¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

Seguimos en estas catequesis hablando sobre el celo apostólico, es decir, lo que siente el cristiano para llevar adelante el anuncio de Jesucristo. Y hoy quisiera presentar otro gran ejemplo de celo apostólico: hemos hablado de san Francisco Javier, de san Pablo, el celo apostólico de los grandes celantes; hoy hablaremos de uno que era italiano y se fue a China: Mateo Ricci.

Originario de Macerata, en Las Marcas, después de haber estudiado en las escuelas de los jesuitas y haber entrado en la Compañía de Jesús, entusiasmado por los informes de los misioneros que escuchaba como muchos otros jóvenes, pidió que lo enviaran a las misiones en Extremo Oriente. Después del intento de Francisco Javier, otros veinticinco jesuitas habían tratado inútilmente de entrar en China. Pero Ricci y otro hermano se preparan muy bien, estudiando cuidadosamente la lengua y las costumbres chinas, y al final lograron establecerse en el sur del país. Fueron necesarios dieciocho años, con cuatro etapas a través de cuatro ciudades diferentes, antes de llegar a Pekín, que era el centro. Con constancia y paciencia, animado por una fe inquebrantable, Mateo Ricci pudo superar dificultades, peligros, desconfianzas y oposiciones. Pensad en aquella época, caminar o ir a caballo, largas distancias… y él seguía adelante. ¿Cuál era el secreto de Mateo Ricci? ¿Por qué camino le impulsó el celo?

Él siguió siempre el camino del diálogo y de la amistad con todas las personas que encontraba, y esto le abrió muchas puertas para el anuncio de la fe cristiana. Su primera obra en lengua china fue precisamente un tratado Sobre la amistad, que tuvo gran resonancia. Para entrar en la cultura y en la vida china en un primer momento se vestía como los bonzos budistas, según la costumbre del país, pero después entendió que la mejor forma era la de asumir el estilo de vida y los vestidos de los literatos, como los profesores universitarios, y se vestía como ellos. Estudió de forma profunda sus textos clásicos, para poder presentar el cristianismo en diálogo positivo con su sabiduría confuciana y con los usos y las costumbres de la sociedad china. Y esto se llama una actitud de inculturación. Este misionero supo “inculturar” la fe cristiana en diálogo, como los Padres antiguos con la cultura griega.

Su óptima preparación científica suscitaba interés y admiración por parte de los hombres cultos, empezando por su famoso mapamundi, el mapa del mundo entero entonces conocido, con los diferentes continentes, que por primera vez revela a los chinos una realidad exterior a China más amplia de lo que hubieran imaginado. Les muestra que el mundo es más grande que China, y ellos lo entendían, porque eran inteligentes. Pero también los conocimientos matemáticos y astronómicos de Ricci y de los misioneros que le acompañaban contribuyeron a un encuentro fecundo entre la cultura y la ciencia de occidente y de oriente, que vivirá entonces uno de sus momentos más felices, en el signo del diálogo y la amistad. De hecho, la obra de Mateo Ricci nunca hubiera sido posible sin la colaboración de sus grandes amigos chinos, como los famosos “Doctor Pablo” (Xu Guangqi) y “Doctor León” (Li Zhizao).

Sin embargo, la fama de Ricci como hombre de ciencia no debe oscurecer la motivación más profunda de todos sus esfuerzos, es decir, el anuncio del Evangelio. Continuaba con el diálogo científico con los hombres de ciencia, pero al mismo tiempo daba testimonio de la propia fe, del Evangelio. La credibilidad obtenida con el diálogo científico le daba autoridad para proponer la verdad de la fe y de la moral cristiana, de la que habla de forma profunda en sus principales obras chinas, como El verdadero significado del Señor del Cielo —así se llama ese libro—. Además de la doctrina, son su testimonio de vida religiosa, de virtud y de oración: estos misioneros rezaban. Iban a predicar, se movían, hacían gestos políticos, todo lo que quieran: pero rezaban. Es la oración la que alimenta la vida misionera, una vida de caridad, y ayudaban a los otros, a los humildes, con total desinterés por honores y riquezas, lo que inducía a muchos de sus discípulos y amigos chinos a acoger la fe católica. Porque veían un hombre tan inteligente, tan sabio, tan astuto —en el buen sentido de la palabra— para llevar adelante las cosas, y tan creyente que decían: “Eso que predica es verdad porque lo dice una personalidad que da testimonio: testimonia con su propia vida lo que anuncia”. Esta es la coherencia de los evangelizadores. Y esto nos toca a todos nosotros, cristianos, que somos evangelizadores. Puedo decir el “Credo” de memoria, puedo decir todas las cosas que creemos, pero si mi vida no es coherente con lo que profeso no sirve de nada. Lo que atrae a las personas es el testimonio de coherencia: los cristianos estamos llamados a vivir lo que decimos, y no fingir que vivimos como cristianos, y luego vivimos como mundanos. Mirad estos grandes misioneros —como Mateo Ricci que era italiano—, mirando estos grandes misioneros veréis que la fuerza más grande es la coherencia: son coherentes.

En los últimos días de su vida, a quien estaba más cerca de él y le preguntaba cómo se sentía, Mateo Ricci «respondió que estaba pensando en ese momento si era más grande la alegría y la felicidad que sentía interiormente por la idea de que estaba cerca su viaje para ir a gustar de Dios, o la tristeza que le podía causar el dejar a los compañeros de toda la misión que amaba mucho, y el servicio que aún podía hacer a Dios Nuestro Señor en esta misión» (S. De Ursis, Relación sobre M. Ricci, Archivo Histórico Romano S.I.). Es la misma actitud del apóstol Pablo (cfr. Fil 1,22-24), que quería irse con el Señor, encontrar al Señor, pero “me quedo para serviros.”.

Mateo Ricci murió en Pekín en 1610, a los 57 años, un hombre que dio toda su vida por la misión. El Espíritu misionero de Mateo Ricci constituye un modelo vivo actual. Su amor por el pueblo chino es un modelo; pero lo que representa un camino actual es su coherencia de vida, el testimonio de su vida como cristiano. Él llevó el cristianismo a China; él es grande sí, porque es un gran científico, es grande porque es valiente, es grande porque ha escrito muchos libros, pero sobre todo es grande porque ha sido coherente con su vocación, coherente con ese deseo de seguir a Jesucristo. Hermanos y hermanas, hoy nosotros, cada uno de nosotros, preguntémonos dentro: “¿Soy coherente, o soy un poco así así?”.


Fuente: Vaticano

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