Josefina Araos, Daniel Mansuy, Catalina Siles, Manfred Svensson. 

Instituto de Estudios de la Sociedad 

Santiago, 2025 

180 págs. 


Este es un libro bien escrito y meditado que coloca seriamente algunas objeciones a la agenda trans, es decir, a la ideología transgénero que se ha construido sobre la base de la experiencia trans. La experiencia misma de la disforia de género, es decir, de aquel deseo intenso y persistente por vivir y comportarse de una manera opuesta al propio sexo biológico que aparece en muchas ocasiones muy tempranamente en la niñez, queda fuera de este libro. Lo que se discute es la ideología que aprovecha esta experiencia como punto de referencia para elaborar una afirmación radical de la subjetividad humana. ¿Puede la libertad humana llegar hasta el punto de ignorar y deshacer el propio cuerpo? La alarma se ha encendido por los excesos de la voluntad afirmativa que promueven intervenciones clínicas con resultados inciertos o que acogen crecientemente una disconformidad de género que aparece dudosamente entre adolescentes y jóvenes que experimentan con su propia identidad en un mundo convulso. Una nota de alerta y precaución como la que ofrece este libro es necesaria. 

Manfred Svensson llama la atención sobre las limitaciones que tiene el debate sobre transgenerismo y el empeño que se ha puesto en convertir a la identidad transgénero en una categoría protegida, al abrigo de cualquier crítica bien fundada. La exigencia de no considerar la disforia de género como una patología se extiende hasta el punto de que no se puede hacer ya ninguna diferencia entre la disforia que aparece tempranamente y aquella de inicio rápido o de irrupción súbita que aparece entre adolescentes muchas veces por efecto de contagio social. Cualquier interrogante acerca del carácter afirmativo de la identidad de género se califica de discurso de odio (entre los cuales caería probablemente este mismo libro). La presión que ejercen los activistas sobre el conocimiento científico y el uso indebido de la evidencia se ha vuelto asimismo alarmante. ¿Alguien estaría dispuesto a publicar una investigación que muestre las desventajas que tiene el uso de bloqueadores de pubertad? ¿O a discutir siquiera las cifras que ubican en el 40% la probabilidad de suicidio de jóvenes trans que no son debidamente considerados? (parecidas a las cifras desmedidas sobre aborto clandestino que se hacen circular por las redes). Las dificultades para debatir serena y respetuosamente sobre transgenerismo, para calificar con honestidad la evidencia científica y encontrar las mejores respuestas sociales frente al problema, constituyen el fondo del alegato de Svensson en este libro. 

Josefina Araos, por su parte, aborda críticamente el enfoque afirmativo que subyace al diseño institucional para personas trans que permea la Ley de Identidad de Género y las Recomendaciones que emanan por doquier en el área de la educación y de la salud. El enfoque afirmativo se adelanta a reconocer la disconformidad de género bajo el supuesto de que el único problema que se enfrenta es la transfobia presente en la cultura predominante. La preocupación legítima por evitar la discriminación puede conducir a reconocimientos y transiciones demasiado rápidas y perentorias. Todo lo que se oponga a la voluntad de transitar es removido empezando por los padres que ofrecen alguna resistencia o plantean ciertas dudas. La presión afirmativa promovida a veces de buena fe, pero encabezada por una amalgama inconfundible de especialistas y activistas, ha conducido a muchos errores y excesos que requieren un tratamiento más cuidadoso. 

Catalina Siles examina la evolución del movimiento feminista hacia su momento actual de carácter transinclusivo. El feminismo de segunda ola es una crítica a la corporalidad femenina que –al decir por ejemplo de Simone de Beauvoir en El segundo sexo– ha condenado a la mujer de todos los tiempos a la maternidad y a la domesticidad y, por consiguiente, a la insignificancia histórica. El feminismo de tercera ola, por su parte, que se identifica con los escritos de Judith Butler, deja de reconocerle al cuerpo toda preexistencia frente al discurso que se imprime sobre él en conformidad con relaciones de poder que tienen como fin el sometimiento de la mujer. La teoría queer recoge el guante, aunque de una manera peculiar. Solamente existe el género en modo alguno determinado por el sexo biológico, aunque el género no es una construcción cultural y normativamente producida e impuesta, sino una convicción interior de cada cual. La teoría queer –según explica Siles– se confronta con dos limitaciones. La primera proviene de la propia experiencia trans que incluso reclama una transformación biológica del cuerpo que sea compatible con su autopercepción de género, lo que mostraría que la identidad no se reduce a una mera autoafirmación subjetiva. La segunda proviene del propio feminismo –o al menos de algunas de sus corrientes–, disgustado con la abolición de la diferencia sexual. ¿Cómo podría experimentarse la opresión femenina inscrita casi enteramente en la naturaleza peculiar de la biología femenina si acaso esa biología no existe o es superflua? No se dejan de lado tampoco las corrientes que reivindican la maternidad como un acto satisfactorio que no condena a la mujer a la subordinación ni a la insignificancia, sino que, al contrario, la convierte en la base de su vocación trascendente o por lo menos de una experiencia con posibilidades efectivas de reconocimiento y autorrealización, como sucede por lo demás en la experiencia corriente de la mayor parte de las mujeres. 

El capítulo de Daniel Mansuy discute la posibilidad de una afirmación puramente individual y arbitraria de la identidad de género. ¿Por qué un juez habría de aceptar el cambio de identidad de una persona que simplemente lo quiere hacer? ¿Y si alguien quisiera definir de esta manera su edad y cambiarla a discreción? Es evidente que aquellas identidades que están vinculadas con el cuerpo de un modo inevitable no pueden ser ni arbitrarias ni puramente individuales, requieren de una aceptación social que no puede otorgarse sino por razones fundadas y normativamente responsables. Mansuy remite la teoría posmoderna de la identidad a su raíz rousseauniana, es decir, al esfuerzo por construir la identidad personal al margen de cualquier convención social y en particular del propio cuerpo (que es aquello que los otros ven de mí), e incluso al margen del lenguaje que no puede dejar de remitir a una comunidad de hablantes. La identidad se descubriría en la intimidad del propio Yo, y aparece bajo la forma de las “Ensoñaciones del Paseante Solitario”, para decirlo con el título de una obra famosa de Rousseau. Este individualismo radical subyace a la pretensión trans de reducir la identidad de género a una convicción interior que paradojalmente, sin embargo, apela y desespera de reconocimiento social. 

La experiencia trans existe como tal y muchas de sus determinaciones reales pueden advertirse por la forma como se padece la disparidad entre sexo y género. Mucha de esa experiencia se ha acogido a una ideología de género que le ha brindado espacios de protección y reconocimiento que otros no le han proporcionado. Sin embargo, las objeciones que pueden hacerse razonablemente a semejante ideología no deberían hacernos olvidar las exigencias de atención y acogida que plantea la experiencia trans. 

 

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