El Evangelio (cfr. Jn 4,5-42) nos da a conocer un diálogo, un diálogo histórico –no es una parábola, esto pasó– de un encuentro de Jesús con una mujer, con una pecadora.

Es la primera vez en el Evangelio que Jesús declara su identidad. Y la declara a una pecadora que tuvo el valor de decirle la verdad: “Los que he tenido no eran mis maridos” (cfr. vv. 16-18). Y luego, con el mismo argumento, fue a anunciar a Jesús: “Venid, quizá sea el Mesías porque me ha dicho todo lo que he hecho” (cfr. v. 29). No va con argumentos teológicos –como quería tal vez al dialogar con Jesús: “En este monte, en el otro monte…” (cfr. v. 20)–; va con su verdad. Y su verdad es lo que la santifica, la justifica, es lo que el Señor usa –su verdad– para anunciar el Evangelio: no se puede ser discípulos de Jesús sin la propia verdad, lo que somos. No se puede ser discípulos de Jesús solo con argumentos: “En este monte, en aquel otro…”. Esta mujer tuvo el coraje de dialogar con Jesús –porque esos dos pueblos no dialogaban entre sí (cfr. v. 9)–; tuvo el valor de interesarse de la propuesta de Jesús, de aquella agua, porque sabía que tenía sed. Tuvo la valentía de confesar sus debilidades, sus pecados; es más, el coraje de usar su propia historia como garantía de que aquel era un profeta. «Me ha dicho todo lo que he hecho» (v. 29).

El Señor siempre quiere el diálogo con transparencia, sin esconder las cosas, sin dobles intenciones: “Soy así”. Y así hablo con el Señor, como soy, con mi verdad. Y así, desde mi verdad, por la fuerza del Espíritu Santo, encuentro la verdad: que el Señor es el Salvador, el que vino para salvarme y para salvarnos.

Este diálogo tan transparente entre Jesús y la mujer acaba con aquella confesión de la realidad mesiánica de Jesús, y con la conversión de aquella gente de Samaría, con aquel “campo” que el Señor vio “blanco para la siega”, que venía de Él, porque era el tiempo de la cosecha (cfr. v. 35).

Que el Señor nos dé la gracia de rezar siempre con la verdad, de dirigirme al Señor con mi verdad, no con la verdad de los demás, ni con las verdades destiladas por argumentos: “Es verdad, he tenido cinco maridos, esa es mi verdad” (cfr. vv. 17-18).


Fuente: Almudi.org

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