El año 2020 se cumplieron 25 años desde que Juan Pablo II afirmara en su exhortación apostólica postsinodal Ecclesia en Africa que era "la hora de África". ¿Sigue siendo hoy la hora de África o creemos que esa hora ya pasó, o peor aún, que hemos desperdiciado el tiempo, el momento propicio, el "día de salvación" para África?

Parece llegada la “hora de África”, una hora favorable que invita con insistencia a los mensajeros de Cristo a bogar mar adentro y a echar las redes para la pesca (cf. Lc 5, 4). Del mismo modo, hoy la Iglesia en África, llena de alegría y gratitud por la fe recibida, debe proseguir su misión evangelizadora, para atraer los pueblos del continente al Señor, enseñándoles a observar cuanto Él ha mandado (cf. Mt 28, 20). [1]

Con estas palabras, tomadas de la introducción de la exhortación apostólica Ecclesia in Africa del Papa Juan Pablo II hace 25 años, quisiera comenzar este artículo, que tiene por objetivo, por un lado, presentar una síntesis sobre este crucial documento para la historia de la Iglesia africana y, por otro, hacer un balance crítico de su recepción a la luz de los principales desafíos que vive actualmente la Iglesia en el continente africano.

¿Han perdido vigencia estas palabras de hace 25 años o acaso creemos que la hora de África ya pasó, o peor aún, que hemos desperdiciado el tiempo, el “momento propicio”, el “día de salvación” [2] para África?

Para responder a esta y otras interrogantes que nos plantea la situación de la Iglesia que peregrina en África, nos parece oportuno comenzar haciendo un breve recorrido por la apasionante historia de la evangelización de este continente.

Los tres momentos de la evangelización de África

En el documento Ecclesia in Africa, el Papa habla de tres fases en la historia de la evangelización del continente africano [3]. Un primer momento que se remonta a la época del nacimiento mismo de la Iglesia en la evangelización de Egipto y de África del Norte. Un segundo momento, constituido por la historia misionera católico-romana de los siglos XV-XVII, a lo largo de las costas occidentales y orientales y en Etiopía. Por último, un tercer momento, correspondiente a la caída de la “muralla” musulmana en el norte de África que incomunicaba el continente negro con el resto del mundo europeo y el “redescubrimiento” del África negra por parte de los europeos a partir del siglo XIX, y el renacimiento misionero tras la Revolución Francesa, que va desde entonces hasta nuestros días.

¿Cómo explicar tanta discontinuidad? ¿Cómo explicar algunas dolorosas extinciones, fracasos e insensibilidades misioneras en algunos períodos? Las preguntas nos llevarían a tener que recorrer sumariamente estos momentos, a señalar ciertos condicionamientos y factores con algunas hipótesis de respuesta, dejando numerosas ventanas abiertas. Con todo, tal recorrido excedería los límites que nos hemos trazado en este artículo.

Por otro lado, desde el punto de vista de la geografía humana y cultural, no existe una única África, sino muchas “Áfricas”. Así, el África de la Iglesia primitiva pertenece al mundo cultural grecorromano, copto-egipcio y medio oriental. El África “etiópica” pertenece a un mundo muy caracterizado desde el punto de vista cultural, político y geográfico. Nubia (actual Sudán), cultural y políticamente, es un mundo en sí y lo mismo se puede decir del mundo subsahariano, dividido en un mosaico de diversas identidades antropológicas, culturales, políticas y sociales.

La primera fase o etapa evangelizadora corresponde al espléndido florecimiento cristiano de los primeros siglos en Egipto, con sus vivos reflejos en Nubia, en Etiopía y en el África romana. Pero también con la historia dramática de la total extinción de alguna de estas iglesias y de una dura confrontación con el islam.

Desde el siglo II al siglo IV la vida cristiana en las regiones septentrionales de África fue intensísima e iba en vanguardia tanto en el estudio teológico como en la expresión literaria. Nos vienen a la memoria los nombres de los grandes doctores y escritores, como Orígenes, san Atanasio, san Cirilo, lumbreras de la escuela alejandrina, y en la otra parte de la costa mediterránea africana, Tertuliano, san Cipriano, y sobre todo san Agustín, una de las luces más brillantes de la cristiandad.

Por último, respecto de esta primera etapa de evangelización, nos parece importante mencionar a las iglesias que hasta hoy no están en plena comunión con Roma: la Iglesia griega del Patriarcado de Alejandría, la Iglesia copta de Egipto y la Iglesia etiópica, que tienen de común con la Iglesia católica el origen y la herencia doctrinal y espiritual de los grandes Padres y Santos de toda la antigua Iglesia.

La segunda fase o etapa evangelizadora coincide con la exploración de la costa africana por parte de los portugueses, que fue acompañada por la evangelización de las regiones de África situadas al sur del Sahara. Este esfuerzo afectaba, entre otras zonas, a las regiones del actual Benín, Santo Tomé, Angola, Mozambique y Madagascar. Después de los primeros misioneros, vinieron muchos más de Portugal y de otros países de Europa, para continuar y ampliar la labor misionera.

Durante este período se erigió un cierto número de sedes episcopales y en 1518 fue consagrado en Roma, por parte de León X, el hijo del rey del Congo como obispo titular de Útica, quien llegó a ser así el primer obispo autóctono del África negra. En 1622, el Papa Gregorio XV erigió la Congregación De Propaganda Fide con el fin de organizar y desarrollar mejor las misiones; sin embargo, por diversas dificultades, la segunda fase de la evangelización de África se concluyó de forma dramática en el siglo XVIII, con la extinción de casi todas las misiones en las regiones al sur del Sahara.

El tercer momento comenzó en el siglo XIX, período caracterizado por un movimiento general de renovación cristiana en Europa y de reacción frente a la mentalidad de la cultura iluminista primero, y liberal-positivista después, que prepara el terreno para un movimiento misionero llevado a cabo por grandes apóstoles y animadores de las misiones africanas. Fue un período caracterizado por el nacimiento de las asociaciones o sociedades misioneras, fundación de seminarios e institutos misioneros y la orientación misionera ad-gentes de muchas órdenes religiosas antiguas y congregaciones de reciente fundación.

Así como en la evangelización de América en los siglos XVI-XVII, algunas órdenes religiosas de mendicantes y los jesuitas habían llevado la responsabilidad mayor, en el caso de esta nueva etapa contemporánea de la misión africana, tal responsabilidad les tocó a los nuevos institutos nacidos del movimiento misionero. Recordamos aquí algunas fundaciones que llegarán a tener la aprobación pontificia, y cuyos fundadores tendrán un rol decisivo en la evangelización del África contemporánea. Entre estos, cabe destacar las figuras del padre Libermann, fundador de la Congregación del Sagrado Corazón de María, dedicada explícitamente a la evangelización de las poblaciones negras; el obispo Mazenod, fundador de los misioneros Oblatos de María Inmaculada; el obispo Melchior de Marion Brésillac, fundador de la Sociedad de las Misiones Africanas; Daniel Comboni, fundador del Instituto misionero comboniano; Arnoldo Jansen, fundador de la Sociedad del Verbo Divino, que en África trabajará en la evangelización de las colonias alemanas; y el cardenal Charles Lavigerie, fundador del Instituto de los Misioneros de África, conocidos como los Padres Blancos, cuya historia coincide con la evangelización de varios países de África [4].

Todos estos institutos y sus fundadores tuvieron sus propias pruebas de fuego: obstáculos ambientales con la muerte de muchos misioneros debido a las enfermedades y fatigas, vida brevísima de los mismos y, a veces, hasta el martirio cruento: ello explica una fuerte espiritualidad del martirio, común a todos los fundadores –“África o muerte”, célebre frase de Daniel Comboni–.

Las misiones en África desde la segunda mitad del siglo XIX hasta los años que siguen a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) se pueden resumir en algunos puntos: progresiva penetración en las zonas interiores; planteamiento de métodos de evangelización donde se intenta la integración del anuncio evangélico con la promoción humana; estudio de las lenguas indígenas, su transcripción gramatical, traducciones de catecismos y de la Sagrada Escritura; alfabetización, desarrollo de las escuelas y de las obras de caridad, formación de catequistas, y primeros seminarios para el clero nativo.

Misioneros y exploradores van abriendo camino hacia el interior del continente. De los primeros, los más importantes son los Padres Blancos en el norte y Livingstone en toda la mitad sur. Unos y otro hacen gran campaña en Europa en contra del tráfico de esclavos.

En 1868 los Padres del Espíritu Santo crean en Bagamoyo (actual Tanzania) la primera misión del África oriental. Diez años después llegan allí los Padres Blancos y los jesuitas, que pasan a Uganda, donde existía una misión anglicana desde cuatro años antes: de 1885 a 1889 anglicanos y católicos mezclarán su sangre en los martirios de Uganda. Son precisamente los años en los que se consuma el reparto teórico de toda África por los países europeos en la Conferencia de Berlín, en 1885.

La Santa Sede va creando vicariatos apostólicos y favoreciendo a las sociedades misioneras y a las Obras de auxilio a las misiones. En 1930 se consagra un obispo etíope católico y en 1939 se consagran dos obispos negros en Uganda y en Madagascar; cuatro nuevos obispos africanos en 1952 y a la apertura del Concilio Vaticano II habrá ya 58 obispos africanos y su número crece cada vez con mayor rapidez. A fines de 1969 hay en África 135 obispos africanos (de un total de 325), 32 arzobispos (de un total de 46) y cinco cardenales [5].

La Santa Sede da directrices concretas sobre los problemas africanos, especialmente en tres documentos: la encíclica Fidei donum (1957), la encíclica Populorum progressio (1967) y el mensaje “Africae terrarum”, carta a la jerarquía y a todos los pueblos del África (1967). En 1964, en la Basílica de San Pedro, el Papa Pablo VI canonizó a los mártires de Uganda con ocasión de la Jornada Misionera Mundial de 1964 y visitó Uganda entre el 31 de julio y el 2 de agosto de 1969 en el marco de la clausura del Simposio de los obispos de África. Fue la primera visita de un Papa de los tiempos modernos al continente africano.

Juan Pablo II, por su parte, realizó 14 viajes a este continente desde 1980 hasta 1998 visitando en total 43 países distintos y algunos de ellos en dos o incluso tres ocasiones. Benedicto XVI lo hizo en dos ocasiones, Camerún y Angola en 2009 y Benín en 2011. Actualmente el Papa Francisco ya ha visitado África en cuatro ocasiones: Kenia, República Centro Africana y Uganda en 2015; Egipto en 2017; Marruecos en marzo de 2019, y Mozambique, Islas Mauricio y Madagascar en septiembre de ese mismo año.

En las últimas décadas del siglo XX, numerosos países africanos celebraron el primer centenario del comienzo de su evangelización. El crecimiento de la Iglesia en África, de cien años a esta parte, ha sido elocuente. Los cerca de 4 millones de católicos que había en 1900 se han convertido hoy en más de 135 millones (16,5% de la población total de África).

El hecho de que en casi dos siglos el número de católicos en África haya crecido rápidamente constituye por sí mismo un resultado notable desde cualquier punto de vista. Elementos como el sensible y rápido aumento del número de las circunscripciones eclesiásticas, el crecimiento del clero autóctono, de los seminaristas y de los candidatos en los institutos de vida consagrada y la progresiva extensión de la red de catequistas, cuya contribución a la difusión del Evangelio entre las poblaciones africanas es bien conocida, confirman la consolidación de la Iglesia en el continente.

El camino hacia Ecclesia in Africa

Después del breve repaso de estos tres momentos de la historia de evangelización de África, permítanme volver al documento en estudio y detenernos ahora en el contexto histórico de su origen y publicación, para así entender mejor sus principales temáticas.

En la introducción misma de Ecclesia in Africa, el Papa Juan Pablo II hace un recorrido desde los orígenes remotos del Sínodo de los obispos de África y sus principales etapas de preparación, empezando con el Concilio Vaticano II, pasando por el Simposio de las Conferencias Episcopales de África y de Madagascar, inaugurado por el Papa Pablo VI en Kampala, Uganda, en 1969, del cual ya hicimos mención en este artículo; hasta la redacción de los Lineamenta y del Instrumentum Laboris, documentos base de los trabajos de la Asamblea sinodal de los obispos de África llevada a cabo en Roma entre el 10 de abril y el 8 de mayo de 1994 y que servirá de insumo para Ecclesia in Africa. [6]

El Papa habla de esta Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos como un acontecimiento eclesial histórico y un “momento de gracia” [7], un kayros [8], donde el Señor ha visitado a su pueblo que está en África. Ha sido un evento de gracia vivido por los padres sinodales, con la “viva conciencia de ser católicos y al mismo tiempo africanos” [9].

Dado que esta asamblea se desarrolló en medio del tiempo pascual, los padres sinodales se refirieron a este como el “sínodo de la resurrección y de la esperanza” [10] para expresar el clima de esperanza y de comunión que se vivió a lo largo de toda la asamblea sinodal. En este punto, el Papa se detiene para destacar la “colegialidad afectiva y efectiva” [11] experimentada durante esta Asamblea del Sínodo de obispos de África, expresando que una de las razones más fuertes al querer convocar esa Asamblea era la promoción de “una solidaridad pastoral orgánica en todo el territorio africano y en las islas adyacentes” [12]. Bajo esta expresión, Juan Pablo II pretendía resumir los f ines y objetivos principales hacia los que debería orientarse la Asamblea especial, a saber: referirse a todos los aspectos importantes de la vida de la Iglesia en África y, en particular, incluir la evangelización, la inculturación, el diálogo, la solicitud pastoral en lo social y los medios de comunicación social.

Principales temas y desafíos planteados en Ecclesia in Africa

La temática principal o hilo conductor que atraviesa toda Ecclesia in Africa lo podemos encontrar en el título entregado por el mismo Papa Juan Pablo II a la Asamblea Sinodal: “La Iglesia en África y su función evangelizadora de cara al año 2000” [13]. En este título vemos cómo el Santo Padre deseaba que la Iglesia africana viviera el período hasta el Gran Jubileo del año 2000 como un “nuevo Adviento” [14]. En efecto, la preparación de la Iglesia para el año 2000 es una de las claves de interpretación más importantes de todo el documento y del pontificado de Juan Pablo II en general.

Entre los temas más importantes tratados por Ecclesia in Africa, destacamos:

El tema de la oportunidad y credibilidad del mensaje de la Iglesia en África que implicaba una reflexión sobre la credibilidad misma de los anunciadores de dicho mensaje. “¿Creéis verdaderamente en lo que anunciáis? ¿Vivís lo que creéis? ¿Predicáis verdaderamente lo que vivís?” [15]. Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación.

La situación real del continente africano a la luz de la misión evangelizadora de la Iglesia. En un continente saturado de malas noticias, “¿de qué modo el mensaje cristiano constituye una Buena Nueva para nuestro pueblo?” [16]. La evangelización promueve muchos de los valores esenciales que tanta falta hacen al continente: esperanza, paz, alegría, armonía, amor y unidad. Cuestiones como la pobreza creciente en África, la urbanización, la deuda internacional, el comercio de armas, el problema de los refugiados y los prófugos, los problemas demográficos y las amenazas que pesan sobre la familia, la discriminación contra la mujer, la propagación del sida, la supervivencia en algunos lugares de la práctica de la esclavitud, el etnocentrismo y la oposición tribal. [17]

Relacionado con esto está el tema de la opción preferencial por los pobres en África, que para el Papa Juan Pablo II es “una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana”. [18] Esta preocupación acuciante por los pobres debe traducirse, a todos los niveles, en acciones concretas hasta alcanzar decididamente algunas reformas necesarias en las estructuras. Vinculado con esto, aparece el llamado a la Iglesia en África a “ser la voz de quienes no tienen voz”. [19]

Junto con el tema de la situación sociopolítica del continente, el Papa destaca los valores positivos de la cultura africana: su profundo sentido religioso, sentido de lo sacro, sentido de la existencia de Dios creador y de un mundo espiritual, un agudo sentido de la solidaridad y de la vida comunitaria. Entre estos valores positivos, el documento pone énfasis especialmente en el papel de la familia: “El africano, abierto a este sentido de la familia, del amor y del respeto a la vida, ama a los hijos, que son acogidos con alegría como un don de Dios. Todos los hijos e hijas de África aman la vida. Precisamente es el amor por la vida el que les manda atribuir una importancia tan grande a la veneración por los antepasados”. [20]

A propósito del papel de la familia en África, a lo largo de la exhortación apostólica aparece con mucha fuerza la idea-guía de la Iglesia como Familia de Dios para la evangelización de África [21]. La evangelización de la familia es en este sentido una prioridad, dado que, en África particularmente, la familia representa el pilar sobre el cual está construido el edificio de la sociedad.

Respecto de los problemas y desafíos actuales por los que atraviesa el continente africano, el Papa habla del desafío de la evangelización en profundidad o de la urgencia de la evangelización misma y la necesidad del bautismo [22]; la superación de las divisiones: “Las oposiciones tribales ponen a veces en peligro, si no la paz, al menos la búsqueda del bien común para el conjunto de la sociedad, creando así dificultades a la vida de las Iglesias y a la acogida de pastores de otro origen étnico” [23].

Otro desafío importante es la urgencia y necesidad de la inculturación. La inculturación, señala el pontífice, “comprende una doble dimensión: por una parte, la íntima transformación de los auténticos valores culturales mediante la integración en el cristianismo, y por la otra, la radicación del cristianismo en las varias culturas” [24].

El desafío de trabajar por una comunidad reconciliada es otra prioridad, ya que en África como en otras partes del mundo, el espíritu de diálogo, paz y reconciliación está lejos de habitar en el corazón de todos los hombres. Las guerras, conflictos, actitudes racistas y xenófobas aún dominan demasiado el mundo de las relaciones humanas [25].

Otra dimensión muy importante para el Papa es el desafío del testimonio y santidad. En el capítulo quinto de su exhortación, él quiere pasar revista a los diferentes agentes de la evangelización (laicos, catequistas, la familia, jóvenes, hombres y mujeres consagrados, futuros sacerdotes, diáconos, sacerdotes y obispos), evidenciando la importancia de dar testimonio mediante la santidad personal. Se manifiesta además el deseo de que se forme un laicado activo en la Iglesia que desarrolle sus deberes sociales con espíritu cristiano [26].

Pero el Papa no se queda solo en lo testimonial, también habla de manera muy clara y contundente del desafío y necesidad de promocionar actualmente la justicia, la paz y la defensa de los derechos humanos en África [27]. En este punto, el Papa es particularmente claro y tajante a la hora de denunciar los problemas de gobierno y corrupción en el continente africano y la necesidad de una buena gestión de los asuntos públicos: “Los problemas económicos de África se han agudizado por el comportamiento deshonesto de algunos gobernantes corruptos que, en complicidad con intereses privados locales o extranjeros, derrochan en su provecho los recursos nacionales, transfiriendo dinero público a cuentas privadas en bancos extranjeros. Se trata de verdaderos y auténticos robos, sea cual fuere la cobertura legal” [28].

Por último, hacia el final de la exhortación apostólica, el Santo Padre vuelve sobre lo que él llama “los problemas más serios” o “factores preocupantes” que afligen al continente: los jóvenes sin futuro, el flagelo del sida, las enfermedades y las guerras fratricidas con sus graves consecuencias, como carestías, epidemias y destrucciones, por no hablar de los exterminios y de la tragedia de los refugiados [29]. En este sentido, el Papa invita a que se ponga fin al nefasto comercio de las armas y a que se encuentren soluciones para las gravísimas necesidades de los refugiados. El Santo Padre no se olvida además de señalar la cuestión de la deuda internacional, demasiado gravosa para casi todo el continente, y solicita a los organismos financieros internacionales a los que competa que la disminuyan [30].

Un cuarto de siglo después de Ecclesia in Africa

Muchos acontecimientos se han vivido en el continente africano, tanto a nivel social como eclesial en este último cuarto de siglo. Algunos muy dolorosos, marcados por conflictos armados y guerras fratricidas en distintos países y regiones del continente; la corrupción, la falta de servicios; el pillaje de los recursos por las élites políticas, malas administraciones e inestabilidad política en muchos estados; catástrofes naturales, la pandemia del VIH/sida, la lucha contra la malaria, el ébola y ahora el Covid-19.

También ha habido acontecimientos que son motivo de esperanza, como la reducción de conflictos armados, procesos de paz y reconciliación en varios países y territorios, donde el rol de la Iglesia como mediador ha sido clave; la disminución a más de la mitad de la tasa de mortalidad infantil en estos últimos 25 años y el aumento considerable de la esperanza de vida promedio en el continente. Lo mismo podemos decir frente a una disminución importante de contagios de sida, como también de casos de malaria. Mejoras sustanciales en la reducción de la malnutrición, el acceso al agua potable, el analfabetismo y el acceso a la educación primaria y secundaria.

A nivel eclesial, en estos 25 años después de Ecclesia in Africa, se ha evidenciado una mayor consolidación y maduración de las iglesias locales y nacionales. La mayoría de las iglesias del África subsahariana celebraron en este cuarto de siglo su primer centenario de evangelización y el clero nativo es mayoría en sus diócesis. Lo mismo podemos decir de los obispos a lo largo de todo el continente. Las más de 20 visitas apostólicas papales en este cuarto de siglo, en más de 45 de los 54 países que conforman el continente africano, han sido verdaderos acontecimientos de renovación de la fe y evangelización para las iglesias locales; caminos de encuentro con las demás religiones y espacios de diálogo por la paz y el bien común con las autoridades en los países visitados.

En el 2009 se llevó a cabo una Segunda Asamblea Especial para África, que al igual que la primera, concluyó con una nueva exhortación apostólica postsinodal publicada, esta vez, por el Papa Benedicto XVI durante su viaje apostólico a Benín, África occidental, en noviembre de 2011. Este nuevo documento magisterial lleva por nombre Africae munus (El compromiso de África), cuyo tema principal es la Iglesia en África al servicio de la reconciliación, la justicia y la paz. Africae munus se encuentra en continuidad con Ecclesia in Africa y aspira a reforzar el dinamismo eclesial propio de la Iglesia africana e indicar el programa de la actividad pastoral en las próximas décadas de la evangelización de este gran continente, haciendo hincapié en la urgente necesidad de la reconciliación, la justicia y la paz.

Conclusiones y desafíos

A modo de conclusión, conviene volver a la pregunta que nos hicimos al inicio: ¿Sigue siendo hoy la hora de África o creemos que esa hora ya pasó? ¿Han perdido vigencia los temas, problemáticas y desafíos planteados por el Papa y los obispos de África de hace 25 años?

Después de este breve recorrido por la historia de evangelización del continente africano y de analizar el contenido de este importante documento magisterial, nos damos cuenta de que no ha perdido su vigencia y actualidad. Ha pasado un cuarto de siglo y podemos afirmar sin equivocarnos que África sigue siendo el continente del futuro, donde se están jugando las grandes preguntas y retos para la humanidad. Por su historia, su riqueza y diversidad, África está llamada a ser cada vez más el «pulmón espiritual» de la humanidad.

Tres son los principales desafíos que a mi juicio podemos resumir para esta “hora de África”, a la luz de Ecclesia in Africa. El primero es más teológico y tiene que ver con la importante relación entre fe y cultura. El desafío de la necesaria inculturación del Evangelio del que hablaba Juan Pablo II sigue vigente hoy más que nunca en el continente africano. El cristianismo solo puede convertirse en africano si está arraigado en el acto existencial de estar en África y desde allí transformar la cultura a la luz del Evangelio.

El segundo desafío es más eclesiológico: el desarrollar y concretar aún más la imagen de la Iglesia como Familia de Dios. Esta imagen pone el acento en la solicitud por el otro, la solidaridad, el calor de las relaciones, la acogida, el diálogo y la confianza. África tiene el gran desafío de edificar su Iglesia como una gran Familia, excluyendo todo etnocentrismo, todo particularismo excesivo, tratando de promover, por el contrario, la verdadera comunión entre las diversas etnias, favoreciendo la solidaridad y el compartir tanto lo personal como los recursos de las iglesias particulares.

Por último, un tercer desafío es de carácter más sociopolítico y tiene que ver con el compromiso con la justicia, la paz y la reconciliación en un continente marcado por injusticias, conflictos y divisiones. Una Iglesia reconciliada en su interior y entre sus miembros puede convertirse en signo profético de reconciliación en el ámbito social, de cada país y de todo el continente. 


Notas

[1] Juan Pablo II; Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in Africa. 1995, n. 6.
[2] Cfr. Ecclesia in Africa, n. 6.
[3] Cfr. Ecclesia in Africa, n. 30.
[4] Cfr. González, F.; Daniel Comboni en el Corazón de la Misión Africana. El Movimiento Misionero y la Obra Comboniana: 1846-1910. Ed. Mundo Negro, Madrid, 1993, pp. 153-163.
[5] González, F.; El movimiento misionero en el siglo XIX y el mundo negro-africano. En: AHIg 5 (1996), 197-220.
[6] Cfr. Ecclesia in Africa, nn. 1-5.
[7] Ecclesia in Africa, n. 6.
[8] Ecclesia in Africa, n. 9.
[9] Ecclesia in Africa, n. 11.
[10] Ecclesia in Africa, n. 12.
[11] Ecclesia in Africa, n. 15.
[12] Ecclesia in Africa, n. 16.
[13] Primera Asamblea Especial para África, 10 de abril al 8 de mayo de 1994.
[14] Ecclesia in Africa, n. 16.
[15] Ecclesia in Africa, n. 21.
[16] Ecclesia in Africa, n. 40.
[17] Ecclesia in Africa, n. 51.
[18] Ecclesia in Africa, n. 44.
[19] Ecclesia in Africa, n. 70.
[20] Ecclesia in Africa, n. 42.
[21] Ecclesia in Africa, n. 63.
[22] Ecclesia in Africa, nn. 47 y 74.
[23] Ecclesia in Africa, nn. 49.
[24] Ecclesia in Africa, n. 53.
[25] Cfr. Ecclesia in Africa, n. 79.
[26] Ecclesia in Africa, nn. 86 y 87.
[27] Ecclesia in Africa, n. 105.
[28] Ecclesia in Africa, n. 113.
[29] Ecclesia in Africa, nn. 112 -118.
[30] Ecclesia in Africa, n. 120.

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