Hoy 25 de marzo, fiesta de la Anunciación, el Papa Francisco consagrará a Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María durante la Celebración de la Penitencia. El mismo acto será realizado en Fátima por el cardenal Krajewski, limosnero pontificio, como enviado del Papa. En la aparición del 13 de julio de 1917 en Fátima, Nuestra Señora pidió la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón. 

En el marco de este gesto, compartimos la reflexión de Nello Gargiulo.

 

Ante la guerra en Ucrania nos preguntamos ¿por qué es difícil construir y mantener la paz? “La paz es un Don de Dios confiado a los hombres”, decía san Juan Pablo II el 1 de enero de 1982. ¿Dónde ha quedado ese don hoy? Si bien los enfrentamientos ocurren lejos, las imágenes en directo nos hacen partícipes del terror que viven tanto civiles como soldados de ambas partes. Esta guerra es una situación con muchas contradicciones que hacen complejos los caminos de diálogo y de entendimiento, porque en toda guerra se le quita la dignidad y seguridad a la vida humana. Es una situación difícil de comprender, sobre todo cuando con la pandemia parecía haberse unido el foco de las relaciones internacionales en torno a una alianza mundial para detener la circulación del virus y encontrarnos al final del túnel con una humanidad mejor y más proclive y sensible a los caminos de la cooperación. Hoy se hace evidente que estamos aún más lejos de esa aspiración.

Cuando el poder puede transformar los corazones en piedras

Recuerdo cuando, en el año 2019, el director de cine ruso Andreu Konchalovski presentó su película “El pecado” y dijo que “la guerra crea arte, así como las grandes pandemias”. No resulta fácil imaginar a Konchalovski haciendo hoy el mismo comentario, con una cruenta guerra en Ucrania y menos con las proporciones que ha alcanzado. 

El filme es una coproducción ruso-italiana y está centrado en el artista Miguel Ángel Buonarroti en los momentos en que termina los trabajos encargados por el Papa Julio II en la Capilla Sixtina, en el año 1512.

¿Por qué la referencia a esta película? En el mismo año en que se estrenó el filme, se realizó la tercera visita del presidente Vladimir Putin a Roma, para reunirse con el papa Francisco. Cuando intercambiaron obsequios, el presidente ruso le regaló una copia de la mencionada película junto a una imagen de la “Virgen de Vladimir”, el famoso ícono producido en Bizancio en 1092. Recordemos que después de su confección, la imagen fue trasladada a Kiev hasta que en 1394 llegó a Moscú, donde puede ser admirada en la galería Tretjakow. 

En el panorama actual de crisis bélica, estos dos obsequios nos plantean más de una interrogante. En relación con la película, el momento en el que Miguel Ángel, con la gran fuerza del espíritu y de sus manos laboriosas que transforman los bloques de mármoles en las obras de arte que seguimos admirando, levanta la mirada al cielo y con voz firme y rimbombante exclama: “Voy siempre más allá del límite de mis fuerzas”. Son palabras que pueden surgir tanto cuando el hombre y la humanidad caminan por los surcos del bien y de la paz, como cuando lo hacen por los rieles de las tinieblas que llevan a las discordias, que abren los cauces para odios y divisiones, preludios a cada guerra. Por su parte, la Virgen de Vladimir, Madre amada del pueblo ruso y también por parte del pueblo ucraniano, ¿logrará enjugar los ríos de lágrimas y dar seguridad a millones de niños y madres que escapan invadidos por el miedo? 

Y, por último, si Putin se reuniese de nuevo con el Papa, quizás no llevaría en sus manos un fusil, pero sí un corazón de mármol que espera a ser esculpido.

Tocar brevemente algunos hitos desde el término de la segunda guerra mundial permite abrir espacios de reflexión sobre los acontecimientos actuales y dimensionar la preocupación que surge. 

“Basta recordar que la sangre de millones de hombres, que sufrimientos inauditos e innumerables, que masacres inútiles y ruinas espantosas sancionan el pacto que nos une en un juramento que debe cambiar la historia futura del mundo. ¡Nunca jamás guerra!” Pablo VI en 1965.

Yalta 1945: un acuerdo de paz en medio del temor del poderío de las armas nucleares

En Yalta, Crimea, año 1945, se firmó el acuerdo entre la Unión Soviética, con Stalin, Estados Unidos con Roosevelt, e Inglaterra con Churchill para, esencialmente, repartir Europa y el mundo entero bajo dos grandes influencias: al este la Unión Soviética (Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, que eran unas quince), y al oeste el bloque con las Potencias Occidentales y con una especial protección de defensa que establecerán en 1949 con el pacto Atlántico, la OTAN con Estados Unidos. Ese período pasó a llamarse Guerra Fría, y la paz en este nuevo funcionamiento se basó principalmente sobre los equilibrios armamentistas. Los grados de incertidumbre eran siempre altos y la reconstrucción de Europa se realiza entre miedos y esperanzas. En todo caso, hubo cincuenta años de paz, hasta la década de los ‘90 cuando con la desintegración de la URSS y de Yugoslavia vuelven a renacer los nacionalismos y los intereses de dominios territoriales.

Oscar del Pozo AFP

“Esta guerra es una situación difícil de comprender, sobre todo cuando con la pandemia parecía haberse unido el foco de las relaciones internacionales en torno a una alianza mundial para detener la circulación del virus y encontrarnos al final del túnel con una humanidad mejor y más proclive y sensible a los caminos de la cooperación. Hoy se hace evidente que estamos aún más lejos de esa aspiración”. ©Oscar del Pozo AFP

1962. La razón prevalece sobre la prueba de fuerza de los misiles en Cuba 

Fue uno de los momentos más complejos: la crisis de los misiles con cabezas nucleares apuntando hacia Estados Unidos, y en Europa también listos para partir en dirección este. La fuerza de la razón, y posiblemente los recuerdos aún muy cercanos del periodo bélico, detuvieron las armas. No pasó desapercibida la silenciosa intervención del Papa Juan XXIII, quién al año siguiente promulgará una de las Encíclicas más importantes del Magisterio Pontificio de la historia de la Iglesia: Pacem in Terris.

1964. Visiones Proféticas de Pablo VI. Discurso a la ONU y la ostpolitik

“Basta recordar que la sangre de millones de hombres, que sufrimientos inauditos e innumerables, que masacres inútiles y ruinas espantosas sancionan el pacto que nos une en un juramento que debe cambiar la historia futura del mundo. ¡Nunca jamás guerra! ¡Nunca jamás guerra! Es la paz, la paz, la que debe guiar el destino de los pueblos y de toda la humanidad”.

Estas memorables expresiones de Pablo VI fueron pronunciadas en la fiesta de San Francisco de Asís dirigidas a los representantes de los 117 países que integraban la ONU, el 5 de octubre de 1965. Son verdades que se deberán rescatar para volver a renovar el pacto fundacional del Organismo: nunca más la guerra. La diplomacia vaticana de aquellos años tuvo en el recordado pontífice y en Mons. Agostino Casaroli exponentes determinantes en el acercamiento de la Santa Sede a los países de la Órbita soviética. La línea de fondo de esta diplomacia apuntó a proteger la libertad de los cristianos bajo estos regímenes totalitarios que no permitían el ejercicio público de su propia religión.

Los años ‘70 marcan el comienzo de los circuitos de la globalización del comercio, de la cultura y de las finanzas y con esto, si bien los países de la órbita soviética tienen las fronteras terrestres bien controladas con las fuerzas militares, no será así con las nuevas vías de comunicación tecnológicas que por sí solas se hicieron cargo de penetrar al interior de mundos diferentes llevando los aires nuevos de las modas, de la música, de la gastronomía, comenzando a despertar anhelos de libertad y acceso a los frutos del progreso, especialmente allí adonde faltaba libertad. Fue justamente en la mitad de esa década, en 1975, que se abre un camino nuevo de esperanza en Helsinki cuando se acuerda recurrir a la tratativa para resolver las controversias. El método de la guerra parecía estar archivado.

El camino de la diplomacia vaticana es conocido como la ostpolitik (política de normalización) Montiniana que será seguida luego por Juan Pablo, siempre con Mons. Casaroli quien fue creado cardenal en 1979. Por más de diez años será su Secretario de Estado, hasta llegar al año 1989 cuando con la caída de la cortina de hierro en los países de Europa del Este se liberan después de décadas de regímenes autoritarios.

La caída del Muro de Berlín, una nueva libertad en medio de nebulosas

Sin duda que el año 1989 significó también la caída del imperio del comunismo organizado como filosofía de vida; modelo centralizado del estado administrado bajo la guía del partido único, y una economía planificada con escaso o nulo respiro del mercado también como lugar de encuentro entre personas y compromisos de crecimiento de los países en la libertad y democracia. Huelgas de los sindicatos de Polonia en 1980, o la Perestroika en Rusia con Gorbachov, fueron signos detonantes que llevaron a las poblaciones de estos países del este de una manera pacífica a recuperar su propia libertad y reencontrarse con los demás países.

El día 22 de octubre 1978 Juan Pablo II dio comienzo a su largo pontificado, afirmando: “no tengan miedo y abran de par en par las puertas a Cristo”. Los confines de la política, de la economía, de la ciencia, y todos los quehaceres humanos fueron invitados a mirar al hombre no como individuo sino como persona en su plena libertad y capacidad de discernimiento. Es por esta razón que cuando los regímenes socialistas se desintegraron, tanto al este como al oeste se festejó el nuevo aire de libertad que en los cielos de toda Europa se respiraba. En 1991 será el mismo Pontífice en su Encíclica Centesimus annus, quien aconseje no transformar la libertad en pura ganancia material, la circulación de los bienes como las armas ganadoras de los vencedores. Alguien advirtió en ese momento que había que tener cuidado para que los detritos del muro no terminasen dañando a futuro a los mismos ganadores. Del pensamiento de Juan Pablo II es interesante considerar dos grandes fundamentos filosóficos para saber distinguir la aplicación de la solidaridad como la gran tarea del Estado hacia los ciudadanos y de la subsidiariedad como el principio que regula la relación del Estado con los organismos intermedios de la sociedad. Repensar hoy esta relación es fundamental para hacer funcionar la administración del Estado manteniendo vivo siempre el ejercicio de la libertad compatible con la justicia, ambas mediadoras de la paz.

Una Nueva Yalta: ¿cuándo y para qué?

Es probable que cuando esta guerra se termine pueda firmarse un acuerdo de paz con las condiciones para que sea efectiva. Habrá reparticiones de territorios, esferas de influencias, zonas de neutralidad, garantes de los nuevos equilibrios. Es muy probable que la reconstrucción de lo que ha sido destruido sea parte de una gran corriente de solidaridad entre países, y generará dinamismos en la economía. Lo que permanecerá grabado vitalmente en una o más generaciones serán los dolores del destierro, de la expulsión de la Patria (esto vale para todos los que huyen de una guerra sea cual sea), niños y niñas que buscarán los brazos de sus padres y crecerán sin su afecto. Personas mayores solas que no tendrán ni la fuerza de levantar las manos para pedir ayuda. Cementerios y fosas comunes sin los nombres de los que allí están sepultados.

A nosotros, que miramos de lejos, solo nos queda esperar que los caminos del entendimiento y la paz se reactiven y tener presente que en nuestras manos de hombres siempre existe el riesgo de arruinarse en cualquier momento: cuidemos la paz a partir de los gestos y de las miradas al levantarnos cada mañana.


Director Ejecutivo de la Fundación cardenal Raúl Silva Henríquez.

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