Sobre el Sínodo Especial para la Amazonía que se llevará a cabo en octubre de 2019.

© Humanitas 92, año XXIV, 2019, págs. 574 - 581.


En este mes de octubre se llevará a cabo el Sínodo Especial para la Amazonía. Convocado en octubre de 2017 y entorno al cual se ha realizado un largo y extenso proceso de escucha sinodal desde enero de 2018. El Sínodo pretende ser un instrumento de escucha del Pueblo de Dios que habita en este vasto territorio y contribuir así en un discernimiento sobre la presencia de la Iglesia en la Amazonía, la dignidad de sus integrantes y sobre los caminos para una ecología integral.

En lo concreto, se espera que el Sínodo sea una oportunidad “para que la Iglesia pueda descubrir la presencia encarnada y activa de Dios” en las diversas manifestaciones que tienen lugar en el Amazonas: la espiritualidad de los pueblos, las expresiones de religiosidad popular, el cuidado de la naturaleza.

Sin embargo, como ha sido el sello de Francisco, a través del Sínodo se espera que la Iglesia local dé un mensaje que ayude a la Iglesia universal a discernir sobre los signos de los tiempos y contribuya a una reflexión sobre su misión en la tierra. Dos son las reflexiones principales que desarrollará el Sínodo, la primera sobre la misión evangelizadora de la Iglesia en medio de las diversas manifestaciones culturales de los pueblos, y la segunda sobre la posibilidad de pensar el desarrollo en armonía con el medio ambiente. Desarrollo de los pueblos y cuidado de la naturaleza, o bien, utilizando los términos contenidos en la encíclica Laudato si`, ecología cultural y ecología natural.

La primera reflexión, sobre la ecología cultural, es una reflexión sobre las formas novedosas que la Iglesia debe tener para encarnarse en la diversidad de culturas que habitan la tierra, y sobre el don que la evangelización puede entregar a las mismas culturas. La segunda reflexión, sobre ecología natural, es una reflexión que descubre la riqueza que las espiritualidades amazónicas, sus cosmovisiones y tradiciones culturales, pueden entregarle a toda la humanidad en torno al respeto y el cuidado del medio ambiente. La expresión utilizada por Francisco durante su Encuentro con los pueblos de la Amazonía en enero de 2018 y luego recogida en el Instrumentum Laboris de la Asamblea Especial para la Región Panamazónica del Sínodo de los Obispos, resume ambas reflexiones: la búsqueda de “ser Iglesia con rostro amazónico”.

Ecología cultural

La expresión “ser Iglesia con rostro amazónico” se refiere a la posibilidad que tiene la Iglesia de encarnarse y hacerse vida en las distintas culturas que habitan el Amazonas. Si bien la primera evangelización carecía de las reflexiones que la teología y la misionología han desarrollado luego del Concilio Vaticano II, hoy la actividad misional se comprende bajo la óptica de la encarnación, donde Dios busca tomar carne humana en un contexto histórico, cultural y lingüístico concreto, sin pretensiones de aculturación.

La formulación pastoral del Concilio Vaticano II en cuanto a la misión de la Iglesia en el mundo se materializó en la propuesta de Evangelización de la Cultura, la que implicó, entre otras cosas, una revaloración de las realidades históricas y culturales. Al poner a la cultura como sujeto de evangelización la Iglesia muestra que su presencia en el mundo trasciende cualquier tipo de ordenamiento institucional. El destinatario de su misión no es un hombre abstracto, sino el hombre en su específica humanidad.

Debido a la enorme diversidad cultural y la riqueza de las tradiciones de los pueblos que habitan la cuena del Amazonas, la Iglesia ha debido buscar renovadas formas de encarnarse para dar vida al mensaje del Evangelio y para tener una presencia permanente en medio de pueblos aislados.

En la Amazonía se estima que habitan cerca de 2.800.000 indígenas que componen 390 pueblos. Se hablan 240 lenguas pertenecientes a 49 familias lingüísticas distintas. Entre ellos, hay entre 110 a 130 “pueblos libres” o en aislamiento voluntario (PIAV) [1], a ellos se los considera como “los más vulnerables [2] entre los vulnerables”, viven al margen de la sociedad, en profunda conexión con la naturaleza y se conoce muy poco sobre sus idiomas, nombres y culturas.

Siguiendo el llamado del Evangelio, la Iglesia desde que empezó su presencia en el continente ha acompañado al pueblo del Amazonas. Su vitalidad misionera se percibe sobre todo en el ámbito del trabajo con los más pobres. Muchos de sus pueblos recibieron la religión católica como don de la providencia, sin tener que renunciar a sus tradiciones ancestrales. En cambio, la sabiduría de sus pueblos los llevó a formar una síntesis cultural entre aquellas y la fe cristiana, síntesis de la cual proviene la profundamente latinoamericana religiosidad popular con todos sus componentes: el amor al Cristo pobre y sufriente, encarnado y presente, la devoción a la Virgen María en sus diversas advocaciones locales y la devoción a los santos con sus numerosas fiestas patronales.

Los procesos de desarrollo económico, progreso técnico y crecimiento urbano han puesto en juego la continuidad del patrimonio de estos pueblos, su lengua, sus costumbres, sus creencias religiosas, su soberanía cultural. Adicionalmente, desde Aparecida [3] la Iglesia ha advertido sobre nuevas formas de colonialismo ideológico que, disfrazados de progreso, han ido desarraigando la fe católica de las comunidades indígenas y dilapidando sus identidades culturales propias, estableciendo un pensamiento único e uniforme [4]. Existe también hoy una amplia penetración pentecostal que ha tenido un profundo impacto cultural e identitario.

Así como nos debe preocupar la desaparición de una especie animal o vegetal, señala la Laudato si´ [5], nos debe preocupar especialmente la desaparición de una cultura. La diversidad de las culturas no es solo una realidad a respetar o tolerar, sino que interesa su protección y promoción en virtud de la dignidad humana, que integra al ser cultural como fuente de inmensa riqueza y sabiduría. Saber encarnarse dentro de las distintas culturas, anunciar el Evangelio y la buena nueva de la salvación, sin pretender absolverlas, es un desafío y estímulo que permanece constante. Siendo fiel al mensaje de Cristo, la Iglesia “ha de abrirse e interpretar toda realidad humana para impregnarla de la fuerza del Evangelio” [6].

A veces se ha entendido la promoción cultural con un ideal conservacionista que es bastante ideológico y fabricado. No se puede pretender petrificar una identidad originaria pues esto vuelve a los pueblos vulnerables y poco aptos para sobrevivir ante nuevas condiciones de vida y de producción. Los pueblos originarios, poseedores de lenguas orales, no pueden pretender competir con sociedades con desarrollos lingüísticos escritos y con muchísimos más años de adaptación a los nuevos progresos que se dan a todo nivel. Por otra parte, sus espiritualidades ancestrales, como factores de identificación étnico-cultural, tienen escasas posibilidades de ser factores de integración con el resto de los pueblos y las naciones. Una cultura sobrevive cuando se mantiene en dinamismo y movimiento constante, cuando sabe reinterpretar y resignificar los elementos que la componen con nuevos datos que recibe a través de su interacción con otras culturas y de su propio desenvolvimiento.

Así mismo, no puede pretenderse eliminar una cultura heredada como forma de promoción humana. La tradición cultural, el dialecto materno, la propia cosmovisión, da sentido y significado a la vida presente y futura de los pueblos. Es nexo de identificación con el origen, con los ancestros, y todas ellas, en su propia originalidad, enriquecen a la Iglesia “con la visión de una nueva faceta del rostro de Cristo” [7].

Utilizando la fórmula propuesta por Pedro Morandé, al buscar el desarrollo social equitativo de los pueblos y buscando evitar dejarlos a la deriva y vulnerables ante el progreso de la humanidad, debe saberse distinguir entre aquello que pertenece esencialmente a su tradición, y aquellas formas histórico-sociales contingentes, es decir, aquellas manifestaciones que han quedado obsoletas por el progreso de los pueblos, por el uso de la tecnología, por las nuevas formas de organización social del trabajo o de administración de la temporalidad social [8].

Por otra parte, la Iglesia, al entregar a través de la misión el don del Evangelio, a la vez que permite a las culturas reinterpretar sus propios desarrollos religiosos, debe ser al mismo tiempo moldeada culturalmente por los pueblos que reciben la buena nueva. La cultura es vehículo de transmisión de la fe para que los hombres puedan perfeccionar su conocimiento de Dios. El desafío de la evangelización en el Amazonas consiste en permitir que Cristo y su mensaje se encarnen en una cultura concreta, la de los pueblos de la Amazonía. Eso es buscar una Iglesia con rostro amazónico. Para ello se deben buscar formas creativas de evangelización, dirigidas al plano vivencial y ritual, pues es ahí, en el plano de la cultura, donde se expresa la religiosidad y la identidad de los pueblos, y debe comenzar sobre todo por un empeño profético por la justicia y la dignidad de todo ser humano, sin distinción, como camino de caridad propuesto por Cristo.

Por otra parte, la Iglesia no debe olvidarse del papel humanizador del Evangelio. Lo que Cristo predicó una vez y lo que en Él se ha obrado para la salvación del género humano, debe proclamarse y difundirse “hasta los confines de la tierra” [9]. En esa línea, señala Benedicto XVI [10] que pretender volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia, es una utopía y un retroceso, una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado. Encarnarse en una cultura y promover a las diversas culturas no debe significar renunciar a la naturaleza misionera de la Iglesia peregrinante [11], renunciar a ello es renunciar al sentido mismo de la venida de Cristo al mundo y de la evangelización, es creer que la Iglesia no tiene nada que decirle al hombre de hoy y a través de la sucesión de los tiempos.

Ecología natural

La zona de la Amazonía es fuente de una inmenza riqueza de recursos naturales. El área abarca una superficie de cerca de 7,5 millones de kilómetros cuadrados. Está dividida en ocho países: Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela. Y también el territorio de ultramar de la Guyana Francesa. Constituye un 43% de la superficie de Sudamérica. Ahí se concentra el 20% del agua dulce no congelada del planeta, el 34% de los bosques nativos, y es la casa de entre un 30 y 40% de la flora y fauna mundial. Es un sistema vivo, un estabilizador climático, mantiene la humedad de los suelos y produce cerca de un tercio de la lluvia que alimenta la Tierra [12].

Por los incendios recientes y las sorprendentes cifras de deforestación, hemos podido constatar que el Amazonas se encuentra en permanente peligro e inestabilidad debido al cambio climático y a la economía extractiva que se ve atraída por los recursos de la zona.

Como señalaba el Papa Francisco en el tercer aniversario de Laudato si’, son los pobres quienes sufren el peor impacto de la crisis climática [13]. Y, en este caso, son especialmente los indígenas que viven en aislamiento voluntario quienes ven comprometida su existencia por el daño a la naturaleza que han hecho su hogar, la fuente fundamental de su actividad productiva, de su bienestar, de su reproducción física y cultural. Ellos son los más vulnerables a las sequías, las inundaciones y los incendios. Teniendo los pueblos amazónicos una rica concepción de la biodiversidad, tienen, sin embargo, una comprensión precoz de los cambios ambientales y de cómo afrontarlos.

Los indígenas habitantes de la zona tienen una profunda conexión con la naturaleza en que habitan, y sus propias divinidades están totalmente impregnadas/relacionadas con la misma. Su sistema espiritual es, a la vez, cosmoteológico y animista. De acuerdo con Adelson Araújo dos Santos, la espiritualidad indígena está caracterizada por una relación natural y cultural entre los indios y la selva; el río, la tierra y los animales se encuentran inmersos en una intrincada red de reciprocidad. Este es el componente cosmoteológico, donde la naturaleza no es vista como algo extraño a su existencia, sino como parte de su sociedad y su cultura, como una extensión de su cuerpo personal y social [14]. Por otra parte, es animista, pues la naturaleza para ellos posee intencionalidad. En ella habitan espíritus que pueden favorecerlos o desfavorecerlos, curar o causar enfermedades. Dios adquiere diversidad de formas y nombres y se esconde en la inmanencia de todas las cosas y de todos los seres presentes en la naturaleza.

La tierra en que habitan los pueblos amazónicos se caracteriza por su inmensidad y sobreabundancia, la misma que se convierte en base de la apertura a lo transcendente, a la generosidad y a la gratuidad en las relaciones con los otros seres que viven en la selva. De acuerdo con Díaz y Cáceres [15], la religiosidad indígena del Amazonas tiene como fundamento la ecología, en ese sentido, es una eco-espiritualidad o una eco-teología, en otras palabras, una espiritualidad que incorpora el elemento ecológico y lo incluye en la comprensión del mal y del pecado presente en el mundo.

Contrario a la cultura del descarte, que considera la naturaleza como algo opaco y arbitrario, que solo adquiere sentido con la acción del hombre sobre ella, y que ve al hombre como un déspota y conquistador donde el mundo es algo disponible para sus propias exigencias; el indígena y su profundo conocimiento de la naturaleza, de sus ciclos y de sus riquezas, nos enseña un camino distinto a emprender para el cuidado de nuestra casa común.

Por su cosmovisión, los indígenas cumplen una función clave en la protección de la integridad de la tierra que habitan. La selva, para ellos, no es solo fuente de beneficio sino que es una realidad viva y con limitaciones con la que entablan relaciones de reciprocidad. Los indígenas nos invitan a volver a la “ociosa contemplación” de Heidegger, a descubrir a Dios presente en la naturaleza. Como afirma san Juan Crisóstomo, "el silencio de los cielos es una voz más resonante que la de una trompeta: esta voz pregona a nuestros ojos, y no a nuestros oídos, la grandeza de Aquel que los ha creado", y san Atanasio, "el firmamento, con su grandeza, su belleza y su orden, es un admirable predicador de su Artífice, cuya elocuencia llena el universo" [16], o, como señalan tan bellamente los obispos católicos de Japón, “percibir a cada criatura cantando el himno de su existencia es vivir gozosamente en el amor de Dios y en la esperanza” [17].

Pero la Iglesia, con Laudato si’ nos invita a ir más allá. Nos invita no solo a contemplar la naturaleza como don de Dios y como fuente de sentido y de primera revelación de lo Divino, sino a tener una relación activa con ella, no simplemente preservarla sino también transformarla y darle un valor intrínseco que se conecta, decididamente, con nuestra propia redención. La Iglesia nos llama a una actitud de “conversión ecológica” [18], en donde se hagan esfuerzos decididos por definir ética y espiritualmente nuestra relación con la naturaleza.

Ser Iglesia con rostro amazónico implica reconocer a los pueblos del Amazonas como interlocutores válidos y como poseedores de una profunda sabiduría ecológica que debe transformar nuestras acciones. Reconocer a estos pueblos nos recuerda que no somos poseedores absolutos de la creación [19], que la tierra no es un bien económico sino un don de Dios, que acogió a nuestros antepasados –quienes ocupan un lugar central en la religiosidad indígena– y que debemos permitir que siga acogiendo, renovada, a las generaciones que vienen con un profundo sentido de solidaridad intergeneracional. 


Notas

[1] Instrumentum Laboris de la Asamblea Especial para la Región Panamazónica del Sínodo de los Obispos.
[2] Discurso del Santo Padre Francisco en el Encuentro con los pueblos de la Amazonía. Perú, 19 de enero de 2018.
[3] Cfr. Documento de Aparecida, n.531.
[4] Cfr. Discurso del Santo Padre Francisco en el Encuentro con los pueblos de la Amazonía. Perú, 19 de enero de 2018.
[5] Cfr. Laudato si´, n.145.
[6] C¡Cf. Evangelii nuntiandi, nn.20, 40, en: Discurso del Santo Padre Juan Pablo II a los indígenas y campesinos de México. Cuilapan, México, 29 de enero de 1979.
[7] Discurso del Santo Padre Francisco en el Encuentro con los pueblos de la Amazonía. Perú, 19 de enero de 2018.
[8] Morandé, Pedro; “Chile y sus culturas indígenas” en Humanitas nº17, 2000.
[9] Cf. Ad gentes, n.3.
[10]Discurso del Santo Padre Benedicto XVI en la sesión inaugural de los trabajos de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Santuario de Aparecida, 13 de mayo de 2007.
[11] Cf. Ad gentes, n.2.
[12] Barreto, Pedro Ricardo, “Sinodo per l’Amazzonia e diritti umani. Popoli, comunità e Stati in dialogo”; La Civiltà Cattolica, Quaderno 4058, pags. 105-113, 2019.
[13] Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes en la Conferencia Internacional en el tercer aniversario de Laudato si’, 6 de julio de 2018.
[14] Díaz Franky, H. y Cáceres Aguirre, A.; “Espiritualidades, religiones y ecología” en: Ecoteología, um mosaico, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, 2016. Citador por: Adelson Araújo dos Santos S.I. “Spiritualitá indígena dell´Amazzonia e cura della ‘Casa Comune’”; La Civiltà Cattolica, Quaderno 4057, pags. 13-22, 2019.
[15] Ídem.
[16] Ambas referencias fueron hechas por Juan Pablo II en Audiencia general, el 30 de enero de 2002.
[17] Conferencia de los Obispos Católicos de Japón. 1 enero 2001. En: Laudato si`.
[18] Laudato si’, nn. 216-221.
[19] Cf. Discurso del Santo Padre Francisco en el Encuentro con los pueblos de la Amazonía. Perú, 19 de enero de 2018.

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