Pedro León Maximiano María Subercaseaux Errázuriz (1880-1956) fue una persona que supo compaginar su pasión artística con una piedad profunda y discreta. Como fundador pero nunca autoridad, la historia del Monasterio Benedictino de Las Condes quedará ligada a la del monje pintor, y en este artículo se presentan diversos ejemplos de cómo su memoria perdura hasta nuestros días.

Imagen de portada: “El monje pintor Dom Pedro Subercaseaux en su taller conventual. 1943”. Archivo del Monasterio de la Santísima Trinidad de Las Condes. ©Victoria Jensen 

Humanitas 2024, CVII, págs. 184 - 195

Introducción

Pedro León Maximiano María Subercaseaux Errázuriz (1880-1956) fue un conocido pintor de obras, como el Descubrimiento de Chile por Diego de Almagro, ubicado en el Salón de Honor del Ex Congreso Nacional, o la ornamentación religiosa de la parroquia del Sagrado Corazón de Providencia. El célebre artista murió como monje benedictino y sus restos descansan en el cementerio de la Abadía de la Santísima Trinidad de Las Condes.

Pero ¿quién fue este religioso? y ¿cuál es su legado? Algunos detalles de su vida pueden iluminar su impronta pictórica desde el recuerdo material que dejó en el Monasterio.

El P. Pedro, como se le llamó en el Monasterio Benedictino, o Dom[1] Subercaseaux de acuerdo con la usanza monástica, fue hijo del embajador Ramón Subercaseaux Vicuña y de Amalia Errázuriz Urmeneta[2]. Además, fue hermano de Juan Subercaseaux, obispo de Talca, y tío de Francisco Valdés, primer obispo de Osorno. Desde su juventud dedicó todas sus energías al ejercicio de la pintura. Estudió en la Real Academia Superior de Arte de Berlín, en el taller de Lorenzo Vallés y en la Academia Julian en París. Fue una persona que supo compaginar su pasión artística con una piedad profunda y discreta[3].

En 1907 se casó con Elvira Lyon Otaegui, con quien desarrolló una profunda experiencia de la vida espiritual. Después de 18 años de matrimonio y con las debidas licencias eclesiásticas ingresó en 1925 en la abadía de Quarr (isla de Wight, Inglaterra) como postulante de coro. Su esposa hizo lo mismo en las Damas Catequistas de Loyola. Las memorias del P. Pedro relatan la separación de ambos cónyuges de manera simple y poética:

Es la fiesta de la Asunción de María, el 15 de agosto de 1920. Avanzan lentamente y en silencio. Han dejado atrás la imponente cúpula del Santuario de Loyola, y entran a una capilla recogida y acogedora, donde los espera la Madre Superiora. Se arrodillan los tres, la religiosa al medio, ella y él a cada lado, ante la imagen de María. No se pronuncia una palabra. Después de un rato, él mira su reloj y hace una señal. Los tres se ponen de pie y recitan pausadamente el “Magníficat”.

Al terminar el himno, él hace genuflexión ante el Santísimo, da media vuelta y sale tranquilo, sin mirar hacia atrás. No hubo en todo aquello ni lágrimas, ni sollozos, ni un ademán desacompasado. Hubo paz y alegría interior que parecía reflejo del suave azul, de las montañas. No hubo tampoco, desde el principio hasta el fin, ninguna presión o persuasión venida del exterior, sino en ambos una decisión enteramente espontánea y libre, según la santa libertad de los hijos de Dios. Esa misma tarde él viajaba directamente hacia una isla lejana.[4]

En un primer momento, la vida monacal lo alejó de su pasión: la pintura. Pero prontamente, cuando ya habían ingresado otros postulantes con las mismas inclinaciones, se pudo crear un taller de arte religioso.[5] Durante su permanencia en Inglaterra pintó la vida de san Francisco de Asís. Esta serie de acuarelas se transformó en un libro, donde cada imagen iba acompañada con textos del poeta danés Johannes Jørgensen. También ilustró un libro de oraciones para niños con la Editorial Burn & Oates en 1930 y, a petición de su superior, realizó una segunda serie de acuarelas con la vida de san Benito. Estas aún se conservan en el Monasterio de Las Condes. Los años pasaron rápidamente. El 7 de abril de 1923 emite sus votos solemnes como monje benedictino y en 1927 recibe la ordenación sacerdotal.

La vida plácida del P. Pedro fue interrumpida por un hecho inaudito, por el cual había rezado y esperado durante largos años.

El viernes 28 de octubre de 1938 llegaba a Chile un grupo de monjes franceses: el P. Prior Dom Berard, el ecónomo Dom Blazy, el organista Dom Desrocquettes y el Hno. Rafael van Hecke. Estos iniciarían la vida monástica en Chile. Fueron recibidos por el embajador de Francia y una numerosa comitiva que los condujo a la chacra de Lo Fontecilla, propiedad de D. Carlos Peña, en cuya casona colonial se instalaron a la espera de la construcción del Monasterio. A este grupo de fundadores se agregaría el P. Pedro.

Vida de San Fco

“Durante su permanencia en Inglaterra pintó la vida de san Francisco de Asís. Esta serie de acuarelas se transformó en un libro, donde cada imagen iba acompañada con textos del poeta danés Johannes Jørgensen”. Archivo del Monasterio de la Santísima Trinidad de Las Condes. ©Victoria Jensen

El sábado 29 de octubre se comenzó a cantar el oficio divino con las primeras vísperas de Cristo Rey y en el refectorio se iniciaba la lectura de la Biblia en latín. El 2 de noviembre la comunidad recibía la primera visita episcopal, D. Juan Subercaseaux, obispo de Linares, y ese mismo día comenzaban los preparativos para la colocación y bendición de la primera piedra del futuro monasterio en una propiedad donada por la señora Loreto Cousiño.

El 4 de diciembre tenía lugar la solemne ceremonia de la primera piedra del monasterio, realizada por el arzobispo de Santiago, Mons. Horacio Campillo, en presencia del embajador de Francia, del alcalde de Las Condes y de más de doscientos amigos.

La historia del Monasterio Benedictino de Las Condes quedará ligada a la del monje pintor. Este nunca ocuparía un cargo de autoridad; siempre se mantuvo al margen. (…) El P. Pedro había aprendido a vivir en un total desapego de lo material y en un dócil abandono a los designios divinos.

La historia del Monasterio Benedictino de Las Condes quedará ligada a la del monje pintor. Este nunca ocuparía un cargo de autoridad; siempre se mantuvo al margen. Cuando los monjes franceses abandonaron la fundación o se decidió el traslado del Monasterio al cerro Los Piques, el primero en manifestar la conveniencia de estos cambios fue él. Ambas decisiones implicaron el abandono de todo lo que él había soñado para la vida benedictina. El P. Pedro había aprendido a vivir en un total desapego de lo material y en un dócil abandono a los designios divinos. Su personalidad discreta y modesta sabía descubrir la intervención de Dios en la vida cotidiana.

Los últimos meses de su existencia los ocupó en la redacción de sus Memorias y en los bocetos para los frescos de la nueva iglesia. Pocas semanas antes de que la comunidad se trasladara a su nueva Domus, Dios lo llamó a su presencia el 3 de enero de 1956.

En el cementerio monástico descansa el primer monje benedictino chileno, quien vivió los valores de la renuncia, la paciencia y el desapego según el Evangelio y la Regla de San Benito. Su ejemplo es tan valioso que sus herederos en la vida monástica atesoran con sumo respeto su recuerdo material y espiritual.

A continuación se presentarán diversos ejemplos de cómo su memoria perdura hasta nuestros días en su monasterio de la Santísima Trinidad de Las Condes.

La figura del P. Pedro es recordada cada domingo. Los monjes se dirigen al finalizar la refección al cementerio y rezan el “De Profundis” encomendando a la misericordia divina el descanso de cada uno de ellos.

I. El patrimonio escrito: la Vida benedictina y las Memorias

El recuerdo de Pedro Subercaseaux no solo constituye un acopio de documentos o vestigios del pasado. Por el contrario, su memoria recuerda la relevancia del patrimonio espiritual.[6]

El patrimonio religioso posee una característica fundamental. Esta es su carácter identitario, pues no solo es un testimonio del pasado, sino también involucra el carácter y los principios valóricos de un pueblo y de sus miembros. En este sentido, los escritos de este religioso son una fotografía escrita de la experiencia cristiana.

El patrimonio religioso posee una característica fundamental. Esta es su carácter identitario, pues no solo es un testimonio del pasado, sino también involucra el carácter y los principios valóricos de un pueblo y de sus miembros. En este sentido, los escritos de este religioso son una fotografía escrita de la experiencia cristiana. Existen en el archivo del Monasterio dos primeras ediciones de textos fundamentales de la prosa de Pedro Subercaseaux.

El primero son sus Memorias[7], las cuales comprenden un período de cincuenta y cinco años (1880-1935), desde su infancia hasta la consagración episcopal de su hermano Juan como obispo de Linares. Por lo tanto, no se concluyeron, pues la muerte vino a su encuentro antes que las finalizara. Se cuenta que el P. Pedro era una persona muy amena en contar anécdotas de su vida durante el recreo de los monjes. Es así como uno de los hermanos le sugirió que las pusiese por escrito. Nadie pensó que tomaría esta sugerencia como una orden y al poco tiempo anunció muy ufano que había comenzado a escribirlas. Su prosa es discreta, pero significativamente sugerente en dar cuenta de la acción divina en su vida. Un ejemplo de ello es la descripción de su propia vocación. Aludiendo a una conferencia escuchada de boca del P. Vives sobre la situación social de Chile, este realiza la siguiente reflexión:

¿Podré dedicarme a la belleza y al arte y, al mismo tiempo, estar calculando cuántos hogares están sin pan, cuántos niños muriendo de abandono? Yo ya conocía de bastante cerca las viviendas de los pobres y sus sufrimientos, no solo en Chile sino también en grandes ciudades europeas, donde la miseria es hasta más abrumadora que en nuestra tierra. Pero ¿debería yo en adelante transformar un sentimiento espontáneo de simpatía por los pobres en una actividad organizada en forma científica? (…) Mi vocación era servir a Dios de otra manera. Pero como, de todos modos, deseaba aportar mi grano de arena al esfuerzo de tantos, comencé desde entonces a apartar para ese fin una parte de mis ganancias, práctica que he mantenido hasta el día en que, no poseyendo nada en esta tierra, pude darme totalmente al servicio de Dios.[8]

10.3. tumba

“La figura del P. Pedro es recordada cada domingo. Los monjes se dirigen al finalizar la refección al cementerio y rezan el ‘De Profundis’ encomendando a la misericordia divina el descanso de cada uno de ellos”. ©Victoria Jensen

Así pasaron los años y el arte lo condujo a la experiencia de la belleza divina mediante la combinación de colores, texturas y sedimentos. Sin duda, sin ser religioso todavía, él junto a su esposa Elvira profesaron una gran devoción al santo de Asís. De allí que intentaron vivir lo más austeramente posible, sin por ello dejar de participar en la vida social propia de su época.

Un segundo texto lo constituye una conferencia sobre la Vida benedictina, la cual posteriormente se publicó como libro[9]. El año 1930 había fallecido la madre del P. Pedro, Amalia Errázuriz. Este acompañó a su padre desde Europa a Chile, pues el viudo había quedado muy afectado por la muerte de su cónyuge. Estando en Santiago, Mons. Casanueva le solicita al P. Subercaseaux que hable del monacato benedictino en la Universidad Católica. No sabiendo qué decir, relata en simples palabras el día de un monje benedictino:

Parte de la conferencia fue dedicada a la descripción de un día pasado en una Abadía de San Benito. Para no tener que terminar la descripción de manera demasiado prosaica, se me ocurrió recordar al buen dom Calmes y su afición a la astronomía y acabar diciendo que, mientras todos dormían, el Padre astrónomo velaba aún con su telescopio. Eso bastó para que don Carlos Casanueva me dijera que, puesto que los benedictinos tienen astrónomos, iba a darnos el observatorio que tenía la Universidad Católica en el Cerro San Cristóbal, para que nos hiciéramos cargo de él.[10]

La versión escrita agrega una introducción sobre el Monasterio Benedictino de Las Condes y dos apéndices sobre el “Espíritu” y las “Actividades Benedictinas”. Ya habían pasado ocho años desde la conferencia dada en la universidad. Los monjes de santa María de Quarr ya se encontraban en Chile. Por ello, se hacía necesario ahora dar a conocer en qué consistía el monacato benedictino. Debido a ello, el P. Pedro ilustró el libro con algunos dibujos e incorporó narraciones edificantes como el cuento del monje saltimbanqui que rezaba en la Iglesia haciendo piruetas.

Existen otros escritos menores, como su Autobiografía o ¿Qué es ser benedictino?[11], los cuales revelan la capacidad de sintetizar en pocas líneas temas que son fundamentales para el P. Pedro: su amor por la pintura y la idiosincrasia monástica. Sin embargo, existe un género que desarrolló en demasía. Este es el género epistolar.

Este tipo de prosa fue muy utilizada por el P. Pedro. Las cartas de este monje revelan el hombre interior desde sus relaciones sociales y afectivas.

II. El patrimonio familiar: las cartas y fotos

El género epistolar, como se ha dicho, fue recurrente en el P. Pedro, sobre todo en lo referente a la fundación del Monasterio de Las Condes[12]. Con figuras como la de Juan Subercaseaux (1896-1942), Carlos Peña Otaegui (1881-1958) o Elvira Lyon (1880-1964), junto a otros familiares y amigos, va descubriendo la discreción propia del monje, pero también el afecto del hijo, la preocupación del hermano y la solicitud del amigo.

La correspondencia se complementa con un conjunto de fotos del primer monasterio, llamado comúnmente por los monjes como “Lo Fontecilla”. Allí se ha hecho memoria del P. Subercaseaux con motivo de los jubileos de fundación de la Abadía de Las Condes. En su capilla, todavía se conservan los candelabros de madera y la cruz de la fundación con la divisa “PAX”, confeccionados por él.

La generosidad de personas que conocieron al P. Pedro ha permitido reconstruir un corpus de 40 cartas y confeccionar un conjunto de álbumes que recorren los hechos de la vida familiar y monástica del primer monje benedictino.

III. El patrimonio pictórico: cuadros y bocetos

La pintura como expresión artística puede ser pensada de muchas formas, más aún cuando su interpretación varía de contexto en contexto. Sin embargo, Pedro Subercaseaux desarrolló fuertemente el arte como memoria histórica de una nación.

El Monasterio Benedictino conserva pocos cuadros de tela pintados por este, pues en gran medida, la economía monástica se sostenía gracias al trabajo del P. Pedro. Pese a ello, Dom Subercaseaux preparaba cada cuadro con un estudio detallado de las formas, caras y fisonomías que componían la tela en su conjunto. El estudio de la época, las vestimentas y la arquitectura tampoco se dejaban de lado. Es así como se conservan gran cantidad de bocetos en distintos soportes. Desde hojas de papel hasta un simple retazo de cartón le servían al monje para plasmar un dibujo. La predilección por los uniformes militares y la musculatura de los caballos queda patente en las carpetas conservadas. Los retratos familiares también juegan un punto destacable. La cara de su madre, Amalia, sirvió de modelo a la acuarela de la orden tercera de san Francisco o el rostro de su mujer, Elvira, está plasmado en el cuadro titulado Virgen de Las Condes.

El Monasterio posee dos telas de gran valor para los monjes. La primera es la llamada Virgen de las Condes que se encuentra en el Capítulo Conventual. El origen del cuadro está relatado por el P. Pedro en sus Memorias:

Me fue dado, en cambio, pintar a pedido (…) una tela para la Exposición de Sevilla de 1929, intitulada “La Virgen de la Estrella” y que fue honrada con una segunda medalla. Anteriormente había ejecutado para la capilla de un fundo que poseía mi padre en San Clemente, un tríptico al óleo, el que ahora se halla en la hermosa Catedral de Talca. Las escenas religiosas que representaban estas pinturas las figuré dentro de paisajes imaginarios netamente chilenos, que logré reconstituir sin esfuerzo, utilizando solamente los recuerdos de nuestros campos que conservaba en mi memoria.[13]

La pintura como expresión artística puede ser pensada de muchas formas, más aún su interpretación varía de contexto en contexto. Sin embargo, Pedro Subercaseaux desarrolló fuertemente el arte como memoria histórica de una nación.

Este cuadro posee en su fondo la cordillera de los Andes y el paisaje recuerda la zona central del país por sus techos de teja y las alamedas que circundan las casas. Pero, al centro, se encuentra la Virgen que muestra al Niño Jesús una estrella que recuerda la bandera nacional y a la Virgen del Carmen.

Un segundo cuadro mariano es el llamado Possuerunt me custodem (Me pusieron de guardián). Este corresponde a un motivo típico de la tradición monástica. Generalmente, se encuentra ubicado en la puerta claustral. María es quien hace de puerta en los monasterios, protegiendo a quien sale y aconsejando al que entra. El P. Pedro pinta este cuadro teniendo presente el arte de la Abadía de Beuron que buscaba renovar la estética litúrgica. Actualmente, el lienzo se encuentra en el refectorio junto a quien lee, como inspiración para que el monje recuerde al escuchar la lectura que María guardaba todas las cosas en su corazón, como señala el evangelista Lucas.

IV. El patrimonio benedictino: la vida de san Benito

El P. Pedro había pintado con gran éxito una serie de acuarelas de la vida de san Francisco. Estas habían sido publicadas con un gran tiraje. Es así como un día fue llamado por el Abad Delatte, que le dijo que había visto sus acuarelas de la vida de san Francisco. El prelado a continuación señaló: “C’est trés bien, mon enfant. Ahora tiene usted que pintar la vida de nuestro Padre San Benito. No se apure, hágalo con calma, como debe ser todo trabajo benedictino”[14].

Esta serie de acuarelas se basa en el texto de Gregorio Magno, titulado Libro de los Diálogos[15]. Fue escrito entre los años 593 y 594. Está compuesto de cuatro partes dedicadas parenéticamente a ensalzar la santidad de hombres y mujeres de los siglos V y VI. Sin embargo, el libro tercero está dedicado íntegramente al Patriarca de los monjes de Occidente: san Benito. Constituye un testimonio invaluable de la irradiación de este santo entre los llamados Patres italici. El P. Subercaseaux se tomó muy en serio la recomendación del superior. Cada una de las imágenes refleja la misión propia del monje: buscar a Dios. En este caso, mediante la sutileza de las acuarelas, predominan los colores tenues y la pericia de un artista que supo interpretar los sentimientos, acciones y deseos del fundador de Montecassino. Es una obra que muestra a un pintor que ha hecho suya la espiritualidad monástica.

Virgen de Las Condes

“Este cuadro –‘Virgen de Las Condes’– posee en su fondo la cordillera de los Andes y el paisaje recuerda la zona central del país por sus techos de teja y las alamedas que circundan las casas. Pero, al centro, se encuentra la Virgen que muestra al Niño Jesús una estrella que recuerda la bandera nacional y a la Virgen del Carmen”. Se encuentra en el Capítulo Conventual. ©Victoria Jensen

Ambas series, tanto la de san Francisco como la de san Benito, se guardan con gran celo en el archivo del Monasterio Benedictino y gracias a las gestiones realizadas por Verónica Griffin Barros fueron restauradas con el aporte de particulares.

V. El patrimonio material: objetos litúrgicos

10.5. patena

“(…) dentro de sus bosquejos comienzan a aparecer altares, reclinatorios, ornamentos, ostensorios, cálices y turíbulos. Más aún, este se veía en la obligación de dotar a la iglesia del Monasterio de toda una ornamentación adecuada según los requerimientos de la ‘Mediator Dei’ de Pío XII”. El tono azul del muro fue creado por Pedro Subercaseaux también. ©Victoria Jensen

Pedro Subercaseaux experimentará el renacimiento del arte sacro durante su permanencia en la Abadía de Quarr. Cabe recordar que la imagen de la Virgen que presidía la iglesia Abacial era de impronta beuronense. Este hecho llamó fuertemente la atención del artista a su llegada a este cenobio:

La Virgen de Quarr, única imagen, fuera del Cristo de bronce, que presidía en nuestra iglesia monástica, era obra de los monjes artistas de la Abadía alemana de Beuron. La Virgen, en actitud hierática, sostiene a su Hijo en el brazo izquierdo. Tiene alzada la mano derecha en ademán algo ingenuo que puede ser, al mismo tiempo, de protección o de admiración. Es pequeñita de tamaño. Ceñida en su manto, mira al Niño sin rastro de aquella afectación o teatralidad que ostentan muchas imágenes piadosas. Toda ella es bella, pura y sencilla y representa lo mejor que haya producido el arte de Beuron.[16]

En el ámbito francés, la revista L’ art sacré de Joseph Pinchard removía las bases del arte religioso y propugnaba una renovación artística. Cobraba fuerza el pensamiento teológico-patrístico en los monasterios. Lo anterior dio un nuevo impulso al estudio litúrgico. Es así como nacen revistas como: Ecclesia Orans, Mysterium, Betende Kirche, Jarbüch für liturgiewissenschaf y Quellen und forschungen en el ámbito germánico. Se propiciaba la renovación de la orfebrería, la escultura, la pintura y de otras artes menores; sobre todo pensando en los objetos del culto.

Este movimiento tiene como exponente relevante a un monje alemán: Odo Casel (1886-1948). Este, investigando el sentido paulino del “Misterio de Cristo”, desarrolla la llamada teología de los Misterios, la cual buscaba volver al sentido primigenio del arte religioso: el descubrimiento de la belleza de Dios en su creación. En consecuencia, la llamada teología litúrgica cobra gran auge durante la década de los años treinta y cuarenta. El P. Pedro no es ajeno a ello y dentro de sus bosquejos comienzan a aparecer altares, reclinatorios, ornamentos, ostensorios, cálices y turíbulos. Más aún, este se veía en la obligación de dotar a la iglesia del Monasterio de toda una ornamentación adecuada según los requerimientos de la Mediator Dei de Pío XII.

En consecuencia, la llamada teología litúrgica cobra gran auge durante la década de los años treinta y cuarenta. El P. Pedro no es ajeno a ello y dentro de sus bosquejos comienzan a aparecer altares, reclinatorios, ornamentos, ostensorios, cálices y turíbulos.

Todavía se conservan algunos objetos diseñados por él para el culto eucarístico. Su custodia acompaña las Vísperas con Bendición todos los domingos y su incensario permite dar culto de latría al Santísimo Sacramento en el momento de la Exposición Eucarística. La factura de estos es simple, pero llena de sentido para quien observa en ello una manifestación sensible de una realidad invisible.

Toda la vida del P. Pedro fue una expresión del inmenso amor de Dios por sus creaturas. Este se desvivió por desarrollar una estética del Deo optimo máximo: para Dios lo mejor y lo más grande.

Conclusión

Gabriel Guarda, al referirse al P. Pedro, señala que este vivió una vida plena, la cual “(…) constituye un caso único en Chile, raro en el ámbito del siglo XIX, como desde luego, novelesco, romántico y con no pocos destellos de santidad”[17]. Para quienes no lo conocimos, accedemos a su memoria por los recuerdos de otros que sí lo conocieron e incluso vivieron con él. Pero también por la presencia de su obra material e inmaterial, la cual perdura como señala Vita Consecrata n. 1 en el: “seguimiento de Cristo, [en el] servicio de Dios y de los hermanos. De este modo han contribuido a manifestar el misterio y la misión de la Iglesia con los múltiples carismas de vida espiritual y apostólica que les distribuía el Espíritu Santo, y por ello han cooperado también a renovar la sociedad”. Es decir, es su ejemplo el signo más preclaro de toda consagración al designio universal de Dios de que todos se salven y lleguen al pleno conocimiento de la verdad[18] o de su belleza.

 


 Notas 

* Rodrigo Álvarez es monje benedictino. Doctor en Teología Dogmática por la Pontificia Universidad Católica de Chile – Institut Catholique de Paris, y académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
[1] Título propio de la tradición monástica, que corresponde a una apócope del vocablo latino: Dominus (señor).
[2] Cf. Subercaseaux, Ramón; Memorias de 80 años. Editorial Nascimento, Santiago de Chile, 1936. Cf. Errázuriz, Amalia; Roma del alma. Impr. de la Unione Editrice, Roma, 1909, 2 Vol. Cf. Subercaseaux de Valdés, Blanca; Amalia Errázuriz de Subercaseaux. Emecé Editores, Buenos Aires, 1946.
[3] Peck, Amadeo; “Evocación del P. Pedro Subercaseaux OSB, monje y pintor”. Cuadernos Monásticos 42 (1977), pp. 339-343.
[4] Subercaseaux Errázuriz, Pedro; Memorias. Pacífico. Santiago de Chile, 1962, pp. 168-169.
[5] El taller recibirá el nombre de “Ibis” o pelícano.
[6] Martí Sánchez, José María; “Patrimonio religioso de interés cultural: protección frente a su destrucción o degradación”. Anuario de Derecho Eclesiástico 39, 2023, p. 570.
[7] También existe la copia escrita a máquina por él de este manuscrito.
[8] Op. cit. Subercaseaux Errázuriz; Memorias, p. 134.
[9] Subercaseaux Errázuriz, Pedro; Vida benedictina. Ediciones Splendor, Santiago de Chile, 1939.
[10] Op. cit. Subercaseaux Errázuriz; Memorias, p. 259.
[11] Archivo Monasterio Benedictino de Las Condes.
[12] Cf. Matthei, Mauro; Benedictus Montes Amabat: Historia de la fundación del monasterio de la Santísima. Trinidad de Las Condes. Ediciones FCF, Santiago de Chile, 2017.
[13] Op. cit. Subercaseaux Errázuriz; Memorias, p. 223.
[14] Ibid. p. 194.
[15] Cf. Gregorio Magno. Vida de san Benito. Ediciones Cuadernos Monásticos, 2005, pp. 17-19.
[16] Op. cit. Subercaseaux Errázuriz; Memorias, p. 237.
[17] Guarda, Gabriel; “Una vida plena” en Pedro Subercaseaux, pintor de la Historia de Chile. Catálogo exposición realizada en Casas de lo Matta, Vitacura, Santiago, 8 de junio al 9 de julio, 2000, p. 4.
[18] 1 Tim 2, 4-6.

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