Haciendo un paralelo entre los guías que marcan el camino en la “Divina comedia” y la necesidad de acentos y orientaciones que se necesitan hoy ante el panorama mundial, el autor reflexiona y propone caminos para estos tiempos.

Dante Alighieri no enfrenta solo el imaginario viaje por la ultratumba que describe en su obra maestra la Divina Comedia: tres guías lo acompañan. Primero es el poeta romano Virgilio que lo ayuda a salir de la selva oscura: “En la mitad del camino de nuestras vidas me encontré vagando por una selva oscura”. Así comienza el poema escrito en el año 1300 justamente cuando el Papa Bonifacio VIII instala en la Iglesia Católica el primer año Jubilar de la historia enfocado en el siglo que comenzaba, lleno de aspiraciones y esperanzas. Así, el caminar de los peregrinos juntos hacia Roma no era solo una manera de liberar endorfinas, sino el poder recobrar energías en el cuerpo y en la mente para enfrentarse mejor con las asperezas y dificultades en el camino de la vida. Esto –en este nuevo año jubilar– vale hoy más que nunca.

No caminar solos

Los tres guías de Dante tienen connotaciones diferentes a lo largo del viaje y, sin embargo, el hilo conductor es el mismo: estar acompañado, no andar solo. Virgilio es el guía que ayuda al poeta a darle una razón a todo lo que ve y observa en la primera parte del viaje que es el cántico del Infierno. Se plantea en ese andar que dar razón de las cosas en sí mismas es un aspecto fundamental en la vida, y esto cobra actualidad cuando las políticas nacionales e internacionales no encuentran el camino adecuado para la solución de problemas complejos, como puede ser el mantenimiento de la paz y las grandes controversias de fronteras, étnicas y religiosas.

El viaje de Dante tiene el propósito de alcanzar una meta final: la felicidad y la salvación, en sintonía con su fe cristiana. La segunda guía es Beatriz –la verdadera inspiración del poeta y que en este viaje representa la Gracia Divina Revelada– que lo acoge en la cima de la montaña del Purgatorio y lo conduce hacia el Paraíso entregándolo después a San Bernardo, el símbolo de la fe que debe portar el poeta a la contemplación del bien supremo, Dios. La hazaña es tan ardua que el mismo San Bernardo recurre a la intercesión de la Virgen María para este encuentro final. “Virgen Madre, hija de tu hijo…” (Paraíso canto XXXIII) es la plegaria sublime y de la más alta inspiración de la ópera Dantesca.

La selva oscura vale también para la humanidad de hoy que intenta convivir en un mundo con aproximadamente sesenta lugares en guerra. La pregunta frecuente es: cómo salir de este laberinto oscuro de la historia, cuando también las conquistas civiles como la democracia y el mismo desarrollo tecnológico van cediendo el paso a estilos y culturas autoritarias y de excesiva dependencia de la libertad humana a las aplicaciones de la IA. El peligro de enfrentarse a un futuro “sin alma” está siempre latente.

Occidente: multilateralismo y democracias en afán

Aquel multilateralismo afanosamente construido después de la Segunda Guerra Mundial junto a la globalización se ve debilitando mientras las soberanías nacionales se abren caminos con nuevas reglas de juego. El presidente Trump es de aquellos que están ensayando a diario esta nueva manera de hacer política. Su sueño es volver hacer grande América. El pueblo estadounidense le creyó y lo apoyó. A menos de un año en el poder aquella sociedad experimenta una polarización con fuertes síntomas de intolerancia que afecta la armonía social en las universidades y en las instituciones públicas, con calles y ciudades inseguras. 

La democracia, la libertad, el progreso, son términos por antonomasia asociados a los orígenes de los Estados Unidos de América, en 1776. En la actualidad hay síntomas de cansancio e impotencia a nivel de todo el Occidente cuando se refiere al diálogo político para mantener aquella unidad que comenzó a tomar forma a través de la Unión Europea con el fin de compartir el crecimiento económico y el progreso en un ambiente de paz y cooperación. Ahora toca responder la incógnita de prever con claridad el futuro; sólo es cierto que las dudas y los miedos aumentan día tras día en el Occidente entero. EE. UU. y Europa se orientan a caminos propios. 

Entre desalientos y esperanzas

En este escenario, en el cual el mismo presidente Trump no rehúsa manifestar el peligro de una tercera guerra mundial, la humanidad entera necesita de guías y voces proféticas que abran corredores de esperanza y construyan muros de certeza. El 15 de agosto pasado, en la fiesta de la asunción de la Virgen, el Papa León XIV ha solicitado la intercesión de la Virgen María bajo su atributo de Reina de la paz frente al aumento de las tensiones en los conflictos bélicos en ejercicio. Como nunca, la impotencia humana para detener las tentaciones bélicas se hace evidente. 

Con el clima de superficialidad y desaliento es probable que en el mismo mundo católico vaya diluyéndose la convicción de que la paz es fruto de la justicia y no solo del ejercicio de la caridad cristiana y de la solidaridad, entendida esta última como virtud social que pertenece tanto al mundo cristiano como al mundo laico. Los caminos de la paz deben alinearse con los senderos de la justicia humana que nunca es perfecta y, sin embargo, puede aproximarse cuando la convicción de la dignidad de toda persona humana es un bien supremo y universal. Prescindir de este principio fundante de todo orden de convivencia civil, desplaza el camino a las discordias y a un lenguaje de beligerancia que termina abriendo escenarios de enfrentamientos. La justicia es a la paz como la injusticia a la desavenencia y a la guerra. “Muchos pueblos tiene hambre y sed de justicia” ha manifestado el Papa León XIV al Jubileo de los Operadores de Justicia el día 20 de septiembre.

Desde Oriente un nuevo orden mundial

En la cumbre de Pekín de las últimas semanas, vimos cómo los países asiáticos, liderados por China, enfrentaron un desafío que hasta hace poco era impensable: recoger la herencia de un Occidente que por decenios ha sido un bloque unido para afrontar crisis económicas, sociales, culturales y políticas, y que de repente muestra una debilitada fuerza diplomática y de diálogo, siendo que por ochenta años fue una de sus características principales.

Además, las convocatorias a la paz también de parte de los organismos internacionales como las Naciones Unidas han caído al vacío. La ONU ve que su autoridad se transforma de un trampolín por la paz y el desarrollo a una tribuna desde la cual solo se puede observar.

Trump, con su buena voluntad para poner fin a los conflictos se está transformando en un espectador de la impotencia de un Occidentes dividido al cual él mismo está contribuyendo con sus políticas de orden económico y militar. Putin, con su estrategia rusa de defender las fronteras de la Gran Rusia, parece disfrutar de un momento de gloria y es contrario a todo tipo de negociaciones. Él y Trump son dos líderes que se respetan mutuamente, pero al final, la paz se les escapa de las manos. La alfombra roja sobre la cual los vimos pasar por ahora es un honor efímero y dudoso para ambos que teniendo todo poder en las manos no logran usarlo para poner término a los conflictos con diálogos de entendimientos para soluciones compartidas y que perduren respetando las diversidades culturales y territoriales. Por su lado, Xi Jinping habló a los líderes de los países asiáticos presentes en esta cumbre que terminó con una imponente parada militar, de paz y de un nuevo orden mundial. No sabemos aún como lo concibe, sí llamó la atención que lo hizo con una tenida militar como la de Mao Zedong revolucionario. 

Caminar y soñar juntos, la vía hacia una nueva aurora

“Caminar y soñar juntos” son palabras que el Papa León XIV dirigió al millón de jóvenes que acudieron a Roma por el Jubileo de los Jóvenes. Una jornada singular que en esta oportunidad se realizó con un amplio programa preparado con abundante anticipación y atención a los detalles. Bajo el radiante sol del verano romano aquellas palabras del Papa León resonarán por largo tiempo como un estímulo a crear una nueva cultura de diálogo y de esperanza. La Roma cristiana vivió en esa circunstancia el evento más numeroso y grande de su historia. Roma también pudo demostrar al mundo entero su capacidad de acogida con una rigurosa organización que, involucrando a sectores de Iglesia, de la sociedad civil italiana, las fuerzas de orden y seguridad como al Gobierno, fue el símbolo de una verdadera orquesta que en esta oportunidad fue bien dirigida por la autoridad. Una experiencia para imitarse cuando deben realizarse grandes acontecimientos para que dejen esperanzas y proyecciones.

El espíritu de encuentro y el deseo de conocerse y comunicarse de estos jóvenes provenientes de 165 países fue superior que cualquier dificultad; han desafiado el calor, las barreras idiomáticas, los desplazamientos, la larga espera para la misa con el Papa, en un espíritu de encuentro que el mismo Pontífice consideró como de amistad, una virtud fruto del amor que es capaz de unir la diversidad y hacerla dialogar. 

El hilo conductor de la fe compartida ha sido el gran ganador de este significativo momento de renacimiento que espontáneamente se ha levantado al cielo en respuesta a aquella paz desarmada invocada, desde el comienzo del pontificado del Papa León como la herramienta principal para todo orden de negociaciones y para pensar en la solución de las grandes tragedias en curso. Estos jóvenes iniciaron su viaje para emprender el camino de una cultura de la paz destinada a convertirse en el patrimonio de todos y de todas las edades. La paz requiere de escucha, de educar en cómo caminar juntos, y cómo remover los obstáculos. Este desafío de nuestro tiempo es crucial para no hacer retroceder los relojes de la historia.

¿Será posible acabar con las guerras?

La voz del Papa León nunca ha sido más decidida y exhortadora, advirtiendo de los peligros que nos acechan. Siempre desde Roma, el presidente italiano Mattarella no deja ocasión para recordar a los gobiernos de Europa el no ceder a la tentación de “cada uno por su cuenta”, sino a repensar y tener confianza en el gran legado de historia y conquistas sociales de Occidente, que ha garantizado la paz y el progreso durante tantas décadas. De este modo, reforzó la convicción de que la defensa de este legado también sirve como elemento disuasorio contra la guerra.

No puede sorprender en este clima de baja confianza también la convicción de muchos de que solo la guerra puede acabar con la guerra, y luego viene la paz y la reconstrucción. Pero ¿qué paz? Cabe preguntarse qué podemos esperar en los próximos meses. Cuando las normas de la ética y la moral ignoran el bien supremo de las personas y el bien común, dan cabida a todo tipo de abusos y justificaciones. En este viaje de la humanidad que se cruza con pasiones turbulentas y sed desatada de poder deben multiplicarse las voces de quienes sin miedo denuncien estas atrocidades y promueven los caminos de apoyo a la educación en la paz de los jóvenes, a la solidaridad y a una economía con mayores grados de preocupación de integración y seguridad. Estos son buenos antídotos para reducir las tentaciones de beligerancias internas y entre países. 

La paz es una conquista que requiere sus tiempos, y tiene sus propias reglas para ser antídoto a las guerras. Una tarea para nada fácil en este momento y, sin embargo, todos como personas, familia, instituciones y gobierno debemos participar. Al finalizar el mensaje que entregó en el Te Deum del 18 de septiembre el arzobispo de Santiago, Mons. Chomali, estimuló a pensar en grande y de una manera muy clara y directa instó a todos los chilenos a mirar lo esencial “la defensa de la dignidad de cada persona, la búsqueda del bien común y la recuperación de la confianza”. 

Una tarea que trasciende a Chile y debe ser común en América Latina, un Continente aún en paz que debe cautelar y no dejarla escapar.

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