Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado vuestra adhesión a la fe. Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto… (1Cor 15,1-8).

Así comienza la primera lectura de hoy, fiesta de los Apóstoles Felipe y Santiago. Y hay que decir que la fe no es solo el rezo del Credo, aunque se expresa en él. Transmitir la fe no quiere decir dar información, sino fundar un corazón en la fe en Jesucristo. Trasmitir la fe no es algo que se pueda hacer mecánicamente: “Mira, toma este libro, estúdialo y luego te bautizo”. No. Es otro el camino para trasmitir la fe: se trata de trasmitir lo que nosotros mismos hemos recibido. Ese es el desafío de un cristiano: ser fecundo en la transmisión de la fe. Y es también el reto de la Iglesia: ser madre fecunda, dar a luz a sus hijos en la fe.

La transmisión de la fe atraviesa las generaciones, desde la abuela a la madre, en un aire perfumado de amor. El mismo Credo viaja no solo con las palabras, sino con las caricias, con la ternura, incluso “en dialecto”. Y también incluyo a las niñeras, que son como segundas madres. Extranjeras o no, son cada vez más frecuentes los casos de niñeras o cuidadoras que trasmiten la fe con cariño, ayudando a crecer.

Así pues, la primera actitud en la transmisión de la fe es claramente el amor; y la segunda es el buen ejemplo, el testimonio. Trasmitir la fe no es hacer proselitismo, es otra cosa, es algo más grande aún. No es buscar gente que apoye a este equipo de fútbol, a este club, a este centro cultural…; eso está bien, pero para la fe no sirve ese proselitismo. Lo dijo muy bien Benedicto XVI: “La Iglesia crece no por proselitismo sino por atracción”. La fe se trasmite, pero por atracción, es decir, con el buen ejemplo, manifestando en la vida de todos los días aquello en lo que se cree que nos hace justos a los ojos de Dios, suscitando curiosidad en cuantos nos rodean. Y ese testimonio provoca curiosidad en el corazón del otro, y esa curiosidad la emplea el Espíritu Santo y la va trabajando por dentro.

La Iglesia cree por atracción, crece por atracción. Y la transmisión de la fe se da con el ejemplo, hasta el martirio. Cuando se ve esa coherencia de vida entre lo que hacemos y lo que decimos, siempre viene la curiosidad: “¿Por qué ese vive así? ¿Por qué lleva una vida de servicio a los demás?”. Y esa curiosidad es la semilla que toma el Espíritu Santo y la lleva adelante.

Finalmente, la transmisión de la fe nos hace justos, nos justifica. La fe nos justifica y, en la transmisión, damos la justicia verdadera a los demás.


Fuente: Almudi.org

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