Ambos nacieron en Italia en el siglo XIX, sin embargo, sus peregrinajes de vida fueron disímiles, así como también los procesos que los llevaron a la santidad. Estos dos nuevos santos fueron canonizados este domingo 9 de octubre en Roma: Giovanni Battista Scalabrini, misionero y fundador, y Artemide Zatti, enfermero y salesiano coadjutor.

 Distintas vías para la santidad

Respondiendo a una solicitud de los scalabrinianos y de las conferencias episcopales de todo el mundo, el Papa Francisco dispensó a Juan Bautista Scalabrini del requisito habitual de canonización de un milagro atribuido a su intercesión después de la beatificación. De acuerdo con el Dicasterio para la Causa de los Santos, “dado el contexto del mundo de hoy” y el “trabajo y la dedicación a los migrantes” del Beato Scalabrini, la orden “propuso a su fundador como candidato para la veneración universal de la Iglesia, así como protector especial y patrono celestial de los migrantes y refugiados”.

La causa del Beato Zatti, en cambio, siguió el proceso normal. En abril, el Papa Francisco firmó el título reconociendo la intercesión del Beato Zatti en la curación inexplicable que tuvo lugar en Filipinas, en agosto de 2016, de un hombre que había sufrido un accidente cerebrovascular isquémico, acompañado de otras complicaciones.

canonizacion

Juan Bautista Scalabrini, apóstol de los migrantes

El Beato Scalabrini nació cerca de Como, Italia, en 1839 y fue ordenado sacerdote en 1863. Pidió permiso a su obispo para unirse al Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras, pero el obispo lo asignó a enseñar en el seminario diocesano.

El Papa Pío IX lo nombró obispo de Piacenza en 1876, cuando solo tenía 36 años. El mismo Pío IX lo llamó "apóstol del catecismo", por haber dado gran importancia a la educación cristiana de base, lo que le llevó a fundar la primera revista de catequesis en Italia.

Vi trescientos o cuatrocientos individuos pobremente vestidos, divididos en diferentes grupos (...) Eran viejos encorvados por la edad y las fatigas, hombres en la plenitud de la virilidad, mujeres que llevaban detrás o cargaban con sus hijos, niños y niñas, todos hermanados por un mismo pensamiento, todos dirigidos hacia un objetivo común. Eran emigrantes.

En 1887 fundó los Misioneros de San Carlos, comúnmente conocidos como los Padres Scalabrinianos, para la asistencia a los emigrantes y en 1901 él mismo se embarcó en Génova para unirse a los emigrantes italianos en Estados Unidos. También fundó la rama femenina de las Misioneras de San Carlos (1895) y fue uno de los pioneros en el estudio del fenómeno migratorio en la Iglesia. También está su mano en una de las primeras leyes italianas sobre el tema, promulgada en 1901. A los diez primeros misioneros que partieron hacia América, en julio de 1888, les dijo: “El campo abierto a vuestro celo no tiene fronteras. Hay que levantar templos, abrir escuelas, construir hospitales, fundar jardines de infancia. Ahí están, por fin, las miserias sobre las que hacer descender las benéficas influencias de la caridad cristiana”.

Cuando Juan Scalabrini murió, el 1 de junio de 1905, solemnidad de la Ascensión, su testimonio era ya indeleble. Fue Juan Pablo II quien lo proclamó beato en 1997.

Durante la Santa Misa de canonización el Santo Padre Francisco recordó también el deber que tenemos con aquellos que hoy se ven obligados a emigrar:

Visitando las parroquias de las diócesis, descubrió que más del 10% de las personas se sentían obligadas a emigrar, según su biografía vaticana. De hecho, entre 1875 y 1915 emigraron casi 9 millones de italianos, la mayoría con destino a Brasil, Argentina o Estados Unidos. Las obras que nacen de su iniciativa pastoral son muchas, pero son los migrantes los que le conmueven.

El obispo Scalabrini, que fundó dos Congregaciones para el cuidado de los migrantes, una masculina y una femenina, afirmaba que en el caminar común de los que emigran no había que ver sólo problemas, sino también un designio de la Providencia: “Precisamente gracias a las migraciones forzadas por las persecuciones ―decía― la Iglesia cruzó las fronteras de Jerusalén y de Israel y se hizo ‘católica’; gracias a las migraciones de hoy la Iglesia será un instrumento de paz y comunión entre los pueblos” (cf. L'emigrazione degli operai italiani, Ferrara 1899). Hay una migración en este momento, aquí en Europa, que nos hace sufrir tanto y nos mueve a abrir el corazón. La migración de los ucranianos que huyen de la guerra. No nos olvidemos hoy de la Ucrania martirizada. Scalabrini miraba más allá, miraba hacia el futuro, hacia un mundo y una Iglesia sin barreras, sin extranjeros.

Artémides Zatti, santo de la Patagonia Argentina

Nacido en la ciudad de Reggio Emilia, en el norte de Italia, en 1880, el beato Zatti y su familia emigraron a Bahía Blanca, Argentina, cuando era niño. A los 19 años ingresó a los salesianos y comenzó la preparación para el sacerdocio. Sin embargo, se vio obligado a abandonar sus estudios tras enfermar de tuberculosis.

Después de hacer un voto a María Auxiliadora de servir a los enfermos y a los pobres por el resto de su vida si sanaba, el Beato Zatti cumplió su promesa y, después de profesar sus votos como salesiano coadjutor en 1908, trabajó en un hospital dirigido por los salesianos, donde se desempeñó durante más de 40 años como farmacéutico, enfermero y asistente de quirófano, además de manejar el presupuesto y el personal del hospital.

Él se entregaba a los demás sin cálculo ni medida, pues veía en cada enfermo al Señor mismo. Sus "ordenes" a la enfermera han quedado en las memorias de todos: "Prepare un lecho para el Señor", "¿Tienes sopa caliente y vestidos para un Jesús de 10 años?". Una vida desbordante de bondad y de dulzura, a tal punto que todos llamaban a esta bella figura de salesiano coadjutor "un ángel que se hizo enfermero".

Curado de la tuberculosis, dedicó toda su vida a saciar las necesidades de los demás, a cuidar a los enfermos con amor y ternura. Se dice que lo vieron cargarse sobre la espalda el cadáver de uno de sus pacientes. Lleno de gratitud por lo que había recibido, quiso manifestar su acción de gracias asumiendo las heridas de los demás. (Francisco, Santa Misa de canonización).

En 1950, se cayó de una escalera y tuvo que guardar reposo. Al cabo de unos meses, aparecieron los síntomas del cáncer. Murió el 15 de marzo de 1951. Juan Pablo II lo beatificó el 14 de abril de 2002. En aquella ocasión el Papa señaló: “Sus casi cincuenta años en Viedma representan la historia de un religioso ejemplar, puntual en el cumplimiento de sus deberes comunitarios y dedicado totalmente al servicio de los necesitados. Que su ejemplo nos ayude siempre a ser conscientes de la presencia del Señor y nos lleve a acogerlo en todos los hermanos necesitados”.

El enfermero más querido de Viedma y la Patagonia se convierte en el primer santo rionegrino y el primer salesiano no sacerdote en convertirse en santo de la Iglesia Católica.

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Discurso del Santo padre Francisco durante la audiencia a los salesianos


Fuentes: VDM noticias, Vatican News, ACI Prensa

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