En esta columna, Nello Gargiulo, secretario de la Fundación Cardenal Raúl Silva Henríquez, ha reunido reflexiones surgidas de los aprendizajes de las cuarentenas que hemos vivido desde el mes de abril. Invita al necesario compromiso social y a propiciar la vivencia de la esperanza.

 

Chile y el Coronavirus

La crisis sanitaria provocada en Chile –y en el mundo– por esta pandemia nos mantiene en la perspectiva de un futuro incierto a pesar de las modestas señales de mejoría. El crecimiento de los contagios ha tenido un comportamiento muy similar a otros países: se reduce la difusión del virus cuando no encuentra con facilidad personas para instalarse. Las medidas de apoyo directas con subsidios de emergencias a la población, que el Gobierno acordó con los partidos de oposición, se han manifestado como un camino obligado, justamente porque la población más vulnerable que depende de los ingresos diarios ve limitada su posibilidad de salir a buscar fuente de sustento. 

Con las cuarentenas más estrictas del mes de junio se ha dejado atrás el camino intermedio que se pensaba pudiese funcionar cuando parecía –o simplemente era una verdadera ilusión– que el virus aquí en Chile tendría un comportamiento diferente manifestándose con un grado de virulencia menor. Vale el consenso logrado por privilegiar la salud, y con esto tiene sentido también una activa y permanente movilización de las reservas económicas de la nación para enfrentar la adversa situación.

Las desigualdades desprotegidas

En medio de los vaivenes, el propósito común de todos los sectores trabajando por reducir los efectos de la pandemia, surge como una oportunidad para repensar con una nueva mirada a la vida política, social y económica del país, en miras a una recuperación que requiere como nunca un esfuerzo común. Este es un desafío compartido con la mayoría de los países ante la recurrente pregunta acerca de las “desigualdades desprotegidas”, realidad que muchísimas partes no ha permitido una eficaz aplicación de las medidas de prevención del contagio. 

La vulnerabilidad de amplios sectores de la sociedad y la cantidad de contagios casi siempre han viajado en paralelo. Una buena lección para que en el inmediato futuro en las políticas públicas tengan centralidad efectiva aquellos estándares de ciudadanía y dignidad también en la construcción de viviendas sociales y de los espacios urbanos que las rodean. El mismo concepto debe valer para las políticas sanitarias y la protección de la tercera edad, especialmente en el tema de jubilaciones.

Las grandes crisis del capitalismo

Esta pandemia ya involucra a la mayoría de los países en una recesión económica. Para salir habrá que ser creativos, perseverantes y pacientes y además tratar de no repetir errores del pasado. Quiero dar brevemente una mirada a las últimas dos grandes recesiones económicas.

En 1929 el liberalismo de la época hizo crecer constantemente a la Economía de Estados Unidos y, sin embargo, era carente de controles principalmente en los mecanismos financieros que se generaban en el mercado bursátil de Wall Street. De golpe se produjo una caída de los valores de las empresas que se cotizaban y hubo una multitudinaria pérdida de empleos a nivel mundial. Con esto quedó de manifiesto la primera incompatibilidad entre las finanzas, cuando se excede de ciertos límites, y la economía real, que debiese fundamentarse siempre sobre la cultura del trabajo. Además, un sistema económico abandonado al funcionamiento del mercado demostró no dar garantías de estabilidad.

En 2008-2009 una vez más nace en Estados Unidos, esencialmente en el histórico banco Lehman Brothers, con la práctica de una finanza poco escrupulosa esta vez guiada por agentes que concedían préstamos hipotecarios con liviandad y escasas garantías de retorno. Esta segunda crisis, a diferencia de la anterior, tiene connotaciones de carácter más bien éticas porque sencillamente no se respetaron reglas que en finanzas se venían aplicando como lección de los errores de 1929. La segunda crisis sin duda que es más compleja que la primera porque se puede asociar al relativismo ético que se relaciona con la vocación del hombre y el sentido mismo de la existencia.

El 2019-2020 nos tiene en la crisis por el Coronavirus. Su cuna esta vez es China, país que después de la revolución cultural de Mao Zedong (1966-1976) con Den Xiaoping en 1982 comienza el cambio hacia un modelo de “socialismo de mercado a la chinés” así como se lo denominaba, y en estos años ha transitado hacia un capitalismo de estado que combina el carácter monolítico de las civilizaciones orientales con los anhelos de libertad y creatividad que se generan en el mercado. En el mundo chino existe esta combinación de una economía planificada en manos del gobierno y espacios de iniciativas económicas en manos de privados. Con respecto al Coronavirus, si bien ha sido eficiente la intervención interna al detectarse la pandemia, no ha sido suficientemente rápida: son responsables de no transmitir al resto del mundo la información de su fuerza de contagio. Posiblemente aquí ha jugado en contra, además de un estilo cultural menos expansivo, el centralismo del Partido Único históricamente poco proclive a dar informaciones.

El imprevisto que genera cambios

Esta pandemia tiene el rostro del imprevisto, de lo que se podía prever y no se realizó ni se comunicó a tiempo, y con esto la fragilidad humana y del planeta se han manifestado esta vez impotentes frente al estilo agresivo del virus que, casi con un estilo dictatorial, impone nuevos ritmos a la vida de las naciones, comenzando a dejar los hospitales en colapso, las economías detenidas, y acrecentando las desconfianzas en las relaciones internacionales. Como el papa Francisco mencionó el 27 de marzo, rezando solo en la Plaza de San Pedro, toda la humanidad “está en el mismo barco” intentando superar la pandemia y “debemos remar juntos”.

Los mismos equilibrios ecológicos desde la primera Cumbre de la Tierra de Rio de Janeiro (1992) no han superado aún los riesgos de atrasar la transición desde una economía del carbono y de la depredación de recursos naturales hacía una economía “ecosistémica” que reúna en sí la doble valencia del crecimiento y el cuidado de la Casa. Hace cinco años cuando fue promulgada la encíclica Laudato si’ provocó reacciones diferentes sobre la necesaria búsqueda de una convergencia de los países hacia la inminente preocupación por los equilibrios medioambientales. Hoy es retomada y estudiada de nuevo en varios ambientes.

La trilogía de la postpandemia: la política-la economía-la Casa

Primero la política. Cuando el ejercicio del poder es carente de espíritu de servicio es fácil desembocar en el narcisismo personal y la política no responde a su misión que es el bien de los ciudadanos. El recordado Gandhi aconsejaba “no esperar que pase la tormenta cuanto es una oportunidad bajo la lluvia aprender a bailar”. La vulnerabilidad que viven numerosos sectores sociales es una amenaza para luchar contra la pandemia. Para los políticos este es el momento para consensuar acciones eficaces que aporten soluciones reales a problemas que llevan tanto tiempo esperándolas.

Son necesarios actos de nobleza para recuperar sintonía y confianza con la ciudadanía, y esto pasa por experimentar e innovar formas y modelos de estudiar y afrontar los problemas. Sin duda que cualquier cambio institucional tendrá que replantearse la subsidiaridad como aquel principio por el cual el que es el más fuerte y estable es el que debe ayudar a quien lo es menos, partiendo por la persona individual, la familia, los grupos sociales intermedios, la organización del Estado. Por este principio se puede garantizar la libertad y la riqueza especifica de cada uno. Este principio vale tanto para el Estado como para las organizaciones privadas. Además, con esta mirada asume un valor complementario el otro gran principio que regula las relaciones humanas: la solidaridad que nos pone en la senda de la igualdad. Este periodo nos está enseñando que los dos principios están viajando juntos porque están uniendo lo público y lo privado en un único esfuerzo. Un buen aprendizaje también a futuro cuando se deberá consensuar sobre cambios, o derechamente una nueva carta constitucional, ser capaces de relacionar estos principios con la libertad, la salud, la familia, la educación, etc.

En cuanto a la economía, no podrá inventarse un sistema diferente al de mercado, que es el lugar en que se produce, se intercambia, se crece y también se establecen relaciones. Podrán ir cambiando los canales de venta y, sin embargo, la fábrica seguirá existiendo. Con la eficiencia se produce y se garantizan puestos de trabajo. La creatividad, la innovación y un mayor grado de sacrificios serán indispensable para salir de la crisis. La misma finanza va redescubriendo la postura que agiliza la recuperación sacrificando a lo mejor algún grado de rentabilidad y apostando a generar los trabajos perdidos. El campo de la economía circular a partir del reciclaje de la basura para reducir los peligros de contaminación abre un camino para una nueva relación con el ambiente y también para nuevos tipos de empresas y trabajos.

La cara de la eficiencia de la economía productiva de bienes y riqueza debe complementarse con la otra cara que son los “bienes relacionales”, justamente aquellos que se miden con la confianza y la reciprocidad que son los ingredientes para perfilar el rostro de una nueva fraternidad. Esta reclusión forzada nos obliga a aceptar nuestra propia impotencia y nos abre a pensar y soñar juntos un futuro mejor. La siembra, cuando cae en un surco derecho, facilita también la cosecha futura: así la economía que une a la eficiencia un rostro de fraternidad estimula una cultura del trabajo, eleva la mirada, afina los corazones y reduce también los resentimientos sociales.

Y en tercer lugar la Casa. Una consciencia renovada y una mirada amplia para revisar las políticas medioambientales para la aplicación de instrumentos adecuados anticontaminación. Las Cumbres de la Tierra a partir de la de Río de 1992 deben ser releídas, y hay que esforzarse por encontrar nuevos caminos de entendimiento. Las soluciones para la extrema pobreza (como sostiene el papa Francisco) pasan también por la solución de los problemas medioambientales, porque el grito y la rebeldía de la naturaleza se levantan cuando se compromete la armonía de la creación y la dignidad de los pueblos. De otra manera, la multiplicación de los bolsones de pobreza y de exclusión son tierra de cultivo para estallidos de violencia.

Signos de renacimiento

El riesgo que las diferencias se acentúen después de la pandemia existe y hay que prevenirlas, apuntando a un nuevo modelo sociopolítico que se libere en primer lugar de la antinomia: más estado y menos mercado y viceversa. La experiencia demuestra que hay roles complementarios y estos se potencian cuando ambos abren los espacio para que crezca una consistente sociedad civil, que se constituye en un tercer actor que también en este tiempo de crisis está demostrando la fuerza de su generosidad y capacidad de intervención. 

Una buena tarea para la política y la economía será pensar cómo potenciar a este tercer sector que, junto con las universidades, son buenos aliados para renovar la educación científica y tecnológica, educar al cuidado del ambiente y amortiguar los efectos de las amplias restricciones de la postpandemia. Después de las grandes crisis, la historia enseña que florecen nuevos círculos de voluntariados y hombres y mujeres valientes que se hacen cargo de reconstruir lo que ha sido destruido y sobre los errores del pasado siembran la fe y la esperanza en un nuevo porvenir.

Abramos los ojos y la mirada para saber discernir y potenciar los nuevos signos del renacer.

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