De la evidencia empírica recogida se puede concluir que, como se atrevieron a decir los obispos en la Conferencia Episcopal de Puebla, la cultura de nuestros países iberoamericanos tiene un “real sustrato católico”, debilitado parcialmente por las tendencias de secularización propias del mundo moderno, pero no obstante fuerte y consistente en la mayoría de la población.

Por encargo de la Conferencia Episcopal de Chile, la Dirección de Estudios Sociológicos de la Pontificia Universidad Católica de Chile realizó una encuesta nacional con el objetivo de conocer la magnitud de la creencia religiosa, la naturaleza de los hábitos religiosos de la población y la imagen y consideración que tiene la Iglesia Católica en el país. La encuesta, como instrumento de recolección de información tiene, evidentemente, muchas limitaciones. La información se reduce a lo que las personas encuestadas dicen en un momento determinado frente a las preguntas que les formula el encuestador, al modo como cada uno de ellos entendió las preguntas y dentro de las alternativas prefijadas entre las que tuvieron que escoger. Tratándose de materias religiosas que en sí mismas son complejas y no siempre fáciles de discernir, se comprende que un cuestionario predeterminado encasille a los entrevistados más allá de lo que ellos tal vez quisieran o puedan considerar razonable. Sin embargo, la encuesta tiene la gran virtud de realizarse sobre una muestra representativa de la población, probabilísticamente seleccionada y en un número suficientemente amplio de casos (2.019) que permite obtener conclusiones sobre magnitudes agregadas que ningún otro procedimiento es capaz de ofrecer. A su vez, la información empírica así obtenida puede compararse con la procedente de otros estudios realizados en distintas fechas, lo que ayuda a confirmar tendencias y órdenes de magnitud. Sobre estos supuestos, ofrecemos a continuación los principales resultados que se obtuvieron.

Religión

La proporción de católicos es alta (74,4 por ciento) y relativamente constante en la población con descensos en el nivel socioeconómico bajo, donde los evangélicos alcanzan una tasa ligeramente superior al 20 por ciento y en los jóvenes (18-24 años), en que crece también hasta el 20 por ciento la proporción de personas que no se identifica con ninguna religión. La proporción de católicos desciende también en la VIII-IX-X región especialmente por la concentración pentecostal en la zona del carbón de la VIII región y en algunas de las principales ciudades de la IX región. La región metropolitana, en cambio, sigue bastante fielmente los promedios nacionales de identificación religiosa, mientras que el norte y las regiones agrarias del centro permanecen abrumadoramente católicas.

La proporción de católicos es bastante pareja entre personas casadas que viven con su cónyuge y personas separadas o anuladas sea que vivan o no con una nueva pareja. No existe evidencia de que la disolución del vínculo conyugal modifique en algún sentido las lealtades religiosas. Tampoco el aumento de la escolaridad resiente la proporción de católicos, aunque la tasa de no creyentes aumenta ligeramente entre las personas con más de 12 años de estudio.

Congruencia religiosa

La congruencia religiosa con los padres es extremadamente alta entre los católicos: el 87 por ciento de las personas que se declaran católicas proviene de hogares en que ambos padres eran católicos. Para los evangélicos la tasa de congruencia parental disminuye a la mitad: sólo el 43 por ciento de las personas actualmente evangélicas proviene de hogares evangélicos, mientras que casi el 30 por ciento proviene de hogares en que ambos padres eran católicos. La procedencia católica de las personas no creyentes es todavía algo mayor: el 39 por ciento de la increencia religiosa proviene de hogares consistentemente católicos.

La congruencia parental es extremadamente efectiva en la transmisión de la creencia religiosa. El 88 por ciento de los hogares congruentemente católicos (padre y madre católicos) tuvieron un hijo católico, mientras que los hogares incongruentemente católicos (padre o madre católica) tuvieron hijos católicos en proporciones inferiores al 50 por ciento. La efectividad de la congruencia parental se aprecia también en los restantes casos: el 76 por ciento de los hogares congruentemente evangélicos (padre y madre evangélicos) tuvieron un hijo evangélico, mientras que el 63 por ciento de los hogares congruentemente no creyentes (padre y madre no creyente) produjeron también un hijo que no se identifica con ninguna religión.

La estimación de religiosidad con respecto a los padres es bastante equilibrada: cerca de un tercio de los hombres en cada caso se considera más, más o menos igual y menos religioso que su padre, y algo similar ocurre con las mujeres al compararse con su madre, lo que indica una cierta estabilidad intergeneracional en la significación de la religiosidad. En el caso de los católicos, sin embargo, ocurre que los hombres se consideran significativamente más religiosos que sus padres, especialmente en los niveles medio y bajo de la población.

La congruencia religiosa entre cónyuges es también extremadamente alta en todas las creencias religiosas, aunque especialmente entre los católicos: el 92 por ciento de las personas que se declaran católicas tienen cónyuges o parejas católicas, mientras que la tasa de congruencia conyugal entre los evangélicos alcanza al 74 por ciento. La congruencia conyugal se reduce, en cambio, entre los no creyentes: sólo un 37 por ciento de las personas no creyentes tiene un cónyuge o pareja no creyente, y una proporción similar convive con un cónyuge o pareja católicos. La proporción de hogares no creyentes (aquellos donde ambos cónyuges se declaran increyentes) es, por lo tanto, muy modesta en el país: la mayor parte de las personas que no se identifica con ninguna religión convive en realidad con otra que tiene alguna creencia religiosa.

Hábito religioso

El hábito de asistir a misa o al servicio religioso una o más de una vez a la semana (sin contar bautizos, matrimonios o funerales) está más extendido entre evangélicos (56 por ciento declara tener este hábito) que entre católicos (23 por ciento de los católicos declaran ir a misa al menos una vez por semana). No obstante, ambas creencias producen la misma tasa de inactividad religiosa: uno de cada cuatro católicos y uno de cada cuatro evangélicos declaran que nunca o casi nunca van a su iglesia. El hábito religioso es siempre mayor entre las mujeres (aunque la diferencia entre hombres y mujeres es mucho más pronunciada entre católicos que entre evangélicos). También es mayor el hábito religioso en el nivel socioeconómico alto (donde la tasa de asistencia religiosa entre los católicos llega al 34 por ciento en contra del 21 por ciento que se declara en el nivel socioeconómico bajo) y en las personas de mayor edad (otras vez con diferencias más pronunciadas entre católicos que evangélicos).

La congruencia del hábito religioso con los padres es significativa, pero menor que la congruencia en creencia religiosa: el 37 por ciento de los católicos que asisten semanalmente a misa proviene de hogares en que ambos padres asistían de la misma manera, y en conjunto, el 57 por ciento de los católicos que van regularmente a misa tuvo un padre o una madre o ambos que iban a misa frecuentemente. Más de un tercio de los católicos que van regularmente a misa actualmente obtuvo ese hábito, sin embargo, fuera de su hogar de origen. La inactividad religiosa se aprende también de los padres en proporciones similares: el 58 por ciento de los católicos que no van nunca a la iglesia tuvo padres que no asistían o sólo lo hacían ocasionalmente. La congruencia parental en el hábito religioso es muy similar entre católicos y evangélicos.

La congruencia conyugal en el hábito religioso es también más moderada que la congruencia en la creencia: el 55 por ciento de los católicos que van a misa semanalmente tiene un cónyuge o pareja que posee el mismo hábito. En este caso, la congruencia conyugal de los evangélicos es sensiblemente mayor puesto que alcanza al 78 por ciento seguramente por la mayor presencia relativa de hombres en las iglesias pentecostales.

Otros hábitos religiosos

El bautismo es un hábito generalizado entre católicos cualquiera sea su nivel de actividad, e incluso están bautizados uno de cada dos evangélicos y tres de cada cuatro personas que no se identifican con alguna religión (lo que confirma que dichas personas proceden de hogares católicos en la proporción referida). La primera comunión es menos habitual que el bautismo pero se mantiene alta entre todos los católicos cualquiera sea su hábito de ir a misa y es todavía significativa entre los no creyentes. La confirmación, en cambio, decae entre los católicos pasivos y las personas de otra confesión religiosa, aunque todavía uno de cada dos católicos que no asisten nunca a misa y casi uno de cada dos no creyentes son personas que declaran estar confirmadas. El matrimonio religioso se vuelve a generalizar entre católicos y arroja esta vez una diferencia entre católicos pasivos y no creyentes: dos de cada tres católicos pasivos ha tenido un matrimonio religioso, mientras que algo menos de uno de cada dos no creyentes se ha casado según el rito católico) lo que confirma los datos de incongruencia conyugal que caracterizan al grupo de no creyentes). La proporción de católicos que han recibido la comunión el último mes y se han confesado el último año, por su parte, queda circunscrita enteramente a aquellos que asisten regularmente a misa.

El hábito de hacer oración o rezar está muy arraigado incluso entre los católicos que no asisten nunca o casi nunca a misa: casi uno de cada dos declara rezar diariamente de preferencia el padrenuestro, mientras que casi todos los católicos activos rezan a diario tanto el padrenuestro como el avemaría. La invocación a santos en la oración alcanza a la mitad de los católicos incluyendo otra vez una proporción significativa de católicos pasivos (40 por ciento de ellos invoca algún santo). La invocación a Santa Teresa de los Andes está bien arraigada entre católicos activos y ocasionales. Santa Teresa y el Padre Hurtado explican más de la mitad de la invocación a santos o beatos entre los católicos chilenos.

La lectura de la biblia fuera del templo es un hábito largamente evangélico aunque radica casi exclusivamente entre los evangélicos activos, quienes son también los que preservan la inclinación iconoclasta del protestantismo (sólo ellos declaran abrumadoramente no tener imágenes religiosas en su casa o en el dormitorio). Las imágenes religiosas son muy frecuentes entre los católicos cualquiera sea su nivel de actividad y son todavía abundantes en los hogares de los evangélicos menos comprometidos con su creencia religiosa.

La devoción mariana es muy activa entre los católicos que asisten regularmente a misa (son ellos los que declaran mayor asistencia a santuarios y los que más rinden culto a imágenes públicamente expuestas de la Virgen), pero alcanza también significativamente a los católicos que asisten ocasionalmente a misa, e incluso a los que no asisten nunca (donde uno de cada cinco peregrina anualmente a algún santuario mariano y uno de cada tres rinde homenaje público a la Virgen). A diferencia del hábito de asistir a misa, la actividad mariana es pareja en todos los niveles socioeconómicos, aunque crece entre las mujeres y personas de mayor edad que son también las más asiduas a la misa.

En contraposición con el alcance de la devoción mariana, la participación, en actividades pastorales de la Iglesia está circunscrita casi enteramente a los católicos que asisten frecuentemente a misa (salvo en lo que toca a pastoral de colegios o catequesis de algún hijo que atraen a católicos ocasionalmente activos). Por otra parte, sólo alrededor de un tercio de los católicos activos declara participar en actividades pastorales de su diócesis o parroquia, mientras que el conjunto de actividades del Jubileo 2000 logró movilizar al 40 por ciento de dichos católicos, lo que constituye el punto de inflexión más alto en la participación de católicos activos en actividades pastorales.

La asociatividad religiosa de los católicos es bastante exigua: sólo el 13 por ciento declara ser miembro voluntario de alguna asociación o grupo religioso, en contraste con el 35 por ciento de los evangélicos, y como en el caso anterior la mayor parte de la asociatividad está concentrada entre los que van regularmente a misa. En términos generales, la mitad de la asociatividad católica es parroquial, mientras que la otra mitad está canalizada a través de movimientos religiosos. En el nivel socioeconómico alto, y en cierta medida entre los jóvenes, predominan los movimientos religiosos, mientras que las parroquias so la principal fuente de la asociatividad religiosa en el nivel socioeconómico bajo y entre las personas de mayor edad. La participación de los católicos en asociaciones de beneficencia o voluntariado es también del 12 por ciento (casi toda ella expresamente ligada a la Iglesia): la asociatividad benéfica es mayor en el nivel socioeconómico alto y bastante pareja por edad y alcanza significativamente a católicos que asisten ocasionalmente a misa.

Educación religiosa

Alrededor de uno de cada tres chilenos declara haber sido educado en un colegio católico (de curas, monjas o laicos expresamente católicos) en algún período significativo de su vida escolar. La proporción de personas no católicas formadas en colegios católicos es también muy significativa: mientras que uno de cada tres católicos proviene de un colegio católico, uno de cada cuatro no creyentes y un evangélico de cada cinco tienen esa procedencia. La tasa general de uno de cada tres se mantiene constante por edad, aunque cae en las personas que tienen actualmente entre 25-34 años (décadas del setenta aproximadamente) para recuperarse en el grupo de edad 18-24 donde vuelve a alcanzar su nivel histórico. La proporción de personas formadas en colegios católicos alcanza a la mitad en el nivel socioeconómico alto para bajar a sólo un cuarto en el nivel socioeconómico bajo. La educación católica influye moderadamente en el hábito religioso de los católicos: la tasa de asistencia semanal a misa aumenta a 30 por ciento entre aquellos que fueron a un colegio católico, mientras que alcanza a 19 por ciento entre los que no fueron.

Las expectativas religiosas respecto de los hijos son bastante considerables en la población, especialmente la expectativa de que los hijos tengan o hayan tenido un matrimonio religioso que alcanza al 80 por ciento en todas las confesiones religiosas, e incluso al 40 por ciento de los no creyentes que prefiere o hubiera preferido que sus hijos tuvieran un matrimonio religioso. La expectativa de que los hijos vayan o hayan ido a un colegio católico es muy fuerte entre los católicos: 2 de cada 3 espera o hubiera esperado que sus hijos se eduquen en un colegio católico (lo que se compara con la tasa histórica de 1 de cada 3 que efectivamente lo hace), mientras que la aspiración de que los hijos lleven una vida religiosa activa es bastante generalizada y sólo se resiente cuando se trata de optar por una vida consagrada.

Los padres (reales o potenciales) tienen tantas expectativas religiosas respecto de sus hijos como las madres (salvo en el caso de la vida consagrada que es una aspiración más bien maternal) y el nivel alto tanta como el nivel bajo, aunque ciertamente las expectativas religiosas de los más jóvenes respecto de sus futuros hijos son menores.

Sacerdotes

Los sacerdotes suscitan mucho o bastante confianza en proporciones que se asemejan a las de médicos y profesores de colegio que en conjunto son las personas más confiables. El 70 por ciento de los católicos tiene mucha o bastante confianza en sus sacerdotes (y una proporción similar de los evangélicos la tiene en sus propios pastores), pero la confianza no se traspasa de una creencia a otra, lo que hace que la confianza de evangélicos y no creyentes en sacerdotes católicos baje abruptamente y lo mismo ocurra con la confianza de católicos y no creyentes en pastores evangélicos. La confianza de los católicos en sus sacerdotes es bastante pareja por sexo, edad y nivel socioeconómico: en particular, los más jóvenes confían tanto o más que los mayores en los sacerdotes (cosa que se repite en el caso de la confianza en la Iglesia). La magnitud del anticlericalismo (católicos que tienen poca o ninguna confianza en sus sacerdotes) es poco relevante.

Los sacerdotes católicos aparecen sistemáticamente bien evaluados en preparación, espíritu de servicio, influencia en la sociedad y cercanía con las personas en proporciones que siempre son más altas entre católicos respecto de no católicos y entre católicos activos respecto de los no activos (aunque la evaluación de los católicos pasivos es siempre más positiva que la de los no creyentes). La percepción de sobriedad y austeridad en el estilo de vida de los sacerdotes es la única dimensión en que los promedios de evaluación positiva caen significativamente.

El contacto con sacerdotes puede estimarse significativo en todas las dimensiones tomando en cuenta la relación existente entre sacerdotes / población católica respecto de la relación pastores / población evangélica. Cerca del 40 por ciento de los católicos ha conversado con algún cura el último año, mientras que la mitad de los católicos conoce a algún sacerdote a quien recurrir fácilmente y recurriría de todas maneras a un sacerdote enfrentado a una crisis personal. Este contacto real o potencial es siempre mayor entre los católicos activos respecto de los pasivos. El contacto de los sacerdotes con no creyentes, por su parte, no es desdeñable: incluso un tercio de los no creyentes declara que segura o probablemente recurriría a un sacerdote enfrentado a una crisis personal.

Iglesia

La confianza en la Iglesia Católica es tres veces más alta que la de cualquier otra institución considerada (empresa privada, fuerzas armadas, iglesias evangélicas, gobierno, televisión, tribunales de justicia y parlamento en orden decreciente). Tampoco en este caso, las distintas confesiones religiosas son deferentes entre sí de manera que el grueso de la confianza en la Iglesia Católica proviene de los propios católicos (aunque uno de cada cinco no creyentes tiene mucha o bastante confianza en la Iglesia). Como en el caso de los sacerdotes, la confianza en la Iglesia Católica es estable en todos los grupos de sexo, edad y nivel socioeconómico (y se mantiene alta entre los jóvenes).

Las estimaciones de la posición de la Iglesia Católica en los ejes ricos / pobres, jóvenes / adultos, hombres / mujeres e izquierda / derecha tienden sistemáticamente hacia el medio (promedio 3 en una escala de 1 a 5): muy ligeramente inclinada hacia los pobres (3.25) y las mujeres (3.34) y hacia los jóvenes (2.91) y la izquierda (2.89), aunque todos los promedios bordean el 3 que marca la posición de equilibrio. Esta estimación es compartida en general por todas las creencias religiosas, salvo en los siguientes casos: evangélicos y no creyentes inclinan más a la Iglesia Católica hacia los ricos y solamente los no creyentes la inclinan más que el promedio hacia los adultos y la derecha. Los católicos tienden a estimar la posición de la Iglesia de manera muy semejante y no se encuentran diferencias relevantes en la estimación que hacen ricos y pobres, jóvenes y adultos y hombres y mujeres en cada una de las dimensiones pertinentes (v.gr. la estimación del nivel socioeconómico alto en l dimensión ricos / pobres es 3.46 mientras que la del nivel socioeconómico bajo es 3.39 y así sucesivamente).

La Iglesia Católica tiene su mejor evaluación en “fidelidad al Papa” (promedio 6.19 en escala de uno a siete) seguida de “solidaridad y compromiso con los pobres” (5.59), y “defensa y promoción de los derechos humanos” (5.42) que constituyen en conjunto las tres dimensiones mejor evaluadas cualquiera sea la creencia religiosa. La Iglesia tiene buen desempeño en “fortaleza en la proclamación de la verdad cristiana”, “espíritu misionero” y “testimonio de vida cristiana”, aunque en estos casos se afirma sobre todo en la evaluación que hacen los propios católicos. Las dimensiones pero evaluadas son “defensa y protección de los pueblos indígenas” y “compromiso con la democracia” en lo que concuerdan católicos y no católicos. En general, sin embargo, los atributos en que la Iglesia Católica es mejor evaluada son al mismo tiempo los que las personas consideran más importantes (especialmente “solidaridad y compromiso con los pobres”, “defensa y promoción de los derechos humanos” y entre los católicos “fidelidad al Papa”), mientras que los atributos en que es peor evaluada son considerados también los menos importantes (“compromiso con la democracia” y “defensa y protección de los pueblos indígenas”), con la excepción quizás de “tolerancia y respeto por la distintas opiniones” que se considera importante y en la que la Iglesia Católica tiene una evaluación más bien discreta.

En su conjunto, las personas consideran que la Iglesia Católica debe hablar y actuar en cualquier tema de relevancia moral y privilegian entre los temas en los que debería hablar con más fuerza la “extrema pobreza” y las “desigualdades sociales” casi en la misma proporción que la “estabilidad en el matrimonio” y el “aborto”, relegando “derechos humanos” y sobre todo “educación sexual” a un segundo plano. Solamente los no creyentes tienden a restarle importancia a la voz de la Iglesia en “estabilidad del matrimonio” y “aborto” y concentran su preferencias en los temas sociales, mientras que católicos cualquiera sea su nivel de actividad y evangélicos le conceden igual importancia a los temas sociales y familiares.

La aprobación de conductas moralmente calificadas (legalizar el divorcio, convivencia premarital, sexualidad prematrimonial, eutanasia, aborto, anticoncepción, drogas, convivencia homosexual, adulterio y fecundación in vitro) sigue una pauta claramente definida: los evangélicos desaprueban todas las conductas consideradas con más fuerza que los católicos y los católicos desaprueban con más intensidad que los creyentes. También el nivel de actividad religiosa es sensible a la aprobación: los católicos y evangélicos desaprueban con más fuerza que los católicos y evangélicos ocasionales y pasivos, al punto que los católicos activamente comprometidos con su creencia resultan más estrictos moralmente que los evangélicos no activos. La creencia prima, sin embargo, sobre la actividad: católicos y evangélicos pasivos desaprueban siempre más que los no creyentes. También existe una pauta clara en la intensidad de la desaprobación: la anticoncepción, la legalización del divorcio y la convivencia premarital de los jóvenes son las conductas más aprobadas, mientras que la convivencia homosexual, el adulterio, las drogas y el aborto aparecen intensa y concluyentemente desaprobados.

Conclusión

De la evidencia empírica recogida se puede concluir que, como se atrevieron a decir los obispos en la Conferencia Episcopal de Puebla, la cultura de nuestros países iberoamericanos tiene un “real sustrato católico”, debilitado parcialmente por las tendencias de secularización propias del mundo moderno, pero no obstante fuerte y consistente en la mayoría de la población. No sólo llama la atención la confiabilidad en la Iglesia si se la compara con cualquier otra institución, incluidos loso poderes del Estado, sino la coherencia en la transmisión intergeneracional de actitudes y valoraciones básicas. Destaca también la actitud de los no creyentes, que en relación a los cónyuges que eligen, a la educación de sus hijos e incluso hasta en las prácticas religiosas devocionales que practican, no son ateos militantes, sino más bien personas momentánea u ocasionalmente alejadas de la creencia religiosa. Destaca asimismo el rol social integrador de la Iglesia, que ocupó desde el momento mismo de la primera Evangelización al defender la dignidad de los pueblos originarios frente a las nuevas realidades introducidas por la Conquista, y que hoy la sitúa equidistante de ricos y pobres, varones y mujeres, jóvenes y adultos, derechistas izquierdistas. Sólo una institución que tiene una gran fuerza de integración y cohesión social es capaz de exhibir índices semejantes. Los datos arrojados por esta encuesta, analizados con tranquilidad y en perspectiva de mediano y largo plazo, pueden servir para revalorar la dimensión social que siempre suscita el anuncio cristiano y llamar la atención, al mismo tiempo, sobre aquellas dimensiones menos comprendidas por la población y que requieren un renovado esfuerzo de persuasión y una perseverante actitud educativa.


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