Peter Seewald
Editorial Mensajero
1.184 págs.
Bilbao, 2020


La esperada biografía de Benedicto XVI a cargo de Peter Seewald asusta un poco al tomarla entre las manos por su peso y su grosor. Son más de mil páginas amenizadas por dos bloques de láminas de fotografías estratégicamente situadas en este volumen con tapa negra en que resalta el perfil del Papa emérito.

La primera impresión que me produjo fue esa, aunque sopesada en parte por mi simpatía hacia el autor, muy ágil en la pluma y tremendamente incisivo y agudo en sus planteamientos.

La valiente lectura del prólogo me arrancó una sonrisa al leer la disculpa de Peter Seewald por el voluminoso resultado de su trabajo. Se había metido muy a fondo, se justificaba. Así es.

Al material de sus conocidas entrevistas al primero cardenal Ratzinger y luego Papa Benedicto XVI, sumó numerosas y serias pesquisas bibliográficas, testimoniales sin cuento, de archivos periodísticos que iban engrosando los datos de la futura biografía. Eso, unido a su estupend o estilo, su fino sentido del humor , su capacidad para a bordar los te mas de manera integra l y a la vez baja r a detalles, simpáticos o dramáticos , y su conocimiento del mismo Ratzinger, ofrecen un acabadísimo trabajo que culmina, incluso, con una breve entrevista de noviembre del 20 18 hasta ahora inédita.

La lectura de la obra puedo describirla, en lo personal, como un verdadero banquete . La imagen es sugerente por los paralelos que permite: el deleite producido en ambos casos, aquí de tipo espiritual y estético, la abundancia y sabor de lo “servido”, el equilibrio de los platos y porque uno quisiera no levantarse hasta terminar. La longitud del libro no lo permite, pero, a cambio, se produce una especie de “enganche” con la lectura que mueve a continuarla apenas se pueda.

Peter Seewald es un converso alemán y su vuelta a la fe, como es conocido, se originó gracias a Joseph Ratzinger. Era uno de tantos compatriotas del bávaro que le criticaban y tildaban de ‘retrógrado’ y de ‘Panzerkardinal’. Su regreso ‘a casa’ se puede percibir detrás de muchos de sus planteamientos. Me explico: al igual que la confrontación con la realidad, Joseph Ratzinger y lo que él representaba fue cambiando la falsa y distorsionada imagen que tenía del teólogo. Y busca provocar lo mismo con este libro: confrontar al verdadero protagonista con clichés personales, sociales y periodísticos para lograr así desvelar al ‘real Joseph Ratzinger’. El resultado ha de experimentarlo cada lector.

Para ello he detectado ciertos hilos conductores que atraviesan el libro, algunos de los cuales paso a enumerar. La vivencia familiar profundamente católica, sobre todo en la época nazi que ‘Josehplein’ (diminutivo bávaro para ‘Josecito’) hizo suya; su constante anhelo de abordar los planteamientos existenciales y radicalmente humanos, traducido en una apertura cordial y respetuosa al diálogo y a la confrontación intelectual sin miedos; su amor a Cristo, como logos, y realmente presente en el misterio de la Eucaristía; su vigoroso sentido de pertenencia a un ‘nosotros’ enclavado en una tradición de la que bebe y en la que se fundamenta, pero que a la vez está abierta a la historia en el diálogo con el mundo, sin anquilosamientos ni precipitaciones irreflexivas ante lo novedoso; su altísima valoración de la fe salvadora en Cristo que no se cansa de proponer positivamente y por la cual dará batallas intelectuales dignas de un titán; su respeto a cada persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, que manifiesta en una actitud de acogida, de puertas abiertas (hasta con el teólogo Hans Küng, cuya relación con Ratzinger ocupa muchas páginas); su búsqueda noble y personal de la voluntad de Dios en cada momento de su vida: su vocación sacerdotal, su trayectoria teológica, su labor como perito en el Vaticano II (tratamiento que merece especial atención), su renuncia a su amada tarea de profesor de teología para asumir el servicio episcopal en München – Frisinga, al que también renunció –aunque solo tras la tercera ‘invitación’ de Juan Pablo II– para hacerse cargo de una Prefectura en la curia, en cuya misión pasó 23 años a lo largo de los que, sistemáticamente, cada cinco años pedía a su ‘ jefe’ le dejara regresar a Alemania, aunque sin suerte, y que, de manera misteriosa, terminó con la elección como sucesor de Pedro. Aunque inicialmente lo vivió como una guillotina, pronto supo agradecerlo al Dueño de la mies, y le lanzó a una actuación que llenó con el especial carisma del “humilde trabajador de la Viña del Señor”.

La personalidad de este hombre nacido el Viernes Santo de 1927 y bautizado al día siguiente con las primeras aguas pascuales, va dibujándose de forma clara a lo largo de estas páginas. Peter Seewald deja clarísimo que nunca buscó carrera, sino que la rehuyó, convencido de que su auténtica vocación era la teología. Igual de diáfanos quedan de manifiesto su fe y amor a Cristo, por Quien asumió, uno tras otro, desafíos pastorales para los que no se sentía capacitado, pero en los que se abandonaba confiadamente en la divina Providencia. Y así lo manifestó en 1997 en una carta a su amiga Esther Betz: “No me dedico a planificar (en realidad, nunca lo he hecho), sino que me dejo simplemente llevar por la divina providencia. Y, en realidad, no me ha ido nada mal así, aunque todo haya sido de forma muy diferente de como yo me lo imaginaba”.

También destacan en la biografía las influencias de la vida o de la obra de numerosos actores. En primer lugar, los del siglo XX, como sus padres, los líderes de la Rosa Blanca de München (especialmente Sophie Scholl), sus maestros en el seminario y en la Facultad, los filósofos existencialistas y dialógicos, el movimiento litúrgico liderado por Romano Guardini o los grandes teólogos del Vaticano II. Y no podemos olvidar al cardenal Newman y su doctrina sobre la conciencia, y, por supuesto, el inigualable san Agustín, que le atrajo desde su época de seminarista y de alguna manera fue “modelo” hasta en la elección de obispo casi contra su voluntad.

La característica del ‘Papa de lo esencial’ se muestra en esta biografía como algo presente en toda su vida, así como su discreción, que hacía más atractivos su discurso y su misma presencia. Sí. En su casa familiar era el más pequeño, fue muy querido y vivió muy unido a todos, por lo que sufrió mucho con cada pérdida vivida; en el colegio era un compañero amable y brillante, excepto para el deporte, que se le daba francamente mal; su madurez en el seminario le hace muy apreciado entre compañeros y profesores, que saben descubrir su potencial de pensador, en su corto año pastoral tras su ordenación se hizo amigos de toda la vida, igual que en las Facultades de Teología alemanas donde trabajó: cultivó amistades profundas y duraderas y generaba una ola de admiración entre los estudiantes que llenaban a rebosar sus aulas, por su frescura, y a la vez originalidad combinada con su conexión con los orígenes de la fe, al igual que sucedió en sus tres años de Arzobispo y, con otros matices, en Roma, a cargo de la Congregación. Por eso no es de extrañar el afecto sincero que despertó en el mundo no solo católico al asumir como Papa. También su lema episcopal: ‘Cooperadores de la verdad’, atraviesa, como una inspiración, la biografía, y lo retrata cabalmente.

Dejo a la lectura de Benedicto XVI. Una vida el descubrimiento de las numerosas anécdotas, resúmenes de sus obras e intervenciones más importantes, frases inmortales, y el repaso a su doctrina y acciones, también los momentos más difíciles, incluso los escándalos que lo envolvieron y las acusaciones que recibió.

Las seis partes que la componen van, así, desgranando esta biografía que, a pesar de su grosor y del susto inicial, es un verdadero logro en todos los sentidos.

 

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