03 de mayo de 2017

encabezado audiencias le

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy deseo hablaros del viaje apostólico que, con la ayuda de Dios, he realizado los días pasados a Egipto. He ido a ese país después de una cuádruple invitación: del presidente de la República, de Su Santidad el Patriarca Copto Ortodoxo, del Gran Imán de Al-Azhar y del Patriarca Copto Católico. Doy las gracias a cada uno de ellos por la acogida que me han reservado, verdaderamente calurosa. Y doy las gracias a todo el pueblo egipcio por la participación y el afecto con el cual ha vivido esta visita del sucesor de san Pedro.

El presidente y las autoridades civiles han puesto un esmero extraordinario para que este evento pudiese desarrollarse de la mejor de las maneras; para que pudiese ser un signo de paz, un signo de paz para Egipto y para toda aquella región, que desgraciadamente sufre por los conflictos y el terrorismo. Efectivamente el lema del viaje era “el Papa de paz en un Egipto de paz”. Mi visita a la Universidad Al-Azhar, la universidad islámica más antigua y máxima institución académica del islam sunita, ha tenido un doble horizonte: el del diálogo entre cristianos y musulmanes y, al mismo tiempo, el de la promoción de la paz en el mundo. En Al-Azhar tuvo lugar el encuentro con el Gran Imán, encuentro que se ha extendido a la Conferencia Internacional por la Paz. En tal contexto ofreció una reflexión que ha valorizado la historia de Egipto como tierra de civilización y tierra de alianzas. Para toda la humanidad Egipto es sinónimo de antigua civilización, de tesoros, de arte y de conocimiento; y esto nos recuerda que la paz se construye mediante la educación, la formación de la sabiduría, de un humanismo que comprende como parte integrante la dimensión religiosa, la relación con Dios, como recordó el Gran Imán en su discurso. La paz se construye también volviendo a partir de la alianza entre Dios y el hombre, fundamento de la alianza entre todos los hombres, basada en el Decálogo escrito sobre las tablas de piedra del Sinaí, pero mucho más profundamente en el corazón de cada hombre de todo tiempo y lugar, ley que se resume en los dos mandamientos del amor de Dios y del prójimo. Este mismo fundamento está también en la base de la construcción del orden social y civil, al cual están llamados a colaborar todos los ciudadanos, de cada nación, cultura y religión. Tal visión de sana laicidad ha emergido en el intercambio de discursos con el presidente de la República de Egipto, ante la presencia de las autoridades del país y del cuerpo diplomático. El gran patrimonio histórico y religioso de Egipto y su papel en la región de Oriente Próximo le confieren una tarea peculiar en el camino hacia una paz estable y duradera, que se apoye, no en derecho de la fuerza, sino en la fuerza del derecho.

Los cristianos, en Egipto como en cada nación de la tierra, son llamados a ser levadura de fraternidad. Y esto es posible si viven en sí mismos la comunión en Cristo. Una fuerte señal de comunión, gracias a Dios, la hemos podido dar juntos con mi querido hermano el Papa Teodoro II, Patriarca de los copto ortodoxos. Hemos renovado el compromiso, además firmando una Declaración común, de caminar juntos y de comprometernos para no repetir el bautismo administrado en las respectivas Iglesias. Juntos hemos rezado por los mártires de los recientes atentados que han golpeado trágicamente aquella venerable Iglesia; y su sangre ha hecho fecundo ese encuentro ecuménico, en el cual ha participado también el Patriarca de Constantinopla Bartolomé: el Patriarca ecuménico, mi querido hermano.

El segundo día del viaje estuvo dedicado a los fieles católicos. La Santa Misa celebrada en el Estadio puesto a disposición por las autoridades egipcias fue una fiesta de fe y de fraternidad en la cual sentimos la presencia viva del Señor Resucitado. Comentando el Evangelio, exhorté a la pequeña comunidad católica en Egipto a revivir la experiencia de los discípulos de Emaús: a encontrar siempre en Cristo, Palabra y Pan de vida, la alegría de la fe, el ardor de la esperanza y la fuerza de testimoniar en el amor que “¡hemos encontrado al Señor!” Y el último momento lo viví junto a los sacerdotes, los religiosos y las religiosas y los seminaristas, en el Seminario Mayor. Hay muchos seminaristas: ¡esta es una consolación! Ha sido una Liturgia de la Palabra, en la cual han sido renovadas las promesas de la vida consagrada. En esta comunidad de hombres y mujeres que han elegido donar la vida a Cristo por el Reino de Dios, he visto la belleza de la Iglesia en Egipto y he rezado por todos los cristianos de Oriente Medio, para que guiados por sus pastores y acompañados por los consagrados, sean sal y luz en aquellas tierras, en medio de aquellos pueblos. Egipto, para nosotros, ha sido signo de esperanza, de refugio, de ayuda. Cuando esa parte del mundo estaba hambrienta, Jacob, con sus hijos, se fueron allí; luego, cuando Jesús fue perseguido, fue allí. Por esto, narraros este viaje significa recorrer el camino de la esperanza: para nosotros Egipto es el signo de esperanza tanto para la historia como para la actualidad, de esta fraternidad que he querido contaros. Doy las gracias de nuevo a quienes han hecho posible este viaje y a cuantos en diversos modos han ofrecido sus oraciones y sus sufrimientos. La Santa Familia de Nazaret, que emigró a las orillas del Nilo para escapar de la violencia de Herodes, bendiga y proteja siempre al pueblo egipcio y le guíe sobre el camino de la prosperidad, de la fraternidad de la paz.

 



Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Que la Sagrada Familia de Nazaret, que emigró a la tierra del Nilo para huir de la violencia de Herodes, bendiga y proteja al pueblo de Egipto; y a todos ustedes les conceda paz y bien en sus vidas.

Muchas gracias.


◆ Ir a la siguiente audiencia

◆ Ir a otras audiencias

Últimas Publicaciones

El Papa León proclamará este 1 de noviembre a John Henry Newman, Doctor de la Iglesia. Es el número treinta y ocho de una lista de nombres memorables por santidad y sabiduría de Dios. Después del último Concilio fueron incorporadas las primeras cuatro mujeres en esta lista: santa Teresa de Ávila y santa Catalina de Siena (ambas en 1970 por Pablo VI), santa Teresa de Lisieux (por Juan Pablo II en 1997) y santa Hildegarda de Bingen (en 2012 por Benedicto XVI). Benedicto había nombrado a Juan de Ávila en 2012 y Francisco a Gregorio de Narek en 2015 e Ireneo de Lyon en 2022.
Lamentablemente, el 2025 se acerca a su fin y seguimos presenciando como el mundo continúa envuelto en múltiples guerras y conflictos. La Iglesia se hace parte desde la caridad, la presencia y la diplomacia, mientras en paralelo el Papa León va dando pasos en su pontificado. Estos meses hay nuevos santos y beatos, reconocimiento a mártires contemporáneos y muchas celebraciones de distintos motivos jubilares. La Iglesia en Latinoamérica, y especialmente en Chile, también ha estado activa, generando encuentros, propo- niendo acciones y siendo parte de la discusión de temas legislativos.
El domingo 19 de octubre el Papa León XIV proclamó santos a los primeros venezolanos en recibir este honor: la religiosa Carmen Rendiles Martínez y el médico laico José Gregorio Hernández Cisneros. Muchos medios reportan que la ceremonia se vivió con júbilo tanto a lo largo de Venezuela como en las ciudades en que se encuentra concentrada la diáspora venezolana, donde se sucedieron celebraciones con velas y oraciones por el país.
Revistas
Cuadernos
Reseñas
Suscripción
Palabra del Papa
Diario Financiero