El cardenal Culprit de Nueva York ha dicho que se asombraba que le preguntaran tanto antes de entrar al cónclave por Robert Prevost, un cardenal poco conocido en Estados Unidos debido a su larga permanencia en Perú y luego en la Santa Sede. Muchos vaticanistas consideraban que era imposible que se eligiera un cardenal norteamericano después de que Trump asumiera la presidencia y más encima se coronara cómicamente a sí mismo como pontífice. Y, no obstante, León XIV fue elegido con mucha rapidez y unanimidad, desafiando otra vez los pronósticos y las cábalas.

¿Habrá sido el sello decididamente pastoral de su ministerio, sobre todo como obispo de una diócesis pobre en América Latina? ¿O ha impresionado su capacidad de gobierno al mando de un dicasterio relevante en la curia romana? También se ha dicho que su experiencia mundial adquirida como superior agustino pudo agregar méritos a su nominación. Quizás todas estas cosas juntas. No sabemos a ciencia cierta.

Tampoco sabemos qué rumbo tomará su pontificado que, sin embargo, se inicia bajo los mejores auspicios, en el marco de una Iglesia mundial que no pudo ser pidida ni por unos ni por otros, y que dio un testimonio ejemplar de comunión eclesial. Atengámonos entonces a lo dicho en estas pocas semanas, porque aparentemente León no es un hombre de gestos –como lo era tan vibrantemente Francisco–, sino de palabras.

En el Jubileo de las Iglesias Orientales ha abogado por la paz en Gaza donde se ha lamentado del creciente despoblamiento cristiano en todo el Medio Oriente y la desaparición de Iglesias que hubiesen podido cumplir un papel activo en el diálogo y la paz. Con ocasión del 700º aniversario del Primer Concilio Ecuménico de Nicea, ha recordado la expresión de san Agustín ‘in Illo uno unum’, “en Aquel –o sea, en Cristo– somos uno”, para indicar la comunión entre todos aquellos que hacen la señal de la cruz y la exigencia de avanzar en la unidad de los cristianos. Señaló además que sinodalidad y ecumenismo están estrechamente relacionados, y reiteró la firme intención de “proseguir el compromiso del Papa Francisco en la promoción del carácter sinodal de la Iglesia católica y en el desarrollo de formas nuevas y concretas para una sinodalidad cada vez más intensa en el ámbito ecuménico” [1].

Respecto del diálogo interreligioso recordó las raíces judías del cristianismo y la grandeza del patrimonio espiritual que comparten cristianos y judíos, al tiempo que confirma la apertura de la Iglesia para avanzar en el diálogo con el mundo musulmán. El antisemitismo y la islamofobia deben ser combatidos con el máximo vigor.

Lo más importante hasta ahora ha sido su discurso sobre la paz. La paz que se cimenta en el corazón, es decir, en la disposición de cada cual a dialogar, “animado por el deseo de encontrarse más que de confrontarse” [2], porque en esto consiste verdaderamente la paz de Cristo. Pero también se cimenta en la justicia, “he elegido mi nombre pensando principalmente en León XIII, el Papa de la primera gran encíclica social, la ‘Rerum novarum’” [3].

¿Cuáles son los grandes problemas sociales que se deberán enfrentar en el próximo tiempo? Ha mencionado en primerísimo lugar las migraciones, que son el resultado de las desigualdades en la distribución de la riqueza entre países. “Mi propia historia –dice el Papa– es la de un ciudadano, descendiente de inmigrantes, que a su vez ha emigrado” [4], con lo que recuerda su origen familiar de ascendencia francesa, italiana por parte del padre y dominicana por el lado de la madre, y su destino personal como ciudadano peruano. Pero hay otras cosas, “el uso ético de la inteligencia artificial” [5], probablemente el desafío ético más importante que tendremos en este siglo, y “la protección de nuestra amada tierra” [6], una preocupación abierta por Francisco a la que se deberá prestar renovada atención. Todos problemas de escala mundial que exigirán al Papa cumplir un rol definitivamente planetario, y ya no predominantemente europeo.

En su homilía de Pentecostés, el Papa invoca al Espíritu que abre fronteras, dentro de nosotros mismos para comenzar, cuando entrega el don de la fe y dispone el corazón hacia Dios; en nuestras relaciones, como espíritu que nos ayuda a vivir relaciones más auténticas y sanas porque los dones del espíritu son “amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza” [7] (Gal 5,22), los grandes dones relacionales; y Espíritu que abre las fronteras entre los pueblos, porque entrega el don de lenguas, es decir, del entendimiento que derriba los muros de odio entre pueblos, razas y naciones y el caos de Babel. Pequeños esbozos de una dirección pontifical a la que nuestra revista renueva su especial fidelidad. 


Notas 

[1] León XIV; Discurso a las delegaciones ecuménicas e interreligiosas convenidas para el inicio del ministerio petrino del Papa León XIV, 19 de mayo de 2025.
[2] León XIV; Discurso al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, 16 de mayo de 2025.
[3] Ídem.
[4] Ídem.
[5] Ídem.
[6] Ídem.
[7] León XIV; Homilía de la Santa Misa en la solemnidad de Pentecostés. Jubileo de los movimientos, de las asociaciones y de las nuevas comunidades, 8 de junio de 2025.

 

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