La Divina Comedia es una poesía esencialmente bíblica y por tanto profundamente humana y divina. Así que esta lectura psicológica del poema no supone un secuestro del Dante cristiano. El libro es un deleite para los ojos, descubre el tesoro humanista de Dante y hace desear volver una vez más a su lectura que es, en definitiva, la intención y el deseo de los autores.

No es que no haya chispa alguna de esa inquietud trascendental en Shakespeare, ni mucho menos, pero el mundo en donde el formidable poeta inglés se muestra maestro incomparable es el mundo del más acá, o el mundo del borde entre el más acá y el más allá.

Una de las ventajas de Shakespeare es que sus obras teatrales (o muchas de ellas) tienen existencia asegurada (y legendaria) en los escenarios y pantallas de países de habla inglesa. Su poesía se mantiene más viva que nunca en el teatro, y también gracias a la vasta audiencia a través de adaptaciones cinematográficas y versiones de calidad para la televisión. En Inglaterra y Estados Unidos no es difícil tener contacto directo, en vivo, con su obra, y por supuesto, a Shakespeare hay que conocerle en el escenario, no sólo en la lectura.

Una de las ventajas del poeta florentino es que basta coger su Divina Comedia, sentarse en un buen sillón y, sin esperar a nadie más, ni actores ni directores ni productores, abrir el libro y dejarse absorber por el viaje fascinante al más allá de la muerte, del infierno al purgatorio y por fin, al paraíso. Pecadores todavía impenitentes entramos de la mano de Dante, como él lo hizo con otra guía amorosa en el cielo, y somos transportados hasta el trono de la Trinidad cristiana sin movernos del asiento doméstico.

¿Hay todavía algún cristiano que no haya al menos intentado este viaje al Absoluto? ¿Hay algún creyente que todavía no haya escogido la guía clásica de Dante Alighieri? Una sola lectura parece persuadirnos de que es casi imposible ser cristiano sin haber gustado su Comedia, porque son característicos del vivir cristiano la tensión y el entusiasmo escatológico que permea el famoso poema. Desde este último punto de vista, el libro de Dante es aún más poderoso que las Confesiones de san Agustín aunque tenga menos lectores. Aparte de la Sagrada Escritura, yo no conozco otros libros que sean más placentera y profundamente cristianos.

Viajar con Dante

He tenido el placer de acompañar a Dante en su peregrinación de ultratumba varias veces, de la manera que he podido, en traducciones inglesas, en fragmentos de alguna vieja versión española, siempre con paradas obligatorias para consultar el italiano del poeta en pasajes de particular belleza o profundidad que abren el apetito de tal manera que el lector desearía poder saborear las palabras y los sonidos originales de su poesía.

Dante me ha acompañado en jornadas de sosiego espiritual con tiempo para la meditación y la imaginación sobre el texto, aunque mi última lectura fue en medio de una actividad tan prosaica como un viaje en automóvil, durante el cual la terza rima iba saliendo, en una moderna traducción inglesa, por los diminutos altavoces. Las imágenes familiares del paisaje de Nueva Inglaterra, la seguridad mecánica de las autopistas modernas, los árboles de siempre que ya no tienen la cualidad poética y misteriosa del bosque de la vida sino de artificio humano, resaltaban el mundo creado por la imaginación del gran poeta.

Como el borracho que va y vuelve a la barra de su placer, así vuelve el lector a Dante, deseoso de beber de nuevo la poesía como si fuera la primera vez y embeberse de su espíritu. La primera vez que leí la Divina Comedia no podía comprender que hubiese gente (sobre todo cristianos) que nunca la hubieran leído. Shakespeare, aunque abierto al más allá y muchas veces en el borde entre ambos mundos, a veces de manera admirable y sin perder nada del estupendo realismo terrenal anglosajón, es maestro genial en la psicología humana profunda pero bien cauteloso a la hora de entrar en ámbitos más elevados del espíritu cristiano.

Ese mundo en Shakespeare es una realidad intimada, en ocasiones con una fuerza monumental, pero no destapada del todo como si la fragancia fuera por alguna razón contenida dentro del frasco permitiendo tan solo un vago aroma. En aquella magistral correspondencia con su sobrina, el Barón von Hugel se quejaba en parte de esa limitación de Shakespeare que le parecía incapaz de satisfacer ese deseo «por la otra Vida, por Dios como nuestra Sed y nuestro Hogar». Escribía el Barón: «Ningún personaje agonizante en Shakespeare mira hacia delante; todos miran hacia atrás; ninguno tiene sed por el ser-otro de Dios, todos disfrutan, o sufren,en sólo lo visible, con lo visible, por lo visible, o al menos, lo inmanente. Cuando el alma está del todo despierta, esto no es bastante; sólo excita o expresa las profundidades humanas intermedias, pero no las más profundas. No es que sea anticristiano, es de hecho cristiano -más cristiano que Milton-, pero no alcanza las últimas profundidades, nunca expresa la plena paradoja y fuerza conmovedora cristiana» (Carta a una sobrina, 1919). En Macbeth Von Hugel sí vio «una auténtica penetración cristiana»: quizá hizo la misma lectura que llevó a G.K. Chesterton a considerar esta pieza como el mejor drama de la historia. Pero aunque los personajes de Shakespearese asoman a ese mundo y ven las estrellas del cielo o la soledad del infierno, sólo Dante se ha atrevido a aventurarse de lleno en los cielos tras haberse volcado con la misma osadía por los infiernos y purgatorios de la humanidad perdida y sufriente.

Esculpir la eternidad

La Commedia (como la tituló su autor; el adjetivo que la ensalza es añadidura muy posterior) es un retrato de la vida del más allá pintado con pigmentos de la tierra.

En ese viaje, hecho posible por la poesía, el lector se hace más y más consciente de su propia existencia en el tiempo, y de su sentido último, es decir, de cómo ella va esculpiendo su eternidad, aunque a veces siente que mientras lee, su vida está colgada sobre el tiempo, como sobre un abismo, sin ser afectada por él. «En esas grandes regiones del destino ya realizado se ve sólo a sí mismo como aún no realizado, todavía actuando sobre el escenario real, decisivo, iluminado desde arriba pero todavía en la oscuridad; está en peligro,la decisión está cercana, y en las imágenes de la peregrinación de Dante que se dibujan delante de él, se ve a sí mismo condenado, haciendo reparación, o salvado, pero siempre él mismo, no extinguido, sino eterno en su misma y propia esencia», escribió Erich Auerbach. En el texto de la Divina Comedia se produce un renacimiento del ser humano como ser histórico, en su indestructibilidad, en su irrevocable decisión.

Ese «realismo figural», como lo llamó Auerbach en su conocida obra de crítica literaria Mímesis, dibuja la humanidad en la eternidad, y hace las delicias de la imaginación. Al lector de la Commedia se le abren los ojos, los oídos, los poros de la piel misma, todos los sentidos y facultades, pues parece no querer perder nada del espectáculo, de los colores, las formas, los sonidos, las voces, la música, los olores de este mundo de ultratumba. Si así es con la materialidad de nuestros sentidos, no digamos cuál será la experiencia espiritual, en la apertura de la muerte y del espíritu ante esa triple humanidad condenada, sufriente y gloriosa.

Como con todos los grandes libros, ocurre con la obra maestra de Dante que su lectura se hace aún más deleitable cuanto más lo conocemos por la lectura de otros libros, por los comentarios que surgieron muy pronto en la historia del poema (ningún otro poema tiene tantos comentaristas) y por estudios de investigación crítica. He leído una obra que me remitió inmediatamente a otra lectura de Dante, tal fue la fuerza y sabiduría crítica de Dante: The Poetics of Conversion (Harvard University Press, 1986) de John Freccero, uno de los grandes dantistas norteamericanos. El libro recoge una serie de artículos sobre la Commedia en los que la conversión espiritual del poeta ofrece la llave para descubrir y disfrutar tesoros escondidos en el poema. Sólo el especialista puede seguir con precisión todos los vericuetos de la investigación, pero vale la pena de vez en cuando echar una ojeada y ver qué pasa con Dante. (Hay acceso electrónico a más de sesenta comentarios de la Commedia en un proyecto de la Universidad de Dartmouth en New Hampshire, Estados Unidos).

Una lectura psicológica

Charles H. Taylor, que ha sido profesor en la Universidad de Yale, y Patricia Finley, artista, ambos muy interesados en la psicología de Carl Jung, han leído el poema de Dante interesados de manera particular en la idea del viaje como el proceso de desarrollo humano hacia la plenitud y armonía de la personalidad, es decir, han hecho una lectura psicológica de la Commedia. El resultado se ha editado a la perfección con más de doscientas cincuentaimágenes en color y blanco y negro: Imagesof the Journey in Dante’s Divine Comedy (New Haven-Londres: Yale University Press, 1997).

El interés de hacer una lectura psicológica de un poema que prácticamente define la poesía cristiana, no debería levantar sospechas sobre su contenido, como si tuviéramos temor dencontrar un Dante pasado por agua. Ha habido variosintentos de aguar o de partir en dos la Divina Comedia, como hicieron Samuel Coleridge, Benedetto Croce o el mismo Erich Auerbach; y ahora es uno de los grandes principios críticos en lo que se refiere a esta obra dearte que no es posible separar la poesía de su teología.

Dante tiene muchos lectores increyentes, por supuesto, que tal vez sean casi ciegos a la teología cristiana del poema, o que deseen ignorarla por completo, pero que entranen un mundo poético que no deja de conmoverles y ayudarles en su propio viaje por la vida. Por otra parte, la misma idea de perfección cristiana, o de santidad, o de salvación, es decir, de alcanzar el Paraíso, implica progreso en el desarrollo humano. El cristiano no es un ser disminuido humanamente y luego compensado de alguna manera invisible por la gracia divina. La gracia trabaja desde dentro, como lo ha vuelto a entender la moderna teología de la gracia. Cualquier otra cosa sería insinuación de esquizofrenia.

Dante entendió la Creación como un impulso, una moción de Dios, que sería luego continuada, secundada, reforzada con la Encarnación para así llevar a la criatura hasta su destino último transcendental. Para él, la voluntad es el don más grande de Dios en lo que se refiere a la creación. No buscar ni dirigirse a Dios, es para Dante un fracaso tanto moral como intelectual, y la vocación cristiana aparece como la realización perfecta de la naturaleza humana.

Entusiasmo por Dante

Este hermoso libro se presenta como una ayuda «para leer el gran poema de Dante con placer y entusiasmo, o para leerlo otra vez con renovado apetito y aprecio por la profundidad de su perspicaz comprehensión del viaje humano esencial». Las numerosas ilustraciones (el libro es más un comentario a las ilustraciones) fomentan ese placer y entusiasmo.

La Divina Comedia ha sido campo de inspiración para artistas visuales desde poco después de la muerte de Dante en 1321, y el volumen ofrece una muestra con reproducciones de Botticelli, Giovanni di Paolo, William Blake, Gustavo Doré, Guttuso, Baskin y otros. En las ilustraciones más modernas, las imágenes son más vívidas, o más violentas, pero han perdido desgraciadamente elementos más cristianos del poema como, por ejemplo, el carácter redentor del sufrimiento. Taylor y Finley han escrito unos ensayos generales y unos comentarios breves a cada ilustración, pero lo hacen evitando un lenguaje técnico psicológico. En contra de Freud, Carl Jung no vio en la expresión religiosa una pura ilusión para contrarrestar la mala noticia de la mortalidad, sino más bien la necesidad universal de explorar la condición humana. Además, para Jung cada manifestación religiosa esconde la sabiduría acumulada de la experiencia humana en la historia. Aunque tuvo gran respeto por la Divina Comedia, Jung nunca escribió nada que se aproxime a un comentario formal, pero por mucho que uno sea discípulo de Jung o de quien sea, en la Comedia el guía sigue siendo Dante, y es Dante creyente cristiano el que sigue yendo por delante. Aun así, la intención de los autores no es nada despreciable.

En los condenados del infierno, estos dos psicólogos jungianos ven la tragedia humana de la energía desbaratada, del pecado como impedimento esencial al desarrollo armonioso de la personalidad. En la escena de los amantes Paolo y Francesca ven la pérdida de objetividad que ocurre en la proyección erótica. Depresión anímica y desesperación vital definen la esencia del infierno como lugares psíquicos existenciales que experimentamos en el transcurso de la vida; mientras que la entrada en el Purgatorio significa la transformación, el crecimiento de la persona a través de la purificación y el sufrimiento. Dolores de parto de una vida nueva. Cada castigo, como todo lector sabe, representa el verdadero carácter de la situación terrestre que lo causó. En el Paraíso ven la «interioridad de la realidad divina», es decir, la experiencia de la divinidad cuando el ser humano alcanza la armonía por el amor. De alguna manera misteriosa «nuestra humanidad encaja bien con el círculo de la divinidad». Las últimas imágenes que ofrece el viaje de Dante enlos cielos etéreos «nos recuerdan que por muy sofisticados que podamos ser en el lenguaje de la ciencia moderna y de la psicología profunda, el misterio perdura en el espacio simbólico en donde lo humano y lo divino se encuentran». Al final es el Amor el que mueve el sol y las demás estrellas.

Para acabar, y aquí reside también la grandeza artística de Dante, me parece imposible hacer una lectura meramente piadosa o psicológica de una poesía tan violentamente intensa y subyugante como la del poeta florentino, sea en los fondos del infierno o en las alturas del paraíso. Es una poesía esencialmente bíblica y por tanto profundamente humana y divina. Así que esta lectura psicológica del poema no supone un secuestro del Dante cristiano. El libro es un deleite para los ojos, descubre el tesoro humanista de Dante y hace desear volver una vez más a la lectura de la Divina Comedia que es, en definitiva, la intención y el deseo de los autores.


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