Este artículo corresponde a la ponencia que Mons. Miguel Cabrejos Vidarte realizó en el marco del congreso “A los 40 años de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Puebla”, celebrado entre el 2 y 4 de octubre del 2019 en Roma. Agradecemos a la Pontificia Comisión para América Latina, al Pontificio Comité de Ciencias Históricas y al Grupo de Comunicación Loyola, por la autorización para publicar este valioso documento.

La religiosidad popular tiene raíces en la Biblia, en ambos Testamentos, y en cada uno de ellos existen diversas expresiones, como por ejemplo en el Antiguo Testamento, “David y toda la casa de Israel bailaban ante el Señor con instrumentos de ciprés, cítaras, arpas, tambores, sistros y címbalos” [1], y en el Nuevo Testamento encontramos: “Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos” [2].

Además, en el Magisterio del Papa Francisco, este tema adquiere un renovado interés, sobre todo por su centralidad con el concepto universal de “Pueblo de Dios”; también por la “sinodalidad” de la Iglesia, que implica la inclusión de toda la humanidad en su misión; y por su reiterado deseo de: “una Iglesia pobre y para los pobres” [3], con propuestas de “una Iglesia en salida” hacia las periferias sociales y existenciales.

Entonces, para examinar el tema de la religiosidad popular y la devoción mariana, en América Latina y el Caribe, conviene hacerlo desde tres perspectivas: primero, desde el aporte de las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano y Caribeño que reconocen la riqueza y fuerza evangelizadora de las devociones de nuestro pueblo; segundo, desde la inculturación del evangelio, donde la religiosidad popular es su expresión concreta; y tercero, desde la devoción mariana como elemento central en la manifestación de la religiosidad popular.

En el Documento de Puebla, en el N.o 444, se dijo: “Por religión del pueblo, religiosidad popular o piedad popular, entendemos el conjunto de hondas creencias selladas por Dios, de las actitudes básicas que de esas convicciones derivan y las expresiones que las manifiestan. Se trata de la forma o de la existencia cultural que la religión adopta en un pueblo determinado”.

Para algunos, estas expresiones sencillas y espontáneas del pueblo creyente se tratan de “informalidad”, pero sus expresiones a través de los sentidos tienen un gran valor: participar en peregrinaciones, tocar una imagen, utilizar la voz, los cánticos, la vista y las danzas.

El aporte de las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano y Caribeño

1. Medellín (1968): Una nueva mirada

En el documento de Medellín, se insiste en la necesidad de ver el fenómeno religioso desde la cultura del pueblo que practica estas expresiones de fe y no juzgarlo con una “interpretación cultural occidentalizada” [4]; aquí cito el documento: “Sin romper la caña quebrada y sin extinguir la mecha humeante, la Iglesia acepta con gozo y respeto, purifica e incorpora al orden de la fe, los diversos ‘elementos religiosos y humanos’ que se encuentran ocultos en esa religiosidad como ‘semillas del Verbo’, y que constituyen o pueden constituir una ‘preparación evangélica’ ”. [5]

Esta cita resume la perspectiva de Medellín. La religiosidad popular es vista positivamente, como una manifestación de las “semillas del verbo” o una “preparación evangélica” [6], aunque no subraya del todo su fuerza de evangelización en sí misma.

Medellín hace otras dos consideraciones claras. Primero, no ve una contradicción entre la religiosidad popular y la lucha por la justicia y por estructuras sociales basadas en los valores del Reino. Y, en segundo lugar, rechazó la idea de que la evangelización deba enfocarse en “las élites” más que sobre “las masas” [7], afirmando decididamente su preocupación por las multitudes. Como dice el documento: “Esta religiosidad pone a la Iglesia ante el dilema de continuar siendo Iglesia universal o de conver- tirse en secta, al no incorporar vitalmente a sí, a aquellos hombres que se expresan con ese tipo de religiosidad”. [8]

Por eso Medellín marca un giro importante desde y para América Latina, diferenciándose de la corriente de la época: evaluando el fenómeno desde la perspectiva de la misma cultura y no desde categorías de otras culturas. Esto lleva a ver mucho más los valores que están presentes en la religiosidad popular. También descartando la perspectiva según la cual la religiosidad popular lleva a un distanciamiento de la obligación cristiana de trabajar por la justicia social. Y a la vez optando por una pastoral de multitudes en vez de enfocarse sobre las élites o solo en los más comprometidos en la vida de la Iglesia.

2. Puebla (1979): Una fuerza evangelizadora

Puebla incrementa su aprecio por los valores de la religiosidad popular más allá de lo expresado en Medellín, en el hecho que ve a los pobres y sus expresiones de fe no solo como receptores de la evangelización, sino como partícipes en el mismo proceso evangelizador, pues la religiosidad popular es una “fuerza activamente evangelizadora”.[9] Es un reconocimiento de lo que los pobres pueden ofrecer al mundo, algo que la sociedad ha perdido –valores que se muestran en estas expresiones de fe– y por eso pueden ser protagonistas de su propia historia y por ende de la transformación personal y social desde su propia cultura.

De acuerdo con esta perspectiva, en Puebla la religiosidad popular ya no es considerada solo como “semillas del Verbo”, es decir, como una preparación previa para recibir la plenitud del evangelio, sino como una fuerza evangelizadora de personas y estructuras[10]. Ciertamente, se reconoce que los valores evidentes en la religiosidad popular no han cuestionado suficientemente las estructuras de injusticia presentes en América Latina, pero ofrece esta posibilidad, pues estas expresiones representan «un clamor por una verdadera liberación».[11]

Puebla también es la Conferencia General que usa con énfasis la expre- sión “opción preferencial por los pobres”, al reconocer que la religiosidad popular es una manifestación del alma propia de los pobres y humildes que incluye también un gran aprecio por sus expresiones de fe.

Por lo expuesto, podemos concluir del documento de Puebla que:

  1. La religiosidad popular es en sí misma una fuerza evangelizadora y no solo objeto de evangelización, y reconoce el valor de los pobres como protagonistas de la evangelización.
  2. La opción preferencial por los pobres abarca también un creciente aprecio por las formas culturales que brotan de sus experiencias y expresiones de fe.

3. Santo Domingo (1992): Expresión de la Inculturación de la Fe

El concepto de la inculturación aparece por primera vez en el Magisterio de la Iglesia con Catechesi tradendae N° 53 del Papa San Juan Pablo II; y es recogido por Santo Domingo cuando dice: “La religiosidad popular es una expresión privilegiada de la inculturación de la fe. No se trata solo de expresiones religiosas, sino también de valores, criterios, conductas y actitudes que nacen del dogma católico y constituyen la sabiduría de nuestro pueblo, formando su matriz cultural”[12]. Además, “el encuentro del catolicismo ibérico y las culturas americanas dio lugar a un proceso peculiar de mestizaje, que, si bien tuvo aspectos conflictivos, pone de relieve las raíces católicas, así como la singular identidad del Continente”[13].

Si bien Santo Domingo no tiene una profunda reflexión sobre la religiosidad popular, tal como la que encontramos en Puebla, la entiende como la manifestación más clara de la inculturación, reconociendo que el pueblo ha vivido la inculturación mucho antes que el concepto teológico.

4. Aparecida (2007): Cumbre de la reflexión

Los obispos reunidos en Aparecida fuimos testigos, de primera mano, de la gran multitud de peregrinos y de su devoción mariana. Aparecida es la cumbre de la reflexión sobre la religiosidad popular, porque muestra un máximo aprecio y cariño a estas expresiones de fe que los obispos señalamos de la siguiente manera:

Cristo mismo se hace peregrino, y camina resucitado entre los pobres. La decisión de partir hacia el santuario ya es una confesión de fe, el caminar es un verdadero canto de esperanza, y la llegada es un encuentro de amor. La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio. También se conmueve, derramando toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede.[14]

Sin embargo, a pesar de que toda cultura y el resultado de las decisiones de los seres humanos necesitan ser “purificados” de todo lo contrario a los valores del Evangelio, el enfoque de Aparecida se centra más en lo positivo que en la necesidad de purificación.

Las otras Conferencias Generales mencionan la necesidad de purificación, pero a lo largo de la historia se ve un proceso de creciente aprecio y menos enfoque crítico en cada sucesiva Conferencia General[15].

En Aparecida, la palabra “purificación” aparece vinculada con la religiosidad popular, a diferencia de los otros documentos: “Cuando afirmamos que hay que evangelizarla o purificarla, no queremos decir que esté privada de riqueza evangélica. Simplemente deseamos que todos los miembros del pueblo fiel, reconociendo el testimonio de María, traten de imitarla cada día más”[16].

Para subrayar este aprecio, el siguiente numeral dice: “No podemos devaluar la espiritualidad popular, o considerarla un modo secundario de la vida cristiana, porque sería olvidar el primado de la acción del Espíritu y la iniciativa gratuita del amor de Dios...

Es una espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos, que no por eso es menos espiritual, sino que lo es de otra manera”[17].

Aparecida, entonces, ofrece una reflexión distinta sobre la religiosidad popular al reafirmar que la experiencia de fe popular con sus valores es una fuerza de la evangelización[18], “profundamente inculturada, que contiene la dimensión más valiosa de la cultura latinoamericana”[19] y está vinculada con la opción preferencial por los pobres. Además, esta opción es una “dimensión constitutiva de nuestra fe en Jesucristo”[20], “por eso la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica”[21], como lo dijo el Papa Benedicto XVI en el Discurso Inaugural.

En resumen, en el proceso de las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano y Caribeño, se da un creciente aprecio por la religiosidad popular, la cual es vista principalmente como una manifestación de la inculturación de la fe en la variedad de las culturas de nuestro continente. Es también una fuerza de evangelización, por lo que podemos decir con certeza que los pobres y los sencillos nos evangelizan a todos. Por eso traigo el versículo del Evangelio de Mateo 11,25: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños”.

III. La inculturación

En esta segunda parte, quiero recoger algunas ideas del documento  de trabajo del Sínodo Panamazónico, el cual manifiesta que estamos en un “Tiempo de inculturación e interculturalidad”, y subrayar el término “kairos”[22], que significa un tiempo de Gracia especial. La inculturación de la fe en cada cultura, y la interculturalidad, significa el diálogo entre culturas, y están muy relacionados con el tema de la religiosidad popular. En palabras de Santo Domingo: “Toda evangelización ha de ser inculturación del evangelio”[23].

La inculturación es el esfuerzo por asumir el mensaje de Cristo en un determinado ambiente sociocultural, y está llamado a crecer en sus valores propios conciliables con el Evangelio, y llevar a la conversión los antivalores que niegan la dignidad humana.

El tema de la inculturación aparece en los inicios del magisterio de San Juan Pablo II; por eso Santo Domingo lo recoge y nos muestra que el proceso de inculturación se manifiesta en tres misterios centrales de la fe: la Encarnación, la Pascua y Pentecostés[24].

El misterio de la encarnación subraya que El Verbo de Dios se hizo hombre y vivió en una cultura particular. Su encarnación se realiza en un lugar y tiempo concretos, pero su significación es universal (todos los lugares y todos los tiempos). La encarnación incide en todo lo existente y en toda la historia; por eso podemos afirmar:

  1. Toda proclamación del Evangelio tiene que encarnarse en una realidad cultural concreta. Los signos de los tiempos y lugares de la cultura particular indican las formas y significados que son el punto de partida para manifestar los valores evangélicos. Los valores evangélicos son universales, pero las formas en que encarnan dichos valores son la expresión de la particularidad de la encarnación hoy en día, para que Jesús sea como todos, esto es, latinoamericano, caribeño, africano, indio, asiático, etc. En su visita al Perú, el Papa Francisco tuvo muy en cuenta la religiosidad popular al expresar: “Doy gracias a la delicadeza de nuestro Dios: Él busca la forma de acercarse a cada uno de la manera que pueda recibirla, y así nacen las más distintas advocaciones... El amor de Dios siempre se pronuncia en dialecto”.
  2. Todos los elementos de la cultura y todas las culturas están involucradas en el misterio de la encarnación. San Ireneo afirma que “lo que no es asumido no es redimido”[25]; por tanto, esto conlleva a una inculturación no sectaria, sino plenamente humana y creyente en el Dios que se hizo hombre entre los pobres.
  3. Toda inculturación tiene como lugar privilegiado el mundo de los más pobres. La Biblia nos muestra que Jesús mismo escogió esta realidad para encarnarse en la historia. En el proceso de la inculturación, también se da una opción preferencial a partir del mundo de los pobres. Por eso, el Documento de Trabajo nos invita a un mayor respeto a las culturas amenazadas y marginadas y “optar por el otro”, en defensa de sus culturas y expresiones de fe.

Un texto evangélico puede ayudarnos a situar mejor su importancia. Se trata de la bella oración de Jesús recogida por Lucas 10,21: “En aquella hora, se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien”. San Pablo parece haber comprendido muy bien, según 1 Corintios 1,20: “¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el docto? ¿Dónde está el sofista de este tiempo? ¿No ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo?”.

  1. La inculturación desde la perspectiva de la Pascua es buscar formas concretas en la cultura del pueblo que resaltando los valores de la vida, como son la fiesta, el trabajo comunal, la solidaridad, la reciprocidad, etc., superen el poder de la muerte. La Pascua nos invita a pasar de la muerte a la vida y la inculturación es el desafío de descubrir, fortalecer y celebrar los signos de vida en el pueblo, implicando a todos en la transformación de las estructuras de muerte y apuntando hacia una liberación integral. También en todas las culturas se manifiestan signos de “muerte” del pecado social, por lo que debemos reconocer y enfrentar “las estructuras de pecado, desenmascarando las ideologías que justifican un estilo de vida que agrede a la creación”[26].
  2. En Pentecostés se señalan elementos clave del proceso de la inculturación:
  3. La inculturación subraya una transición de Babel a Pentecostés. En Babel [27] los hombres comienzan a hablar en idiomas distintos y se confunden, por- que ninguno entiende al otro. En Pentecostés las personas no comienzan a hablar el mismo idioma, sino que cada uno entiende en su propia lengua las maravillas del Señor (Cf. Hch 2). La unidad alcanzada en Pentecostés no es una unidad en la uniformidad, sino en medio de la diversidad. Por eso, la inculturación brota del espíritu de Pentecostés que busca la unidad de la fe en medio de las pluriformes expresiones, porque la realidad de nuestro continente es “un mundo pluriétnico, pluricultural y plurirreligioso”[28].
  4. El Espíritu está presente y “afecta a las sociedades, a la historia, a los pueblos, a las culturas y a las religiones”[29]. Esto crea en nosotros un alto respeto por cada cultura y promueve una actitud de escucha y descubrimiento de las muchas maneras maravillosas en que el Espíritu ha actuado en cada cultura desde el principio, para lograr su salvación.

También subraya que el Espíritu actúa en personas y comunidades de distintas maneras, creando una gran variedad de carismas. En nuestro continente, las comunidades manifiestan una riqueza de carismas y “en este contexto se abren nuevos espacios para recrear ministerios adecuados a este momento histórico”, como lo dice el IL en el N.o 43.

Por tanto, el proceso de la inculturación significa la inserción del mensaje evangélico en todos los niveles de la Iglesia, en su lenguaje de predicación, en su expresión catequética, en su liturgia, en su expresión teológica, en su forma de servicio y en sus estructuras de comunión y participación. El actor principal es la Iglesia particular, que a través del discernimiento y en actitud orante podrá identificar los caminos adecuados.

En las manifestaciones populares de fe, se descubren y manifiestan profundos valores que debemos fortalecer en defensa del desarrollo humano y de la ecología integral, tan amenazados por fuertes estructuras de violencia y muerte.

I. La devoción mariana

El Documento de Puebla, cuyo cuadragésimo aniversario celebramos ahora, en el N.o 446 dice: “El Evangelio encarnado en nuestros pueblos los congrega en una originalidad histórica cultural que llamamos América Latina. Esa identidad se simboliza muy luminosamente en el rostro mestizo de María de Guadalupe, que se yergue al inicio de la Evangelización”.

En el discurso inaugural de la Conferencia General de Santo Domingo, san Juan Pablo II señala el lugar privilegiado de María en la inculturación del Evangelio:

en Santa María de Guadalupe, ofrece un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada. En el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac se resume el gran principio de la inculturación: la íntima transformación de los auténticos valores culturales mediante la integración en el cristianismo y el enraizamiento del cristianismo en las varias culturas.[30]

También el mismo Papa, en la misa en el Santuario de Guadalupe para iniciar la Conferencia de Puebla, dijo:

Y desde que el indio Juan Diego hablara de la dulce Señora del Tepeyac, Tú, Madre de Guadalupe, entras de modo determinante en la vida cristiana del pueblo de México. No menor ha sido tu presencia en otras partes, donde tus hijos te invocan con tiernos nombres... igualmente presente en la vida de tantos otros pueblos y naciones de América Latina, presidiendo y guiando no solo su pasado remoto o reciente, sino también el momento actual, con sus incertidumbres y sombras.[31]

Así, a lo largo y ancho de nuestro continente, la religiosidad popular encuentra una de sus más profundas expresiones en la devoción a la Virgen María. La reflexión en el documento de Puebla sobre la religiosidad popular se inicia con referencia a María, y sus santuarios “son signos del encuentro de la fe de la Iglesia con la historia latinoamericana”[32]; y como dice Aparecida, Ella “ha contribuido a hacernos más conscientes de nuestra común condición de hijos de Dios y de nuestra común dignidad ante sus ojos, no obstante las diferencias sociales, étnicas o de cualquier otro tipo”[33].

Aquí quiero referirme solo a dos ejemplos de esta piedad popular, entre los muchos que existen. Primero, a la Virgen de Guadalupe de México, Patrona de América Latina, por ser la primera manifestación de su presencia en nuestro continente, y segundo, a la Virgen de la Puerta de la Arquidiócesis de Trujillo, Perú.

Como he mencionado anteriormente, la Virgen de Guadalupe es considerada modelo de la inculturación de la fe. Ella aparece con rostro mestizo, signo del encuentro de las dos culturas, y habla el idioma propio del pueblo, náhuatl. Sobre su vientre hay una rosa de cuatro pétalos unidos por el círculo central, es el símbolo del camino de los hombres (pétalos) unidos al camino de Dios (círculo), indicando que el que va a nacer de la Virgen es el encuentro entre Dios y los hombres. En el centro del cuello de la túnica está la cruz cristiana, subrayando que ella, insertada en la cultura azteca, es la Madre del Crucificado.

Además de la vestimenta, signo de la inculturación de la fe en la cultura azteca, María se aparece a un indígena, Juan Diego. Ella se sitúa en el mundo simbólico y lingüístico de un pueblo que ha sufrido la devastación de su propio mundo y Ella, escogiendo a Juan Diego como su mensajero, decide manifestar su amor a estos marginados y pobres. En su aparición a Juan Diego dijo lo siguiente:

yo soy tu Madre misericordiosa, de ti, y de todos los hombres que viven unidos en esta tierra, y de todas las personas que me amen, los que me hablen, los que me busquen y los que en mí tienen confianza. Allí les escucharé sus lloros, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores.

Estas palabras de Santa María de Guadalupe hacen eco a lo largo de la historia de la salvación, desde cuando Dios dice a Moisés en Éxodo 3,7: «He visto la humillación de mi pueblo en Egipto, y he escuchado sus gritos cuando maltrataban a sus mayordomos. Yo conozco sus sufrimientos», y hasta las palabras del inicio de la Gaudium et spes, 1: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”.

Siendo esta la misión de la Guadalupana, quiere su templo en el Tepeyac, lugar periférico y sin consideración. Ella inicia aquí lo que marca a la Iglesia Latinoamericana, la opción preferencial por los pobres. Su pedido sigue vigente, con Aparecida nos llama a ser una Iglesia misionera y con el Papa Francisco a ser una Iglesia en salida.

Las devociones marianas de nuestro pueblo tienen tanta fuerza porque nuestro pueblo sigue viendo en Ella a su protectora, a su Madre que escucha sus tristezas y angustias y los acompaña, los protege y los eleva en su dignidad

El segundo ejemplo que quiero ofrecer es el de la Virgen de la Puerta de la Arquidiócesis de Trujillo. Sus inicios se remontan a un santuario que lleva también el nombre de Guadalupe. Desde el santuario y monasterio agustino de Gua- dalupe, al norte de Trujillo, salieron los evangelizadores a los Andes de la Arquidiócesis. En el pueblo de Otuzco, establecieron un convento y pidieron a la comunidad de Guadalupe una de las imágenes de la Virgen que fueron traídas desde España.

Como tal, su historia es diferente a la de la Guadalupana, porque no es una aparición, pero la misión de la Madre y su acogida por el pueblo es la misma. En el año de 1674 los piratas llegaron a las costas cerca de Trujillo para saquear los pueblos. El pueblo de Otuzco, lleno de temor, tristeza y angustia, se preguntaba “¿quién nos va a proteger?”.

La respuesta de la población fue llevar la imagen de la Virgen María y colocarla encima de la puerta de la ciudad. Luego dedicaron tres días a la oración y milagrosamente los piratas dieron la vuelta y no saquearon ni  a Trujillo ni a Otuzco. Desde entonces es conocida como la Virgen de la Puerta y considerada protectora de la región del norte peruano.

Para el pueblo, la Virgen de la Puerta es protectora, es propiamente una Madre. Ella extiende su manto misericordioso alrededor de un pueblo que sufre. Ella es el centro de la religiosidad popular en la Arquidiócesis de Trujillo y en el norte del Perú, y no hay lugar donde no se encuentre su imagen y sus devotos. Durante los años en que hubo pocos sacerdotes, ella era la garantía del amor de Dios para con su pueblo. Ella es la Madre de los Pobres, la Madre de la Iglesia. “La Mamita de Otuzco”, como la invocan, y proclamada “Madre de la Misericordia y la Esperanza”, por el Papa Francisco en la Plaza de Armas de Trujillo, el 20 de enero de 2018.

En esa ocasión, con sus propias palabras, el Papa nos invita a ver en la Madre de la Misericordia y la Esperanza, el camino para elevar nuestro espíritu en la lucha contra la violencia hacia la mujer. Poco antes de coronar a la Mamita de Otuzco, dijo: “Hermanos, la Virgen de la Puerta, Madre de la Misericordia y de la Esperanza, nos muestra el camino y nos señala la mejor defensa contra el mal de la indiferencia y la insensibilidad”[34].

María, la madre, que es la cara inculturada del evangelio de la vida, nos anima como Iglesia para enfrentar todas las situaciones de dolor e injusticia de hoy, para que promovamos, como dijo san Pablo VI, la “liberación de todo lo que oprime al hombre”[35].

Nuestros pueblos expresan su devoción a María con peregrinaciones, ro- sarios, flores y obsequios a las muchas imágenes en todos los países, porque sienten que las palabras que ella dirigió a san Juan Diego, las dirige a ellos también: “¿No estoy aquí yo, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en donde se cruzan mis brazos?”.

Estos dos ejemplos –de la Virgen de Guadalupe en México y de la Virgen de la Puerta en la Arquidiócesis de Trujillo, Perú– sintetizan de manera paradigmática lo que significa la Virgen María para nuestros pueblos, por lo que podemos decir:

Ella es la primera discípula-misionera de su Hijo, y formadora de nosotros para que seamos misioneros.

Ella es la Estrella de la Evangelización, que trajo el Evangelio a nuestro continente.

Ella es la presencia constante al lado de su pueblo, camina con sus hijos, “...hace sentir a sus hijos más pequeños que ellos están en el pliegue de su manto”.[36]

Ella entra “profundamente en el tejido de su historia”[37], se hace el evangelio inculturado con “los rasgos más nobles y significativos de su gente”.38

Ella pertenece al pueblo y el pueblo encuentra en ella el amor y la protección de una madre, pues “su figura maternal fue decisiva para que los hombres y mujeres de América Latina se reconocieran en su dignidad de hijos de Dios”.[39]

Ella indica “la pedagogía para que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como en su casa”.[40]

También se debe precisar la presencia de María con los discípulos, de manera especial, desde la Ascensión de Jesús, hasta el Don del Espíritu en Pentecostés, donde se evidencia el sentido eclesial de la Virgen, su estrecha relación con Jesús y la Iglesia que Él fundó.

Finalmente, por toda América Latina y el Caribe, invocamos a María, con las palabras que el Papa Francisco pronunció en la plaza principal de Trujillo, Perú: “Ella nos lleva a su Hijo y así nos

¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en donde se cruzan mis brazos?”.

invita a promover e irradiar una cultura de la misericordia, basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás: una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los hermanos”[41].

Que la Virgen Santa María nos conceda a todos y cada uno de nosotros su gracia y su bendición.

Paz y bien. 


Notas

[1] Cf. 2 Sam 6, 5.
[2] Cf. 2 Cor 12, 4-6.
[3] Cf. Evangelii gaudium 198.
[4] Cf. Medellín 6.4.
[5] Cf. Medellín 6.5.
[6] Cf. Ibíd 6.5.
[7] Cf. Medellín: Pastoral de Masas y Pastoral de Élites.
[8] Cf. Medellín 6.3.
[9] Cf. Puebla 396.
[10] Cf. DP 450.
[11] Cf. Ibíd. 452.
[12] Cf. Documento de Santo Domingo 36.
[13] Cf. Ibíd. 18.
[14] Cf. Documento de Aparecida 259-260.
[15] Medellín 6,5; 8,2; Puebla 83; 109; 457; 463; Santo Domingo 36; 39; 53.
[16] Cf. Ibíd. 262.
[17] Cf. Ibíd. 263.
[18] Cf. DA 258-261; 263-264.
[19] Cf. Documento de Aparecida 258.
[20] Cf. Ibíd. 257.
[21] Cf. Discurso Inaugural de la V Conferencia General en Aparecida.
[22] Cf. Instrumentum Laboris de la Asamblea Especial para la Región Panamazónica del Sínodo de los Obispos, 28.
[23] Cf. Documento de Santo Domingo 13.
[24] Cf. SD 230.
[25] Cf. Instrumentum laboris de la Asamblea Especial para la Región Panamazónica del Sínodo de los Obispos 113.
[26] Cf. Instrumentum laboris de la Asamblea Especial para la Región Panamazónica del Sínodo de los Obispos 101.
[27] Cf. Gen 11.
[28] Cf. Instrumentum laboris de la Asamblea Especial para la Región Panamazónica del Sínodo de los Obispos 36.
[29] Cf. Redemptoris missio 28.
[30] Cf. Discurso Inaugural de IV Conferencia General en Santo Domingo 24.
[31] Cf. Homilía de san Juan Pablo II en la inauguración de la III Conferencia General en Puebla, 1979. 2.a.
[32] Cf. Documento de Puebla 282.
[33] Cf. Documento de Aparecida 37.
[34] Cf. Discurso del Santo Padre Francisco. Celebración Mariana en honor a la Virgen de la Puerta, 2018.
[35] Cf. Evangelii nuntiandi 9.
[36] Cf. Documento de Aparecida 265.
[37] Cf. Documento de Aparecida 269.
[38] Cf. Ibíd.
[39] Cf. Documento de Santo Domingo 16.
[40] Cf. Documento de Aparecida 272.
[41] Cf. Discurso del Santo Padre Francisco. Celebración Mariana en honor a la Virgen de la Puerta, 2018.

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