El 20 de marzo, en el auditorio de la Pastoral UC, Campus San Joaquín, se llevó a cabo el panel “Santidad en clave femenina. Conversatorio sobre santas europeas que hicieron lío”, organizado por la Facultad deTeología, la Dirección de Pastoral y Cultura Cristiana y revista Humanitas. La profesora Allende inició su presentación sobre Hildegard von Bingen, reproduciendo la obra “Responso O vis aeternitatis”.
En 1987 Cesare Marchi, destacado periodista, escritor y personaje de latelevisión italiana, escribió un interesante libro llamado Grandes pecadores, grandes catedrales [1] donde abordaba la gestación de la construcción de las más importantes catedrales de Europa Centralcomenzadas en la Edad Media. Su texto parte así: “La Edad Media está demoda. En los últimos tiempos, historiadores y escritores han desatado una ola de interés y simpatía hacia una época calumniada y vilipendiada”. Al parecer tenía mucha razón, puesto que la década de los 80 del siglo pasado fue testigo de una explosión de textos que abordaron la Edad Media desde una perspectiva totalmente distinta a lo que conocíamos. Esta época, hasta entonces circunscrita a las Cruzadas o ala Inquisición, fue redescubierta en la segunda mitad del siglo XX y con ella a muchas mujeres y hombres que cumplieron roles fundamentales entodas las áreas del conocimiento. Fue significativo cómo comenzaron asonar nombres hasta ese momento ignorados por los textos de historia.
Siguiendo a Marchi, subrayo una hermosa frase que hace alusión al nombre de esta época, a la supuesta oscuridad que hay entre la Edad Antigua y la Moderna. Él señala: “Si la Edad del Medio fue una larga noche, más de alguno habrá observado que en esa noche brillaron las estrellas”. Muchas de esas estrellas fueron mujeres y eso sí que fue una novedad para el siglo XX. En ese contexto de revisión de la historia, cuando la mirada fue dirigida hacia los espacios privados y no solo a los públicos, se nos reveló Hildegard von Bingen, a quien desde el año 2012 podemos llamar santa Hildegard, Doctora de la Iglesia.
En 1980 Régine Pernoud, destacada historiadora francesa, la mencionó en su libro La mujer en la época de las catedrales [2], junto a otras mujeres notables, dedicándole un capítulo llamado “Un nuevo tipo de mujer: la religiosa”. En 1994, muy cerca de cuando se cumplirían 900 años del nacimiento de esta abadesa alemana, la misma autora le dedicó un libro entero [3], que en su subtítulo señala: Una conciencia inspirada del S. XII.
Desde entonces, los estudios, revisión de su obra, interpretación de su música y los vínculos con otras mujeres de su época o de siglos posteriores no han cesado.
La pregunta es ¿por qué nos resuena tanto su vida aun cuando esta se desarrolló tan lejos en el tiempo y el espacio?
Antes de entrar en ello, mencionaré algunos datos para ubicarla en la historia y ubicarnos en su historia. Hildegard perteneció a una familia de nobles y fue entregada por sus padres, como diezmo, a los ocho años, a la orden benedictina, al cuidado de Jutta, hija del Conde de Spanheim. Su ingreso al convento fue posible gracias a que pertenecía a la nobleza, mediando para ello una importante dote que la familia entregaba al monasterio.
Treinta años después se convirtió en abadesa como sucesora de Jutta, cuando esta murió, asumiendo la responsabilidad del cuidado de sus hermanas en Cristo. Sin embargo, el verdadero vuelco de su vida lo experimentó a los 43 años (imaginemos que esta edad en el siglo XII está cerca del límite de la esperanza de vida de una persona que ha sobrevivido los 20 años). Fue en ese momento que, con la venia de la máxima autoridad eclesiástica, el Papa Eugenio III, y con la recomendación nada menos que de Bernardo de Claraval, comenzó a relatar, representar visualmente y escribir las visiones que había tenido desde los cuatro o cinco años.
Sus visiones y el conocimiento adquirido a través de la experiencia, los plasmó en sus tres obras más célebres, en el llamado Tríptico visionario.
Pero revisar la vida de una persona notable del pasado no es solo para acumular datos y admirarnos desde fuera de sus hazañas. Entramos en la historia de esta abadesa para preguntarnos ¿qué me dice esta mujer extraordinaria ahora?, ¿por qué su vida y acciones son cada vez más potentes a siglos de su nacimiento? Propongo algunas respuestas. Seguramente quienes saben mucho más sobre Hildegard tendrán otras que nos resuenen. Porque la historia nos debe resonar, ¿verdad?
En el libro Mujeres trovadoras de Dios. Una tradición silenciada de la Europa medieval [4], publicado en 1988, hay un gran capítulo dedicado a nuestra abadesa. Las autoras, académicas francesas, nos dan importantes luces sobre su vida y su entorno. Hildegard vivió en pleno siglo XII, una época luminosa donde “la globalidad todavía está indisociada”. Es decir, los saberes se integraban para dar respuestas a las interrogantes que en ese momento eran pertinentes. En el caso de la Sibila del Rhin, como también se la llamaba, sus escritos mezclan estudios de la naturaleza, la medicina y la teología. Además, tenemos su obra poética y musical perfectamente ensamblada en los 77 cantos y el drama litúrgico Ordo Virtutum –el orden de las virtudes– que nos ha legado. ¿Acaso no es eso una forma de interdisciplina? ¿La necesidad de acudir a diversos saberes para responder a preguntas que parecieran pertenecer a uno solo? Sus visiones integran la historia natural y la historia santa; la cosmología y la escatología, el origen y el fin. Hoy en día, en la academia, la interdisciplina es fundamental. Cada vez tenemos una mayor convicción de que las respuestas no pueden provenir desde una sola mirada, desde un solo foco. Necesitamos los distintos saberes para generar respuestas creativas que se abran a nuevas preguntas. ¿Acaso no es eso lo que identifica la vida de esta santa? Solo que ella lo hizo hace 900 años, también en un momento en que la sociedad la incentivaba a ello.
Otro aspecto que me gustaría señalar aquí es su capacidad para desenvolverse proactivamente dentro de un sistema jerárquico, con reglas muy estrictas, como lo es el estilo de vida monacal.
Hildegard actuó con libertad sin ser rupturista, haciendo siempre lo que ella consideraba correcto y necesario sin salirse del marco que le imponía su condición de religiosa llevando a cabo ideas audaces por el –así decirlo– conducto regular. Estando en el convento regido por los monjes benedictinos, Hildegard se vio en la necesidad de independizarse de ese monasterio y fundar uno aparte solo con monjas. Esto se hizo realidad con gran disgusto de los monjes que, a esas alturas, no solamente se quedaban sin las dotes de las monjas que ingresaban al convento, sino también sin los beneficios que dejaban los múltiples peregrinos que acudían a esta notable mujer, en busca de consejo y sanación. Unos años después fundaría un segundo convento al otro lado del Rhin, lo que le significó mayores responsabilidades y esfuerzos. Ello se hacía más cuesta arriba si consideramos que Hildegard siempre tuvo una salud muy precaria y los dolores la acompañaron toda la vida.
Para hacer estos cambios no entró en conflicto con nadie, al menos no oficialmente; todo lo contrario, “gestionó” con mucha habilidad las donaciones que le permitieron concretar tan grande empresa.
Hildegard tenía 50 años cuando se apartó de la comunidad de monjes y 67 cuando fundó un segundo monasterio cerca de Bingen. Esta capacidad de gestión y de interactuar con personas de toda la sociedad –peregrinos, monjes, comunidades, obispos, emperadores, Papas– le permitió abrir un camino no recorrido antes por una mujer en Occidente.
A propósito de interacción, uno de los aspectos que más impresionaron en el siglo pasado cuando se comenzó a develar la vida de esta monja fue la relación epistolar prácticamente horizontal que sostuvo con papas, emperadores y obispos. Todo un mundo masculino y de poder que la escuchó, y no solo eso, solicitó recurrentemente sus consejos. A ella, fiel a la transparencia y franqueza que la caracterizaba, no le temblaba la pluma para decir lo que pensaba. Uno de los ejemplos de esa manera de proceder es la famosa carta enviada al entonces rey y después emperador Federico Barbarroja cuando este entró en conflicto con el Papa. Les comparto un extracto de ese mensaje:
Oh rey, es imperativo que tengas previsión en todos tus asuntos. Pues en una visión mística te veo como un niño pequeño o un loco. Sin embargo, aún tienes tiempo para gobernar los asuntos mundanos. Cuídate, pues, de que el Rey todopoderoso no te derrote por la ceguera de tus ojos, que no ven correctamente cómo sostener la vara del buen gobierno en tu mano. Cuida de no actuar de tal manera que pierdas la gracia de Dios.
O aquella enviada a los prelados de Maguncia, quienes la castigaron, a ella y a su comunidad, con la prohibición de hacer música, por haber dado sepultura y servicio religioso a un hombre que, según aseguraban, no se había confesado. Su respuesta fue tan elocuente y firme que primó sobre una autoridad ejercida con reglas ciegas y sordas.
Partitura del "Ordo Virtutum", Códex de Wiesbaden. Biblioteca Estatal de Hesse, Wiesbaden, Alemania.
Son muchas las cartas que nuestra abadesa escribió –hay libros que las han compilado– ya dando consejos, predicando o compartiendo sus saberes. Los destinatarios son en su mayoría hombres, y de ellos una gran cantidad de autoridades civiles y eclesiásticas. También las hay aquellas dirigidas a monjes, monjas y a comunidades que requerían de su consejo. Viajó, a pesar de su salud delicada, a predicar donde se le requería.
Al conocer esta faceta de Hildegard –sus certeros y asertivos escritos y sus numerosos viajes–, no puedo dejar de pensar en nuestra vida académica y las responsabilidades que ella conlleva. ¿Acaso nuestras tareas fundamentales no son expresar, compartir y generar nuevo conocimiento a través de la investigación, creación fruto de esas experiencias? ¿No lo es también tener una voz firme y clara cuando nos toca estar en un espacio de diálogo y toma de decisiones en los comités, comisiones y consejos en los que nos toca participar en nuestra vida universitaria? La actitud consecuente y valiente que siempre mostró Hildegard en su vínculo con su comunidad y la sociedad de su tiempo no nos puede dejar indiferentes.
Retornando a las ideas planteadas por el libro Mujeres trovadoras de Dios, hay un aspecto muy vigente en nuestra relación con el conocimiento y que esta santa lo manejó de manera magistral. Se trata de la presencia y equilibrio entre la teoría y la práctica, entre las ideas profundas emanadas de sus visiones y lo tangible transformado en experiencia vital de la comunión con Dios. Este sello que Hildegard instaló en su vida religiosa lo tomaron luego otras mujeres místicas y consagradas en siglos posteriores. Las más cercanas en el tiempo son las beguinas, cuya acción tuvo lugar en el siglo XIII. Ellas fueron más allá, al llevar una vida religiosa fuera de los conventos y tampoco tenían que pertenecer a la nobleza para ingresar a las comunidades, entre otras características que no analizaremos aquí. Las menciono para subrayar el hecho de que la conjunción entre las ideas y la experiencia fue un estilo de vida religiosa que Hildegard inició y otras continuaron.
Prueba de ello es la obra poética-musical que concibió a partir de sus visiones canalizadas en las melodías de los cantos que compuso. Dejo este tema para el final porque creo que fue uno de los aspectos que nos muestran con la mayor de las claridades que era una mujer que llevaba en sí la armonía, entendiendo por ello la unión de contrarios; en este caso sus visiones y la materialidad del sonido. Ella afirmaba que “cada elemento tiene, como ha ordenado Dios, un sonido propio. Juntos resuenan como el verso acompañado de la cítara, en una única armonía”.
Estas ideas están en plena sintonía con los escritos de Boecio cuando, en el siglo VI, clasificaba la música en mundana, humana e instrumental. La mundana es aquella que no podemos oír, es la que provocan las esferas celestes en su movimiento continuo. Esa música solo la puede escuchar Dios. La humana es la armonía celeste manifestada en el cuerpo humano, aspecto que Hildegard manejaba a través de sus estudios de medicina. Finalmente, la música instrumental que es lo que hoy en día llamamos música a secas, es decir, el sonido organizado voluntariamente por el ser humano. Este concepto fue plasmado en los maravillosos 77 cantos a una voz y el drama litúrgico ya mencionado, Ordo Virtutum.
En este ámbito de su obra nuevamente se nos muestra una Hildegard propositiva, que le da una vuelta a lo establecido. Las canciones de la abadesa presentan una organización musical distinta a la del canto gregoriano que es hasta el día de hoy el canto oficial de la Iglesia Católica. Tampoco la distribución de los textos sigue el orden del Año litúrgico. Sus composiciones hablan de la Virgen, de la Iglesia, del ser humano, del universo, de Dios en un orden dispuesto por ella y sus visiones, utilizando una notación musical propia.
También el estudio de su música y poesía ha sido una importante fuente de investigación donde se les analiza tratando de desentrañar esta nueva manera de concebir un canto sacro, en pleno siglo XII. La música era esencial para esta religiosa. Y el canto representaba la constante recuperación de esa voz celestial que Adán había perdido cuando fue expulsado.
El universo es sonido, el cuerpo humano también lo es. La misión casi obligada es plasmar esa armonía celestial y humana a través de la música, porque no olvidemos lo que ella misma nos dice: “el alma es una sinfonía”.
Notas
[1] Título original: Grandi peccatori Grandi cattedrali. Publicado enespañol por Seix Barral, Barcelona, 1988.
[2] Título original: La femme au temps des cathédrales, publicado enespañol en 1982 por Ediciones Juan Granica, Barcelona.
[3] Título original: Hildegarde de Bingen: conscience inspirée du XII.Le Grand livre du mois, 1994. Hildegarda nació en 1098.
[4] Título original: Femmes troubadours de Dieu, escrito por GeorgetteEpiney-Burgard y Emilie Zum Brunn.