La misión de las universidades católicas está definida por dos componentes que conforman su identidad: ser universidades y ser católicas. Ambas dimensiones deben desarrollarse de manera armónica, alimentándose mutuamente en un círculo virtuoso. Hoy, mantener la fidelidad a esta doble identidad representa un desafío que el autor busca identificar.

Juan Larraín es director del Instituto de Éticas Aplicadas UC. Es bioquímico y doctor en Biología Celular y Molecular. Realizó una estadía posdoctoral en biología del desarrollo en la (…) en la Universidad de California. Es máster en Filosofía, Ciencia y Religión por la Universidad de Edimburgo, magíster en Filosofía en la Universidad Austral de Argentina. Fue vicerrector de Investigación y vicerrector Académico de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

 

En un contexto de crisis generalizada de confianza en las instituciones, las universidades destacan por mantener un alto grado de credibilidad ante la sociedad [1]. Cada institución tiene la responsabilidad ética de ser coherente con su identidad y de cumplir con el propósito que justifica su existencia. Cuando esto no ocurre, la confianza que en ellas se deposita disminuye, y esa pérdida de confianza, a su vez, dificulta o incluso impide que la institución cumpla con su misión. Cuidar este capital es fundamental.

La misión de las universidades católicas está definida por dos componentes que conforman su identidad: ser universidades y ser católicas. Ambas dimensiones deben desarrollarse de manera armónica, alimentándose mutuamente en un círculo virtuoso. Hoy, mantener la fidelidad a esta doble identidad representa un desafío, que exige esfuerzo y convicción, especialmente porque, desde una mirada superficial o apresurada, algunos podrían percibirlas como contradictorias. Sin embargo, es precisamente en tiempos de crisis cuando resulta más necesario que las universidades católicas vivan plenamente esta doble fidelidad, ya que de ello depende su capacidad para conservar su confianza institucional, y ser un aporte original y significativo en la construcción de una sociedad verdaderamente plural.

Identidad por ser universidad

La identidad de una universidad está definida por su misión principal, que es la búsqueda y transmisión de la verdad. En palabras del profesor Jorge Millas, la universidad debe ser reflejo de su tiempo, pero sin nunca dejar de ser “una comunidad de maestros y discípulos destinada a la transmisión y al progreso del saber superior” [2]. Esto no implica que las universidades posean la verdad, pero sí que disponen de los medios para que con humildad intelectual se pueda trabajar en la búsqueda de ese objetivo.

Hoy, la búsqueda y la comunicación de la verdad se ven profundamente tensionadas, lo que hace de particular relevancia defender esta misión. Por un lado, se ha extendido la visión de que la verdad no existe y que es meramente una construcción humana, lo que ha debilitado su valor ético y la ha reducido a un simple instrumento estratégico. A ello se suma el fenómeno de la posverdad, donde la proliferación de noticias falsas y la desinformación, amplificadas por las redes sociales y la inteligencia artificial, hacen muy complejo distinguir aquello que es verdadero de lo que es falso. Este panorama se agrava con el avance de la cultura de la cancelación y las funas, en la que determinados grupos reemplazan la búsqueda abierta de la verdad por la imposición de determinada agenda, sin dejar espacio para el diálogo, la escucha, el intercambio de argumentos ni la siempre importante posibilidad de discrepar. En este escenario, la responsabilidad de las universidades en la defensa activa de la búsqueda de la verdad resulta clave para la salud de la vida en sociedad.

En el contexto universitario, la búsqueda de la verdad se refiere principalmente a la labor de investigación y creación de nuevo conocimiento, mientras que su transmisión y comunicación se realizan a través de la formación de personas, y el vínculo con la sociedad. Aunque ambos quehaceres están relacionados, en este ensayo, por razones de espacio, nos enfocaremos preferentemente en el aspecto de la búsqueda de la verdad mediante la investigación.

Aunque pueda parecer evidente, conviene explicitarlo: el solo hecho de que la palabra verdad forme parte de la misión de las universidades implica que el quehacer universitario se funda en la convicción de que la verdad existe y que debemos buscarla, incluso sabiendo que tal vez no sea posible alcanzarla. La noción de verdad es compleja: ha sido entendida como equivalente a lo real, a lo objetivo, a aquello que se puede justificar, o a lo que es correcto. Una definición acabada –si es que fuese posible– excede el alcance de este breve ensayo. Por ello, al hablar de verdad nos referiremos a un camino permanente de búsqueda, conscientes de que, en muchos casos, solo podremos acceder a verdades parciales o provisorias.

Para poder cumplir con su misión de búsqueda y transmisión de la verdad, las universidades deben contar con autonomía institucional, así como con espacios y políticas que incentiven la reflexión académica, además de comunidades académicas diversas, dispuestas al diálogo.

En primer lugar, la autonomía es esencial para garantizar la libertad académica, condición necesaria para la búsqueda de la verdad, o al menos para poder acercarse a una verdad transitoria. Esta libertad, sin embargo, encuentra su límite en todo aquello que pueda atentar contra la dignidad humana. Por ello, la universidad debe estar atenta y evitar cualquier embate que tenga por objetivo su instrumentalización y su utilización por parte de distintos grupos de interés. En palabras del mismo profesor Millas, para ser autónoma, la universidad no puede estar ni vigilada por algún grupo externo o interno, ni comprometida con alguna causa que le impida buscar la verdad por todos los caminos posibles. [3]

El segundo aspecto que requiere toda universidad para cumplir con su misión se refiere a la necesidad de fomentar la reflexión académica. Para ello, se debe instalar una cultura y ecosistema que ofrezca tiempo, libertad, tranquilidad, estabilidad y oportunidades para que sus comunidades académicas puedan abocarse a la reflexión académica. Sin esas condiciones la tarea académica estará tensionada, poniendo en riesgo la reflexión académica, que es el terreno fértil para la búsqueda y transmisión de la verdad. Actualmente hay al menos dos situaciones que amenazan peligrosamente el poder instalar este tipo de cultura y ecosistema. Por una parte están las múltiples tareas que han ido adquiriendo las universidades, no todas ellas necesariamente centradas en su misión principal; a lo que se suma la complejización del quehacer administrativo, debido al aumento de temas regulatorios y procedimentales. Siguiendo las palabras de Millas, debemos tener cuidado con que la universidad no se vuelva una “agencia universal de servicios” [4], ya que en esas condiciones se pondría en riesgo el compromiso con la misión e identidad que le son propias.

A lo anterior se suma el riesgo de que las universidades sean atrapadas por políticas y estrategias de publicaciones académicas, que se están convirtiendo cada vez más en un fin y no en un medio. El propósito original de publicar los trabajos de investigación es dar a conocer lo que se realiza, ya que lo que no se comunica no existe. Y, más importante aún, es someter el trabajo de investigación a la revisión y crítica por pares, lo cual, como se verá más adelante, está en la base del desarrollo de la epistemología social que se requiere para justificar los resultados de una investigación. Por ello las universidades deben establecer políticas académicas que reconozcan la investigación y creación de calidad y relevancia en las distintas áreas del saber. En palabras de Isabelle Stengers, reconocida filósofa de la ciencia, se debe tener “una consideración activa de la pluralidad de las ciencias, a la que debería responder una definición plural, negociada y pragmática de los modos de evaluación y de valorización de los diferentes tipos de investigación” [5]. Especial precaución se debe tener con las humanidades y las artes, que son aquellos espacios que favorecen la reflexión académica más profunda y que pueden estar siendo asfixiados por la aplicación de la cultura de producción científica.

Por último, la construcción de comunidades académicas diversas y dialogantes es un pilar fundamental en la búsqueda de la verdad. Uno de los principales desafíos de la investigación consiste en poder justificar que los nuevos conocimientos nos permiten, al menos, aproximarnos a una verdad transitoria. La teoría del conocimiento más aceptada actualmente es la epistemología social, según la cual la validez del conocimiento no se basa solo en datos empíricos, sino también en factores sociales que influyen en su producción y justificación. Esta perspectiva permite superar el absolutismo de lo empírico, [6] pero también plantea desafíos. Para avanzar hacia una objetividad robusta y evitar que la epistemología social derive en formas de constructivismo y relativismo, se requiere contar con la mayor diversidad posible de perspectivas dentro de las comunidades de investigación. [7] Como propone Hasok Chang, filósofo de la ciencia de la Universidad de Cambridge, un pluralismo epistémico activo provee una suerte de seguro contra lo impredecible: permite combatir y complementar las limitaciones de cada sistema de conocimiento, y también incentiva una positiva competencia que lleva a mejorar las distintas propuestas. [8]

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Cristo Redentor Casa Central c. 1965. Autor desconocido. © Archivo institucional UC.

No obstante, la sola existencia de comunidades diversas no es suficiente. Es igualmente necesario que existan mecanismos de “institucionalización de interrogaciones transformadoras” [9]: procesos que permitan confrontar activa y críticamente las distintas perspectivas dentro de la comunidad académica. Estas interrogaciones se concretan, por ejemplo, en la presentación de resultados en congresos, la revisión por pares al publicar, la replicabilidad de los resultados, entre otras. En palabras de la profesora Naomi Oreskes, la objetividad se maximiza

cuando existen vías reconocidas y sólidas para la crítica, como la revisión por pares, cuando la comunidad es abierta, no defensiva, y receptiva a las críticas, y cuando la comunidad sea lo suficientemente diversa como para desarrollar, escuchar y considerar adecuadamente una amplia gama de opiniones. [10]

Por lo anterior, para avanzar en la búsqueda de la verdad las universidades deben construir comunidades académicas plurales en que coexistan perspectivas diversas. Además, se deben institucionalizar estrategias para que las distintas perspectivas presentes en una comunidad plural se encuentren, de forma tal que se interroguen críticamente. Para ello la universidad debe ser antes que todo un espacio de diálogo donde se confrontan argumentos e ideas, espacios en que se debate, y se favorece el intercambio de argumentos. Parafraseando a J. Stuart Mill, podemos decir que el pluralismo que dialoga sumado a la libertad académica permiten que la verdad no sea un dogma muerto, sino que perdure como una verdad viva. [11]

Identidad por ser católica

Respecto de la identidad católica, la constitución Ex corde Ecclesiae nos dice que

la misión fundamental de la Universidad es la constante búsqueda de la verdad mediante la investigación, la conservación y la comunicación del saber para el bien de la sociedad. La Universidad Católica participa de esta misión aportando sus características específicas y su finalidad. [12]

Como es evidente, y esperable, la definición que nos da Ex corde parte haciendo énfasis en que la misión de una universidad católica no es otra que la misión de toda universidad, esto es, la búsqueda y transmisión de la verdad. La novedad está en que las universidades católicas aportan a esa misión desde sus “características específicas”, esto es, desde su ideario basado en su particular cosmovisión o comprensión del mundo. Por lo tanto, para comprender la identidad católica de una universidad católica debemos reflexionar sobre cuáles son esas “características específicas”, que se entiende son virtuosas para la búsqueda de la verdad.

Para poder desarrollar plenamente su misión, toda universidad católica debe contar con los mismos elementos descritos para cualquier universidad. Deben ser autónomas, y contar con espacios y políticas que incentiven la reflexión académica. No obstante, es en las “características específicas” mencionadas en Ex corde Ecclesiae donde debe reflejarse con claridad la cosmovisión propia de su ideario. En este sentido, una universidad católica debe también estar conformada por comunidades académicas plurales, pero en las que la perspectiva de la tradición intelectual cristiana esté sólidamente presente en todas las disciplinas, en especial en las humanidades, incluyendo la filosofía y la teología. Un compromiso con el pluralismo no implica neutralidad, en especial cuando se abordan cuestiones fundamentales sobre el ser humano y el sentido de la verdad. Por lo tanto, el pluralismo siempre debe darse dentro del marco del respeto a la dignidad humana. [13]

La presencia de esta tradición o perspectiva permite acceder a una comprensión de la realidad en base a una epistemología que evita todo reduccionismo positivista y que integra en su método científico la dimensión trascendente de la realidad. El cardenal Newman nos llama a reflexionar sobre la importancia y necesidad de desarrollar una amplitud epistemológica cuando señala,

¿Hemos de limitar nuestra idea de saber universitario por la experiencia de nuestros sentidos? En tal caso, hemos de excluir la ética. ¿Por la evidencia de la intuición? En tal caso prescindiríamos de la historia. ¿Por el testimonio? Excluiríamos entonces la metafísica. ¿Por el razonamiento abstracto? Habríamos eliminado las ciencias físicas. ¿Acaso no nos es la existencia de Dios testimoniada en la historia, inferida mediante un proceso inductivo, traída a nuestra mente por la necesidad metafísica, y urgida en nosotros por la voz de la conciencia? [14] 

Es importante tener claro que el incluir la perspectiva de la tradición cristiana, en la medida en que participe del diálogo académico, no se opone a la libertad académica, sino que, por el contrario, permite ampliar las metodologías y epistemologías a las que podemos acceder para buscar la verdad. Siguiendo la idea del pluralismo epistémico activo descrito anteriormente, la presencia de la perspectiva de la tradición intelectual cristiana entrega otro punto de vista para afrontar lo impredecible, enfrentar las limitaciones y complementar otros sistemas de conocimiento. Las ciencias naturales y las tecnologías permiten entender cómo funcionan las cosas, pero no nos permiten responder a la pregunta sobre cuál es el sentido de las cosas, por qué existe algo y no la nada, y qué finalidad tiene la vida. Frente a estas preguntas las humanidades, en especial la filosofía y la teología, junto a las artes y la literatura juegan un papel central, y es donde la tradición intelectual cristiana constituye una perspectiva enriquecedora, aunque no la única, que, junto al diálogo virtuoso entre fe y razón, nos permiten avanzar en la búsqueda de la verdad. [15]

Para iluminar esta idea puede servir como ejemplo el diálogo entre evolución y creación. [16] Una universidad católica no puede conformarse con responder a la pregunta sobre nuestro origen desde lo meramente material, como sería una explicación que supone que lo biológico-evolutivo agota toda la realidad. Una universidad de raíces cristianas debe poner su punto de vista, su cosmovisión humanista, y combatir todo reduccionismo naturalista, de forma de argumentar que lo empírico no es la única forma de acceder a la comprensión de la realidad. Como se indicó, la forma de responder a dicho reduccionismo es desde las humanidades y las artes, que aportan una comprensión del ser humano como ente material y espiritual. Perspectivas humanistas que sin duda no son únicas de la tradición intelectual cristiana, pero que sí están ahí fuertemente representadas. De esta manera la presencia de la perspectiva de la tradición intelectual cristiana enriquece la discusión, y en ningún caso puede argumentarse que la restringe. [17]

Por todo ello, lo verdaderamente distintivo de una universidad católica es su capacidad de asegurar y potenciar la presencia de la tradición intelectual cristiana dentro de comunidades académicas en las que coexistan diversas perspectivas. La identidad católica, en efecto, es incompatible con cualquier aspiración monopólica del pensamiento. [18] La ausencia de otras perspectivas atentaría contra el desarrollo de una epistemología social y, por ende, iría en contra del propósito de la búsqueda de la verdad, así como de la esencia misma de lo que significa ser universidad.

La propuesta, por tanto, no es imponer, sino ofrecer con convicción y apertura la riqueza que aporta la tradición intelectual cristiana. Esta visión es la que James L. Heft, S.M., exprorrector y excanciller de la Universidad de Dayton, define como el modelo del “círculo abierto” que deben desarrollar las universidades católicas: un círculo porque consta de una comunidad que tiene mucho en común para poder llevar a cabo una discusión lo más vigorosa e informada posible, y abierto porque valora la contribución de cada miembro de la comunidad. [19] Esta idea está en línea con el hecho de que muchos académicos actuales, influidos por autores como Thomas Kuhn, han reconocido que toda investigación se lleva a cabo desde una determinada tradición o cosmovisión. [20]

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Capilla de la Casa Central de la Universidad Católica de Chile c. 1965. Autor desconocido. © Archivo institucional UC.

 

Para ejemplificar de mejor forma a que nos referimos con la presencia de una tradición intelectual cristiana, es iluminador citar completo este párrafo del libro de Heft:

Para ser católica, una universidad necesita más que teólogos católicos. También necesita profesores de negocios que puedan criticar el capitalismo. Necesita profesores de derecho que enfaticen la justicia social y el bien común; profesores de ingeniería que protejan el medio ambiente; profesores de ciencia que reconocen los temas morales y religiosos siempre presentes e inherentes a su investigación, así como también aceptan las limitaciones epistemológicas de los métodos científicos que emplean; y profesores de ciencias sociales que comprenden que la persona humana es a la vez física y espiritual; profesores de humanidades que comprenden la profundidad de la existencia humana, incluyendo el significado del amor, el compromiso y la fe; y por supuesto teólogos que están en diálogo con profesores de todas las disciplinas. [21]

Lo medular de la tradición intelectual cristiana, y que constituye un mensaje de carácter universal, es la centralidad de la dignidad de la persona humana. Esta dignidad debe ser reconocida y promovida no solo al inicio y al final de la vida, sino también, y de manera fundamental, a lo largo de toda su existencia, o como decía Francisco, “más allá de toda circunstancia” [22]. Desde esta perspectiva, la identidad católica se manifiesta en una orientación clara hacia la investigación y la enseñanza de todo aquello que sirve al bien común, evitando cualquier tipo de reduccionismo.

Hablar de identidad católica significa resaltar las implicancias positivas de la enseñanza cristiana, como el desarrollo de una moral social basada en la Doctrina Social de la Iglesia, la formación en el servicio y la solidaridad, la consideración de las implicancias éticas de nuestras investigaciones, la toma de decisiones basadas en valores y la promoción de una cultura del respeto y del buen trato. [23] En palabras del rector Juan de Dios Vial, el carácter católico de la Universidad se manifiesta en “la presencia pública y estable del pensamiento cristiano” [24].

Otro ámbito en que las universidades católicas pueden ofrecer un aporte único es en ayudar a superar la fragmentación del conocimiento. Hoy, muchas instituciones de educación superior se asemejan más a multiversidades que a universidades, en la medida en que cada disciplina intenta responder desde su pequeña visión a preguntas parciales, perdiendo así una visión unificada del saber. Un ejemplo de esta fragmentación es la respuesta a una pregunta tan fundamental como “¿qué es el ser humano?”, que hoy puede abordarse desde la física, la química, la biología, la historia, la psicología, la sociología, la literatura o el arte. Una universidad católica, desde su cosmovisión, que parte de la existencia de un creador, mediante el quehacer interdisciplinario centrado en la filosofía y la teología, puede ayudar a buscar respuestas integradoras que unifican el conocimiento. [25]

Conclusiones

Las universidades católicas, junto con aquellas que encarnan otras identidades institucionales, constituyen un valioso aporte a la pluralidad del sistema universitario en su conjunto. Como se ha señalado, es esencial que cada universidad promueva en su interior una comunidad académica plural, fomentando así una pluralidad intrainstitucional. Sin embargo, esta legítima preocupación por la diversidad interna puede derivar en lo que algunos autores denominan la “paradoja de la diversidad”, esto es, que la “preocupación por la diversidad interna de las instituciones puede acabar haciéndolas más parecidas entre sí” [26]. Frente a este riesgo, la existencia de las universidades católicas aporta una pluralidad inter-instituciones, es decir, a una diversidad a nivel del sistema universitario en su conjunto. Esta configuración permite el desarrollo de una meta-epistemología social, en la que se produzcan interrogaciones transformadoras no solo dentro de las instituciones, sino también entre ellas. De este modo, la convivencia de universidades católicas con otras de distinta inspiración genera un círculo virtuoso: fortalece el diálogo entre perspectivas diversas, enriquece la búsqueda y transmisión de la verdad, y contribuye a recuperar y consolidar la tan necesaria confianza institucional. 

 


Notas

[1] Encuesta Nacional Bicentenario UC, 2023; Encuesta CEP Nº 91, Junio-Julio 2024.
[2] Millas, Jorge; Idea y defensa de la universidad. Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago, 2012, p. 34.
[3] Cf. Millas; op. cit., p. 100.
[4] Ibid., p. 83.
[5] Stengers, Isabelle; Otra ciencia es posible. Futuro Anterior Ediciones, España, 2019, p. 67.
[6] Cf. Larraín, Juan; “Integridad y ética en la investigación: Un desafío para las universidades”. En, Sánchez, Ignacio (ed.); Ideas en Educación IV: Impacto y Consecuencias de los Cambios en Educación. Ediciones UC, 2024, pp. 587-611.
[7] Harding, Sandra; The science question in feminism. Cornell University Press, Ithaca, 1986.
[8] Chang, Hasok; Is water H20?. Springer, London, 2012, pp. 253-301.
[9] Longino, Helen E.; Science as social knowledge: values and objectivity in scientific inquiry. Princeton University Press, Princeton, New Jersey, 1990.
[10] Oreskes, Naomi; ¿Por qué confiar en la ciencia? Ediciones Universitarias de Valparaíso, Valparaíso, 2022, p. 70.
[11] Stuart Mill, John; Sobre la Libertad. Ediciones AKAL S.A., España, 2014, p. 53.
[12] Cf. Juan Pablo II; Constitución apostólica Ex corde Ecclesiae. 15 de agosto de 1990, n. 30.
[13] San Francisco, Alejandro (ed.); Juan de Dios Vial Correa: pasión por la verdad. Ediciones UC, Santiago, 2017, p. 32.
[14] Newman, John H.; Discursos sobre el fin y la naturaleza de la educación universitaria. José Morales (traductor), EUNSA, Pamplona, 1996, p. 60.
[15] McGrath, Alister; La ciencia desde la Fe. Espasa Libros S.L.U., Barcelona, 2016, pp. 13-38.
[16] Larraín, Juan; “Causalidad y casualidad en Santo Tomás: ¿una propuesta de consonancia entre acción divina y evolución?”, Humanitas nº 98, 2021, pp. 618-631.
[17] Marsden, George M.; The outrageous idea of Christian scholarship. Oxford University Press, New York, 2024, p. 85.
[18] Cf. Sánchez-Tabernero, Alfonso; “Governance, identity and freedom in Christian-inspired universities”. Church Communication and Culture nº 9, 2024, pp. 260-276.
[19] Heft, James L., S.M.; The future of Catholic Higher Education. Oxford University Press, New York, 2021, pp. 119-133.
[20] Cf. Marsden, George M.; The soul of the American university revisited. Oxford University Press, New York, 2021, p. 377.
[21] Heft, op. cit., p. 99.
[22] Francisco; Carta encíclica Fratelli tutti. 3 de octubre de 2020. Esta cita también se encuentra en la sección presentación de la declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe Dignitas infinita, sobre la dignidad humana, 2024.
[23] Rizzi, Michael; “Defining Catholic higher education in positive, not negative terms”. Journal of Catholic Education nº 22, 2019, pp. 1-25.
[24] San Francisco; op. cit., p. 46.
[25] MacIntyre, Alasdair; Dios, filosofía, universidades. Editorial Nuevo Inicio S.L., España, 2012, pp. 271-281.
[26] Svensson, Manfred; Pluralismo: una alternativa a las políticas de identidad. Instituto de Estudios de la Sociedad, Santiago, 2022, pp. 22-23.

 

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