Marko Ivan Rupnik S.J. (Eslovenia, 1954) es Doctor en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana y autor de innumerables obras iconográficas de Europa, entre las que cuenta el diseño del logo del Año de la Misericordia convocado por el Papa Francisco en 2015. Fue consultor del Consejo Pontificio para la Cultura y el Arte (1999-2013) y desde 2012 es consultor del Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización. 

El Padre Rupnik es uno de los artistas de arte religioso más influyentes del último tiempo y actualmente es director del Centro Aletti en Roma. Entre sus obras más conocidas destacan la capilla Redemptoris Mater en el Palacio Apostólico de la Ciudad del Vaticano, encomendada al Padre Rupnik por San Juan Pablo en 1996. Asimismo el Santuario de la Santísima Trinidad en Fátima, Portugal (2007). Marko Rupnik fue invitado por la Pontificia Universidad Católica de Chile a dictar una conferencia sobre su arte sacro titulada ‘La Belleza, lugar de comunión’.

En esa ocasión, asistió también a un encuentro informal organizado por la Dirección de Pastoral y Cultura Cristiana, con un reducido grupo de aca-démicos y artistas de la Universidad. En este encuentro, el Padre Rupnik conversó relajadamente en torno a su arte y su trayectoria contestando preguntas de los asistentes. Dada la naturaleza amistosa de esta reunión, sus ideas fluyeron muy espontáneamente sin todo el rigor de una actividad académica formal. HUMANITAS participó de esta conversación.

—Cuéntenos cómo llegó a este estilo religioso tan propio con mosaico. ¿Cuál fue su itinerario artístico y espiritual hasta llegar a lo que su obra es hoy?

—Yo nací en los Alpes Eslovenos, donde hay por lo menos seis meses de nieve. Siempre pinté, desde muy chico. Antes de escribir, ya estaba pintando. El problema era en el colegio, donde siempre quería pintar y no escribir. Pero los profesores no eran tan inteligentes como para entender mis dibujos, con lo cual eso me causaba problemas. Pero cuando entré a la Compañía de Jesús, empecé a pintar y dibujar más seriamente, y viéndolo, los superiores decidieron enviarme a la Academia de Bellas Artes. Estudié en la Academia de Roma, y me convertí en un pintor muy revolucionario. Formé un grupo de siete artistas, que hacíamos de todo y contra todo. Entré a la pintura a través de la puerta del expresionismo abstracto, que era un expresionismo muy violento, donde el sujeto tiene que expresarse con su propia personalidad. El arte como expresión del artista, lo que es muy subjetivo.

Pero a los dos años de la academia, yo me convertí en alguien muy famoso. Recibí el premio como mejor pintor de todas las academias de Europa. Entonces comencé a percibir que el arte es un dragón que puede destruir a la persona.

En ese tiempo encontré un gran padre espiritual, el Padre Tomas Špidlík (1919 – 2010, en la ex Checoslovaquia), que después fue creado cardenal, a quien yo seguí por 30 años como mi Padre. Fue realmente con él que comprendí que el arte no puede ser solamente expresión del sujeto. El arte es un servicio. Si una madre se entrega y pone de lo suyo en el plato que prepara para su niño, entonces no entiendo por qué un artista tendría que firmar su obra. Porque es simplemente un servicio.

Entonces fui a la Basílica de San Pablo, hice oración durante todo un día, y ofrecí todo lo que tenía que ver con el arte; los colores, los pinceles, las espátulas, y sobre todo el talento, pidiéndole al Señor que liberara a Rupnik de Rupnik. Porque entendí profundamente que el único enemigo del hombre es uno mismo. Volví a casa, tomé el color negro, pinté todos los cuadros que tenía en mi casa para ser realmente libre de mí mismo, y por 10 años no toqué ningún pincel. Hacía lo que me pedían mis superiores, pero dentro de mi corazón, siempre pintaba.

Para una Pascua, entendí verdaderamente lo que decía Maurice Solovine, filósofo y matemático rumano: que la fuen-te de la creatividad es el Espíritu Santo, no las musas, sino la inspiración espiritual. Entonces, aunque era joven, pienso haber entendido lo que dice Romano Guardini; que la obra de arte se ve completada por Dios. Porque yo no puedo cerrar la obra. Como la Liturgia; nosotros traemos el pan y el vino, y después pedimos por la bajada del espíritu santo. Nosotros no podemos crear nada, hacer nada; es Dios quien lo hace. Ahí entendí que también el arte es así.

Entonces fui a las catacumbas y empecé a estudiar muy seriamente las épocas pasadas, los períodos Románico y Bizantino. Este arte es muy litúrgico, no se termina en sí, sino que su perfección es bicomponente; la esencia del hombre, que hace ver su propia fragilidad; la apertura a Dios, que viene y obra en uno. Son dos realidades, el hombre pobre y pecador, abierto a Dios, y Dios que obra en el hombre, es El quien salva. La perfección cristiana se compone de estas dos realidades. Para mí es muy importante este descubrimiento. Que la perfección del arte tiene que también ser la perfección de la vida. Si no, es un dualismo.

Así llegaron estos diseños muy esenciales. Los he diseñado muchas veces, hasta 15 horas por día, para llegar al dibujo —a la línea— esencial; a lo que decían los anti-guos que algo es lindo cuando no se le puede quitar nada; que es lo esencial. En un momento me llamó el Padre general y me dijo: “Llegó la hora de que vuelvas al arte. Piensa en los artistas”. Y después de un año, el Papa me llamó y me pidió la capilla de Redemptoris Mater. Así entendí otro pasaje: una cosa es lo que yo quiero, pero otra vida es cuando eres llamado. Cambia todo.

—Usted relataba que ha sido un artista desde muy pequeño, y siendo muy joven, decidió ser sacerdote jesuita. ¿Qué lo llevo a esto?

—Nací en una familia como sacada de un cuento. Yo era el último de 4 hijos, éramos muy pobres, porque nací en una parte de Eslovenia gobernada por Italia. Entonces Mussolini mandó a todos nuestros jóvenes a la guerra en África. Mi padre fue por 11 años a la guerra y volvió muy enfermo, pero era un hombre santo. Era un pedagogo como ningún otro jesuita que he conocido. Jamás escuché siquiera una pelea entre mi papá y mi mamá. Era una unión realmente impresionante, y creo que eso es lo que más me quedó de ellos, la cosa más esencial de la vida: la comunión, las relaciones interpersonales.

Cuando caía la nieve, mi padre iba al campo y con sus mismas manos movía las piedras para poder cultivar la tierra fértil. Yo tenía 4 años, iba detrás de él, y recuerdo como si hubiera sido ayer la impresión que me causaba ver a mi padre bendecir el campo antes de comenzar a trabajar. Un gesto majestuoso. Con esa misma liturgia, tomaba los instrumentos y trabajaba la tierra. Y cuando mis hermanas traían el almuerzo, de nuevo bendecía el vino, el pan, el jamón, y comía con un gusto impresionante. Yo miraba esta escena, bebía esta escena.

Cuando me preparaba para mi primera comunión, el sacerdote nos hacía rezar la invocación al espíritu, “que baje el espíritu y que renueve la faz de la tierra”, y yo decía “¡yo esto lo entiendo!”. El sacerdote me preguntaba “qué entiendes?”, y yo dije “mi papá. Él es este sacramento”. Y yo creo que es ahí mismo donde nació el sacerdocio y mi arte. Él siempre vivía una gran unidad. A los que conozco y quienes vivieron conmigo me dicen que soy artista tal cual como soy, y lo que soy es sacerdote. Y me dicen que soy sacerdote tal cual soy, porque soy artista. Creo que realmente es así. No me puedo imaginar a mí mismo sin el trabajo manual.

Ya mi papá me decía que Cromwell terminó cuando cada familia inglesa tenía un esclavo, porque en la vida del hombre se unen el cerebro y las manos.

Yo tengo un taller de arte litúrgico a donde vienen a estudiar grandes artistas. Es muy difícil entrar, porque recibo cincuenta pedidos al año, de todas partes del mundo. Yo acepto a uno, o a veces a ninguno, y después de elegirlos son dos meses de examen de admisión. Y después, aunque haya pasado esos dos meses de exámenes, si después de un año (son 4 años de estudios) veo que un artista no parte, que la materia no le obedece, que va en contra de todo y quiere imponer su ruta (eso es dictadura, es el mal; es el demonio), yo lo llamo, y le digo “¿te puedo hacer una pregunta muy personal? ¿Has vivido una semana donde no puedes dormir porque amabas a una persona y ella se encontraba mal, y tú no podías hacer nada, y esto te tenía aprisionado?”. Si él me dice que no, yo le digo que me he dado cuenta, porque cuando amas, comienzas a unir el pensamiento con las manos.

El amor tiene solo un origen: el Espíritu Santo (Ro. 5:5). Si queremos provocar la creatividad, tenemos que iniciar a la gente a que amen a alguien. Me hace reír cuando se hacen encuentros católicos para incentivar la creatividad; es estúpido, es totalmente artificial. Es como si quisiera nadar y me acuesto sobre la mesa y muevo los brazos; falta el agua. Cuando no duerman porque aman a alguien, entonces comenzarán a vivir.

—Cuando uno ve el arte contemporáneo, es muy rupturista. Cuando uno ve su obra, en cambio, uno ve una obra totalmente del siglo XXI, pero también del siglo V; uno se siente parte de una tradición. Es tomar un poco lo antiguo y lo nuevo. A veces pensamos que solo lo novedoso es rescatable, y usted nos enseña que somos parte de una tradición. ¿Nos puede contar un poco de eso?

—Yo tuve esta gran bendición de tener a este gran padre espiritual, que me conoció así. Y cuando mis superiores me pidieron que hiciera un doctorado, hacerlo, pero por obediencia lo hice, y fui donde mi superior Špidlík y le dije: “Mis superiores me dijeron que tengo que hacer un doctorado, y yo quiero hacerlo sobre el Padre Florenski” y Špidlík me dijo que no. Y cuando él me dijo que no, me dijo “tú vas a hacer tu tesis sobre Ivanovic Ivanov”. Yo le pregunté quién era, y él me dijo que era el más grande teólogo de la memoria. Le pregunté en qué idioma escribió, y él me dijo que en ruso. Le pregunté si sus escritos estaban traducidos, y él me dijo “No, y aunque lo estuviesen, la tesis se hace sobre el original”. Le dije “¡Padre, yo no sé ruso!”, a lo que él me respondió “¡pero si todos saben ruso!”. “Usted sí, pero yo no”, le dije, pero él no me creyó. Tomó una hoja, escribió cuatro títulos, y me dijo “anda y lee, y en un mes me traes un proyecto para tu tesis”. Yo le volví a repetir que no sé ruso. Entonces fui a la biblioteca, tomé los libros y estuve una hora y cincuenta minutos tratando de leer la primera página. Pero la obediencia hace milagros; aprendí ruso sin tomar ninguna clase, solo leyendo los textos. Hago conferencias en ruso, e hice mi tesis sobre Ivanov. ¿Pero cómo lo hice? Un día me senté, le pedí a una amiga que escribe muy rápido que se sentara al lado mío, y en dos semanas le dicté la tesis. ¿Por qué? Porque el Padre Špidlík, conociéndome, eligió un autor que piensa como yo. Yo dije lo que pensaba, y así nació la tesis. En el texto, este autor, que es el padre del simbolismo ruso, me hizo ver realmente que la memoria es la vida de la sabiduría. A la vida no le sirven de nada todas las teorías; la vida sigue la sabiduría, y la sabiduría sigue la memoria. Entonces, para mí fue muy lindo cuando comencé a estudiar a los Padres antiguos, y aunque no leí los textos de Basilio, me convertí en su amigo. Miren, parece extraño, pero cada eucaristía es una convocación de todo el cuerpo de Cristo; encontramos a todos estos amigos. Entonces entendí lo del Vaticano II, que dice: “Nosotros no tenemos que discutir con el mundo, tenemos que sorprenderlo tomando inspiración de la época precedente”.

Tuve la gracia de conocer a Marcel Duchamp, que decía: “Marko, si quieres saber algo, cuando venga tu inmadurez, no estudies a ninguno del 1400 al 1900. Es tiempo perdido.

Es necesario lo que era de antes, porque las épocas culturales van a un ritmo muy estabilizado; orgánico, crítico; orgánico, crítico… y así sucesivamente”. Ahora, si crítico es la prioridad del intelecto, de la razón, la organización intelectual y la metodología científica, orgánico significa la parte primada de la vida, de los símbolos, de la poesía. Antes de la época moderna, era una época orgánica; mártires, poesía, liturgias, Románico, símbolos. Después viene lo clásico; Aristóteles, etc. Entonces, estoy convencido que en el tiempo de hoy, que terminó la época crítica, tenemos que tomar la inspiración de la época orgánica. Para tomar inspiración, no basta solo el resto. El Padre Špidlík me enseñó a vivir siguiendo a los primeros Padres. Yo pienso que es realmente importante no imitar, no hacer copias, no citar. No tiene sentido imitar y copiar al Románico; la historia no va hacia atrás. Solo toma-mos la inspiración, no el modo. Los jóvenes tienen la tendencia a tomar un modo y vivirlo, pero es imposible: la vida es la luz de los hombres, es la vida en que se expresará.

En el siglo VIII, llegaba un joven al monasterio llevando sus colores y pinceles porque quería hacer un fresco. Entonces el maestro lo toma, lo pone todo en el armario, y lo cierra. Y el joven mira. “Primero vive conmigo. Cuando hayas iniciado esta vida nueva, será fácil expresarla. Pero si no lo haces, harás siempre ‘maquillaje’”.

—Por lo que estoy viendo en las imágenes, el trabajo que usted ha realizado se centra en tomar el mundo de imágenes o escenas bíblicas propias del mundo católico, y ahí me surge la pregunta, y en relación a los medios del arte que usted maneja, ¿a lo largo de su carrera, usted se ha preguntado si a través del arte se puede llegar a comunicar con una comunidad que va más allá de la comunidad católica?

—Primero, tenemos que distinguir los niveles del arte. Si el arte es arte, surge la maravilla; si el arte es religioso, surgen los sentimientos religiosos; si el arte es litúrgico, pone en comunión con Dios, entonces suscita el signo de la cruz. Nosotros pensamos que para poder dialogar con los no creyentes, debemos dialogar en el primer nivel del arte, y es justamente ahí donde es difícil encontrarse, porque el arte contemporáneo es totalmente subjetivo, y sus artistas están muy aislados y solos. Conozco verdaderamente miles de artistas, y están muy aislados porque, para ser un artista famoso, creen que deben tener un lenguaje propio, un código propio, una gramática propia, una forma totalmente única. Entonces nadie los entiende, es imposible comunicarse.

En el mundo caucásico, en países como México y Perú y en las grandes civilizaciones como los mayas e incas, se ve que el mosaico es crear una armonía de la diversidad. Entonces es un lenguaje de las piedras, y es la piedra la que se convierte en el lenguaje.

Entonces estudié muchísimo cómo están hechas las caras, las ropas. Nosotros siempre tratamos de hacer ver el movimiento de la materia, y es por eso que la escuela dura 4 años; porque no es tan fácil, ella debe ser siempre dinámica. Pienso que, como decía Massimo il Confessore, si yo abro la materia, dentro de esta materia encontraré el código de la que fue creada, y este código es el ‘logos’. ¿Cuál es el ‘logos’ de la materia? Te muestra hacia dónde quiere ir la materia, cuál es su dirección. La materia tiene su propia voluntad. ¿Y cuál es su dirección? Encontrarse en las manos del hombre como Don. Estar al servicio del amor, porque solo el amor permanece. Lo que no entra en el amor permanece en la muerte. Este es un modo, por ejemplo, de la justicia social muy distinta de la que conocimos en las últimas décadas, porque es la materia la que me invita, me toma con amor y me entrega.

Entonces, ¿cuál es la expresión del amor supremo? Es el cuerpo del hombre, el rostro, que es totalmente inconfundible, como el amor; el amor es siempre personal, no individual. Entonces para mí, hacer una cara es realmente como tú decías: es hacer ver la comunión de los diversos que expresan el rostro personal del mundo. Cuando la creación se hace personal, se completa. Cristo es el fundamento de cada símbolo, porque ¿qué cosa es un símbolo? Símbolo es la unidad de dos mundos; dentro de una realidad yo descubro otra, y esa otra es personal y relacional. El símbolo no tiene un significado. Cuando uno dice “este símbolo significa”, no estamos hablando más del símbolo. El símbolo hace presente, el símbolo es la inseparable unidad de dos mundos. La materia que nos representa no se puede separar de aquello que representa. Pero no es identificable, ¿entiendes? Si mi hermana me regala un anillo que ella recibió de su padre que murió, y me lo regala, para mí este anillo no es simplemente una joya. Hay unas caras, y unos tonos de la voz que yo oigo, pero no se pueden identificar con ese anillo. Pero no los puedo separar. Si le doy un ramo de flores a una señora, y le digo “te amo”, y ella toma las flores y las bota, no es posible.

En Cristo está la unidad de dos mundos, esto que después pasó a la liturgia. Eso es lo que nosotros vivimos en la liturgia; cada símbolo verdadero lleva a esto. De otra manera, son signos. Pero el símbolo no puede ser universal. ‘Universal’ no significa que todo el mundo lo entiende de la misma manera; eso es racionalismo moderno. Ivanov da un muy bello ejemplo; el beso es símbolo. Eso es tan verdadero que Judas tuvo que cambiar algo. Él les da un signo: no un símbolo. Si él iba y besaba a Cristo, los bandidos seguramente hubieran capturado a Cristo, pero él tuvo que decir que esa era la señal. “Ese beso no es un símbolo, es un signo, es un robo. Yo lo beso para señalarlo y entonces ustedes lo toman”.

Si yo le doy un beso a una japonesa, de totalmente otra cultura, no puedo escribir tres páginas traducidas al japonés para decirle lo que he querido decirle. Porque el beso, como símbolo, viene antes que la comunicación. Y puede ser que después de treinta años, tres siglos, se logre comprender. Cristo da a nuestras manos, y después de dos mil años todavía no logramos comprender. El tiempo no cuenta; los símbolos requieren mucho tiempo; por lo tanto, la época moderna no conoce ningún símbolo. Es más, alguien creó sus propios símbolos. El comunismo, por ejemplo, no es un símbolo, porque ningún mal puede crear un símbolo. El diablo no puede crear símbolos porque el diablo divide. El símbolo es el mundo unido.

Pero una cosa es segura: que la época futura será la época simbólica. Debemos ir en marcha hacia adelante, o si no terminaremos hablando cada uno con nosotros mismos. Como dice la Dalia, en un texto bellísimo, en un cierto momento histórico se pasó del símbolo a la suma, al tratado. Y ahora hay tiempo, de nuevo, de pasar del tratado a la vida. A una vida que tiene su propia inteligencia y simbología.

Qué linda gente que son todos ustedes, verdaderamente muchas gracias.


Síntesis del coloquio realizado por PAULA JULLIAN

 

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