“¿Cómo encontrar el sentido de la vida en esta situación?”, pregunta Mons. Mourad. “Como Iglesia, estamos con ellos. Queremos sostener a las personas y a las familias que nos necesitan. Pero no podemos asegurarles un futuro pacífico”.

Lamentablemente, desde hace un tiempo, la mayoría de las noticias que llegan desde Medio Oriente son desgarradoras. Sin embargo, en medio de la adversidad, la violencia y la pobreza, hay presencias —muchas veces silenciosas— que siembran esperanza. Mientras muchos sueñan con emigrar, y no les faltan razones para hacerlo, otros eligen quedarse. Como Mons. Jacques Mourad que, tras haber sido secuestrado por yihadistas, continúa su misión en Siria, al igual que tantos sacerdotes y religiosas que permanecen junto a sus comunidades. Porque saben que si ellos no sostienen a quienes lo necesitan, tal vez nadie más lo hará.

Teníamos programado un encuentro por Zoom con Mons. Jacques Mourad, desde Damasco, la capital de Siria. Sin embargo, tras numerosos intentos fallidos, fue imposible concretarlo: la conexión simplemente no funcionaba. No nos quedó más opción que comunicarnos por teléfono, en una llamada débil, frágil, que terminó siendo un reflejo elocuente de la realidad que vive el pueblo sirio.

No se trata solo de una falla técnica. Es una muestra concreta de las carencias cotidianas en un país marcado por más de trece años de guerra civil y abandono. Tal como relató el propio arzobispo, muchas familias no tienen qué comer ni cómo abrigarse en invierno. La electricidad es escasa —y nosotros lo comprobamos al intentar esta conversación virtual— el agua también falta y, con suerte, las personas pueden bañarse una vez por semana. “Las personas no viven con dignidad”, resume con dolor Mons. Mourad.

Hoy, más del 90% de la población vive en la pobreza. A esto se suma la incertidumbre política tras la inesperada caída de Bashar al-Assad en diciembre de 2024. “Fue una sorpresa para todos”, nos confiesa el arzobispo. Pero lejos de despertar esperanza, el cambio ha traído incertidumbre sobre el futuro. La gente ha perdido la confianza tanto en su propio país como en los políticos de la comunidad internacional.

“¿Cómo encontrar el sentido de la vida en esta situación?”, pregunta Mons. Mourad. “Como Iglesia, estamos con ellos. Queremos sostener a las personas y a las familias que nos necesitan. Pero no podemos asegurarles un futuro pacífico”.

Siria sigue cargando las heridas abiertas de una guerra que destruyó no solo ciudades, sino también la esperanza.

Pero ¿quién es Jacques Mourad? ¿Por qué nos interesaba conversar con él?

De las cárceles del Estado Islámico a arzobispo

Durante cinco meses del año 2015, siendo sacerdote, fue tomado prisionero por los yihadistas que, aprovechando el caos provocado por la guerra civil, se apropiaron de parte del territorio sirio. Estuvo confinado en un pequeño baño, sujeto a amenazas diarias e incluso soportó una ejecución simulada por negarse a renunciar a su fe cristiana.

Al ser raptado, estaba a cargo del monasterio de Mar Elian (San Julián el Viejo) y también atendía a la comunidad cristiana de Al-Qaryatayn. Lo secuestraron a él, a un seminarista y a decenas de cristianos.

Al final, se permitió a la comunidad cristiana regresar a lo que quedaba de Al Qaryatayn y al sacerdote a su monasterio, pero se les prohibió a todos abandonar el lugar.

Poco después, y temiendo que la situación volviera a empeorar, el padre Jacques decidió escapar y, una vez en libertad, coordinó la huida del resto de la comunidad cristiana. “Le pregunté a un amigo musulmán si podía ponerme a salvo con su moto. Salimos atravesando el desierto y milagrosamente no pasó nada. Tres días más tarde pudimos liberar sucesivamente a 58 personas en pequeños grupos, hasta que todos los rehenes cristianos lograron escapar a través del desierto, ¡y siempre con la ayuda de amigos y vecinos musulmanes!”, contaba en 2016 el padre Jacques a la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN).

El padre Jacques se trasladó después durante un tiempo a Europa, donde abogó por el fin de la guerra y defendió un enfoque no violento de las relaciones entre cristianos y musulmanes, recordando cómo la actitud pacífica de la comunidad había sorprendido e impresionado a sus captores.

Ocho años después de esta experiencia, el Papa Francisco lo nombró arzobispo de Homs, diócesis que incluye el monasterio de Mar Elian y la comunidad de Al Qaryatayn.

Aunque los yihadistas han dejado de ser una amenaza directa, Siria continúa atravesando una profunda crisis económica que sigue empujando a muchos cristianos a emigrar:

No puedo dejar de hacerlos partícipes de mi inquietud en torno a la suerte que corren los cristianos de Oriente, sobre todo, porque la situación se agrava cada vez más, lo cual me impide examinar posibles horizontes. El porcentaje de cristianos que emigran va en aumento, y no les falta razón: todas las personas tienen derecho a buscar un lugar donde vivir en paz y donde poder asegurarles un futuro mejor a sus hijos.

La vida de Mons. Jacques Mourad encarna, con crudeza y esperanza, las terribles dificultades que han enfrentado millones de sirios en los últimos años: la guerra, el miedo, la pobreza extrema. Pero en su caso —como en el de tantos otros cristianos— estas pruebas se han visto aún más intensificadas por la persecución religiosa.

jacques mourad

El Padre Jacques Mourad, de Siria, visita la cueva de San Ignacio en Manresa siguiendo los pasos de San Ignacio.

 

Desde Oriente, una luz que sigue brillando

La historia de Jacques Mourad es también el rostro vivo de la Iglesia siro-católica, una de las Iglesias católicas de rito oriental, que han sostenido la fe en medio de la persecución, el exilio y el abandono. Su testimonio, profundamente marcado por el sufrimiento y la esperanza, nos conecta con la realidad de estas Iglesias que hoy, en comunión con el Papa, siguen dando testimonio silencioso y firme del Evangelio en contextos difíciles.

En un encuentro histórico, León XIV recibió a los pocos días de su elección, a representantes de las Iglesias católicas de rito oriental. En ACN conversamos con algunos de los asistentes, para saber más de esta reunión. Las voces coincidieron: “El Papa no solo nos habló, nos confió una misión”.

Desde Irak —país donde los cristianos sufrieron una de las persecuciones más feroces de este siglo, especialmente entre 2014 y 2017, cuando el Estado Islámico tomó parte de su territorio y obligó a cientos de miles de cristianos a huir— Mons. Nathanael Nizar Wadih Semaan, arzobispo siro-católico de Adiabene, compartió estas palabras: “Nos hizo sentir orgullosos. A veces creemos que no tenemos nada que ofrecer, que somos pocos, que nuestros fieles disminuyen... pero él nos recordó que poseemos una liturgia rica y una espiritualidad profunda. Nos dijo que no solo debemos conservarla como un tesoro, sino también compartirla con el mundo”.

El Papa insistió en la importancia de que los cristianos de Oriente puedan permanecer en sus tierras de origen, nos dijo el arzobispo de Adiabene. “Ustedes son la luz del mundo. Sabemos que la resurrección, la luz, vino después del sufrimiento. En Medio Oriente estamos atravesando la cruz, pero seguimos siendo luz”, recordó.

Por su parte, Mons. Boutros Marayati, obispo armenio católico de Alepo en Siria, habló de una renovación interior provocada por las palabras del Santo Padre: “Salimos de ese encuentro llenos de esperanza y gozo espiritual. El Papa es consciente de lo que nuestras Iglesias orientales están viviendo. Está cerca de nosotros. Nos pide que recemos por él, como él reza por nosotros. A través del Papa León, Dios nos ha dado un nuevo espacio de esperanza. Caminemos juntos sin vacilación, sin miedo”.

También Mons. Anba Hani Nassif Wasef Bakhoum Kiroulos, obispo auxiliar del patriarcado copto católico de Alejandría, señaló que

la reunión fue una bendición. Su Santidad se centró en la importancia del patrimonio y del presente de las Iglesias orientales, describiéndolas como la Iglesia de los mártires. Pidió a los fieles que no abandonen su patria y que preserven su patrimonio. Nos dijo que toda la Iglesia necesita a las Iglesias orientales. Fue un profundo acontecimiento espiritual e histórico, que refleja la visión del Papa sobre la paz y la unidad. Que debemos conservar nuestras tradiciones, orar por una paz verdadera, una paz basada en el perdón y en el coraje para comenzar un nuevo capítulo.

Al obispo más joven del mundo, Mons. Jules Boutros, de 42 años, obispo siro católico en el Líbano, le impresionó el tono cercano del mensaje papal. “Fue como escuchar a un padre que se dirige a sus hijos en una lengua que comprenden, la lengua del corazón”, aseguró.

Mons. Mychajlo Bubnij, obispo greco-católico de Odessa en Ucrania, recalcó que “el Papa se dirigió a cada uno, nos habló personalmente. Fue una experiencia muy hermosa. Nos escucha, nos comprende y quiere construir un mundo de verdad y justicia. Mencionó especialmente a los afectados por la guerra, como en Ucrania y Siria, así como a todos los que sufren a causa de los conflictos”.

Porque queremos seguir acompañando a las Iglesias católicas de rito oriental, que desde los inicios del cristianismo han permanecido fieles, incluso en medio de la persecución y la pobreza, el año pasado desde ACN apoyamos 565 proyectos en su favor.

Son Iglesias que siguen siendo luz en medio de la oscuridad, como lo muestra la vida de Mons. Jacques Mourad: fue prisionero por su fe y hoy es pastor de una comunidad herida, pero viva. Apoyarlas es sostener la esperanza allí donde muchos ya la han perdido. Conoce más sobre la ayuda de ACN en acn-chile.org


Una ayuda que salva vidas

En medio de un sistema de salud colapsado, marcado por la destrucción de hospitales, la salida de médicos cualificados y la falta de medicamentos, muchas familias en Siria viven con miedo a enfermar. Las operaciones médicas pueden costar lo mismo que el ingreso mensual de 80 personas.

Frente a esta realidad, la Iglesia ha sido un sostén esencial. En Alepo, uno de los pocos proyectos médicos que siguen activos, es el que lidera el Comité de Obispos Católicos, con el apoyo de ACN. En esta ciudad, donde cada rito católico tiene su obispo, todos trabajan unidos para responder a las necesidades de los más pobres.

Los beneficiarios son personas en extrema necesidad: ancianos, enfermos crónicos, familias con discapacitados y pacientes con enfermedades graves como el cáncer.

Solo entre junio y noviembre de 2024, gracias al apoyo de ACN, 462 personas fueron operadas. El más joven tenía un año, el mayor, 93. Cada una de estas intervenciones no solo alivió el sufrimiento físico, sino que devolvió esperanza a comunidades golpeadas por la guerra y la pobreza.

Como expresó el comité a ACN: “Gracias a los donantes que, con su generosidad, han salvado muchas vidas cristianas en Alepo”. Apoyar estos proyectos no es solo un acto de caridad: es apoyar a la Iglesia que sigue siendo luz en medio de la oscuridad, sosteniendo la esperanza y la dignidad de comunidades que se resisten a desaparecer.

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