Los fariseos preguntaron a Jesús: ¿Cuándo va a llegar el reino de Dios?. Él les contestó: El reino de Dios no viene aparatosamente, ni dirán: “está aquí” o “está allí”; porque mirad, el reino de Dios está en medio de vosotros. Este Evangelio (Lc 17,20-25) nos hace pensar en el reino de Dios y en la Iglesia. Y también nos hace pensar: ¿cómo crece la Iglesia? ¿Cómo va adelante la Iglesia, que representa el reino de Dios? La respuesta del Señor es clara: El reino de Dios está en medio de vosotros, pero no es un espectáculo. ¿Y cómo crece? El Señor lo explicó con la parábola del sembrador: el sembrador siembra y la semilla crece de día y de noche —Dios da el crecimiento— y luego se ven los frutos. Esto es importante: la Iglesia crece en silencio, a escondidas; es el estilo eclesial. ¿Y cómo se manifiesta en la Iglesia? Por los frutos de las buenas obras —para que la gente vea y glorifique al Padre que está en los cielos, dice Jesús—, y en la celebración —la alabanza y el sacrificio del Señor—, en la Eucaristía. Justo ahí se manifiesta la Iglesia: en la Eucaristía y en las buenas obras. Y cuando no se manifiestan las buenas obras —no son noticia, porque son las cosas feas las que son noticia—, ahí hay algo que no va. Y si no hay alabanza, cuando no hay renovación del sacrificio del Señor en la Eucaristía, algo no va: esa Iglesia no crece bien.

Jesús dice luego a los discípulos: Vendrán días en que desearéis ver un solo día del Hijo del hombre, y no lo veréis. Es el tiempo de la normalidad de la Iglesia escondida, silenciosa, sin ruido: “Pues a mí me gustaría algo que se vea”. Entonces se os dirá: “está aquí” o “está allí”; no vayáis. El Señor nos ayuda a no caer en la tentación de la seducción: “Nos gustaría que la Iglesia se viese más; ¿qué podemos hacer para que se vea?”. Con esa actitud se suele caer en un Iglesia de actos incapaz de crecer en silencio. Y acaba en una sucesión de espectáculos. Sin embargo, la Iglesia crece por testimonio, por oración, por atracción del Espíritu que está dentro de esos actos, que ayudan: ¡uno, dos o tres, ayudan! El crecimiento propio de la Iglesia, el que da fruto, es en silencio, con las buenas obras y la celebración de la Pascua del Señor, la alabanza a Dios.

El mismo Jesús fue tentado por la seducción del espectáculo: “Pero, ¿por qué tanto tiempo para hacer la redención? Haz un buen milagro. Tírate del templo y todos verán y creerán en ti”. Pero el Señor no eligió esa vía, escogió la vía de la predicación, de la oración, de las buenas obras que hacía, de la cruz, del sufrimiento. Sí, la cruz y el sufrimiento, porque la Iglesia crece también con la sangre de los mártires, hombres y mujeres que dan la vida. Hoy hay tantos. ¡Curioso: no son noticia! El mundo esconde este hecho. El espíritu del mundo no tolera el martirio, lo esconde. Es más, muchas veces dice: “¿pero porqué? Eso es exagerado, no, no, no es así, se pueden hacer las cosas negociando”. Ese es el espíritu del mundo.

Que cada uno se pregunte: ¿cómo crece dentro de mí el reino de Dios? ¿Cómo crece dentro de mí mi pertenencia a la Iglesia? ¿Como el Señor nos enseña o mundanamente? ¿Cómo rezo yo? ¿A escondidas, en mi interior, o me dejo ver en la oración? ¿Cómo siervo a los demás? ¿Cómo estoy a disposición de los demás con las obras de caridad? ¿Silenciosamente, casi a escondidas, o hago sonar la trompeta como los fariseos?

Pidamos al Señor que nos haga entender esto y que también nosotros podamos crecer en la Iglesia así.


Fuente: Almudi.org

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