Alejandro Sada, Tracey Rowland, Rudy Albino (Editores)

Ediciones Encuentro

Madrid, 2023

523 págs.

Veinte autores recorren veintidós filósofos que cubren el espacio de veinticinco siglos, de la mano de uno de los mayores teólogos del siglo XX. Este, Joseph Ratzinger, tiene en su diálogo con aquellos veintidós siempre un modo de invitar a la amplitud del logos, a veces enriqueciendo junto y a través de ellos su reflexión teológica; en otros casos, por medio de la confrontación, encontrando por esta vía refuerzo para la misma.

Hay que advertir que no todos los veinte autores alcanzan el mismo nivel en sus trabajos, debiendo una mirada crítica apuntar la existencia de un terreno disparejo en el conjunto del libro. Con todo, es ciertamente loable el esfuerzo de haber reunido a veinte jóvenes, con posgrado en diversas universidades del mundo (siendo la Universidad de Múnich la que reúne más entre estos doctores), docentes asimismo en universidades de Europa, Estados Unidos, Latinoamérica y Australia –país de origen de una de las editoras del libro, la conocida profesora Tracey Rowland–, abocados de manera apreciable al estudio de la obra de Ratzinger.

Los veintidós capítulos pueden leerse separadamente, ya que el libro carece de una ilación que invite u obligue a seguir argumentos que enlacen los unos con los otros. Su trabazón radica más bien en algo así como la voluntad de los autores, por cuanto, cabe observar, todos ellos especialistas en filosofía, han consagrado parte importante de su estudio al conocimiento de la obra del eminente teólogo Joseph Ratzinger. Ese esfuerzo nos sitúa de suyo ante la mutua dependencia de teología y filosofía que atraviesa los veinticinco siglos que comprende este espectro, y que se hace particularmente fuerte en los grandes autores de la alta y baja Edad Media.

A la hora de singularizar algunos trabajos, pueden señalarse cuatro, por su mayor calidad, y dos, por su oportunidad. Por lo primero son dignos de atención los capítulos que abordan el positivismo en dos autores, Augusto Comte (“Ciencia, Razón y Religión”, Euclides Eslava) y Ludwig Wittgenstein (“El alcance de la razón”, Tracey Rowland), descubriéndose con sorpresa cuánto Ratzinger se ocupó de este filósofo austríaco, profesor en Oxford, que vivió en la primera mitad del siglo pasado. Son asimismo bien destacables los dos trabajos de Alejandro Sada (otro de los editores) sobre Sartre y Camus. Viene señalado que ambos constituían una sola reflexión sobre Ratzinger y el existencialismo –filosofía muy gravitante en el siglo XX, sobre todo después de la Segunda Guerra–, por lo que su separación no impide aquí mantener esa ilación que en general se echa de menos. Son páginas sustanciosas, en que quedan bien explicados los fundamentos del existencialismo, y la conocida contraposición a este de Joseph Ratzinger, quien vio en la libertad “existencial” desprendida y ajena a una naturaleza dada, la raíz del liberalismo y del relativismo que impregnó el pensamiento occidental de su tiempo, hasta llegar a titularlo en su famosa homilía de la misa pro eligendo pontifice, en 2005, de “verdadera dictadura”.

En cuanto a los dos trabajos singularizables por su gran oportunidad, dicen estos relación con dos nombres contemporáneos, muy conocidos y verdaderos amigos de Joseph Ratzinger, como son Josef Pieper y Robert Spaemann, ambos muy leídos también en Chile; el segundo, Spaemann, Doctor Scientia et Honoris Causa por la Pontificia Universidad Católica de Chile (1998), miembro del Consejo de Humanitas, honró las páginas de la revista con numerosas publicaciones. Si la primera y muy cercana amistad –de la cual en este capítulo se conocen detalles de mucho sabor– corresponde sobre todo al período en que Ratzinger ejerció su cátedra en la Universidad de Münster (1963-66), la ciudad donde Pieper siempre vivió, la segunda, mientras tanto, tiene su origen en el período de Ratzinger en Tubinga (1967), se prolonga en Múnich, donde se traslada a enseñar Spaemann, mientras Ratzinger es arzobispo, y luego se proyecta en Roma por la estrecha colaboración de este filósofo con el trabajo del Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

La autora del capítulo sobre Pieper, Gerl-Falkovitz, cuenta de la relación entre estos dos hombres a quienes separaban 25 años, así como de la convivencia regular de un grupo de pensadores y docentes en la residencia de Pieper: “Durante un tiempo en los años sesenta, se nos permitió sentarnos juntos todos los sábados al lado de su chimenea y buscar el conocimiento entre nosotros en un pequeño círculo de amigos”, le escribe Ratzinger a Pieper cuando este cumple 70 años. Tenía este un hondo conocimiento de la filosofía moderna, pero no habría cómo adscribir su “antropología filosófica” ni al neokantismo, ni a la fenomenología, ni al neotomismo; en cambio sí reconocer en ella su lectura muy actual de Platón y Aristóteles, así como de Agustín y Tomás. Como inspiradores teológicos de su pensamiento puede reconocerse a Romano Guardini y Erich Przywara SJ.

Hace mucho sentido y tiene particular fuerza lo que Ratzinger declara cinco años más tarde, en un homenaje con ocasión del septuagésimo quinto aniversario de Pieper, a quien ya ahora llama maestro: “Usted ha mantenido el programa de que la filosofía es la reflexión sobre el todo y la búsqueda del todo en un mundo de especializaciones que se ha convertido, casi por definición, en un rechazo del todo y, por tanto, en un rechazo de la filosofía, y con ello se ha paralizado a sí misma”.

Otras comunicaciones entre estas figuras del pensamiento en la Alemania del siglo XX hacen referencia a los dos tratados de Josef Pieper sobre las virtudes, uno dedicado a las “virtudes cardinales” y otro a las “virtudes teologales”. Se testifica el profundo reconocimiento de Ratzinger al autor de esas obras, y se muestra cómo en la primera encíclica de Benedicto XVI, Deus caritas est, queda asumida la idea sobre el amor desarrollada por Pieper en el segundo de dichos tratados.

En cuanto a Spaemann, reconocido como uno de los grandes filósofos alemanes del siglo XX y XXI, el autor, Schaller, se detiene mayormente en dos temas, el de la conciencia y el del nihilismo banal. “La conciencia es un órgano y no un oráculo”, es un deber formarla y dar cuerpo a la racionalidad moral, que intensifica la disposición de la persona hacia el bien. Ratzinger adopta la explicación conceptual de Spaemann. En cuanto al nihilismo, recoge y asume también en su propio análisis la preocupación del filósofo respecto de la sociedad posmoderna que contrapone democracia y valores, cuyo soporte fundamental es el “bienestar”, con un carácter nihilístico.

Otros filósofos, desde los griegos, pasando por cumbres de la filosofía cristiana –Agustín, Tomás, Buenaventura–, atravesando el idealismo de la mano de Kant y Hegel, la modernidad con Marx y Nietzsche, la más reciente búsqueda del ser con Heidegger y Edith Stein, el relativismo con Kelsen, Rorty y Rawls, ofrece un amplio elenco que, en contrapunto con Ratzinger, recorre, en más de quinientas páginas –con notoria ausencia de Descartes–, un espectro muy amplio que ilustra, recuerda y convida a pensar.

Jaime Antúnez

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