En contraposición a una comprensión cognitivista de la empatía, los autores ahondan en la propuesta de una empatía vital a través del pensamiento de autores como Lipps, Stein, Scheler e Ingold. Así invitan a profundizar en el llamado que el Papa Francisco hace en Fratelli tutti, a dejarnos interpelar por la realidad del otro según el modelo del buen samaritano.
* María Asunción Pérez-Cotapos pertenece al Instituto Nuestra Señora de Schoenstatt y es estudiante del doctorado en Psicología de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Carlos Cornejo es psicólogo, doctor en Filosofía y académico de la Escuela de Psicología de la Pontificia Universidad Católica de Chile.Durante más de dos años la artista Maite Izquierdo llevó a cabo talleres de encuentro, meditación y costura en los que participaron alrededor de 170 personas. El fruto de este trabajo colectivo fue exhibido en la Sala Gasco, Santiago de Chile, bajo el título "Manto de reparación", entre el 14 de mayo y el 11 de julio. Agradecemos a Maite las imágenes que significativamente acompañan este artículo. |
Durante su pontificado, Francisco fue insistente a la hora de aunar esfuerzos para abordar los graves problemas que conlleva el desarrollo. [1] Esta actitud no fue simplemente una reacción frente a las grandes crisis que ha enfrentado la humanidad en los últimos años, sino que brotaba de una comprensión cosmológica profunda, que se encuentra a la base de su pensamiento. Esta visión permite identificar un hilo conductor en sus reflexiones sobre temas tan disímiles como la ecología, la economía, la migración, el amor conyugal y la misericordia. En todos ellos el Papa subrayaba la unidad esencial que vincula a las personas entre sí y con la naturaleza. Una unidad que enriquece la vida y que nos lleva a superar el individualismo para socorrer a los más vulnerables. Francisco nos urgía a no dejarnos seducir por la cultura del descarte [2], sino a comprometernos en la construcción de una sociedad fraterna y misericordiosa.
La noción de empatía que atraviesa el pensamiento de Francisco también puede encontrarse en autores como Lipps, Stein, Scheler e Ingold. Todos ellos comparten una comprensión cosmológica antimecanicista, que concibe al ser humano como parte integral de la naturaleza, y no como un ente separado de ella. Desde esta perspectiva, la naturaleza se entiende como un organismo vivo, más que como una simple máquina compuesta por partes aisladas.
Empatía
El concepto de empatía es un concepto complejo, que muchas veces ha sido mal entendido y reducido a un ejercicio racional-cognitivo. Su historia es más bien reciente. A finales del siglo XIX comenzamos a escuchar de ella en algunos filósofos alemanes. Encontramos en Theodor Lipps (1851-1914) el desarrollo de lo que va a llamar empatía estética (Einfühlung). Edmund Husserl (1859-1950) hace uso de ella poniéndola en el centro del desarrollo de la Fenomenología. En su estudio doctoral, Edith Stein (1891-1942) hace una investigación fenomenológica “sobre el problema de la empatía” [3], llegando a encontrar en ella los movimientos interiores más profundos del alma humana. Max Scheler (1847-1928) la aborda desde el concepto de la simpatía. Lo que estos autores comprenden por empatía dista bastante del concepto que la sociedad moderna tiene de ella.
La ciencia moderna suele entender la empatía a través de teorías inferenciales o procesos cognitivos, [4] donde las personas comprenderíamos lo que los otros sienten a través de un ejercicio cognitivo que nos hace ponernos en su lugar y preguntarnos ¿qué sentiríamos nosotros en esas circunstancias? Algunas teorías proponen que las personas, al no poder ver la mente o los afectos de otras personas, las comprenden construyéndose una teoría de la mente ajena. Si cuando yo estoy triste lloro, puedo inferir que una persona está triste cuando la veo llorar.
O si veo a alguien que está transpirando, con las pupilas dilatadas y respirando aceleradamente, imito imaginaria o concretamente esas conductas exteriores con el fin de identificar las emociones que surgen en mi interior. El fenomenólogo contemporáneo Dan Zahavi [5] advierte que, a la base de ambos tipos de teorías psicológicas, llamadas, respectivamente, Teoría-Teoría y Teoría Simulacionista, está el supuesto de que la mente o los afectos de las demás personas son por definición invisibles o inaccesibles para nosotros. Contrario a este supuesto, Zahavi [6] recupera otras propuestas, como las de Lipps, Stein, Ortega y Scheler, que plantean que es posible conocer directamente las vivencias interiores de los otros, no a través de inferencias racionales, sino a través de una vivencia empática. Es un camino de conocimiento que el filósofo Henri Bergson (1859-1941) denominaba intuición [7], el cual, si bien carece de la precisión del conocimiento analítico, es total o global, porque es un conocimiento desde dentro, que capta el objeto en su totalidad, aprendiendo la realidad tal como se da, en lugar de describirla desde fuera y congelarla en conceptos estáticos.
Es muy interesante profundizar en estas teorías destacadas por Zahavi [8], ya que, si bien no cumplen con los parámetros de exactitud de la ciencia natural, [9] nos permiten entender una realidad antropológica que todos experimentamos en nuestra cotidianidad. No solo en el encuentro con las otras personas, sino que también en nuestro encuentro con la naturaleza. Lipps plantea que vía empatía se puede entrar en relación interior tanto con cosas animadas como inanimadas [10], vivenciando en nosotros la grandeza y la fuerza de una montaña, la fragilidad de una flor, la potencia vital de un bosque nativo, afectándonos interiormente con una pintura o una pieza musical. Es la misma realidad humana que Johann Wolfgang Goethe (1749-1832) planteaba en su “Teoría de los colores” [11], como contrapropuesta a la teoría física del color de Isaac Newton (1643-1727). Los colores, decía Goethe, no deben ser estudiados únicamente desde su naturaleza física, sino también desde la vivencia interior de las personas frente a ellos, comprendiendo cómo el amarillo produce alegría, o el azul, calma.
Las teorías modernas han juzgado injustamente a Lipps y Goethe en su intento de explicar las conexiones interiores que hay en la naturaleza. En particular, Lipps ha sido catalogado como psicologista, pues atribuiría características humanas a las cosas inanimadas o a la naturaleza. No obstante, al advertir que Lipps habla desde una comprensión cosmológica que reconoce una vinculación interior entre las cosas, se entiende que él no parte de la dicotomía moderna entre sujeto y objeto [12]. La ciencia moderna sugiere que el conocimiento proviene, o bien de una reproducción pasiva del objeto en el sujeto, o bien de una proyección del sujeto sobre el objeto. Por el contrario, Lipps habla desde la comprensión de una unión interior que permite a las personas sentir en su ser la realidad interior del mundo que lo rodea. Así describía el Papa Francisco la conexión de los pueblos indígenas de la Amazonía en Querida Amazonía, refiriendo al siguiente poema:
Del río haz tu sangre […].
Luego plántate,
germina y crece
que tu raíz
se aferre a la tierra
por siempre jamás
y por último
sé canoa,
bote, balsa,
pate, tinaja,
tambo y hombre. [13]
Esta conexión profunda del ser humano con aquello que lo rodea es posible porque su interioridad no está encerrada en sí misma. Como plantea el antropólogo Tim Ingold [14], la interioridad se pliega y se despliega, se abre, plasma el mundo y se deja plasmar por él. La empatía vista desde esta perspectiva es el encuentro vital de las interioridades del mundo, de las personas y la naturaleza. Se realiza en el espacio del encuentro inmediato [15] entre el ser y el mundo.
En una línea similar debe entenderse la posición de Edith Stein. Para ella, la empatía es la capacidad de vivenciar en la propia interioridad la vivencia del otro. [16] Stein distingue entre las vivencias propias, a las que llama vivencias originales, y las vivencias del otro tal como las experimentamos en nosotros mismos, que denomina vivencias no originales. Ya que su origen no está en nuestra experiencia directa, sino en la interioridad ajena. Un ejemplo de vivencia original es cuando una persona se lastima un dedo con un martillo y experimenta el dolor en primera persona. En cambio, una vivencia no original ocurre cuando vemos a alguien golpearse un dedo y sentimos su dolor en nuestro interior.
Para sentir el dolor ajeno no es necesario un ejercicio racional de ponerse en el lugar de quien se lastimó. Es una vivencia no originaria vital. Sentimos ese dolor de manera espontánea, como algo que no se puede evitar. Por el contrario, hay que hacer grandes esfuerzos cognitivos para detener ese sentimiento de dolor empático que se produce al ver a alguien martillarse un dedo. Incluso a veces quedamos afectados por un tiempo prolongado, aun cuando ya no tengamos a la persona frente a nosotros. Esta reacción empática es aquella que da cuenta de la existencia real de la vida interior del otro. Stein incluso afirma que es la empatía la que nos permite conocer la interioridad del otro, así como también la interioridad de Dios: “Así aprehende el hombre la vida anímica de su prójimo, pero así aprehende también, como creyente, el amor, la cólera, el mandamiento de su Dios” [17].
"En el ensamblaje de las piezas, todas las partes se disponían en el suelo, para ser comprendidas".
Texto de Carolina Arévalo. © Victoria Jensen.
El buen samaritano
La vitalidad de la empatía es una arista que ha permanecido oculta a la ciencia moderna. Al no ser reductible a estudios matemáticos ni a indicadores de evaluación, ha quedado olvidada. Sin embargo, esta dimensión de la empatía no es algo desconocido para el sentido común de las personas, ya que todos la experimentamos cotidianamente. Esta es la realidad a la que apela el Papa Francisco en su encíclica Fratelli tutti [18] cuando llama a dejarse interpelar por la realidad del otro. Para ejemplificar su propuesta, Francisco hace uso de la parábola del buen samaritano (Lc 10,30-37), aquel que al ver a una persona herida en el camino, no desvía la mirada, no se fuerza a sí mismo para no dejarse afectar, sino que lo ve y se conmueve. El buen samaritano siente en su interior el dolor de esa persona herida. No la siente de manera original, porque él no está herido, pero la siente tan fuerte y profundamente que no puede hacer nada más que acudir en su auxilio. Si bien tanto Lipps como Stein plantean que es requisito para la empatía el abrirse al otro, esa apertura no es algo que exija un gran esfuerzo, sino más bien solo un prestar atención. En cambio, para evitar una conexión empática con otras personas hay dos caminos posibles; el primero es evitar el contacto, y el segundo es la desconexión interior con las propias emociones.
Evitar el contacto es una forma común de eludir el encuentro empático. Sin un encuentro directo con la realidad del otro, no se produce esa conexión vital y espiritual. Este es precisamente el camino que toman el sacerdote y el levita en la parábola: ven al hombre herido, seguramente desde lejos, y eligen seguir por otro camino. La cercanía con quien sufre nunca nos deja indiferentes. Mirar de verdad, escuchar, estar físicamente cerca, hace que la vitalidad del otro nos atraviese y nos toque profundamente. En palabras de Stein, la vitalidad espiritual del otro nos invade. [19] Pero no como un dato sensorial neutro, sino como una vivencia.
La realidad vital de los otros nos invade porque la capacidad empática está inscrita en nuestra naturaleza; forma parte de nuestra constitución antropológica. No se trata de una facultad puramente racional, sino de una dimensión vital, que brota espontáneamente desde lo que somos. Esto se vuelve evidente cuando reconocemos los actos de empatía en los animales. Las redes sociales están llenas de videos donde animales manifiestan comportamientos compasivos o empáticos. Estos videos se vuelven virales porque nos sorprende que gestos que consideramos exclusivamente humanos aparezcan en otras especies. Esta sorpresa revela una creencia profundamente arraigada en la cultura moderna: la de que el ser humano está separado de la naturaleza, y elevado por encima de ella en virtud de sus facultades racionales. En los orígenes de la modernidad, la naturaleza fue degradada a mera materia inerte, moldeable y controlable por la razón. Esta concepción asignó a la humanidad un lugar de dominio sobre la naturaleza, una concepción que Franz De Waal [20] ha caracterizado como agresivo-egoísta. El modelo cosmológico mecanicista, impuesto con la llegada de la modernidad, transformó radicalmente la comprensión humana del mundo natural. Se produjo lo que ha sido descrito como una “sustitución del patrón teleológico y organicista del pensamiento y la explicación, por el patrón mecánico y causal que conduciría en último término a la ‘mecanización de la visión del mundo’” [21]. La naturaleza, antes concebida como un organismo vivo del cual el ser humano formaba parte, pasó a entenderse como un “vasto aparato mecánico” [22], donde cada pieza es reemplazable y cuyo valor radica en su utilidad.
"Coser un manto que abrigue a otros. Formar un cuerpo desde la diversidad", escribe la artista Maite Izquierdo. © Victoria Jensen.
El segundo camino para evitar una conexión empática es la desconexión interior de las propias emociones. Para sostener los ideales de la modernidad, se ha promovido –explícita o implícitamente– la necesidad de desconectarnos interiormente de las propias emociones. Con el avance de la industrialización y la migración hacia grandes metrópolis, se fue perdiendo progresivamente el contacto con la naturaleza, lo que acentuó una visión de ella como objeto utilitario. Al mismo tiempo, este proceso trajo consigo un creciente aislamiento social: el anonimato urbano y la falta de contacto con los demás. Más tarde, con el auge de la tecnología y las redes sociales, esta desconexión se extendió también hacia la interioridad, desconectando a las personas tanto de sí mismas como de un contacto genuino con el otro. El Papa Francisco afirma que esta desconexión se ha dado también en el plano de la antropología y la filosofía, las cuales se han desprendido del corazón:
Se han preferido otros conceptos como el de razón, voluntad o libertad. (…) Quizás porque no era fácil colocar [el corazón] entre las ideas ‘claras y distintas’ o por la dificultad que supone el conocimiento de uno mismo: pareciera que lo más íntimo es también lo más lejano a nuestro conocimiento. Tal vez porque el encuentro con el otro no se consolida como camino para encontrarse a sí mismo, ya que el pensamiento vuelve a desembocar en un individualismo enfermizo. [23]
Así, la imposición del modelo mecanicista de la sociedad ha socavado nuestra capacidad de empatía auténtica. La desconexión emocional ha generado una mirada anestesiada frente al sufrimiento ajeno. Se ha llegado así a lo que el Papa Francisco llama “la cultura del descarte” [24]: lo que no me es útil, no me sirve, lo descarto, pues no me afecta. Sean cosas, naturaleza o personas, lo que no tiene utilidad, no tiene valor.
En palabras de Max Scheler,
la consecuencia de esto no fue solo exacerbar del modo más absurdo la singularidad del puesto que ocupa el hombre, arrancándolo a los brazos maternales de la naturaleza, sino que la fundamental categoría de la vida y sus fenómenos primarios fueron borrados del universo de una sencilla plumada. [25]
"Cada manto se una al otro sucesivamente, hilvanando entre todos uno común. Lo estiran y contemplan el trabajo realizado: un todo formado por un número definido de colores que genera un ritmo, una constelación, una relación cromática. Comparte, agradecen y despiden". Texto de Carolina Arévalo. © Victoria Jensen.
En ese contexto se comprende la hondura del llamado del Papa Francisco en Laudato si’, Fratelli tutti, Querida Amazonía y Laudate Deum. Sus palabras parecen suplicar un retorno a una comprensión cosmológica natural, en la que el ser humano se reconozca como parte integrante de la naturaleza y necesitado de ella. Una cosmología que recupere la urgencia de un encuentro vital, tanto entre las personas como con el mundo natural.
¿Cómo educar hoy, en medio de esta cultura fragmentada, un corazón como el del buen samaritano? Necesitamos cultivar un corazón que no tema encontrarse con el dolor ajeno, que se deje interpelar en su interioridad y se movilice al servicio del otro. En el pensamiento de Scheler encontramos una clave: la medida del amor determina la medida de la empatía. Según él,
el acto de simpatizar tiene que estar inmerso en un acto de amor que lo abarque; si ha de llegar a ser más que un mero ‘comprender’ y ‘sentir lo mismo que otro’. (…) El acto del amor es, pues, lo que determina radicalmente con su propio radio la esfera en que es posible la simpatía. [26]
Mientras más grande es nuestro amor por las personas, objetos o lugares, mayor es también nuestra capacidad de penetrar su interioridad y simpatizar con sus vivencias. Porque “El ‘corazón’ oye de una manera no metafórica ‘la silenciosa voz’ del ser, dejándose templar y determinar (armonizar y unificar) por ella” [27].
En lo más profundo de nuestra interioridad habita una capacidad originaria para sentir a la naturaleza y a los otros como parte de nosotros mismos. Más que haber perdido esa capacidad, hemos desaprendido a escucharla. Hemos aprendido a desconectarnos de aquello que espontáneamente sentimos al presenciar, por ejemplo, la tala de un gran árbol. Puedo amar la Amazonía por su majestuosidad y exuberancia, pero ese amor se vuelve aún más profundo si ese territorio es el lugar donde crecí, donde he vivido experiencias fundantes de mi existencia. El encuentro vital, aquella experiencia en la que percibimos la realidad humana y natural en primera persona, acrecienta en nosotros el amor, y con él, nuestra empatía. “Cuando se capta alguna realidad con el corazón se la puede conocer mejor y más plenamente” [28] porque “lo más íntimo de la realidad es amor” [29]. Solo desde esa conexión profunda es posible comprender la ecología integral [30] que el Papa Francisco nos ha llamado a proteger: una ecología que no es solo ambiental, sino también humana, relacional y espiritual.
Notas
[1] Cf. Francisco; Exhortación apostólica Laudate Deum. Roma, 4 de octubre de 2023.
[2] Cf. Francisco; Carta encíclica Laudato si’ sobre el cuidado de la casa común. Roma, 24 de mayo de 2015.
[3] Stein, Edith; Sobre el problema de la empatía. Trad. por J. L. Caballero Bono, Trotta, Madrid, 2004.
[4] Cf. Flores, Eileen Pfeiffer da Nóbrega Rogoski, y Bianca; “Edith Steins’s Philosophy: Implications for a Direct Functional Model of Empathy”, en: Perspectivas em análise do comportamento 14(1), 2023.
[5] Cf. Zahavi, Dan; “Empathy, Embodiment and Interpersonal Understanding: From Lipps to Schutz”, en: Inquiry 53, junio 2010.
[6] Ibid.
[7] Cf. Bergson, Henri; Introducción a la metafísica y la intuición filosófica. Siglo Veinte, Buenos Aires, 1966.
[8] Cf. Zahavi; op. cit.
[9] Cf. Lange, Friedrich Albert; Historia del materialismo. Lautaro, Buenos Aires, 1946.
[10] Cf. Lipps, Theodor; Los fundamentos de la estética. Daniel Jorro, Madrid, 1923.
[11] Goethe, Johann Wolfgang Von; Teoría de los colores. Consejo general de la arquitectura técnica de España, Madrid, 1999.
[12] Cornejo, Carlos & Pérez-Cotapos, María Asunción; Theodor Lipps, Naturphilosoph. En C. Cornejo & C. Hernández Maturana (eds.), Forgotten streams in the history of 19th-century german psychology: Volume 2: Late idealist, cultural, and phenomenological psychologies. Springer, 2025, pp. 205-224.
[13] Francisco; Exhortación apostólica postsinodal Querida Amazonía. Roma, 2 de febrero de 2020, n. 31.
[14] Cf. Ingold, Tim; Evolution in the minor key; or, the soul of wisdom. Routledge, Nueva York, 2022.
[15] Cf. Goldstein, Kurt; The organism. Zone Book, Nueva York, 1934/1995.
[16] Cf. Stein, Edith; Sobre el problema de la empatía.
[17] Stein, Edith; Introducción a la filosofía vol 2, Obras Completas. Urkiza, Julien y Francisco Javier (eds.), El Carmen, Madrid, 2005, p. 27.
[18] Cf. Francisco; Carta encíclica Fratelli tutti sobre la fraternidad y la amistad social. Roma, 3 de octubre de 2020, capítulo segundo.
[19] Cf. Stein, Edith; Introducción a la filosofía, 2.
[20] Cf. De Wall, Franz; The age of empathy. Harmony Book, Nueva York, 2009.
[21] Koyré, Alexandre; Del mundo cerrado al universo infinito, 11.a ed. Siglo XXI de España Editores, Madrid, 1999, p. 1.
[22] Mason, Stephen Finney; A history of the sciences. Collier Books, Nueva York, 1971, p. 349.
[23] Cf. Francisco; Carta encíclica Dilexit nos sobre el amor humano y divino del corazón de Jesucristo. Roma, 24 de octubre de 2024, capítulo primero.
[24] Cf. Francisco; Laudato si’.
[25] Scheler, Max; El puesto del hombre en el cosmos. Losada, Buenos Aires, 1943, p. 107.
[26] Scheler, Max; Esencia y formas de la simpatía. Losada, Buenos Aires, 2004, p. 180.
[27] Cf. Francisco; Dilexit nos, capítulo primero.
[28] Ibid.
[29] Ibid.
[30] Cf. Francisco; Laudato si’, capítulo cuarto. María Asunción Pérez-Cotapos pertenece al Instituto Nuestra Señora de Schoenstatt y es estudiante del doctorado en Psicología de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Carlos Cornejo es psicólogo, doctor en Filosofía y académico de la Escuela de Psicología de la Pontificia Universidad Católica de Chile.