El 22 de mayo fue inaugurado el Instituto de Éticas Aplicadas de la Pontificia Universidad Católica de Chile, una unidad interdisciplinaria de formación, investigación y vinculación con el medio. La conferencia principal del acto estuvo a cargo de la académica española Adela Cortina, quien reflexionó sobre la necesidad de las éticas aplicadas en virtud del quehacer mismo de las universidades.

Humanitas 2023, CIV, págs. 336 - 345

El 22 de mayo fue inaugurado el Instituto de Éticas Aplicadas de la Pontificia Universidad Católica de Chile, una unidad interdisciplinaria de formación, investigación y vinculación con el medio. La ceremonia estuvo encabezada por el rector de la casa de estudios, Ignacio Sánchez Díaz, quien habló sobre los desafíos del Instituto, y por su director, Juan Larraín Correa, quien reflexionó sobre la relación entre confianza pública y ética universitaria. Este texto corresponde a una adaptación de la conferencia principal del acto, la que estuvo a cargo de la académica española Adela Cortina.

La filósofa Adela Cortina estuvo en Chile invitada por la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales, a la que fue incorporada como Académica Honoraria y cuyo discurso de incorporación se tituló “¿Eclipse de la razón comunicativa? Un reto radical para la democracia”. Además, durante su visita participó en el seminario “Ética Empresarial” de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y fue reconocida como Visita Distinguida de la Universidad de Concepción.

El tema que me han propuesto, “la misión de las éticas aplicadas en las universidades del siglo XXI”, es importantísimo para nuestra sociedad y tiene dos lados fundamentales, el lado de las éticas aplicadas y el lado de la universidad o de la ética de la universidad. Empezaré por la ética de la universidad porque quisiera vincular las tareas propias de la universidad con la necesidad de las éticas aplicadas.

Conviene distinguir entre las instituciones y las actividades. La universidad es una institución, comprometida con llevar a cabo una actividad, al igual que el Senado o los hospitales son instituciones que sustentan sus actividades correspondientes. Aristóteles decía que la vida se hace de actividades o, como decía Ortega, “la vida no nos es dada hecha, sino es quehacer”[1]. El quehacer ético es quehacerse, nuestra vida es quehacer, y las instituciones tienen que arropar a las actividades y ayudarles a alcanzar sus metas, no al revés. La actividad no se debe ajustar a la institución, sino que la institución se ha de ajustar a la actividad. Esta distinción es fundamental para todos los quehaceres de la vida.

Alasdair MacIntyre, en su libro Tras la virtud –cuya propuesta no comparto, pero sí esto que voy a decir a continuación–, caracteriza lo que es una práctica, y yo voy a entender por práctica una actividad. Para MacIntyre una práctica es un trabajo social conjunto, un trabajo cooperativo, de distintos agentes que tratan de alcanzar una meta que le da sentido y legitimidad social.[2] La actividad es llevada a cabo por distintos agentes que tratan de llegar a la meta que le da sentido y legitimidad social. La meta es el telos (τέλος) que, dentro de la tradición aristotélica, es lo que da el sentido a cualquier actividad y además le da legitimidad. Me parece extraordinaria esta caracterización de MacIntyre porque, realmente, en cada una de las actividades hay que intentar descubrir cuál es el telos, cuál es la meta; porque dice este autor muy acertadamente que cada actividad se caracteriza por un bien interno, por un bien que le da sentido y legitimidad social, y que con ella se consiguen otros bienes externos que son muy parecidos o iguales pero que no especifican a la actividad. Por eso hay que ir con mucho cuidado con no quedarse solo con los bienes externos, sino trabajar por el bien interno que le da sentido a la actividad social.

Cuando cambiamos el bien interno, que es el que le da sentido, por los bienes externos, entonces estamos corrompiendo cada una de las actividades. Por eso es fundamental hacer un análisis de cuáles son las metas de cada una de las actividades en que estamos trabajando y sobre las que estamos instruyendo en nuestro terreno educativo.

El dinero, el prestigio y el poder, por ejemplo, pueden ser bienes externos que se consiguen en distintas actividades en mayor o menor medida, y cuando se cambian estos bienes externos por los internos, entonces se produce la corrupción de las actividades. ¿Qué quiere decir que una actividad se corrompe? A mi juicio, la peor corrupción es la de las actividades sociales: cuando la política no se dirige a la meta que le da sentido y legitimidad social, cuando la universidad no trabaja para alcanzar la meta que le da sentido y legitimidad social, cuando la sanidad no trabaja por esa meta que le da sentido y legitimidad social. Cuando cambiamos el bien interno, que es el que le da sentido, por los bienes externos, entonces estamos corrompiendo cada una de las actividades. Por eso es fundamental hacer un análisis de cuáles son las metas de cada una de las actividades en que estamos trabajando y sobre las que estamos instruyendo en nuestro terreno educativo. Debería haber en todas las carreras una asignatura de ética para reflexionar sobre cuáles son esas metas y cómo alcanzarlas.

¿Cuál es la meta de la actividad universitaria? En principio yo diría que hay tres metas fundamentales que se han ido dando a lo largo de la historia; la primera, tomada de la universidad medieval; la segunda, tomada de la universidad liberal, aquella universidad que creó Humboldt en 1810 y que ha sido clave para el desarrollo de todas las universidades; y en último lugar, la meta que daríamos en el siglo XXI. Todas ellas se van uniendo.

Esta defensa de la dignidad no es solo en sentido negativo, sino también en sentido positivo, diciendo, a la vez, lo que no hay que hacer para no dañar a las personas y lo que sí hay que hacer para empoderarlas para que puedan llevar adelante sus planes de vida.

En la Edad Media aparece la universidad para formar profesionales que atendieran a las necesidades de la época: formar filósofos, teólogos, juristas y médicos. Esto que parece muy sencillo es fundamental porque un profesional no es solo un técnico, no es solo alguien que busca soluciones y maneja instrumentos, sino que maneja los instrumentos con un fin y ese fin es la meta de la profesión y es lo que le conforma como un auténtico profesional. En las universidades tenemos que formar profesionales y no solo técnicos, tenemos que formar a gentes que conocen el sentido de su profesión y que buscan la meta de su profesión.

Para alcanzar la meta, el buen profesional tiene que desarrollar unas virtudes, esa palabra extraordinaria que en griego se dice areté, que quiere decir excelencia. Los profesionales tienen que ser excelentes. No se construye una buena sociedad con mediocres ni con negligentes, sino con gentes excelentes, los profesionales aspiran a la excelencia porque quieren dar lo mejor de sí mismos para colaborar en la sociedad y para ello tienen que desarrollar unos valores, tienen que desarrollar unas virtudes, tienen que cumplir unos principios, tienen que tener un marco de actuación, y con todos esos marcos se va tratando de llegar hasta la meta de la profesión, esto es, el respeto y la defensa de la dignidad de las personas. Esta defensa de la dignidad no es solo en sentido negativo, sino también en sentido positivo, diciendo, a la vez, lo que no hay que hacer para no dañar a las personas y lo que sí hay que hacer para empoderarlas para que puedan llevar adelante sus planes de vida. Esos dos lados están en la clave de cualquiera de las profesiones y, en principio, una ética profesional tendría que contar con todos estos elementos además de aquellos elementos que ha ido ganando con el tiempo.

Max Weber tomó el tema de las profesiones como un tema clave de su sociología, y la profesión la comprendió como vocación con la famosa palabra Beruf. La profesión es una vocación, es una llamada a realizar una serie de actuaciones porque se valora ese bien interno, porque se tiene en cuenta que el bien que se está ofreciendo es importante para la vida de los seres humanos, y que la vida sería mucho peor sin ofertar ese bien, y que se tienen las capacidades suficientes como para ofertarlo. Creo que sigue siendo necesaria esa ética de la profesión del profesional vocacionado, que pone de su parte lo mejor que puede para ir cultivando esos bienes internos en cada una de sus prácticas. La ética de las profesiones es uno de los apartados más amplios de las éticas aplicadas. Evidentemente hay actividades que no son profesiones, por ejemplo el narcotráfico, pero cuando existe una finalidad positiva, todas las profesiones necesitan una ética que lo que intenta es empoderar a las gentes para que alcancen esa meta de la profesión.

Creo que sigue siendo necesaria esa ética de la profesión del profesional vocacionado, que pone de su parte lo mejor que puede para ir cultivando esos bienes internos en cada una de sus prácticas. La ética de las profesiones es uno de los apartados más amplios de las éticas aplicadas.

No debe mirarse la ética como un catálogo de prohibiciones negativas. Creo que la ética hay que mirarla en el sentido que decía Ortega y Gasset cuando afirmaba que no se trata únicamente de lo que es moral o inmoral, sino también de lo que es estar alto de moral o desmoralizado. Una sociedad que está alta de moral es una sociedad que tiene confianza en sí misma, que tiene ganas de enfrentar los retos vitales, que tiene ganas de crear una sociedad justa que valga la pena. Una sociedad desmoralizada, en cambio, igual que una persona desmoralizada, no tiene ganas de enfrentarse a ningún reto, solamente dice “tengo la moral por los suelos”, y cuando se tiene la moral por los suelos, no se tienen ganas de hacer nada. Decían Ortega y también Aranguren que es importante que las sociedades estén altas de moral y no desmoralizadas.

Por su parte, en la Universidad de Humboldt se entiende que la meta de la universidad consiste en llevar adelante la investigación, transmitir el conocimiento y crear un ethos universitario. En primer lugar, la investigación: investigar es tratar de buscar la verdad, la verdad puede encontrarse o no, pero hay que intentarlo. La investigación en todas las ciencias es de primera necesidad, porque los seres humanos, como diría otra vez Ortega, somos verdávoros, comemos verdad, intentamos comer la verdad. Por eso me parece deprimente que hoy en día se esté hablando de que estamos en un mundo de posverdad, porque la posverdad no es verdad, es una mentira emotiva que se dirige a la emoción del interlocutor para movilizar sus sentimientos y conseguir que se ajuste a la opinión pública. Eso es sencillamente una falsedad. No estamos en tiempo de posverdad, la mentira sigue siempre siendo mentira, y hay que buscar la verdad, y la universidad tiene que caracterizarse por buscar la verdad y hacer frente a todas esas falsedades.

En segundo lugar, la universidad también tiene que transmitir el conocimiento a las generaciones jóvenes; obviamente que ellos ya cambiarán después todo porque el saber evoluciona, pero nosotros tenemos que transmitir lo que ahora tenemos, transmitir el conocimiento y no solamente a los jóvenes, sino también a los adultos en estos tiempos en que hablamos de la formación a lo largo de la vida.

La universidad es el lugar de la libre expresión, de la libre opinión, de la argumentación, y en eso tenemos que educarnos precisamente, porque eso es educar en la ciudadanía, se trata de educar ciudadanos que sean libres, con capacidad de expresión.

Y tercero, las universidades tienen que ser comunidades en las que se trata conjuntamente de buscar la verdad; no se trata de que cada uno pueda encontrar la verdad en solitario, hay que hacerlo en comunidad. Esa tarea es justamente la de la universidad, que hay que llevar a cabo conjuntamente a través de la deliberación, a través del diálogo abierto; obviando totalmente los dogmatismos, obviando totalmente los fundamentalismos, todo puede someterse a crítica, todo puede dialogarse, todo puede argumentarse, todo debe argumentarse. Me parece lamentable que se esté viviendo esta idea de las nuevas inquisiciones desde los campus estadounidenses, donde están cancelando a gentes no permitiéndoles hablar en un campus universitario porque no se está de acuerdo con que emitan una determinada opinión. La universidad es el lugar de la libre expresión, de la libre opinión, de la argumentación, y en eso tenemos que educarnos precisamente, porque eso es educar en la ciudadanía, se trata de educar ciudadanos que sean libres, con capacidad de expresión.

Tenemos que dejar a un lado aquello que los alemanes llamaban el Fachidiot, el idiota que es un especialista, que solo sabe un poco de algo, cada vez sabe más de menos y acaba sabiéndolo todo de nada. Mucho cuidado con esa hiperespecialización, porque el verdadero ciudadano es, siguiendo a Ortega, el que intenta proyectar el futuro, el que aprecia la historia, conoce la historia, conoce la cultura, abre su mundo e intenta ayudar a los demás a proyectar un buen futuro. Si recuerdan el famoso texto de Ortega La rebelión de las masas, no se equivoquen, las masas no son los pobres, las masas son esas personas de mentalidad pequeña y encogida, que son incapaces de proyecto, de ilusión, de historia; son el idiota que se centra solamente en un proyecto. Tenemos que formar alumnos que se puedan abrir a la vida, que sean proyectivos, que tengan ilusión y que tengan verdadera esperanza. Todo esto se conjugaría en la tarea de las universidades de formar ciudadanos que tengan sentido de la justicia y sentido de la compasión. Para ello son fundamentales las éticas aplicadas.

Hay un vuelco, porque las éticas aplicadas nacen para sociedades pluralistas y no para sociedades moralmente monistas. ¿Qué son sociedades pluralistas? Sociedades pluralistas son aquellas en que el conjunto de la sociedad no sigue un solo código ético, no sigue una sola propuesta de vida ética, sino que tiene distintos códigos éticos y distintas propuestas éticas.

Las éticas aplicadas nacieron en los años 60 y 70 del siglo pasado y las primeras fueron la bioética, la ética de la economía en la empresa y la ética del desarrollo de los pueblos. Esas fueron las primeras éticas aplicadas que después han ido creciendo y multiplicándose prodigiosamente. Hoy en día hay una gran cantidad de éticas aplicadas, las últimas serían la ética de la inteligencia artificial, la roboética, la infoética y una inmensidad de éticas, aunque siguen siendo cruciales las tres que he mencionado antes y también la ética de los medios de comunicación y la ética de la política. Las éticas aplicadas nacen como un nuevo saber, no como una aplicación de lo anterior. Hay un vuelco, porque las éticas aplicadas nacen para sociedades pluralistas y no para sociedades moralmente monistas. ¿Qué son sociedades pluralistas? Sociedades pluralistas son aquellas en que el conjunto de la sociedad no sigue un solo código ético, no sigue una sola propuesta de vida ética, sino que tiene distintos códigos éticos y distintas propuestas éticas. La pregunta entonces es: si ahora no vamos a tener un solo código ético, ¿estará todo permitido? En una sociedad pluralista es necesario encontrar cuáles son los mínimos éticos de justicia que comparte toda la población y que le permiten, además, respetar los máximos de felicidad y vida buena que ofertan las distintas posiciones. En una sociedad plural hay distintas posiciones religiosas, hay distintas posiciones seculares, hay distintos proyectos de vida feliz, hay distintos proyectos de vida buena, y esos proyectos no tienen que ser acallados, no se tiene que tachar a algunos proyectos de políticamente incorrectos; cuanta más riqueza haya en propuestas de proyectos de vida feliz, de vida en plenitud, de vida buena, una sociedad estará más alta de moral y menos desmoralizada. Pero entre esos proyectos se tienen que encontrar unos mínimos éticos en los que todos puedan estar de acuerdo.[3]

Es importante recordar la distinción entre justicia y felicidad; la ética mínima, la ética cívica, tiene que ocuparse de unos mínimos de justicia que son exigibles a todos; mientras que las éticas de máximos, que son las éticas de la felicidad y de la vida buena, tienen que invitar a la felicidad. A la felicidad se invita, a la felicidad se aconseja, la felicidad no se impone. En las sociedades pluralistas no hay ninguna iglesia ética y ningún parlamento ético; no hay un parlamento que decide qué es lo ético, qué es lo moral y qué es lo inmoral; asimismo, las iglesias deciden para sus fieles, pero no para el conjunto de la población. ¿Quién tiene que decidir qué es lo moralmente correcto en una sociedad pluralista? No hay más remedio que los ciudadanos sean los protagonistas, que los ciudadanos se alcen y que intenten, conjuntamente, tratar de ver cuáles son los mínimos éticos que son innegociables, porque caer bajo ellos es caer bajo mínimos de humanidad. Y en ese sentido las éticas de máximos nutrirían a esos mínimos, empoderarían a esos mínimos, pero los mínimos serían compartidos.

No hay en este momento un solo problema en la humanidad que se pueda resolver desde una sola disciplina; por eso la interdisciplinariedad no es una moda, la interdisciplinariedad es una necesidad y esa es la característica de las éticas aplicadas.

Las éticas aplicadas tienen unas pocas peculiaridades que serían, en principio, las siguientes. En primer lugar, las éticas aplicadas nos permiten recuperar algo que había propuesto la Universidad Libre de Berlín, que es la unidad del saber. En los años 70 del siglo pasado se produce una crisis en las universidades y aparece, por una parte, su burocratización, y por otra parte, la fragmentación de los saberes. La burocratización no es el tema que hoy estamos tratando, pero debemos advertir que es un mal endémico con el que hay que acabar, porque está destruyendo a las universidades. Y, además, se produce la fragmentación de los saberes en ciencias naturales, ciencias sociales y humanidades. ¿Qué tenemos que hacer hoy en día para recuperar la unidad del saber? Para los humboldtianos la unidad del saber venía de la filosofía, pero creo que hoy hay que recuperar esa unidad del saber desde la interdisciplinariedad, que tiene que contar con la filosofía, por supuesto, pero también con todos los demás saberes. Justamente las éticas aplicadas tienen como característica la interdisciplinariedad, no las hace una sola disciplina. No hay en este momento un solo problema en la humanidad que se pueda resolver desde una sola disciplina; por eso la interdisciplinariedad no es una moda, la interdisciplinariedad es una necesidad y esa es la característica de las éticas aplicadas. Las éticas aplicadas requieren de la reunión de gentes de distintas disciplinas, que tratan de ir encontrando desde dentro cuáles son los rasgos éticos de su disciplina, cuáles son los rasgos éticos de su actividad. Se trata, entonces, de un saber interdisciplinario, de un saber que debe recurrir a distintas teorías éticas según el problema que se esté enfrentando.

La hermenéutica consiste en ir entendiendo, desde la base, cómo se puede ir construyendo un mundo en el que podamos todos, más o menos, ponernos de acuerdo, y cuáles serían los marcos éticos para ello.

Finalmente, quisiera abordar el núcleo, el estatuto de las éticas aplicadas. Al decir “aplicadas” parece que hablamos de una deducción, como si tuviésemos unos principios que luego aplicamos. Sin embargo, no se trata de eso, es más complejo; no tenemos unos principios y los aplicamos porque continuamente nos encontramos con novedades con las que no sabemos qué hacer. La innovación es continua: ¿cómo resolver un problema del que todavía no sabemos ni en qué consiste? Estamos perplejos ante el aprendizaje profundo: ¿qué va a pasar cuando haya unas máquinas que vayan muy por delante de nosotros? No lo sabemos, no podemos aplicar lo que ya tenemos, tenemos que ir desde abajo, tenemos que ir practicando la hermenéutica. La hermenéutica consiste en ir entendiendo, desde la base, cómo se puede ir construyendo un mundo en el que podamos todos, más o menos, ponernos de acuerdo, y cuáles serían los marcos éticos para ello. Los marcos éticos de esta época son dos fundamentalmente: primero, el marco aristótelico de las virtudes en pos de una meta, del que ya se ha hablado; y en segundo lugar, el marco deontológico, que es poner todo nuestro saber al servicio de las personas. Creo que es indispensable recordar aquella formulación kantiana del imperativo categórico “obra de tal manera que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como un fin y nunca solamente como un medio”. Es necesario poner todos estos saberes, que son extraordinarios, al servicio de las personas, para mejorar su vida, para no dañarles y para así empoderarles. La persona sigue siendo el núcleo, y las personas son las que han de decidir en determinados temas. Y, por otra parte, esto hay que decidirlo dialógicamente, tenemos que hacerlo en diálogo, porque todos somos interlocutores válidos a los que hay que tener en cuenta cuando se trata de abordar problemas que nos afectan.

Hay aquí una excelente noticia. Esa ética cívica, esa ética mínima, que consiste en esos mínimos que se nutren de los máximos, acoge perfectamente lo que es una ética secular y lo que es una ética cristiana. No existe tal contraposición entre lo que pueden ser las propuestas de una ética cristiana y lo que puede ser propuesto por una ética secular. Desde el punto de vista cristiano, la persona está hecha a imagen y semejanza de Dios y, por eso, la persona es sagrada. Desde el punto de vista secular, la persona tiene una dignidad que no puede ser de ninguna manera manipulada, no se le debe instrumentalizar, hay que tratar de empoderarle y todo eso hay que hacerlo desde la justicia y desde la compasión. Entre la ética cívica y la ética cristiana hay un juego de suma positiva, y es tiempo de trabajar conjuntamente por esas personas que alguien entenderá como hechos a imagen y semejanza de Dios, y otros como gentes que tienen dignidad y no un simple precio, y que poseen unos derechos. Esa tiene que ser la tarea de nuestras universidades, en las que todos nos podemos encontrar como ciudadanos, en las que todos nos podemos encontrar como en casa, porque la moral y la ética son también nuestra casa.

Hay aquí una excelente noticia (…) Entre la ética cívica y la ética cristiana hay un juego de suma positiva, y es tiempo de trabajar conjuntamente por esas personas que alguien entenderá como hechos a imagen y semejanza de Dios, y otros como gentes que tienen dignidad y no un simple precio, y que poseen unos derechos.


 Notas

* Adela Cortina es doctora en Filosofía y catedrática emérita de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia. Es académica de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas de España y posee una amplia bibliografía en temas relacionados con la ética, entre los que destacan sus últimos libros: Aporofobia: el rechazo al pobre (Paidós, 2017) y Ética Cosmopolita. Una apuesta por la cordura en tiempos de pandemia (Paidós, 2021).
[1] Ortega y Gasset, José; El hombre y la gente. Revista de Occidente en Alianza Editorial, Madrid, 1980, p. 52.
[2] Cf. MacIntyre, Alasdair; After Virtue. University of Notre Dame Press, Notre Dame, 1981. Publicado en español como Tras la virtud. Editorial Crítica, Barcelona, 2004.
[3] Cortina, Adela; Ética mínima. Tecnos, Madrid, 18ª edición, 2020 (edición ampliada con un texto introductorio sobre “El largo camino de la ética”, pp. 13-50); Alianza y contrato. Trotta, Madrid, 2001.

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