Declaración del Comité Permanente del Episcopado.- Los obispos de Chile expresan a través de esta declaración que las técnicas de reproducción asistida que se pretenden regular en el Congreso sobrepasan los límites del quehacer médico. La integridad física y moral desde el primer instante de la vida y el nacer como fruto del amor conyugal, son derechos inherentes a la persona humana y condición necesaria para desarrollarse adecuadamente. Son principios que no pueden quedar al arbitrio de médicos y biólogos. Tampoco pueden ser una concesión del Estado.

 1.- El proyecto de Ley destinado a regular las técnicas de reproducción asistida, que se encuentra en trámite legislativo, ha suscitado un gran interés en la opinión pública y en los medios de comunicación social.

2.- La trascendencia de este proyecto de Ley radica en que se ven involucrados en él valores tan altos como la dignidad de la persona humana, el matrimonio, el quehacer científico y médico, así como la responsabilidad del Estado respecto de los derechos fundamentales de la persona.

3.- Es muy legítimo el anhelo de los cónyuges de ver perpetuado su amor en la descendencia y comprendemos el dolor que provoca la esterilidad. Nos alegramos de los tratamientos médicos que ayudan a superarla. El matrimonio contratado, aún bajo estas condiciones, conserva toda su integridad y riqueza, y puede llegar a ser muy fecundo, ya sea entregándose al servicio de los demás o bien abriéndose al camino de la adopción de tantos niños huérfanos o abandonados que anhelan ser acogidos y amados en el seno de una familia.

4.- Los avances en los procedimientos de fertilización asistida despiertan nuevas esperanzas para los esposos. Sin embargo, es preciso señalar que el hijo, fruto del acto conyugal, corporal y espiritual, a la vez, es un don y en cuanto tal, no puede quedar en manos del talento y capacidad de los médicos ni de las técnicas por ellos empleadas. El derecho del niño y de su propio bien no justifica, a pesar de la buena intención de los cónyuges y de los médicos, que sea procreado al margen de los actos específicos del matrimonio que se expresan en la unión física.

5.- Invitamos a los médicos y científicos a continuar trabajando e investigando para lograr tratamientos y medicamentos adecuados que permitan curar a las personas infértiles. En ese ámbito, la Iglesia se alegra de los avances logrados y los anima en su legítimo empeño.

6.- El hombre, como centro de la creación y término del amor de Dios, posee una dignidad tal que trasciende lo meramente biológico. Por esta razón, al intervenir en los procesos reproductivos, se ha de considerar no sólo los aspectos técnicos, sino también, y por sobre éstos, el inigualable valor de la persona humana en sí misma, el carácter personal de la relación conyugal, así como los aspectos éticos que hay implícitos en ellos. En tal sentido, las técnicas de reproducción asistida que se pretenden regular en el Congreso sobrepasan los límites del quehacer médico, por cuanto disocian deliberadamente el aspecto unitivo y procreativo del acto conyugal, sustituyéndolo por acciones de terceras personas. Tal como lo ha enseñado siempre la Iglesia, este es el único lugar digno de una procreación verdaderamente responsable. Con la aplicación de esas técnicas, el hombre se apropia indebidamente de la función procreadora, lo que es moralmente reprobable.

7.- Es sabido que dichas técnicas tienen una alta tasa de fracasos y especialmente la “fecundación in vitro”, conllevan riesgos innecesarios tanto para la madre como para los embriones que surgen del embarazo múltiple. Además, es moralmente inaceptable que aquellos embriones que no pueden ser trasplantados queden bajo la tuición del hombre en la más absoluta indefensión.

8.- Es necesario preguntarse sobre el significado y las consecuencias de este tipo de intervenciones, las que tal como lo ha demostrado la experiencia, atentan contra la dignidad de la persona humana, especialmente de aquella que está en sus inicios.

9.- La integridad física y moral desde el primer instante de la vida y el nacer como fruto del amor conyugal, son derechos inherentes a la persona humana y condición necesaria para desarrollarse adecuadamente. Estos dos principios básicos no pueden quedar simplemente al arbitrio de médicos y biólogos. Tampoco pueden ser una concesión del Estado. Sería grave para el orden social y moral que el poder del hombre sobre la creación se transformara en fuente de dominio de unos sobre los otros y se volviera en contra de sí mismo.

10.- Es conveniente preguntarse si con la realización de estas prácticas se está construyendo un mundo más humano, más digno del hombre, o se está cediendo a un errado concepto de la libertad individual y a una visión reduccionista de la persona y de la medicina que por su naturaleza está llamada a custodiar y a proteger la vida.

11.- Pedimos a Dios la virtud de la prudencia y el don de sabiduría para los integrantes del Poder Legislativo, de tal forma que el orden legal se configure según las exigencias del orden moral. 12.- A los legisladores católicos pedimos estudiar las enseñanzas del magisterio de la Iglesia en esta delicada materia, actuando en conformidad a ellas.

 

Comité Permanente del Episcopado

Carlos Oviedo Cavada Cardenal Arzobispo de Santiago Presidente Conferencia Episcopal de Chile

Fernando Ariztía Ruiz Obispo de Copiapó Vicepresidente

Antonio Moreno Casamitjana Arzobispo de Concepción

Javier Prado Aránguiz Obispo de Rancagua Secretario General de la CECH

Sergio Contreras Navia Obispo de Temuco

 

 

Santiago, 12 de Septiembre de 1996

 

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