Hasta casi fines del siglo XX los anales de la historia de Chile registraban como un hecho único y casi irrepetible en nuestra vida como nación la visita que realizara al país, en la segunda década del siglo XX, un Soberano Pontífice.  Hablamos de la que tuvo lugar en los comienzos de la vida republicana, cuando Monseñor Juan María Mastai Ferreti -luego Papa Pío IX, hoy Beato Pío Nono- vino a Chile formando parte de la llamada Misión Muzi.  Diversas placas recordatorias en lugares de Santiago y del valle central registran su paso por estas tierras.  Una calle del barrio Bellavista en Santiago y uno de los más importantes puentes del río que cruza la capital, bautizados con el nombre “Pío Nono”, mantienen la memoria de ese notable episodio histórico.

Quienes crecieron en Chile antes de los años ochenta del siglo XX, no eran todavía capaces de imaginar lo que llegaría a ser el glorioso recorrido de seis días por toda nuestra geografía que habría de realizar el Siervo de Dios Juan Pablo II en abril de 1987.  Considerando la visita anterior del que luego sería Pío IX, fue ésta la segunda persona física de un Papa que pisó nuestro suelo.  El primero, entre tanto, como Papa reinante.  La memoria de aquellos momentos no se borrará jamás de los chilenos, pues marcó a fuego el alma nacional.

Un año y tres meses después de aquella apoteósica visita apostólica -hace ahora por tanto 20 años- viajaba por primera vez a Chile quien entonces actuaba como el más estrecho colaborador del Papa Juan Pablo II en cuestiones de fe y doctrina, el ya muy célebre Cardenal Joseph Ratzinger.

Su venida no pasó por cierto desapercibida para los medios de comunicación chilenos.  La figura del Cardenal Ratzinger era ya mundialmente reconocida como la de una gran autoridad en la Iglesia.  El contexto internacional y latinoamericano vivía en esos momentos las últimas tensiones de la guerra fría.  La influencia de alguna de las grandes ideologías del siglo se dejaba todavía sentir al interior de sectores eclesiásticos.  Permanecía muy vívido aún, el recuerdo del paso de Juan Pablo II entre nosotros.

Por espacio de una semana los chilenos pudieron entonces gozar, en ese mes de julio de 1988, del magisterio de una de las inteligencias más poderosas y preclaras de nuestro tiempo.  Diversos auditorios, entre los cuales el Salón de Honor de la Pontificia Universidad Católica de Chile, se repletaron para escucharlo.  La fuerte actualidad que el lector constatará en las enseñanzas que el Cardenal Ratzinger prodigó por aquellos días, nos hace una vez más presente el “nova et vetera” de lo que realmente nace del Evangelio.

Para afincar la memoria de ese inolvidable acontecimiento ocurrido dos décadas atrás, cuando otra vez la persona física de alguien que sería sucesor de Pedro caminó por nuestras calles y enseñó en nuestras aulas e iglesias -el Cardenal Joseph Ratzinger, desde abril de 2005 Papa Benedicto XVI-, hemos recuperado de los archivos sus palabras y se las ofrecemos hoy a nuestros lectores como un obsequio de Navidad.

Al hacerlo, Humanitas ha querido sobre todo rendir un humilde homenaje de fidelidad y agradecimiento a la cátedra de Pedro en la persona de su venerado sucesor, nuestro Papa Benedicto XVI.

Jaime Antúnez Aldunate

Director de Humanitas

Santiago de Chile, 25 de Diciembre 2008

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