La enseñanza de Karol Wojtyla-Juan Pablo II y el hombre postmoderno

1. La “pretensión” del mundo contemporáneo

Siendo testigo de la época trágica de las grandes ideologías, de los regímenes totalitarios y de su caída, Juan Pablo II tuvo profunda conciencia de la transición de la modernidad a lo que ahora se ha convenido en llamar la postmodernidad. Él percibió anticipadamente el ingreso de la humanidad a una etapa de trabajo arduo marcada por nuevas tensiones y contradicciones.

a) La fe: ¿una opción entre otras?

La primera de estas tensiones se ubica precisamente en la etapa actual de la parábola del proceso de secularización. Si bien la cifra sintética de la modernidad tuvo su culminación expresiva en algunos teóricos de un ateísmo radical y militante, la postmodernidad parece en cambio marcada por una actitud menos adiestrada, pero tal vez bastante más provocativa en relación con la religión.

Como afirma Taylor, «hemos pasado de una sociedad en la cual era “prácticamente imposible” no creer en Dios a una en la cual incluso para el creyente más devoto ésta es sólo una posibilidad humana entre otras» [1]. Esto no implica una desaparición de lo religioso. Por el contrario, precisamente en la etapa contemporánea de secularización avanzada, estamos asistiendo a un “retorno de lo sagrado”, que aun cuando está abriendo nuevas perspectivas, “no carece de ambigüedad” [2], como reconocía el mismo Juan Pablo II. La tendencia actual constituye de hecho un testimonio de la permanencia de un desencanto universal en el cual la fe cristiana, considerada por muchos mera convicción subjetiva y no documentable racionalmente, estaría a lo más dotada de legitimidad para sobrevivir junto a las otras expresiones religiosas en nombre de un derecho universal a la diferencia. Mediante una aplicación incorrecta del principio de igualdad, se llega de hecho a sostener que las religiones son “todas distintas y todas iguales”.

b) El hombre contemporáneo: ¿sólo su propio experimento?

La objetividad que la cultura actual niega a la fe —y de este modo llegamos a una segunda “pretensión” del mundo contemporáneo—, terminando por reconocer a la ciencia experimental como la única a la cual correspondería no necesariamente dar una definición, pero sí ciertamente una descripción cabal del hombre. Así, se difunde cada vez más, sobre todo en virtud de los sorprendentes descubrimientos en el ámbito de la biología, la bioquímica y las neurociencias, una vulgarización de corte cientista que tiende a remitir todas las expresiones y facultades de lo humano a meras actividades cerebrales. Se afirma que en perspectiva éstas podrían llegar a ser sin más artificiales. En este sentido, ya no sería posible en rigor hablar de un sujeto personal, dotado de una dignidad intrínseca, portador de derechos y obligaciones, sino que el hombre no sería más que “su propio experimento” [3].

2. Cristo, centro del cosmos y la historia: ¿figura cabal del hombre postmoderno?

Las problemáticas, citadas demasiado sintéticamente, imponen a la fe cristiana un giro crucial. Claramente, aquella que a fines de la época moderna, en un debate sobre la muerte de Dios y el sujeto, era la habitual pregunta “¿Existe Dios?” asume en la postmodernidad otra formulación, tal vez más apremiante: “¿Cómo llamar hoy a Dios [4], cómo narrar sobre Él comunicándolo como Dios vivo al hombre real?”.

En la óptica cristiana, Dios es Aquel que viene al mundo y por eso se diferencia del mismo sin excluir esto la posibilidad de percibirlo como familiar. Para hablar de Dios, “es preciso aventurar la hipótesis de que es Dios mismo quien habilita al hombre para familiarizarse con Él. La fe cristiana vive también de la experiencia de Dios que se hizo conocer y se volvió familiar [5]. Es necesario establecer previamente la familiaridad con Dios para que Dios sea conocido. Entonces “Dios se convierte en un descubrimiento, que enseña a ver todo con ojos nuevos” [6].

La reflexión de Karol Wojtyla, a la luz del magisterio sobre todo trinitario de Juan Pablo II, ofrece una respuesta persuasiva a esta interrogante, mostrando así la fuerza profética de su pensamiento y por consiguiente su actualidad.

Claves metodológicas

Para encontrar a Dios, el hombre postmoderno deberá buscarlo en los caminos a lo largo de los cuales Dios se manifiesta al enigma-hombre (el hombre es un ser que existe, pero no posee en sí mismo el principio de su propia existencia), persistiendo en volverse familiar para nosotros. La reflexión y la enseñanza de Karol Wojtyla-Juan Pablo II señalan al menos tres claves.

1) La experiencia humana común

El primer camino es la experiencia común propiamente tal del hombre. Incluso teniendo en cuenta todas las objeciones provenientes de la complejidad de vida propia del hombre postmoderno, es preciso llegar a esta conclusión con Karol Wojtyla: “Y sin embargo existe algo que puede llamarse experiencia común del hombre”, de cada hombre. Ésta manifiesta ante todo su carácter integral (lo real es inteligible y el hombre puede acogerlo) y elemental (todo hombre concuerda con todos los demás en el vivir los afectos, el trabajo y el reposo), es decir, su indestructible simplicidad. Señala además Wojtyla: “Esta experiencia, en su substancial simplicidad, supera cualquier inconmensurabilidad y cualquier complejidad” [7].

2) La persona en relación. Hombre y mujer

El segundo camino pasa por la estructura originaria del hombre en sus tres polaridades constitutivas, que identifican la unidad dual del yo. Es el dato antropológico esencial, que ve al hombre uno en la dualidad de almacuerpo, hombre-mujer e individuo-sociedad. Quiero recordar en particular el carácter central, en la indagación y en el magisterio de Karol Wojtyla-Juan Pablo II, del tema del hombre-mujer y del misterio nupcial [8]. El hombre —nos enseñó el Papa sobre la base de todo lo contenido en los relatos de la creación del Génesis— no puede existir solo, sino puramente como unidad de los dos, y por consiguiente en relación con otra persona humana [9]. Por su constitución, está abierto al otro. Ciertamente, el ser humano no es solamente individuo (identidad), sino también persona (relación/ diferencia) capaz de autotrascenderse. Este elemento antropológico originario recibe una explicación adecuada a la luz de la Revelación. Por una parte, se sitúa de hecho en analogía con el encuentro, en clave nupcial, entre Dios y la humanidad, y por otra, como lo intuyó genialmente Juan Pablo II, trae consigo el sello de la comunión trinitaria [10].

3) El dolor salvífico

El tercer camino que sostiene el irreprimible deseo humano de Dios, en el descubrimiento de su Ser para nosotros familiar, es la pregunta sobre la fragilidad, y sobre todo acerca del mal, el dolor y el sufrimiento. En muchas declaraciones, y sobre todo en la Carta apostólica Salvifici doloris, Juan Pablo II mostró que la experiencia humana de la fragilidad, el sufrimiento y el mal no puede separarse de la pregunta de la salvación y la redención. La respuesta a esta pregunta puede al menos vislumbrarse en la actitud humana del don total de sí, es decir, del ofrecimiento: “el dolor se disuelve en un amor agradecido” [11], escribía en los años en prisión el Cardenal Wyszynsky. Si la vida nos es dada, entonces ésta sólo puede realizarse en el don. La contraprueba reside en el hecho de que si no se da la vida, el tiempo se la roba.

Cristo, contemporáneo nuestro

Aun cuando tomaría mucho espacio desarrollarlo [12], es posible documentar que las tres claves metodológicas sugeridas proporcionan a Karol Wojtyla-Juan Pablo II una base filosófica suficientemente sólida para resistir las objeciones dirigidas por el pensamiento contemporáneo a la metafísica y la ontología. Esto lo hace un pensador a la altura de los filósofos contemporáneos.

Así es posible mostrar con fundamento cómo la propuesta de Dios formulada por Juan Pablo II, sobre todo en las tres encíclicas trinitarias, responde al deseo irreprimible de Dios, incluso cuando es sepultado bajo los escombros del clima nihilista contemporáneo del hombre postmoderno.

El camino real elegido por el Papa polaco es el de la contemporaneidad de Jesucristo.

a. Redemptor hominis

Desde el comienzo de su pontificado, Juan Pablo II formuló vigorosamente una interpretación decisiva del Concilio Vaticano II basada en la icástica afirmación: “Redentor del hombre, Cristo es el centro del cosmos y de la historia” [13]. Con la encíclica Redemptor hominis, nos propone programáticamente la perspectiva cristocéntrica para hacer posible una comprensión exacta del núcleo constitutivo de la experiencia cristiana, entendida como plenitud de la experiencia común, integral y elemental del hombre.

La afirmación inicial es profundizada ulteriormente en los párrafos 6-9, que sostienen no sólo el primado de Cristo redentor, sino el primado de Cristo tout court. Cristo es el Jefe por medio del cual existen todas las cosas. En Él, el hombre es pensado, deseado y creado, y no sólo redimido. “En Él —prosigue la encíclica— se ha revelado de un modo nuevo y más admirable la verdad fundamental sobre la creación” [14]. El Papa retoma en este punto el pasaje de Gaudium et spes 22 que inspiró toda su vida de hombre y sacerdote: “En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado”, para proseguir afirmando, en síntesis genial, que “la redención del mundo (…) es, en su raíz más profunda, la plenitud de la justicia en un Corazón humano: en el Corazón del Hijo Primogénito, para que pueda hacerse justicia de los corazones de muchos hombres, los cuales, precisamente en el Hijo Primogénito, han sido predestinados desde la eternidad a ser hijos de Dios (ésta es la afirmación decisiva) y llamados a la gracia, llamados al amor” [15]. Los pasajes culminan en la afirmación capital: “Esta revelación del amor es definida también como misericordia, y tal revelación del amor y de la misericordia tiene en la historia del hombre una forma y un nombre: se llama Jesucristo” [16]. Juan Pablo II nos guía de este modo en el paso de Jesús al Padre, a través del camino que Cristo mismo nos mostró para revelarnos la Trinidad: de Jesús al Padre en el Espíritu.

b. Dives in misericordia

Este tema es ulteriormente materia de indagación en la segunda encíclica del tríptico trinitario, Dives in misericordia, que profundizando en el cristocentrismo examina la falsa contraposición entre teocentrismo y antropocentrismo propuesta por “diversas corrientes del pensamiento humano” [17]. Esto es posible porque Jesús, la misericordia encarnada, revelando a Dios en el impenetrable misterio de Su Ser, muestra también claramente Su amor al hombre. Es en el horizonte del Logos-Amor, como no cesa también hoy de afirmar Benedicto XVI, donde el deseo de Dios encuentra una adecuada respuesta. En este Dios, ciertamente, la razón, entendida en toda su amplitud, la fe y la verdadera religión descubren su nexo profundo y fecundo [18]. La manifestación de la misericordia del Padre en Cristo explica el sentido preciso del misterio de la creación, permitiendo también aclarar el misterio de la elección de cada hombre [19] en Jesucristo.

c. Dominum et vivificantem

El recorrido que conduce desde el evento Jesucristo a la vida íntima de la Trinidad se completa en Dominum et vivificantem, la tercera encíclica trinitaria de Juan Pablo II, en la cual se describe el diálogo vital que el Espíritu admite entre la Trinidad y el hombre. Esta encíclica muestra el alcance extremo de la pretensión de Jesucristo, descrito como imagen perfecta del Padre y por consiguiente como la figura (forma, Gestalt, silhouette) del hombre, ya que éste a su vez es creado a imagen de Dios. Por la gracia del Espíritu, el hombre descubre “en sí mismo el pertenecer a Cristo” [20] y a través de esta pertenencia comprende mejor el sentido de su dignidad.

3. Interés en Cristo, interés en el hombre

¿De qué manera puede entonces el carácter central histórico y cósmico de Cristo alfa y omega despertar interés en el hombre contemporáneo? ¿Qué ofrece Jesucristo a su razón hiperexigente y a su libertad a menudo insatisfecha? Le ofrece una respuesta satisfactoria al enigma a partir del cual está constituido sin anular su libertad desde el momento que Cristo no pre-decide el drama del individuo. De acuerdo con la reflexión teológica sobre la singularidad de Jesucristo, propuesta hoy con buenos argumentos por la teología, el Hijo de Dios encarnado, revelándose simultáneamente no sólo como redentor universal, sino también como jefe de la creación, se manifiesta como el Evento que explica el hombre al hombre. En semejante Evento, la libertad infinita del Deus Trinitas se adhiere, a través del Logos-Amor, a la libertad finita del hombre, liberándola. La Cristología no sustituye a la antropología, y esta última puede abrir a la primera todo su indispensable espacio. La afirmación de Cristo, contemporáneo nuestro, como testimonio de la posibilidad de denominar a Dios en la actualidad, presupone una interpretación de su Persona en cuanto Persona salvífica, como se desprende del tríptico trinitario de Juan Pablo II. Semejante interpretación permite dar cuenta del interés por su venida al mundo. En la persona histórica de Jesucristo se encuentran realmente unificadas y proyectadas, en la escatología del mundo nuevo/cielos nuevos, todas las dimensiones antropológicas.

Surge de este modo también el interés por el hombre nuevo, sin el cual el interés por Cristo es nominal, y al mismo tiempo se manifiesta como interés por Cristo, sin el cual el interés por el hombre resulta en definitiva vacío.

La cuestión del interés por, que retoma el tema de la con-venientia de Tomás, es pedagógicamente bastante actual y por lo tanto decisiva para la nueva evangelización. A mi juicio, sin embargo, ésta es cada vez menos propuesta, por lo cual se corre el riesgo de no ver ni su preciosidad ni el compromiso que exige a la fe. El testimonio, la reflexión y el magisterio de Karol Wojtyla-Juan Pablo II no dejan con todo de recordarnos que sobre todo el hombre postmoderno necesita este interés por su persona.


Notas:

[*] Lectio Magistralis pronunciada por el Cardenal Angelo Scola el 9 de diciembre de 2010 al otorgársele el Doctorado Honoris Causa en la Universidad Católica Juan Pablo II de Lublín.
[1] C. TAYLOR, L’età secolare, Feltrinelli Milano 2009, 14. Sobre el significado de la religión en la época moderna según el filósofo y sociólogo canadiense, ver también su obra C. TAYLOR, La modernità della religione, a cura di P. Costa, Meltemi, Roma 2004. Para una presentación de su posición, ver G. BRENA, La modernità della religione, en La Civiltà Cattolica 2004, III, 381-393 y A. RUSSO, Abitare il pluriverso. L’ultima sfida alle religioni, en Rassegna di Teologia 45 (2004) 833-854.
[2] JUAN PABLO II, Redemptoris missio 38.
[3] M. JONGEN, Der Mensch ist sein eigenes Experiment, «Feuilleton. Die Zeit», 9 de agosto, 2001, 31.
[4] P. SEQUERI, Una svola affettiva per la metafisica, en P. SEQUERI-S. UBBIALI (ed.), op. cit., 85-116; B. SCHELLENBERGER, Von Unsagbaren reden: wie lässt sich heute Gott zu Sprache bringen?, Geist und Leben 79 (2006), 81-88; A. KREINER, Das wahre Antlitz Gottes .- Oder was wir meinen, wenn wir Gott sagen, Herder Freiburg-Basel-Wien, 2006.
[5] E. JÜNGEL, Verità metaforica, en P. RICOEUR-E. JÜNGEL, Dire Dio. Per un’ermeneutica del linguaggio religioso (a cura di G. GRAMPA), Queriniana, Brescia , 1978, 169.
[6] Ver A. SCOLA, Il mistero nuziale 1. Uomo-donna, Lateran University Press, Roma, 2005.
[7] K. WOJTYLA, Persona e atto, a cura di G. REALE e T. STYCZEN, Rusconi, Sant’Arcangelo di Romagna, 1999, 45. Ver A. SCOLA, L’esperienza elementare. La vena profonda del magistero di Giovanni Paolo II, Marietti, 1820, Genova-Milano, 2003.
[8] Ver A. SCOLA, Il mistero nuziale 1. Uomo-donna, Lateran University Press, Roma, 2005.
[9] JUAN PABLO II, Mulieris dignitatem 7.
[10] Ibíd.
[11] S. WYSZYNSKI, Appunti dalla prigione, 18 gennaio 1954, CSEO biblioteca, Bologna, 1983, 59.
[12] A. SCOLA, L’esperienza elementare…, cit., 21-59.
[13] JUAN PABLO II, Redemptor hominis 1.
[14] Ibíd. 8.
[15] Ibíd. 9.
[16] Ibíd.
[17] JUAN PABLO II, Dives in misericordia 1.
[18] Ver BENEDICTO XVI, Discorso al Convegno della Chiesa Italiana, 19 de octubre de 2006.
[19] Ver JUAN PABLO II, Dives in misericordia 4.
[20] Ibíd.

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