Autor: Joaquín Alliende Luco
Ediciones Universidad Católica de Chile.
Santiago, 2017.
143 págs.


El P. Joaquín Alliende transcurre. Tras años de trabajar sobre y desde su obra, con y por su autor, la constante es que hay una hoja de ruta que impulsa un movimiento. Desde su “Bienandanzas” en los años 60 hasta “Distancia mía. Poemas desde algún viaje”* publicado el año pasado, nuestro hablante hace cualquier cosa menos detenerse. Quienes lo conocemos y circulamos en alguna de sus órbitas, nos nutrimos de ese constante viaje, físico e introspectivo, que lo lleva a estar y ser en tantos ámbitos como inquietudes existen. Esto es justamente lo que envuelve su último libro, esos diálogos más últimos e íntimos en que se revela Joaquín, el nieto, el sobrino, el chileno, el poeta, el sacerdote, el contemplativo, el cantor popular, el nadador.

Don Alfredo Matus descubre en su prólogo “Meditación cartagenina sobre una distancia nuestra” justamente aquello:

Despunta aquí un léxico de viator, preponderantemente denotador de la distancia, el viaje, la vía: peregrino, senderos, caminar, caminero, ancla, navegar, llegar, en lejanía, nadar, rieles, descender, perdurar, detenerse, traer, barca, balandra, transitar, la peregrinación es “un modo de orar con los pies” (Edmond-René Labande). A eso nos asoma este puñado de recortes de la vividura de nuestra orilla, con sus límites, sus segmentaciones, inseguridades y miedos. (p.12)

En esta ocasión, lo que distingue las voces de nuestro pasajero – que viaja en tren desde Estación Central a Cartagena, en avión desde Santiago a Francoforte – es que nos está hablando de él. Es posible reconocerlo, identificar sus llamados de última hora, los sueños todavía por cumplir, las nostalgias: “dime tus recuerdos/ antes que sucedan”. Habla desde él y con él mismo, le habla a un ‘todos’, le habla a Tú. Habla a veces fuerte a veces en susurros; haciendo resbalar sonidos. Siempre con las marcas de su “estructura allendiana”, como bautizara Delia Domínguez a las pinceladas de Joaquín: “el sí es un árbol olivo,/ torrero, alerce que crece,/ tu sí de mar vivo,/ pugna y mece”.

Tras recopilar, leer e intentar clasificar y aprehender su producción literaria de los últimos cinco años, llegamos a las cien estaciones que conforman este libro. La línea de tren que aglutina estas distancias del autor atraviesa dorada sin tropiezos ni interrupciones cada página: Francisca lo ha acompañado en muchos vagones, y sabe. Nuevamente podemos tener entre las manos un libro del tamaño de una bocanada de introspección.

El libro se compone de ritmos diversos. No es una sola la métrica ni uniforme la nominación. Introduce composición coloquial, citadina, actual, chilena, poniendo en relieve la contemporaneidad del hablante. Y a ratos se interrumpe, como un paréntesis, para dejar paso a ese diálogo profundo que revela al yo y al Tú: “no recuerdes nada/ de mi muerte prematura/ sueña con mi cielo/ destilando oxígeno libre”.

Joaquín ha recorrido esta tierra a través de los más variados frentes. Desde el camino del abuelo, hasta el sobrevolar del partir. Desde la calzada de Lastarria, hasta la soledad de los cóndores. Desde los zapatos de la solidaridad, hasta las puertas cerradas de las cúpulas. Desde el puma al oso de Irkutsk. Recorre y absorbe, se deja transformar y revela que se siente parte, que pertenece, que en su interior cohabitan las hazañas con la inevitabilidad. En sus palabras preliminares “Por la rendija algo veo”, nos invita a desandar los pasos que acabaron por conformar este libro:

[…] “Al agua, pato”, cerré los ojos muchísimas tardes y escribí describiendo nada. Redacté observaciones científicas, milimétricas, calculadas, e ingobernables. Salió de todo, pero conservé la sangre muy fría. Cuidé de no desnortearme nunca, incluso a costa de desaires y tropezones. Sí. Yo siendo todo lo pecador que soy, y todo lo torpe, norteé con la máxima fidelidad que es posible a un chileno de 80 años y meses bien zangoloteados como el tren, cuando más o menos transita por el “paso de la Sepultura”, antes de llegar a Malvilla y al marítimo Llolleo.

Queda hecha entonces la invitación a respirar con las distancias de Joaquín Alliende Luco.

“somos sangre de tu Sangre,/ tu Padre es Padre nuestro,/ el hogar es por delante,/ todo viaje ya regreso”.


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