Impactar en la vida de aquellos que más lo necesitan se encuentra en el corazón de la misión de las universidades católicas. Por ello, el tema de la vulnerabilidad se ofrece como una mirada, particularmente católica, que puede hacer frente a las consecuencias que ha traído la pandemia de Covid-19. ¿Cómo responder mediante la investigación y la enseñanza a un mundo vulnerable? Este documento proporciona un marco conceptual que da luces para abordar esta tarea.

Humanitas 2021, XCVIII, págs. 632 - 637

Estamos enfrentando un mundo crecientemente vulnerable, el cual está amenazado y al mismo tiempo amenaza el desarrollo humano integral.[1] La pandemia ha exacerbado las condiciones de vulnerabilidad preexistentes en el área de la salud y del cuidado de la salud, y la respuesta a la pandemia ha revelado la altísima vulnerabilidad de los sistemas sociales y económicos. Esto, sumado a la actual crisis de ecosistemas y recursos naturales, creó una condición sin precedentes de riesgo para los seres humanos.

La pandemia ha exacerbado las condiciones de vulnerabilidad preexistentes en el área de la salud y del cuidado de la salud, y la respuesta a la pandemia ha revelado la altísima vulnerabilidad de los sistemas sociales y económicos.

Conceptualización de la vulnerabilidad 

La palabra vulnerable no solo significa haber sido herido[2], sino también tener la susceptibilidad a ser herido, esto es, estar expuesto al otro. En este sentido, la vulnerabilidad es la condición humana que permite escuchar, salir al encuentro, recibir y responder al otro. La vulnerabilidad –que nos dice algo sobre nuestra dependencia– es la condición de posibilidad de nuestra apertura, es decir, de nuestra comunalidad estructural.

La vulnerabilidad es nuestra naturaleza, es la condición de posibilidad de nuestro responder[3], de nuestra posibilidad de ser éticos. Antecede a nuestra decisión, antecede incluso nuestra conciencia. Nuestra vulnerabilidad es nuestra cualidad de dar respuesta: aquello que nos permite e insta a reconocer, responder, comunicar y, en suma, amar.

Como seres humanos, dependemos unos de otros para la articulación de nuestra sociedad y su desarrollo, para el cuidado de nuestras enfermedades, para nuestra educación, trabajo y así sucesivamente. El ser humano –en cuanto ser vivo– solo puede florecer en el marco de un contexto relacional. En este sentido, la vida lidia con la necesidad de compartir el propio ser. Mediante una palabra más actual podríamos decir: la vida es interdependencia o, mejor aún, dependencia mutua[4]. Nada puede cambiar el hecho de que somos seres abiertos.

La Alianza Estrategica de Universidades Catolicas es una red de universidades dedicadas a la excelencia en la investigacion y la ensenanza el compromiso y la colaboracion global informada por la ensenanza social catolica

La Alianza Estratégica de Universidades Católicas es una red de universidades dedicadas a la excelencia en la investigación y la enseñanza, el compromiso y la colaboración global informada por la enseñanza social católica.

Nuestra vulnerabilidad es nuestra cualidad de dar respuesta: aquello que nos permite e insta a reconocer, responder, comunicar y, en suma, amar.

El acto de reconocer nuestra vulnerabilidad y la del otro es transformativo. En ética contemporánea el reconocimiento es el primer acto de una vulnerabilidad capaz.

En un mundo de estructuras sociales que determinan nuestras actitudes hacia el género, raza, tribu, o casta, tendemos a reconocer más a los más cercanos. La tendencia a pasar por alto y descuidar a aquellos más lejanos, particularmente a los que acceden a menos poder que nosotros, es el resultado, precisamente, de las fuerzas de las estructuras sociales que nos determinan. Respecto a esto, “cuidar” puede ser considerada la mejor respuesta a nuestra vulnerabilidad y a nuestra aumentada capacidad para reconocer, en cuanto lidia con una dimensión estructural que compartimos, a saber, la de ser “seres vivos”.

Salud y cuidado de la salud 

La crisis que trajo la pandemia de Covid-19 expuso las vulnerabilidades en la salud y en el cuidado de la salud en múltiples frentes. En todos los casos surge la tensión ética entre el cálculo racional y el llamado a cuidar y aceptar el cuidado que surge de la concepción multidimensional de la vulnerabilidad delineada más arriba.

A nivel conceptual, una presión extrema en recursos de cuidados críticos, la escasez de equipos de protección individual (EPI), las cuarentenas en lugares de cuidados geriátricos y prisiones, entre otros, suscitan preguntas sobre cómo ‘vulnerabilidad’ y ‘respuesta’ son concebidas. Considérese la ‘inmunidad de rebaño’ versus la ‘cuarentena estricta’. La primera busca reducir la futura vulnerabilidad de una humanidad colectiva, mientras que la segunda atiende a la vulnerabilidad presente de aquellos que se encuentran en mayor riesgo. En la asignación de recursos de cuidados críticos, la vulnerabilidad es reconcebida de tal manera que no se atiende primero a los que están en mayor riesgo y en necesidad de cuidado, sino que a aquellos que con mayor probabilidad respondan positivamente al cuidado. Y, finalmente, la interseccionalidad de la vulnerabilidad es aparente en aquellos que están en mayor riesgo por determinantes socioeconómicos de la salud y que son más vulnerables de cara tanto a la inmunidad de rebaño como a las cuarentenas y que probablemente serán ‘descartados’ a la hora de tomar decisiones de distribución de recursos, dadas sus comorbilidades preexistentes.

La crisis que trajo la pandemia de Covid-19 expuso las vulnerabilidades en la salud y en el cuidado de la salud en múltiples frentes. En todos los casos surge la tensión ética entre el cálculo racional y el llamado a cuidar y aceptar el cuidado.

Al momento de escribir esto, el virus ha infectado a más de 100 millones de personas alrededor del mundo y ha causado más de 2 millones de muertes. A pesar de la implementación de las vacunas, es probable que el virus permanezca como parte de nuestro futuro. También está emergiendo nueva evidencia sobre la morbilidad a largo plazo. Identificar y cuantificar estos efectos resulta fundamental si queremos ser capaces de responder a ellos. Los trabajadores geriátricos y del área de la salud son doblemente vulnerables, no solo porque tienen el riesgo de contraer el virus en circunstancias económicamente precarias, sino también porque enfrentan el estigma de los casos diseminados en instituciones geriátricas y de salud. La crisis no solo ha expuesto nuestra vulnerabilidad física, sino también nuestra vulnerabilidad psicológica, a medida que la evidencia sobre el impacto en la salud mental de la pandemia emerge.

A nivel práctico, la vulnerabilidad humana hacia las estructuras de poder ha quedado al descubierto. Donde los gobiernos y los ciudadanos pudieron responder rápidamente y con un esfuerzo común y efectivo, la diseminación del virus fue ampliamente contenida. La efectividad práctica de las intervenciones de salud pública en el futuro dependerá, probablemente, tanto del ‘espíritu de la gente’ como de la ‘asertividad de las autoridades’. Más aún, el alcance de la preocupación por la vulnerabilidad debe dirigirse hacia sus múltiples conceptualizaciones, reconociendo dimensiones colectivas e individuales, presentes y futuras. Un resultado práctico de la pandemia debiese ser la reafirmación del cuidado de la salud como un derecho humano universal, con estructuras establecidas que lo garanticen.

Finalmente, a medida que los seres humanos invaden los pocos lugares silvestres que quedan, somos especialmente vulnerables a enfermedades infecciosas emergentes. Esta es una vulnerabilidad de nuestra propia autoría, así como también lo es la contaminación. El futuro del cuidado en salud debe estar ligado a la acción práctica para lidiar con nuestras formas de invasión e irrespeto hacia el mundo natural. El cambio climático ya está influyendo en el transporte y la diseminación de agentes infecciosos, y es probable que esto solo aumente. Nos volvemos más vulnerables mientras más descuidamos nuestro mundo natural. Y, mientras más vulnerables nos volvemos en este aspecto, seremos menos capaces de responder efectivamente.

Ecosistemas y recursos naturales 

La interconexión y la necesidad de un punto de vista sistémico de la noción de ‘Nuestro hogar común’.

Los organismos vivos dependen de sus ambientes físicos circundantes (aire, suelos, agua), los cuales determinan la existencia de regímenes climáticos y microclimáticos específicos, los que, a su vez, afectan la abundancia y diversidad de organismos en períodos de tiempo que exceden las expectativas de vidas individuales (tiempo generacional). Múltiples niveles de organización son reconocidos, desde el nivel individual, pasando por el poblacional, de comunidad y, finalmente, el nivel del ecosistema. Las comunidades en su configuración física son consideradas como ecosistemas caracterizados por el flujo de materiales y energía que intercambian con otros sistemas, al punto de que la biosfera completa podría ser vista como un ecosistema global. Este concepto puede ser disputado, pero tiene valor heurístico. La biosfera es continuamente afectada por factores externos (por ejemplo, la radiación solar) y factores internos, tales como terremotos y transformaciones del paisaje efectuadas por el ser humano. Los ecosistemas locales son más o menos directamente impactados, y esas perturbaciones se propagan al resto de la biosfera, en mayor o menor grado, tarde o temprano. La necesidad de tener un punto de vista sistémico sobre estos fenómenos interconectados es mandatorio, para no terminar con una colección de estudios de casos únicos y sin ninguna generalización. Un enfoque socioecológico integrado es necesario aquí, con la Sustentabilidad Ambiental como un objetivo esencial.

Aunque el cambio climático ocurre periódicamente en la historia del planeta Tierra, nunca había ocurrido como consecuencia de la actividad humana. La verificación empírica del aumento de la temperatura de la atmósfera y sus diferentes consecuencias globales ha traído el reconocimiento de una nueva era geológica, el Antropoceno. Esto, añadido a los cambios antropogénicos, como la transformación del terreno y la masiva diseminación de especies exóticas (incluyendo bacterias y virus), constituye el escenario empírico en el que las vulnerabilidades y la resiliencia de los ecosistemas a los cambios globales (cambio climático y enfermedades emergentes incluidos) pueden ser testeadas. El ‘escenario de cambio global’ constituye el contexto para el diagnóstico del estado presente y para prever las futuras condiciones de los sistemas socioecológicos, atendiendo al bienestar de la humanidad.

A través de sus constituciones, muchos países asumen la responsabilidad de desarrollarse económicamente de una manera ambientalmente sustentable y con respeto a la dignidad humana. Esto se logra a través de leyes y regulaciones que ponderan los beneficios económicos versus los impactos ambientales del desarrollo. Comúnmente, una base mínima ambiental se enfrenta con los efectos esperados de construir y operar un proyecto, sus costos y beneficios son calculados económicamente, y un número de mitigaciones, reparaciones y medidas de compensación con propuestas para neutralizar los efectos residuales más dañinos (externalidades negativas). Muchas de estas restauraciones refieren a especies individuales, hábitats o comunidades directamente afectadas, tal como un checklist de causa, efecto y reparación. Pocas veces se da consideración a la visión sistémica de la resiliencia de los ecosistemas como un todo, lo que en parte consiste en la preservación de su biodiversidad. Al no reconocer las dimensiones sistémicas, podemos perder de vista la necesidad de no solo cuidar especies o comunidades particulares, sino cómo estas interactúan para el bien de todos. En la medida en que nos preocupemos por la dignidad individual y el bien común, tendremos en cuenta la necesidad de proteger el valor de especies individuales, pero también el funcionamiento común del todo por el bien de todos. Esto es cierto no solo para el mundo natural, como algo apartado, sino como algo de lo cual la humanidad es una parte integral, con toda su diversidad de personas y culturas.

En la medida en que nos preocupemos por la dignidad individual y el bien común, tendremos en cuenta la necesidad de proteger el valor de especies individuales, pero también el funcionamiento común del todo por el bien de todos.

Sistemas sociales y económicos 

Una creciente vulnerabilidad de los sistemas socioeconómicos está surgiendo a partir de la inequidad salarial que ha afectado a la mayoría de los países por décadas, junto al riesgo asociado al número de personas que viven en pobreza, incluso en muchos países ricos. El concepto de pobreza ha evolucionado desde las meras necesidades materiales básicas hasta abarcar necesidades inmateriales, culturales, educaciones y espirituales, con una creciente percepción del ser pobre. El acceso desigual a los recursos económicos y naturales, que va en contra del principio de ‘destinación universal de bienes’ pregonada por la enseñanza social de la Iglesia Católica, hace peligrar la base del desarrollo humano y hace a las personas vulnerables a impactos sociales y económicos.

La crisis derivada del Covid-19 está causando una pérdida de recursos humanos y económicos que empeora la posición de la parte más débil de la población en la mayoría de los países. Las políticas y las respuestas financieras destinadas a proteger a las personas están generando un aumento en el endeudamiento de los individuos, familias, compañías y gobiernos alrededor del mundo. Ya antes de esta crisis, vivíamos en un mundo endeudado, con estimaciones globales de deuda empresarial y gubernamental que alcanzaban niveles históricos en 2019. Las deudas son amenazas y fragilidades para el futuro e interactúan con permanentes factores de vulnerabilidad, como el acceso a terrenos y recursos naturales en países pobres, la distribución desigual del beneficio de las innovaciones, la ola de nuevas tecnologías que posiblemente generen desempleo e inequidades socioeconómicas y los riesgos asociados al cambio climático, incluyendo desastres naturales y migraciones.

Al enfocar la investigación en cosas que de otra manera serían no-vistas, no-escuchadas y no-sentidas, excepto por aquellos cuya vulnerabilidad los vuelve aún más invisibles en tiempos de crisis social, las universidades pueden facilitar el impacto para aquellos que más lo necesitan.

Una llamada de atención 

Los investigadores tienen un papel que jugar en atender estas múltiples áreas de la vulnerabilidad, puesto que pueden enfocar la investigación en cosas que de otra manera serían no-vistas, no-escuchadas y no-sentidas. El trabajo de las universidades puede ayudar a visibilizar a los más vulnerables, y canalizar que las soluciones impacten en quienes más lo necesitan.


Notas

* Este artículo es una traducción y selección de párrafos realizada por Luca Valera de un informe de trabajo para la Alianza Estratégica de Universidades Católicas de Investigación (SACRU). El grupo de trabajo que elaboró el informe estuvo compuesto por David G. Kirchhoffer (Australian Catholic University), Thomas C. Chiles (Boston College), James F. Keenan (Boston College), Luca Valera (Pontificia Universidad Católica de Chile), Osamu Takeuchi (Sophia University), André Azevedo Alves (Universidade Católica Portuguesa), Simona Beretta (Università Cattolica del Sacro Cuore), Roberto Zoboli (Università Cattolica del Sacro Cuore), Ruth Babington (Universitat Ramon Llull) y Laia Ros-Blanco (Universitat Ramon Llull).
[1] Véase: Francisco, Carta Encíclica Laudato si’, 2015. 
[2] Marcos, Alfredo; “Vulnerability as a Part of Human Nature”, en: A. Masferrer, E. García-Sánchez (eds.). Human Dignity of the Vulnerable in the Age of Rights. Springer, Cham, 2016, pp. 29-44, p. 34. 
[3] Véase: Gilson, Erinn; The Ethics of Vulnerability: A Feminist Analysis of Social Life and Practice. Routledge, Nueva York, 2014. 
[4] Naess, Arne; “The Deep Ecology ‘Eight Points’ Revisited”, en: H. Glasser, A. Drengson (eds.). The Selected Works of Arne Næss. Springer, Dordrecht, 2005, vol. X, pp. 57-66.

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