Sin haber sido el rasgo más característico de la primera evangelización, el marianismo constituye una de las claves esenciales de la experiencia religiosa propiamente latinoamericana. A lo largo de todo el continente florecen santuarios y fiestas que recuerdan a la Madre de Dios con diversos nombres y rostros en sus distintas advocaciones. El artículo revisa algunos rasgos característicos que adquiere la devoción mariana en el continente y que explican su enorme fuerza evangelizadora.
Foto de portada: La Virgen de los Ángeles, también conocida como “La negrita”, es la patrona de Costa Rica desde 1782 y una de las imágenes más veneradas en el país. Su imagen fue encontrada el 2 de agosto de 1635 por una niña mulata conocida popularmente como Juana Pereira. Se encuentra en el Santuario Nacional de Nuestra Señora de los Ángeles.
Humanitas 2025, CIX, págs. 56 - 71
El surgimiento de la devoción
Si bien muchas de las imágenes veneradas en Latinoamérica fueron traídas por misioneros y conquistadores, el momento inaugural de la mayoría de las devociones han sido apariciones o hechos extraordinarios agrupados bajo el nombre de mariofonías: una imagen que se ilumina misteriosamente, otra que llora, una que se encuentra prodigiosamente en un lugar alejado y que, de manera insistente, vuelve siempre al mismo lugar; otra que a pesar de ser pequeña, pesa demasiado; que aunque esté adentro del agua, no se moja, o que fuera de ella aparece siempre mojada. Estos sucesos extraordinarios han constituido gran parte del cimiento de la fe popular mariana latinoamericana.
La aparición de la Virgen de Guadalupe en el Cerro del Tepeyac a san Juan Diego Cuauhtlatoatzin en 1531, apenas doce años después de la llegada de Hernán Cortés a México y diez años después de su conquista, fue la primera manifestación de María en el continente. Tras este evento, las mariofonías se han sucedido sin interrupción, teniendo un rol clave en la configuración religiosa del continente. En la mayoría de los casos el surgimiento de una devoción comparte patrones y contextos similares. Algunos ejemplos característicos: entre los años 1612 y 1613 en Cuba la Virgen de la Caridad fue encontrada flotando sobre una tabla luego de una gran tormenta, sus ropajes se encontraban secos; en 1630 una carreta que transportaba una imagen de la Virgen se detuvo a orillas del río Luján y, pese a los intentos de los bueyes, estos no consiguieron moverla a menos que bajaran la imagen, por esta razón debieron dejarla en el camino; en 1635 en Costa Rica fue encontrada la Virgen de los Ángeles en medio del bosque, pero cada vez que se llevaba o guardaba en otro lugar, la imagen desaparecía y volvía al lugar de la aparición. Nuestra Señora de Aparecida fue encontrada en Brasil en 1717 flotando en el río Paraíba luego de diversos intentos infructuosos por pescar, pero después de su hallazgo la pesca fue abundante; en 1747 en Honduras Nuestra Señora de Suyapa apareció bajo la alforja de un pequeño campesino mientras dormía en la montaña; a fines del siglo XVII la Virgen de Cotoca fue encontrada en el hueco del tronco de un árbol por unos esclavos que escapaban de ser enjuiciados injustamente.
María ha sido una de las principales misioneras del continente. Ella, mediación escogida para la encarnación, también ha sido mediadora para la encarnación del Evangelio en el corazón y la cultura de los pueblos de Latinoamérica, y su presencia ha facilitado la aceptación y acogida de su Hijo.
Las mariofonías han sido eventos decisivos para la evangelización. Existen datos que muestran, por ejemplo, cómo los bautizos se multiplicaron entre la población indígena en los años posteriores a la aparición de Guadalupe.[1] Lo que los misioneros buscaron con grandes esfuerzos, María lo consiguió de una forma sorprendente. Es por este hecho que se afirma que María ha sido una de las principales misioneras del continente. Ella, mediación escogida para la encarnación, también ha sido mediadora para la encarnación del Evangelio en el corazón y la cultura de los pueblos de Latinoamérica, y su presencia ha facilitado la aceptación y acogida de su Hijo.
En la actualidad se cuentan cientos de imágenes de María que tienen la fama de milagrosas y que reciben el culto y la veneración de los fieles, en torno a las cuales se han levantado santuarios que, a contrapelo de la secularización, año tras año congregan a multitudes en los días de fiesta. Hay en América Latina cerca de 250 santuarios, la mayoría de ellos dedicados a alguna advocación mariana.
De todas las manifestaciones marianas, son muy pocas, sin embargo, las que han sido reconocidas y aprobadas oficialmente por la Iglesia, como es el caso de la aparición de la Virgen de Guadalupe en México. A nivel de iglesias locales, existen en el mundo tan solo dieciséis apariciones aprobadas por obispos, seis de las cuales han ocurrido en Latinoamérica. Estas son: la aparición de Nuestra Señora del Buen Suceso entre 1594 y 1634 en Quito, Ecuador; la de Nuestra Señora de Coromoto en 1652 en Guanare, Venezuela; la de Nuestra Señora de las Lágrimas en 1930 en Campinas, São Paulo, Brasil; la Bendita Virgen de Cuapa, aparición de 1980 en San Francisco de Cuapa, Nicaragua; María Virgen Madre Reconciliadora de todos los Pueblos y las Naciones, aparecida en la Finca Betania, Miranda, Venezuela, en 1984, y la Virgen del Rosario de San Nicolás, aparecida entre 1983 y 1990 en San Nicolás de los Arroyos, Buenos Aires, Argentina. Dos de los casos mencionados cuentan con imágenes acheiropoietas, es decir, no hechas por manos humanas, como es la tilma de Juan Diego con la imagen de la Virgen de Guadalupe y un pequeño pergamino de la Virgen con el niño Jesús en brazos, entregado al cacique Coromoto en Guanare, Venezuela.
Peregrinación a la Basílica de Guadalupe. ©El País
Para la Iglesia, estas devociones han significado muchas veces un “dolor de cabeza”, puesto que desvían de la práctica tradicional de la fe. Sin embargo, también se reconocen como un “imprescindible punto de partida”[2], que, como se afirma en el Documento de Medellín, la Iglesia “acepta con gozo y respeto, […] como ‘semillas del Verbo’, y que constituyen o pueden constituir una ‘preparación evangélica’”[3], reconociéndose, más aún, como “fuerza activamente evangelizadora”[4].
El hecho de que las apariciones y otras manifestaciones sean el punto de partida de las diversas devociones evidencia que un rasgo característico de la experiencia mariana propiamente latinoamericana es que está enmarcada en un contexto de copresencialidad, a diferencia de lo que ocurre con la devoción a Cristo, cuya centralidad es la transmisión de un mensaje. Mientras los misioneros evangelizaron principalmente al modo de la catequesis, centrándose en Cristo, en sus palabras y obras presentes en el Evangelio, y en su manifestación a través de los sacramentos, el marianismo avanzó a contrapelo, con un marco y una lógica diferentes. Esta centralidad puesta en la presencia distingue también a las manifestaciones marianas de Latinoamérica de las europeas, como son, por ejemplo, la devoción a la Virgen de Fátima o la Virgen de Lourdes, donde el énfasis recae en el mensaje, el llamado a la conversión y las palabras pronunciadas, mientras que en las devociones latinoamericanas lo que importa es que María se hace presente, que está y que, al estar, valida, dignifica, realza. De este modo, la espiritualidad mariana del pueblo latinoamericano se construye a partir de encuentros y experiencias personales con su madre. Las distintas manifestaciones marianas del continente no tienen casi nunca un mensaje involucrado.
El Papa Francisco saluda a Nuestra Señora Aparecida, patrona de Brasil desde 1953, durante su visita a Aparecida el 24 de julio de 2013, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro. La imagen, que representa a la Inmaculada Concepción, fue encontrada en 1717.
En este sentido, son ilustrativas las palabras que le dijo la Virgen de Guadalupe a Juan Diego cuando se le apareció en 1531 en el cerro del Tepeyac: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?, ¿no estás bajo mi sombra y resguardo?, ¿no soy yo la fuente de tu alegría?, ¿no estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?”[5]. El mensaje principal que le entrega María a Juan Diego es señalarle que tiene una madre que lo protege y consuela, que devuelve la salud, que intercede ante su hijo, y que llora por sus sufrimientos.
El mensaje principal que le entrega María a Juan Diego es señalarle que tiene una madre que lo protege y consuela, que devuelve la salud, que intercede ante su hijo, y que llora por sus sufrimientos.
Destinatarios de las manifestaciones
Las historias de las apariciones ocurren generalmente en pequeños poblados alejados y desconocidos, cuyos habitantes y sus labores representan la situación cotidiana de los pobres del continente. Así como la Virgen de Guadalupe se le manifiesta a Juan Diego Cuauhtlatoatzin –un indígena cristianizado de los poblados cercanos a Tenochtitlán–, en todas las manifestaciones María escogería a miembros de los grupos más desfavorecidos de su época.
Así, por ejemplo, la historia de la Virgen de Luján es también la historia del Negro Manuel, esclavo africano que cuidó de la imagen hasta su muerte y que recibía y ungía a los enfermos que la visitaban; es asimismo la historia de los gauchos, troperos y negros que pasaban por aquella ruta comercial y que conformarían la cultura rioplatense. La Virgen de los Ángeles, de Costa Rica, se le aparece a una niña mulata conocida popularmente como Juana Pereira, que vivía en un lugar llamado la Puebla de los Pardos, formado como reducción para mulatos, negros libres y mestizos bajos. Se sabe que la niña que encontró la imagen sí existió, pero como se desconoce su nombre verdadero se le llama “Juana Pereira”, como homenaje a todas las campesinas de la época, cuyos nombres y apellidos más comunes eran “Juana” y “Pereira” y así extender ese honor a toda la cultura indígena y afrodescendiente de Costa Rica. En Chile, la Virgen de Andacollo fue encontrada por un indígena encomendero que trabajaba en las minas de oro de la zona y que vio en ella una protección. En Cuba, la Virgen de la Caridad se le aparece a dos hermanos indígenas, Rodrigo y Juan de Hoyos, y un pequeño ayudante afroamericano, todos ellos esclavos de las minas de cobre. En Venezuela la Virgen se le apareció al cacique indígena Coromoto, de las tribus de los Cospes, en medio de la montaña. En Brasil, Nuestra Señora Aparecida fue encontrada por un grupo de pescadores, posiblemente esclavos, en el río Paraíba; sus nombres eran Domingo Garcia, João Alves y Filipe Pedroso. En Honduras, Nuestra Señora de Suyapa o “La morenita” fue hallada por los campesinos mestizos Alejandro Colindes, de once años, y Lorenzo Martínez, de nueve años, mientras ejercían sus labores de labranza en la montaña. La Virgen de Cotoca, de Bolivia, es encontrada por unos esclavos acusados injustamente de asesinato.
Las manifestaciones de María son eventos cuyos protagonistas son generalmente miembros de grupos sociales desfavorecidos, […] son aquellos a quienes la sociedad no suele ver ni considerar, pero que María, al escogerlos, les muestra que han sido vistos y reconocidos. Ellos son los juanes y las juanas a los que, al igual que al discípulo al pie de la cruz, Jesús les regala una madre (cf. Jn 19, 27).
Las manifestaciones de María son eventos cuyos protagonistas son generalmente miembros de grupos sociales desfavorecidos, son esclavos, niños, indígenas, mestizos y mulatos, analfabetos e incluso ignorantes respecto a las doctrinas de la Iglesia, son aquellos a quienes la sociedad no suele ver ni considerar, pero que María, al escogerlos, les muestra que han sido vistos y reconocidos. Ellos son los juanes y las juanas a los que, al igual que al discípulo al pie de la cruz, Jesús les regala una madre (cf. Jn 19, 27).
Este elemento es central a la hora de desarrollarse una devoción, donde se asume y se acepta a María como madre propia, pues ella ha escogido a un igual para hacerse presente. Así, señala el Documento de Santo Domingo, “su figura maternal fue decisiva para que los hombres y mujeres de América Latina se reconocieran en su dignidad de hijos de Dios”[6], y como se señala en el Documento de Aparecida, “ha contribuido a hacernos más conscientes de nuestra común condición de hijos de Dios y de nuestra común dignidad ante sus ojos, no obstante las diferencias sociales, étnicas o de cualquier otro tipo”[7].
Los relatos de las apariciones parecen mostrar una predilección de María por los pequeños, así como su Hijo alaba al Padre por haber “ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños” (Mt 11, 25). Son los pobres, así como fueron los pastores de Belén, los primeros en escuchar, ver y comprender, y quienes permanecen fieles en medio de las tribulaciones. A ellos pertenece el reino de los cielos, a los pobres de espíritu, a los mansos, a los que lloran, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los misericordiosos, a los limpios de corazón, a quienes trabajan por la paz y los perseguidos por causa de la justicia (Cf. Mt 5, 3-12). Como afirma el Papa Francisco, solo el corazón de los pobres y los pequeños es capaz de poner su seguridad en Dios y no en sus conocimientos y riquezas, y vivir así una existencia despojada, donde puede hacerse parte el Señor.[8]
Los relatos de las apariciones parecen mostrar una predilección de María por los pequeños. […] Son los pobres, así como fueron los pastores de Belén, los primeros en escuchar, ver y comprender, y quienes permanecen fieles en medio de las tribulaciones.
Al mostrarse María a los últimos, revela el corazón de Cristo que se muestra y se configura en ellos; ella nos señala un camino de santidad que reconoce a su Hijo en los pobres a quienes pone en primer lugar, marcando así el acento que la Iglesia Latinoamericana pone en la opción preferencial por los más pobres. El marianismo latinoamericano es popular, porque ella se ha vuelto al pueblo y se ha mostrado como una similar a ellos.
María mestiza
Por ser algo completamente nuevo, el marianismo latinoamericano ha quedado asociado desde los primeros momentos con el mestizaje. Señala el Documento de Puebla, “El Evangelio encarnado en nuestros pueblos los congrega en una originalidad histórica cultural que llamamos América Latina. Esa identidad se simboliza muy luminosamente en el rostro mestizo de María de Guadalupe que se yergue al inicio de la Evangelización”[9]. María de Guadalupe es una virgen autóctona que se aparece a un mestizo semicristianizado en un lugar que fue antes santuario dedicado a Tonantzin, que significa “nuestra madre”, diosa de la fertilidad entre los aztecas.[10] Juan Pablo II, en el discurso inaugural de la Conferencia del CELAM en Santo Domingo, señalaba: “en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac se resume el gran principio de la inculturación: la íntima transformación de los auténticos valores culturales mediante la integración en el cristianismo y el enraizamiento del cristianismo en las varias culturas”[11].
Para Octavio Paz, la devoción mariana en Latinoamérica es una inversión simbólica del origen de la condición del mestizo, quien está asociado a un encuentro violento entre el conquistador español y la mujer indígena. Los hijos de aquel encuentro son engrandecidos, en María, como hijos de una madre inmaculada, pura, jamás violentada, encontrando en el símbolo mariano un consuelo para aquella traumática condición histórica. Por otra parte, la condición mestiza está marcada también por la ausencia paterna, el mestizo es un hijo natural, un guacho. El retrato de la Virgen con el niño representa aquella condición del mestizo que exalta el amor maternal en una sociedad que carece de padre. El símbolo mariano es un refugio, un consuelo, de una condición histórica que se quiere negar y olvidar. Con su devoción a María el mestizo intentaría mostrar aquello que en realidad no es, reescribir su propia historia.[12]
María les habla a sus hijos en su propio dialecto y es capaz de ser identificada como madre propia, pues, siendo madre perfecta, es una como su pueblo, igual en todo salvo en su origen.
Este elemento ha influido en la enorme facilidad para aceptar a María entre los pueblos de Latinoamérica por su condición extremadamente familiar. María les habla a sus hijos en su propio dialecto y es capaz de ser identificada como madre propia, pues, siendo madre perfecta, es una como su pueblo, igual en todo salvo en su origen.
Las diversas manifestaciones de María asumen la condición mestiza tanto en sus destinatarios como en los lugares en que tienen lugar, y en los rasgos que María tiene en las mismas imágenes, o incluso los materiales de su confección. La Negrita de Costa Rica, por ejemplo, es una pequeña estatua de 20 cm de alto, con rasgos de mestiza y que lleva al niño en los brazos. Está compuesta por tres piedras diferentes: jade, piedra volcánica y grafito. El grafito, utilizado para la coloración, sería un elemento propiamente europeo e inexistente en Costa Rica en aquella época, mientras que el jade y la piedra volcánica serían elementos propios de la zona. La técnica utilizada para su confección habría sido el cincelado en jade, técnica indígena heredada a través del mestizaje. Así, su misma composición combina elementos de dos culturas distintas para crear algo completamente nuevo. Algo similar sucede con Nuestra Señora de Suyapa, confeccionada en cedro americano, árbol propio de la zona intertropical. Conocida como la Morenita de Honduras, la pequeña imagen tiene el rostro ovalado con facciones de una mujer indígena, ojos grandes, boca diminuta y nariz respingada. La Virgen de Coromoto, por su parte, posee, al igual que el niño de sus brazos, una corona típicamente indígena y le habla al cacique Coromoto en su mismo idioma nativo.
Procesión de la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba, en el municipio Centro Habana ©Ernesto Mastrascusa/Efe. La devoción a la Caridad del Cobre, conocida como “Cachita”, ha acompañado toda la historia de Cuba desde su hallazgo, entre los años 1612 y 1613 en la Bahía de Nipe. Se cree que llegó a Cuba en 1597, en manos de un capitán de artillería a pedido del rey Felipe II.
La difusión de la devoción
Tras las apariciones o los hallazgos de las imágenes, la fama de María y de sus milagros se suele difundir de manera espontánea y asombrosa, sin mediación ni promoción alguna. Aquello que en un momento fue un altar improvisado en una humilde casa de un poblado lejano, deviene años más tarde en Basílica Menor, albergando a cientos de peregrinos y convirtiéndose en centro de celebraciones y fiestas multitudinarias. Los lugares periféricos se tornan céntricos y lo institucional se debe volcar irremediablemente hacia lo popular. Nadie puede advertir los caminos que va tomando una devoción ni la fuerza evangelizadora y simbólica que contiene, todo se encuentra en el orden de la cultura, nada es premeditado, planificado ni secuencial. El culto mariano ha tenido siempre de protagonista al pueblo, principal configurador de la piedad popular.
Aquello que en un momento fue un altar improvisado en una humilde casa de un poblado lejano, deviene años más tarde en Basílica Menor, albergando a cientos de peregrinos y convirtiéndose en centro de celebraciones y fiestas multitudinarias. Los lugares periféricos se tornan céntricos y lo institucional se debe volcar irremediablemente hacia lo popular.
La historia de la Virgen de Aparecida es una de las más asombrosas, pues en torno a su hallazgo acabó por construirse el mayor santuario mariano del mundo, contenido en un poblado que luego fue convertido en municipio y que lleva su nombre. Durante quince años la imagen encontrada quedó en la casa de uno de los pescadores, Filipe Pedroso, en un sencillo altar, pero la multitud de personas que iban a rezar y pedir la intercesión de Nuestra Señora Aparecida creció tanto que se hizo necesario trasladarla a una capilla privada. El 5 de mayo de 1743 se comenzó a construir el primer templo, el cual fue inaugurado el 26 de julio de 1745. Cien años más tarde, en 1850, ocurrió uno de los milagros más conocidos de la Virgen. Un esclavo llamado Zacarías le pidió a su amo que le permitiera rezar a los pies de la imagen; cuando este se arrodilló, sus cadenas se rompieron sin explicación dejándolo libre. Años más tarde, el 8 de septiembre de 1904, la imagen fue coronada con una corona de joyas donada por la princesa Isabel de Brasil en 1884, en agradecimiento a Nuestra Señora Aparecida por concederle descendencia, y fue vestida con un manto azul, bordado con oro y piedras preciosas, reconociendo así su realeza y poderosa protección. Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, fue proclamada Reina y Patrona de Brasil el 16 de julio de 1930, por decreto del Papa Pío XI. En 1955, se comenzó la construcción de la actual iglesia de Nuestra Señora Aparecida en São Paulo, la que fue consagrada como Basílica el 4 de julio de 1980 por el Papa Juan Pablo II durante su visita a Brasil y la declaró el mayor santuario mariano del mundo.
La pastoral garífuna le rinde honores a la Virgen de Suyapa durante la novena. Nuestra Señora de Suyapa, también conocida como “La morenita”, es patrona de Honduras desde 1925 y capitana de las Fuerzas Armadas. El Papa Francisco le otorgó en 2015 a su santuario el título de Basílica Menor.
De forma similar se han ido desarrollando las diversas devociones. Así, por ejemplo, para la Virgen de Andacollo se construyó una primera capilla de coirones, barro y amarras de cuero seco en 1580; la Virgen de la Caridad fue resguardada en una pequeña ermita hecha de hojas de guano y tablas custodiada por Rodrigo de Hoyos; la Virgen de Luján fue custodiada por el Negro Manuel en una pequeña capilla de barro y paja; o la Morenita de Honduras fue custodiada en la casa de Isabel Colindres por treinta y tres años. Pero en todos estos casos fue tal la afluencia de gente que la visitaba que surgió la necesidad de construir una capilla, luego un santuario y posteriormente templos que albergan hasta la actualidad a peregrinos de todas partes. Todas ellas han emergido primero de manera espontánea para luego ser reconocidas e incorporadas de manera oficial.
Los elementos que influyen en el alcance de una devoción son muchos, pero son centrales el evento prodigioso que da origen a la devoción, el destinatario de tal evento, la forma en que confluye la cultura local con la manifestación y la fama de milagrosa que tiene la imagen. Todos esos elementos han estado presentes en la mayoría de las manifestaciones marianas que se cuentan en Latinoamérica.
Asimismo, la imagen de María ha tenido tal eficacia integradora de clases sociales, razas y pensamientos políticos que su imagen rápidamente se tornó símbolo nacional. “Nuestra Señora Aparecida conquistó Brasil antes de que hubiera un himno en nuestro país (1822) o una bandera nacional (1889). La pequeña imagen, encontrada por tres pescadores en el río Paraíba do Sul en 1717, fue el primer símbolo verdaderamente brasileño y de alcance nacional”[13]. Ella también fue símbolo emancipatorio en la lucha por la independencia. En México, por ejemplo, el estandarte guadalupano fue tomado en 1810 por Miguel Hidalgo, provocando escándalo en los realistas que veían en aquello un sacrilegio. Poco a poco ciudades, regimientos y sociedades secretas de insurgentes llevaron el mismo nombre de la Virgen mestiza.[14] En Chile, la Virgen del Carmen fue proclamada “Patrona y Generala de las Fuerzas Armadas de Chile” por el general Bernardo O’Higgins en el contexto de la Batalla de Maipú en 1818, y en Perú la Virgen de la Merced fue proclamada “Patrona de las Armas del Perú” por el libertador José de San Martín en 1823. Durante las guerras de independencia de Cuba iniciadas en 1868, las tropas del Ejército Libertador de Cuba manifestaban gran devoción por la Virgen de la Caridad y se encomendaban a ella. Fueron los veteranos de aquella guerra quienes solicitaron al Papa Benedicto XV en 1915 que la coronara como Patrona de Cuba. La Virgen de Chinquinquirá en Colombia, la de Luján en Argentina, la de Copacabana en Bolivia y la de Quinche en Ecuador cumplieron roles similares durante los procesos de independencia.
Fiestas y gracias
El Documento de Puebla destaca la capacidad de la religión popular de congregar multitudes y de cumplir así con su imperativo de universalidad.[15] En los santuarios y fiestas se convoca a un sinnúmero de fieles, se detienen las tareas cotidianas y se crean feriados nacionales, manifestando cómo la devoción por María llega al corazón de las masas. La fuerza de las devociones marianas no queda circunscrita en el grupo de los destinatarios, en su tiempo y su entorno, sino que el pueblo, en una cadena de devoción que se extiende de generación en generación, continúa reconociendo en María a su protectora y confiándole sus alegrías y pesares.
Las formas de celebrar y acudir a la Virgen en sus distintas advocaciones se han ido desarrollando poco a poco, integrando elementos de las diversas culturas. En Andacollo, por ejemplo, los indígenas que trabajaban en las minas de oro vieron en la pequeña imagen de la Virgen encontrada una protección contra los encomenderos; a ella comenzaron a rendir los cultos y ritos que antes tributaban a las divinidades locales y al sol. Esa confluencia de culturas hizo surgir los bailes chinos, que luego fueron difundidos hacia otras zonas mineras, como sucedió con la Fiesta de la Tirana.[16] En Cuba, debido al gran sincretismo existente entre la religión católica y la religión mitológica yoruba, de origen africano, sincretismo que ha dado origen a la santería, la Virgen de la Caridad y su devoción se asocian con la devoción a Oshun, reina de las aguas dulces, los arroyos, manantiales y ríos, cuya fiesta coincide en el calendario con la Caridad del Cobre; a ella se le ofrecen girasoles y flores amarillas el día de su fiesta. Elementos similares son integrados en las distintas fiestas, como la Danza de los Matachines en las celebraciones a la Virgen de Guadalupe; la ch’alla (ofrendas a la tierra) en las fiestas a la Virgen de Copacabana; las diabladas, las procesiones fluviales o la utilización de instrumentos tradicionales como la gaita zuliana, zampoñas y charangos.
Un elemento nuclear y transversal en las diversas formas de celebrar a María es la centralidad del elemento de la copresencialidad: las peregrinaciones y las fiestas marianas son la forma en que el creyente desarrolla el culto, presentándose y dándose a conocer. En ese sentido, no basta con una oración o una invocación, es necesario ir, viajar, peregrinar, tocar, prender una vela, besar, cambiarle el manto, bailar. Así los hijos de María se presentan frente a su madre para llamar su atención y obtener su favor.
Para los destinatarios de las gracias recibidas en los santuarios, María será el símbolo de la sobreabundancia, quien da sin mirar el mérito de quien recibe. Da no a los mejores ni a los más santos, da a los últimos y más desfavorecidos. Así, en la representación popular María es el refugio de los pecadores, es la Madre que da a quien no lo merece, sin pedir nada a cambio y sin exigir retribución. Lo que importa es pedir, pedir con fe, y mostrar con signos públicos y visibles aquella fe.
Para los destinatarios de las gracias recibidas en los santuarios, María será el símbolo de la sobreabundancia, quien da sin mirar el mérito de quien recibe. Da no a los mejores ni a los más santos, da a los últimos y más desfavorecidos. Así, en la representación popular María es el refugio de los pecadores.
Bailes en honor a la Virgen de Coromoto durante su fiesta, entre el 5 y 11 de septiembre, en Guanare. La Virgen de Coromoto es una pequeña imagen estampada en un pergamino que fue entregado al cacique indígena Coromoto en una de las tres apariciones de la Virgen que tuvieron lugar entre 1651 y 1652, en la ciudad de Guanare. En 1944 fue declarada celeste y patrona de Venezuela.
Así se expresa en el Documento de Aparecida aquello que sucede en los santuarios:
Cristo mismo se hace peregrino, y camina resucitado entre los pobres. La decisión de partir hacia el santuario ya es una confesión de fe, el caminar es un verdadero canto de esperanza, y la llegada es un encuentro de amor. La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio. También se conmueve, derramando toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede. Un breve instante condensa una viva experiencia espiritual.[17]
Y continúa,
Allí, el peregrino vive la experiencia de un misterio que lo supera, no sólo de la trascendencia de Dios, sino también de la Iglesia, que trasciende su familia y su barrio. En los santuarios, muchos peregrinos toman decisiones que marcan sus vidas. Esas paredes contienen muchas historias de conversión, de perdón y de dones recibidos, que millones podrían contar.[18]
“El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio. También se conmueve, derramando toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede”. (Aparecida n. 259)
Cada mensaje colgado en las paredes de los santuarios, cada ofrenda, cada vela encendida, cada mirada que allí acontece, contiene una historia de fe y de conf ianza en María, con un hondo sentido de trascendencia; una confesión pública de fe en medio de un mundo secularizado y un camino de evangelización que ha hecho del continente un continente aún católico y mariano.
Notas
* Sofía Brahm es socióloga y editora de revista Humanitas.
[1] Cf. Farrel, Gerardo; “María en la Evangelización de la Cultura Latinoamericana”. Medellín, vol. 8, n. 32, 1982.
[2] Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la Liturgia, n. 64. En: CELAM; Documento de Aparecida. 2007, n. 262.
[3] CELAM; Documento de Medellín. 1968, PVI, p. 5.
[4] CELAM; Documento de Puebla. 1979, n. 396.
[5] Nican Mopohua, nn. 118-119. En: Discurso del Papa Benedicto XVI, Santuario de Aparecida, domingo 13 de mayo de 2007.
[6] CELAM; Documento de Santo Domingo. 1992, Conclusiones 15.
[7] CELAM; Documento de Aparecida. 2007, n. 37.
[8] Cf. Francisco; Exhortación apostólica Gaudete et exsultate. 2018, nn. 67-70.
[9] Op. cit. Documento de Puebla, n. 446.
[10] Cf. Paz, Octavio; El laberinto de la soledad. 1950.
[11] Juan Pablo II; Discurso Inaugural de IV Conferencia General en Santo Domingo, 1992, n. 24.
[12] Paz, Octavio; El laberinto de la soledad. 1950.
[13] Rodrigo Álvarez, autor de Milagres: Histórias reais sobre acontecimentos extraordinários atribuídos à intervenção de Nossa Senhora Aparecida.
[14] Watson Marrón, Gustavo; Guadalupe en la independencia de México. Pontificium Consilium de Cultura.
[15] Cf. Documento de Puebla, n. 449.
[16] Cf. Villavicencio, Gustavo; “Santuarios de América”. Humanitas n. 83, 2016.
[17] “El Santuario, memoria, presencia y profecía del Dios vivo”. L’Osservatore Romano, Ed. Española, 22, del 28 de mayo de 1999. En: Documento de Aparecida, n. 259.
[18] Op. cit. Documento de Aparecida, n. 260.