Su figura es la del Obispo pastor, que se ocupa de su rebaño hasta la muerte y que se mantiene siempre en estricta comunión con la Iglesia y su Magisterio.
© Humanitas 89, año XXIII, 2018, págs. 560 - 575.
El arzobispo salvadoreño Óscar Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980 por odio a la Fe, fue declarado mártir el 3 de febrero de 2015 por el Papa Francisco, quien estableció su beatificación para el 23 de mayo siguiente y su canonización para el pasado domingo 14 de octubre (2018). En su homilía, pronunciada pocos instantes antes de ser asesinado, había dicho:
Acaban de escuchar en el Evangelio de Cristo que es necesario no amarse tanto a uno mismo, que se cuide uno para no meterse en los riesgos de la vida que la historia nos exige y, que quien quiera apartar de sí el peligro, perderá su vida. En cambio, el que se entrega por amor a Cristo al servicio de los demás, vivirá como el granito de trigo que muere, pero aparentemente muere. Si no muriera se quedaría solo. Si [se da] la cosecha es porque muere, se deja inmolar [en] esa tierra, deshacerse, y solo deshaciéndose produce la cosecha. [1]
Es la elección que él había tomado frente al martirio que se le avecinaba y que aceptó voluntariamente, confiado en Dios. Su figura aparece con frecuencia asociado a movimientos sociopolíticos de corte izquierdista, porque fue asesinado por personas que combatían a tales movimientos; pero eso no lo convierte en un luchador político y partidista. Como indica Santiago Mata, autor de la biografía Monseñor Óscar Romero, pasión por la Iglesia, “Los mártires no son patrimonio de un grupo ni de un país o una época, ni siquiera de la Iglesia Católica. Son de Dios y a Dios entregaron voluntariamente su vida”. Él había decidido predicar el evangelio en un país donde las palabras de Cristo parecían subversivas. Su figura no es la del sacerdote militante, ni progresista, ni izquierdista, ni heterodoxo, sino es la del Obispo pastor, que se ocupa de su rebaño hasta la muerte y que se mantiene siempre en estricta comunión con la Iglesia y su Magisterio.
Así lo describe el Papa Francisco en una misiva escrita al arzobispo salvadoreño José Luis Escobar y Alas:
En tiempos de difícil convivencia, monseñor Romero supo guiar, defender y proteger a su rebaño, permaneciendo fiel al Evangelio y en comunión con toda la Iglesia. Su ministerio se distinguió por una particular atención a los más pobres y marginados. Y, en el momento de su muerte, mientras celebraba el Santo Sacrificio del amor y la reconciliación, recibió la gracia de identificarse plenamente con Aquel que dio la vida por sus ovejas. [2]
A continuación presentamos una breve lectura de su vida, la que resulta luminosa tanto para sacerdotes como para laicos por su coherencia evangélica y su apertura al amor que lo llevó a ofrecer su vida como mártir por haber proclamado con radicalidad el mensaje de Cristo.
Sumario:
- El arzobispo salvadoreño Óscar Romero, asesinado por odio a la Fe, fue canonizado el pasado domingo 14 de octubre junto a Pablo VI. Su figura, aunque suele estar vinculada a movimientos de corte izquierdista, no es la del sacerdote militante, ni progresista, ni heterodoxo, sino es la del Obispo pastor, que se ocupa de su rebaño hasta la muerte y que se mantiene siempre en estricta comunión con la Iglesia y su Magisterio. Él había decidido predicar el evangelio en un país donde las palabras de Cristo parecían subversivas. Presentamos una breve lectura de su vida, la que resulta luminosa tanto para sacerdotes como para laicos por su coherencia evangélica y su apertura al amor. Humanitas 2018, LXXXIX, págs. 560 – 575.