es usted quien debe detenerse aquí un momento y pensar, siendo usted quien lee esta composición: ¿qué le dice? Seguir adelante sin esta reflexión, es perder tiempo…

¿Y si el Cántico estuviese en otra clave?

El enamorado envía flores a la amada. Los demás admiran la belleza de las flores, y quizás la generosidad del remitente. ¡Al enamorado le importa más la belleza de su amada! ¡Vamos adelante en la celebración de este año y cuánto no se habla y escribe celebrando estos 800 años del Cántico! La bibliografía es abundante y variada. San Francisco no es un ecologista al modo actual, no cantó a la naturaleza. Y ni ha visto el agua corriente por nuestros grifos, ni ha padecido la contaminación del aire o del ruido.

San Francisco va repitiendo “alabado seas mi Señor” como dirigiéndose a Dios, y luego de cara a las criaturas las exhorta: “alaben y bendigan a mi Señor”.

No ignoraba el mal, pero veía a las criaturas más allá del mal, en el futuro transfigurado de Jesucristo. Toda la creación es teofanía de la bondad de Dios: toda la creación alaba a Dios. Altísimo, Omnipotente, buen Señor al que nadie es digno de nombrar. Su relación con Cristo desarrolló un camino de relación con todas las cosas; se esforzó por ser hermano de todas las cria­turas. Hoy se habla de inmortalidad, y se la anhela (aún no se la promete cercana), busca perdurar, pero san Francisco no la ve así, sino como una Vida Nueva. El camino de las criaturas es también un camino de eternidad: cielos y tierra nuevos, espera de la redención. Cristo hace nuevas todas las cosas. La naturaleza entendida como creación y mundo creado proviene de un Principio que tiene poder de crear todo de la nada. Salidas “buenas” de sus manos, cada criatura tiene valor en su ser y cada criatura tiene capacidad de conducirnos al Creador. Y la creación es el primer gran libro donde fue impresa la Ley de Dios. Dios es el Principio que crea, el que conserva, el que consumará la creación.

La muerte es paso ineludible a esa plenitud, al día glorioso del encuentro con el Señor, por eso llamará “Hermana” a la muerte. Advierte del riesgo de irse de este mundo en pecado mortal. Tiene la certeza de que así como pecamos, podemos arrepentirnos.

La existencia del hombre es concebida como un gran desierto por atravesar para llegar a la tierra prometida que es Dios mismo. Es viaje de retorno: salimos de Dios y a Dios volvemos. En la naturaleza todos compartimos la igualdad de ser criaturas. Según san Buenaven­tura, las criaturas son indispensables para una auténtica experiencia de Dios porque a través de las creaturas podemos conocer a Dios. No debemos ver la realidad creada como un obstáculo para superar, o una realidad intrínsecamente mala que negar, sino como un signo e indicio de la presencia de Dios. Tienden a que el hom­ bre llegue a escuchar, amar, y alabar a Dios. El hombre tiene su propia dignidad: creado a imagen y semejanza de Dios, es como un microcosmos, síntesis de universo. Pero el hombre no es independiente del resto de la creación: podemos abusar de las criaturas con una mala manipulación y explotación. El Papa Francisco en la Laudato si’ nos avisa acerca del biocentrismo [7]. No a la depredación.

El hombre y la creación están en relación de mutua dependencia e interacción y complementariedad. Admiración y reverencia ante la vida. No podemos subsistir separados de la creación: nuestro cuerpo es materia. Si el hombre mira exclusivamente su interés, el egoísmo lo puede llevar a justificar, a apropiarse, a depender de la naturaleza. No hay desprecio a la naturaleza sino respeto y cuidado de ella porque “vio Dios que era bueno”. A través de las criaturas podemos contemplar la bondad del Creador.

San Francisco es el santo de la majestad divina. ¿Quién sois Vos y quien soy yo? Dios es el enteramente otro, el Altísimo. Solo Dios es bueno, creación y misterio trinitario. La Palabra con su Encarnación entra en el mundo, viviendo como pequeño y revelándose como verdadero rostro de Dios. Así la creación que es buena por ser criatura de Dios es también buena porque el Verbo se hizo hombre. Cristo es el mediador entre Dios y los hombres. La creación es un libro en clave y la clave es Jesucristo. San Francisco es modelo de la relación con el Padre y con la naturaleza. Cristo siendo el Altísimo, el trascendente, el glorioso, apareció pobre en nuestra naturaleza humana; por eso san Francisco será pobre y humilde; y los suyos han de ser pobres y humildes. Su pobreza y pequeñez se la reveló solo Dios.

San Francisco toma los nombres de Dios desde la Biblia y la liturgia. Altísimo es el nombre que más repite. No somos dignos de nombrarle. Todo lo que se relaciona con Dios, especialmente la eucaristía [8], merece reverencia, temor, veneración, y asombro: “¡Oh cuán glorioso y santo y grande, tener un Padre en los cielos!” [9]. En la revelación encontraba la santidad y la gloria de Dios. Dios mío y todas mis cosas. La trascendencia de Dios le maravilla, le asombra, le alegra, le ocupa constantemente sin que haya lugar para algo distinto de Dios. Su poder es el amor, su omnipotencia es el poder amar. Dios es su aliado, su compañero. Dios es actualidad, presencia permanente en su vida. Dejar que Dios sea lo Absoluto, el primero y principal, lo mejor. La creación no es don de ayer sino don del despertar de cada día. Somos administradores de la naturaleza que hemos de legar a nuestros hijos. Hoy debemos avanzar a una espiritualidad de sinodalidad global. El término ecología es nuevo, pero hay ideas anteriores.

Dios es santo y santifica. Solo Dios es bueno, loable, omnipotente: con su poder sostiene nuestra flaqueza. La teología del Cántico de las Criaturas: todo “de ti Altísimo lleva significación” [10]. Dios nos ha hecho y nos sigue haciendo todo bien.

El peligro está aquí: nos llega porque nos compromete

Ciertamente que los hombres dependemos de los elementos de la creación. En el medioevo no se entendía el ecologismo como el de hoy. Había un contexto histórico, teológico y existencial diferente. La natu­ raleza y la industria deben integrarse, debemos contribuir a suscitar la formación por el cuidado de la casa común.

En 1209 había escrito la “Oración y acción de gracias”:

Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, Padre santo [11] y justo, Señor rey del cielo y de la tierra [12], por ti mismo te damos gracias, porque, por tu santa voluntad y por tu único Hijo con el Espíritu Santo, creaste todas las cosas espi­ rituales y corporales, y a nosotros, hechos a tu imagen y semejanza, nos pusiste en el paraíso [13]. Y nosotros caímos por nuestra culpa. Y te damos gracias porque, así como por tu Hijo nos creaste, así, por tu santo amor con el que nos amaste [14], hi­ ciste que él, verdadero Dios y verdadero hombre, naciera de la gloriosa siem­ pre Virgen la beatísima santa María, y quisiste que nosotros, cautivos, fuéra­ mos redimidos por su cruz y sangre y muerte. Y te damos gracias porque ese mismo Hijo tuyo vendrá en la gloria de su majestad a enviar al fuego eterno a los malditos, que no hicieron penitencia y no te conocieron, y a decir a todos los que te conocieron y adoraron y te sirvieron en penitencia: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino que os está preparado desde el origen del mundo [15]. Y porque todos nosotros, miserables y pecadores, no somos dignos de nombrarte, imploramos suplicantes que nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo amado, en quien bien te complaciste [16], junto con el Espíritu Santo Paráclito, te dé gracias por todos como a ti y a él os place, él que te basta siempre para todo y por quien tantas cosas nos hiciste. Aleluya. (…)
Y a todos los que quieren servir al Señor Dios dentro de la santa Iglesia católica y apostólica, y a todos los órdenes siguientes: sacerdotes, diáconos, subdiáconos, acólitos, exorcistas, lectores, ostiarios y todos los clérigos, todos los religiosos y religiosas, todos los donados y postulantes, pobres y nece­ sitados, reyes y príncipes, trabajadores y agricultores, siervos y señores, todas las vírgenes y continentes y casadas, laicos, varones y mujeres, todos los niños, adolescentes, jóvenes y ancianos, sanos y enfermos, todos los pequeños y grandes, y todos los pueblos, gentes, tribus y lenguas [17], y todas las naciones y todos los hombres en cualquier lugar de la tierra, que son y que serán, humildemente les rogamos y suplicamos todos nosotros, los her­manos menores, siervos inútiles [18], que todos perseveremos en la verdadera fe y penitencia, porque de otra manera ninguno puede salvarse.
Amemos todos con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con toda la fuerza [19] y fortaleza, con todo el entendimiento [20], con todas las fuerzas [21], con todo el esfuerzo, con todo el afecto, con todas las entrañas, con todos los deseos y voluntades al Señor Dios [22], que nos dio y nos da a todos nosotros todo el cuerpo, toda el alma y toda la vida, que nos creó, nos redimió y por sola su misericordia nos salvará [23], que a nosotros, miserables y míseros, pútridos y hediondos, ingratos y malos, nos hizo y nos hace todo bien.
Por consiguiente, ninguna otra cosa deseemos, ninguna otra queramos, ninguna otra nos plazca y deleite, sino nuestro Creador y Redentor y Salvador, el solo verdadero Dios, que es pleno bien, todo bien, total bien, verdadero y sumo bien, que es el solo bueno [24], piadoso, manso, suave y dulce, que es el solo santo, justo, verdadero, santo y recto, que es el solo benigno, inocente, puro, de quien y por quien y en quien [25] es todo el perdón, toda la gracia, toda la gloria de todos los penitentes y de todos justos, de todos los bienaventurados que gozan juntos en los cielos. Por consiguiente, que nada impida, que nada separe, que nada se interponga. En todas partes, en todo lugar, a toda hora y en todo tiempo, diariamente y de continuo, todos nosotros creamos verdadera y humildemente, y tengamos en el cora­ zón y amemos, honremos, adoremos, sirvamos, alabemos y bendigamos, glorifiquemos y ensalcemos sobremanera, magnifiquemos y demos gracias al altísimo y sumo Dios eterno, Trinidad y Unidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas y salvador de todos los que creen y esperan en él y lo aman a él, que es sin principio y sin fin, inmutable, invisible, inenarrable, inefable, incomprensible, inescrutable [26], bendito, laudable, glorioso, ensalzado sobremanera [27], sublime, excelso, suave, amable, de­ leitable y todo entero sobre todas las cosas deseable por los siglos. Amén. [28]

El mensaje es claro: a ti, Omnipotente y Buen Señor, que nos has hecho y nos haces todo bien, te alabamos y te bendecimos. 


Notas

[1] Celano, Tomás de; Vida primera de San Francisco. La primera edición corresponde a 1228, esta cita está en el n. 83. Texto tomado de San Francisco de Asís. Escritos. Biografías. Documentos de la época. Edición preparada por José Antonio Guerra, o.f.m. Biblioteca de Autores Cristianos (BAC 399), Madrid, 1998, pp. 135-228.
[2] Nota de la edición de José Antonio Guerra: “En San Agustín se encuentra el mismo camino ascensional (Confesiones I 4; II 6,12; III, 6,10)”.
[3] Cf. Job 23,11; Ct 5,17.
[4] Celano, Tomás de; Vida segunda de San Francisco. La primera edición corresponde a 1246-47, esta cita está en el n. 165. Texto tomado de op. cit. San Francisco de Asís. Escritos. Biografías. Documentos de la época, pp. 229-359.
[5] Autor desconocido; Leyenda de Perusa. ca. 1240, n. 83-84. Texto tomado de op. cit. San Francisco de Asís. Escritos. Biografías. Documentos de la época, pp. 595-691.
[6] Celano, Tomás de; op.cit. Vida primera de San Francisco, n. 80.
[7] Francisco; Carta encíclica Laudato si’ sobre el cuidado de la Casa Común. 2015, n. 118.
[8] San Francisco de Asís; Regla y Vida de los Hermanos y Hermanas de la Tercera Orden Regular de San Francisco. Aprobada por el Papa Juan Pablo II el 8 de diciembre de 1982, n. 12
[9] San Francisco de Asís; Carta a los fieles II, ca. 1225-1226, n. 54.
[10] San Francisco de Asís; Cántico de las Criaturas. 1225.
[11] Jn 17,11.
[12] Cf. Mt 11,25.
[13] Cf. Gn 1,26; 2,15.
[14] Cf. Jn 17,26. 
[15] Cf. Mt 25,34.
[16] Cf. Mt 17,5.
[17] Cf. Ap 7, 9.
[18] Lc 17,10.
[19] Cf. Mc 12,30.
[20] Cf. Mc 12,33.
[21] Cf. Lc 10,27.
[22] Mc 12,30 par.
[23] Cf. Tob 13,5.
[24] Cf. Lc 18,19.
[25] Cf. Rom 11,36.
[26] Cf. Rom 11,33.
[27] Cf. Dan 3,52.
[28] San Francisco de Asís; Regla no Bulada, Capítulo XXIII “Oración y acción de gracias”. 1209, nn. 1-5, 7-9.

 

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