El apostolado es parte de la actividad de cualquier institución de Iglesia que, en pos de la misión y la preferencia por los más desfavorecidos, invita a las comunidades a involucrarse con un otro, saliendo al encuentro del prójimo y fomentando así el espíritu de servicio que está dentro de cada persona. La directora de la Pastoral UC reflexiona en torno al significado del apostolado universitario.

Foto de portada: Misa de cambio de mando de jefes de proyectos de la Pastoral UC en la catedral Metropolitana de Santiago. ©Archivo Pastoral UC

Humanitas 2025, CIX, págs. 84 - 95

“No podemos llevar al mundo la buena nueva, que es Cristo mismo, si no estamos nosotros mismos en profunda unión con Cristo, si no lo conocemos en profundidad de modo personal, si no vivimos su palabra”.

Benedicto XVI[1]

El apostolado es parte de la actividad de cualquier institución de Iglesia que, en pos de la misión y la preferencia por los más desfavorecidos, invita a las comunidades a involucrarse con un otro, saliendo al encuentro del prójimo y fomentando así el espíritu de servicio que está dentro de cada persona. Estamos llamados a ser “luz del mundo” y “sal de la tierra” (Mt 5, 13-15) allí donde estemos, vocación que exige perseverancia y valentía para mantener viva la esperanza cristiana.

El apostolado es parte de la actividad de cualquier institución de Iglesia que, en pos de la misión y la preferencia por los más desfavorecidos, invita a las comunidades a involucrarse con un otro, saliendo al encuentro del prójimo y fomentando así el espíritu de servicio que está dentro de cada persona.

Aun cuando gran parte del apostolado está fielmente representado por la imagen del apóstol y su actividad, la sociedad actual, con todas sus complejidades, hace necesario realizar un análisis más profundo sobre el sentido de esta actividad. En palabras del filósofo Byung-Chul Han: “en una sociedad del cansancio, con sujetos del rendimiento aislados en sí mismos, también se atrofia por completo la valentía. Se hace imposible una acción común, un nosotros”[2]. La realidad contemporánea estaría caracterizada por el individualismo exacerbado y la pérdida de vínculos comunitarios, donde la autorrealización personal parece prevalecer sobre la búsqueda del bien común. En este contexto, quienes optan por hacer comunidad, por el encuentro y la entrega, como principios rectores de su vida, se encuentran aparentemente en una posición contracultural. San Agustín, no obstante, nos exhorta: “dicen ustedes que los tiempos son malos, sed ustedes mejores y los tiempos serán mejores: ustedes sois el tiempo”. Esta invitación resuena con las palabras de san Alberto Hurtado: “Nosotros somos el tiempo. Lo que seamos nosotros, eso será la cristiandad de nuestra época”[3].

Ser Apóstol: la institución de los Doce (Mc 3, 14-15)

El evangelio de Marcos relata que Jesús “creó [un grupo de] Doce, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar” (Mc 3, 14-15), entregando así el resumen de todo lo que es un apóstol: una persona que, en primer lugar, está con Cristo y luego sale a anunciarlo.4 Estar e ir, y no estar o ir; es decir, no se trata de una disyuntiva, sino de buscar la plena y profunda unión con Jesús para luego predicarlo.

Los evangelios narran que los Doce siempre estaban con Jesús y aprendían de sus enseñanzas. “Para los primeros cristianos, la fe en Dios era objeto de experiencia, y no solo de adhesión intelectual: Dios era Alguien realmente presente en su corazón”[5]. A primera vista, podríamos aventurarnos a pensar que los Doce tuvieron más facilidades para ser apóstoles, dado que vivieron con Jesús. “Quizá nos parece que entre nosotros y aquellos primeros cristianos hay un abismo, que ellos poseían un grado de santidad que jamás podremos alcanzar”[6]. Sin embargo, san Pablo es un ejemplo de que el hecho de creer en la resurrección del Señor y dar testimonio de ello corresponde a una real pertenencia en Cristo. La epístola a los Romanos comienza con: “Pablo, siervo de Cristo Jesús y apóstol por vocación, escogido para el evangelio de Dios”, haciendo alusión a que “su conversión no fue resultado de pensamientos o reflexiones, sino fruto de una intervención divina”[7]. Es Cristo mismo quien se le presenta, y la luz de su resurrección lo deja ciego. Este acontecimiento convierte a Saulo en apóstol y, por ende, en un transformador del mundo; es decir, un constructor del Reino.

[El apóstol es] una persona que, en primer lugar, está con Cristo y luego sale a anunciarlo. Estar e ir, y no estar o ir; es decir, no se trata de una disyuntiva, sino de buscar la plena y profunda unión con Jesús para luego predicarlo.

Para san Pablo estar con Cristo implica una transformación radical en la identidad personal, expresada en la afirmación: “ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 19-20). Este planteamiento tiene repercusiones significativas respecto a la concepción del ser humano en la sociedad actual, caracterizada por una exaltación del yo y la búsqueda de la soberanía personal, donde “el (autoemprendedor) solo, gracias a su audacia y tenacidad y contra todas las circunstancias, puede conducir su propio destino”[8]. Guardini, al analizar la experiencia de san Pablo, evidencia un contraste profundo entre la lógica de autorrealización y la vida del apóstol:

San Pablo experimentó en carne propia la grandeza y la miseria de la vida del apóstol en la primera carta a los Corintios. “Porque pienso que, a nosotros, los apóstoles, Dios nos ha asignado el último lugar (...) Nosotros pasamos por locos a causa de Cristo; vosotros, por sabios en Cristo. Nosotros somos débiles; vosotros fuertes. Vosotros, estimados; nosotros, despreciados (...) Hasta ahora venimos siendo la basura del mundo y el desecho de todos”.[9]

6.2. Mes de la solidaridad

Mes de la Solidaridad en Campus Casa Central. ©Archivo Pastoral UC

La expresión “basura del mundo y desecho de todos” subraya la paradoja de la misión apostólica: en su debilidad se manifiesta el poder de quien lo envía. El apóstol si no tiene a Cristo no es nada; solo en Él se encuentra la fortaleza que permite aventurarse en la misión.

Por su parte, el mandato de “enviarlos a predicar” implica transformar la comunión con Cristo en una actitud en salida para ir al encuentro de un otro. Esto es de suma relevancia frente a interpretaciones que tienden a reducir la fe a una experiencia meramente intimista. La relación con Cristo no puede entenderse de manera aislada del envío misionero, ya que estar con Él y ser enviado son dimensiones inseparables. En este sentido, el Papa Francisco señala, “sin anuncio, sin servicio, sin misión, la relación con Jesús no crece”[10], mostrando una dinámica de retroalimentación positiva: cuanto más se anuncia el Evangelio, más se profundiza en la relación con Cristo, y cuanto más cercana es la relación con Cristo, mayor es el deseo de comunicar la buena nueva.

6.3

Construcción de casa por voluntarios de Viviendas UC. ©Archivo Pastoral UC

La concepción paulina del apostolado se construye sobre tres pilares fundamentales: “haber visto al Señor” (cf. 1 Co 9, 1), “haber sido enviado” (1 Co 1, 1; 2 Co 1, 1), y “anunciar el evangelio” (1 Co 9, 1).

La concepción paulina del apostolado se construye sobre tres pilares fundamentales: “haber visto al Señor” (cf. 1 Co 9, 1), “haber sido enviado” (1 Co 1, 1; 2 Co 1, 1), y “anunciar el evangelio” (1 Co 9, 1). En este marco, todo apóstol en primer lugar se encuentra con el Señor, para luego ser enviado a anunciar la buena nueva. Esto refleja que el apostolado no es una elección personal o una actividad voluntaria, sino un llamado de Dios mismo que sale al encuentro y envía. Así, la misión apostólica, que “llena la vida entera”, “no es un encargo que alguien nos impone, ni una carga que hay que sumar a nuestras obligaciones cotidianas; es la expresión más exacta de nuestra propia identidad, que la llamada nos descubrió: ‘no hacemos apostolado, ¡somos apóstoles!’”[11].

El cumplimiento de esta misión implica anunciar el Evangelio con valentía y determinación, tanto a creyentes como a no creyentes. En el mandato de Jesús, se evidencia el carácter universal del llamado: “Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos” (Mt 28, 19)[12]. Este enfoque destaca la singularidad del apostolado cristiano como un movimiento abierto a toda la humanidad. En esta perspectiva, el apóstol se define por su “disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús”[13].

Por qué ser Apóstol: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6)

La V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en el Santuario de Nuestra Señora de Aparecida, Brasil, en 2007, tuvo por lema “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida ‘Yo soy el camino, la verdad y la vida’ ( Jn 16, 4)”[14]. Este lema ha inspirado al pueblo latinoamericano y del Caribe a tomar un rol protagónico en ser apóstoles permanentes en los distintos espacios que frecuentan. ¿Por qué ser apóstol? El Documento Final de dicha Conferencia responde afirmando: “porque esperamos encontrar en la comunión con Él la vida, la verdadera vida digna de este nombre, y por esto queremos darlo a conocer a los demás, comunicarles el don que hemos hallado en Él”[15].

La metáfora del gran tesoro escondido (Mt 13, 44) adquiere particular vigencia. La experiencia del encuentro con Cristo, entendido como un bien inagotable, universal y eterno, constituye un llamado a compartir con los demás lo que se ha recibido. Este acto de compartir no solo emerge como una responsabilidad, sino como una expresión natural de la identidad cristiana. Ser apóstol, entonces, no es solo una tarea, sino una dimensión intrínseca del ser hijo de Dios, que responde a la misión encomendada por Él. Este amor a Cristo resucitado encuentra su plenitud en la experiencia de la cruz, “quien no pasa a través de la experiencia de la cruz, hasta llegar a la Verdad de la resurrección, se condena a sí mismo a la desesperación”[16]. Porque solo en el amor extremo de Dios que le dio al mundo a su hijo para que en Él tuvieran vida eterna (Jn 3, 16) se halla el sentido más profundo de la existencia humana y el llamado a la misión apostólica.

6.4

Taller durante Misiones de verano. ©Archivo Pastoral UC

6.5. Proyecto Banderas

Reunión del Proyecto Banderas en Campus San Joaquín. ©Archivo Pastoral UC

La pasión, muerte y resurrección de Cristo constituyen el núcleo que permite al creyente amar como Él nos ha amado, y dejarse henchir por el amor de Dios. Como señala el Papa, solo cuando la persona

toca fondo en su experiencia de fracaso y de incapacidad, cuando se despoja de la ilusión de ser el mejor, de ser autosuficiente, de ser el centro del mundo, Dios le tiende la mano para transformar su noche en amanecer, su aflicción en alegría, su muerte en resurrección, su camino de regreso en retorno a Jerusalén, es decir, en retorno a la vida y a la victoria de la Cruz (Hb 11, 34).[17]

Un ejemplo paradigmático de esta transformación se encuentra en el relato de Bartimeo (Mc 10, 46-52) donde, ciego y marginado, reconoce su necesidad de salvación y clama por la ayuda de Jesús. Tras ser sanado, se pone de pie y lo sigue, convirtiéndose así en apóstol. Para alcanzar la plenitud del discipulado, es necesario superar la ceguera espiritual, cargar la propia cruz y seguirlo. Así se ha transitado de las tinieblas a Cristo, “ahora él puede ver al Señor, puede reconocer la obra de Dios en su propia vida y, finalmente, puede seguirlo”[18].

La misión apostólica no consiste simplemente en realizar acciones de apostolado, sino en adoptar una visión renovada del mundo, permitiendo que otros ajusten también su mirada conforme al amor y a la caridad de Cristo. Esta perspectiva implica un compromiso activo con la transformación de la realidad y el alivio del sufrimiento ajeno, reconociendo que todo logro y virtud provienen de Cristo. El relato de Bartimeo (Mc 10,46-52) ofrece una poderosa metáfora para comprender la ceguera de nuestro tiempo. No se trata de una limitación física, sino de una ceguera del corazón que impide al individuo levantarse, seguir a Cristo en su misión apostólica, y abandonar la comodidad para servir al prójimo. Este servicio, como subraya el evangelio de Mateo (Mt 25), es inseparable del servicio a Cristo mismo. La superación de esta ceguera requiere un acto de fe, un reconocimiento de la propia necesidad de Cristo y una disposición a responder al llamado con entrega y valentía.

Esta perspectiva implica un compromiso activo con la transformación de la realidad y el alivio del sufrimiento ajeno, reconociendo que todo logro y virtud provienen de Cristo.

Claves del apostolado universitario según san Alberto Hurtado

Las universidades son instituciones fundamentales que moldean, dan sustento y aseguran la continuidad de la sociedad. En este contexto, las universidades propiamente católicas emergen como faros cuya función es iluminar la sociedad con la luz del Evangelio.[19] Estas, especialmente a través de sus pastorales universitarias, están llamadas a promover y facilitar el encuentro con Cristo y la acción del Espíritu en sus comunidades. Este rol de formación de apóstoles, que también incluye el incentivo a participar de apostolados, consiste sobre todo en acompañar a las personas a que puedan discernir la voz de Dios en sus vidas, encontrar su propia misión y desarrollarla en sus diferentes realidades.

San Alberto Hurtado, en su libro Un fuego para la Universidad, deja cinco claves que describen “lo que la Universidad debe despertar en sus alumnos”[20]. La primera de estas claves es el sentido social, entendido como la capacidad para tomar conciencia de los problemas humanos que afectan a la sociedad. El Padre Hurtado refuerza la idea de que “callar sobre este tema ante otros auditorios sería grave, pero ante vosotros sería gravísimo y criminal, puesto que vosotros sois los constructores de esa sociedad nueva, vosotros seréis los guías intelectuales del país”[21]. Si en la universidad se juega el futuro de la nación, es indispensable que los estudiantes reciban una formación social sólida, capaz de traducirse en una conducta social coherente con sus diferentes vocaciones.

[Las universidades católicas], especialmente a través de sus pastorales universitarias, están llamadas a promover y facilitar el encuentro con Cristo y la acción del Espíritu en sus comunidades.

La segunda clave es el sentido de responsabilidad social, entendido como el compromiso de ocuparse del destino de la nación, de la humanidad y de la Iglesia, mediante un trabajo comprometido. San Josemaría Escrivá describía el apostolado como “una inyección intravenosa en el torrente circulatorio de la sociedad”, es decir, una cura certera a todos los males que nos duelen en el mundo. Para transformar la realidad, es fundamental reconocer que esta responsabilidad social comienza en la formación de los futuros profesionales.

En tercer lugar, se encuentra el sentido de escándalo siempre vivo, definido como un “inconformismo perpetuo ante el mal”. He aquí el núcleo de una vida cristiana en salida: si existe una persona que no puede alcanzar la vida eterna porque las carencias materiales le impiden tener una vida rica en lo espiritual, entonces nuestro trabajo no está completo. Solo descansaremos cuando todas las personas puedan encontrarse con Cristo en completa justicia respecto al resto. Si el amor que recibo de Dios Padre se lo doy a los demás, debo entonces preocuparme de que ellos también conozcan a Dios y, por ende, puedan alcanzar la vida eterna.

La cuarta clave es el hambre y sed de justicia, una actitud indispensable para todo joven que quiera comprometerse con su entorno. Ello exige conocer su realidad, la realidad de sus cercanos, la realidad de su localidad y del país, porque es ahí donde aún falta el amor de Dios. Solo podemos llevarlo a los otros conociendo su palabra. En las escrituras encontramos múltiples pasajes que muestran la predilección de Jesús por los más desfavorecidos. Tal como expresan las palabras del profeta Isaías que se retoman en el hermoso pasaje de San Lucas, cuando Jesús, en una sinagoga de Nazaret, dice: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracias del Señor” (Lc 4, 18-19).

Finalmente, se destaca el espíritu realizador, es decir, el llamado a la acción concreta y transformadora. Para san Alberto Hurtado,

la exigencia de nuestra vida interior, lejos de excluir, urge una actitud social fundada precisamente en esos mismos principios que basan nuestra vida interior. No podíamos llegar a ser cristianos integrales si dándonos por contentos con una fidelidad de prácticas, una cierta serenidad de alma y un cierto orden puramente interior nos desinteresásemos del bien común; si profesando de la boca hacia fuera una religión que coloca en la cumbre de su moral las virtudes de justicia y caridad, no nos preguntáramos constantemente cuáles son las exigencias que ellos nos imponen en nuestra vida social, donde esas virtudes encuentran naturalmente su empleo.[22]

El discernimiento que deben hacer las universidades y sus pastorales en su misión apostólica debe centrarse en dos objetivos fundamentales. En primer lugar, deben crear experiencias transformadoras, […]. En segundo lugar, deben generar un servicio a la sociedad que fomente el encuentro y la creación de comunidad como antídoto frente a la soledad y el individualismo.

Las universidades deben fomentar estas cinco dimensiones en su comunidad universitaria, porque son ellas “un ámbito privilegiado para pensar y desarrollar este empeño evangelizador de un modo interdisciplinario e integrador”[23]. El discernimiento que deben hacer las universidades y sus pastorales en su misión apostólica debe centrarse en dos objetivos fundamentales. En primer lugar, deben crear experiencias transformadoras, de manera que impulsen a las personas a generar sus propias escalas de valores[24] orientadas hacia el bien común y guiándolas en la toma de decisiones futuras.

6.6. Somos Iglesia 1

Encuentro “Somos Iglesia” con pastorales de distintos colegios en Campus San Joaquín. ©Archivo Pastoral UC

En segundo lugar, deben generar un servicio a la sociedad que fomente el encuentro y la creación de comunidad como antídoto frente a la soledad y el individualismo. Esto implica establecer vínculos y promover encuentros reales entre las personas, donde, como afirma el Papa Francisco, “descubrimos (...) que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión”[25].

Esperanza en el Sagrado Corazón

El dinamismo del apostolado no es estático ni definitivo, sino una constante invitación a profundizar en la relación con Cristo y a traducirla en acción. Existe un anhelo infinito que encuentra su fundamento en la misma naturaleza humana, creada para amar y ser amada, y cuyo descanso solo es posible en Dios, como señala san Agustín: “Nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti”.

El apóstol es un ente activo, pero ante todo es una persona que está con Cristo, hace silencio, lo encuentra en el Sagrario.

Este camino encuentra su fuente en el Sagrado Corazón de Jesús, de donde emana el amor necesario para iluminar la existencia y dotarla de propósito, pues Él nos amó primero (Jn 4, 19). El apóstol es un ente activo, pero ante todo es una persona que está con Cristo, hace silencio, lo encuentra en el Sagrario. En palabras de Alberto Hurtado,

Ser apóstoles no significa llevar una insignia en el ojal de la chaqueta, no significa hablar de la verdad, sino que vivirla, encarnarse en ella, transubstanciarse –si se puede hablar así– en Cristo. Ser apóstol no es llevar una antorcha en la mano, poseer la luz, sino ser la luz... Ser delegado de la luz en estos abismos –como dice en una de sus cartas Claudel–, iluminar como Cristo que es la luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo. Ser apóstol significa para ustedes, queridos jóvenes, vivir su bautismo, vivir la vida divina, transformarse en Cristo, ser continuadores de su obra, irradiar en su vida la vida de Cristo. Esta idea la expresaba un joven con esta hermosa plegaria: “Que, al verme, oh Jesús, te reconozcan”.[26]

Porque, finalmente, “Todos conocerán que sois discípulos míos en una cosa: en que os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13, 35). Este es el único camino para seguir siendo apóstol en el mundo actual.


 Notas

* Ángela Parra es licenciada en Ciencias de la Ingeniería y directora de la Dirección de Pastoral y Cultura Cristiana de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Este texto fue preparado en base a la conferencia dictada por la autora en el III Encuentro Red Pastoral Universitaria Intercontinental ODUCAL, Ciudad de México, en noviembre de 2024.
[1] Palabras del Papa Benedicto XVI al concluir los ejercicios espirituales en la Capilla Redemptoris Mater, sábado 11 de marzo de 2006.
[2] Han, Byung-Chul; La agonía del Eros. Herder Editorial, España, 2014, p. 79.
[3] Hurtado, Alberto; Un fuego que enciende otros fuegos. Ediciones Universidad Católica de Chile, 2004, p. 136.
[4] Agradecimientos al Pbro. Jorge Merino por su aporte con esta idea.
[5] Valdés, Rodolfo (Coord.); Para mí, vivir es Cristo: Itinerarios para cultivar una vida espiritual centrada en Jesucristo. Oficina de Información del Opus Dei, 2018, p. 6.
[6] Ibid.; p. 37.
[7] Benedicto XVI; San Pablo: catequesis. Librería Editrice Vaticana, 2006, p. 8.
[8] Sadin, Eric; La era del individuo tirano: el fin de un mundo común. Caja Negra Editora, Argentina, 2018, p. 22.
[9] Guardini, Romano; El Señor. Ediciones Cristiandad, España, 1954, p. 106.
[10] Francisco; Catequesis sobre el celo apostólico. Libreria Editrice Vaticana, 2023.
[11] Op. cit. Valdés, Rodolfo; Para mí, vivir es Cristo, p. 39.
[12] Francisco; Evangelii gaudium. 2013, n. 113.
[13] Ibid.; n. 127.
[14] Agradecimientos al Pbro. Jorge Merino por su aporte con esta idea.
[15] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe; Documento Conclusivo. Aparecida, 2007, p. 11.
[16] Francisco; Homilía durante la Santa Misa. Viaje Apostólico a Egipto. Air Defense Stadium, El Cairo, sábado 29 de abril de 2017.
[17] Ibid.
[18] Francisco; Homilía en la conclusión de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Basílica de San Pedro, 27 de octubre de 2024.
[19] Cf. Monseñor Carlos Casanueva Opazo. Él fue un sacerdote chileno y rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile, conocido por su liderazgo educativo y la fundación de varias facultades. Su legado incluye importantes contribuciones a la educación y la espiritualidad en Chile.
[20] Hurtado, Alberto; Un fuego para la universidad. Ediciones Universidad Católica de Chile, 1993, p. 45.
[21] Ibid.; p. 67.
[22] Ibid.; p. 89.
[23] Francisco; Evangelii gaudium. 2013, n. 134.
[24] Agradecimientos al Pbro. Osvaldo Fernández de Castro por su aporte con esta idea.
[25] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe; Documento Conclusivo. Aparecida, 2007, p. 360.

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