Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

Hacen falta sembradores de la Palabra, misioneros, verdaderos heraldos para formar al pueblo de Dios, como lo fueron Cirilo y Metodio, valientes heraldos, hermanos intrépidos y testigos de Dios, que hicieron más fuerte Europa, de la que son Patrones. Tres son las características de la personalidad de un enviado que proclama la Palabra de Dios. Lo cuenta la primera Lectura de hoy (Hch 13,46-49), con las figuras de Pablo e Bernabé, y el Evangelio de Lucas (10,1-9), con los 72 discípulos enviados por el Señor de dos en dos.

El primer rasgo del enviado es la franqueza, que incluye fuerza y coraje. La Palabra de Dios no se puede llevar como una propuesta –“si te gusta...”– o como una buena idea filosófica o moral –“tú puedes vivir así...”–. No. Es otra cosa. Necesita ser propuesta con franqueza, con fuerza, para que la Palabra penetre, como dice el mismo Pablo, hasta los huesos. La Palabra de Dios debe ser anunciada con franqueza, con fuerza, con coraje. La persona que no tiene coraje –coraje espiritual, valentía en el corazón, que está enamorada de Jesús, ¡y de ahí viene el valor!– dirá algo interesante, algo moral, algo que hará bien, un bien filantrópico, pero no es la Palabra de Dios. Y esa palabra es incapaz de formar al pueblo de Dios. Solo la Palabra de Dios proclamada con esa franqueza, con ese coraje, es capaz de formar al pueblo de Dios.

Del Evangelio de Lucas, capítulo 10, sacamos las otras dos características propias de un heraldo de la Palabra de Dios. Es un Evangelio lleno de elementos acerca del anuncio. La mies es abundante, pero son pocos los obreros. Rogad pues al Señor de la mies para que mande obreros a su mies. Así pues, después del coraje, a los misioneros les hace falta la oración. La Palabra de Dios se proclama también con oración. Siempre. Sin oración puedes dar una bonita conferencia, una buena charla: ¡buena, buena! Pero no es la Palabra de Dios. Solo de un corazón en oración puede salir la Palabra de Dios. Oración para que el Señor acompañe esa siembra de la Palabra, para que el Señor riegue la semilla y germine la Palabra. La Palabra de Dios debe proclamarse con oración: la oración del que anuncia la Palabra de Dios.

También en el Evangelio se describe un tercer rasgo interesante. El Señor envía a los discípulos como corderos en medio de lobos. El verdadero predicador es el que se sabe débil, sabe que no puede defenderse a sí mismo. ‘Tú ve como cordero entre lobos’ – ‘Pero, Señor, ¿para que me coman?’ – ‘¡Tú ve! Ese es el camino’. Y creo que es el Crisóstomo quien hace una reflexión muy profunda, cuando dice: ‘Pero si no vas como cordero, sino que vas como lobo entre lobos, el Señor no te protege: defiéndete solo’. Cuando el predicador se cree demasiado inteligente o cuando quien tiene la responsabilidad de llevar adelante la Palabra de Dios quiere hacerse el listillo –‘¡Sí yo puedo con esta gente!’–, así acabará mal. O regateará la Palabra de Dios: a los poderosos, a los soberbios.

Se cuenta de uno que alardeaba de predicar muy bien la Palabra de Dios y se sentía lobo. Y tras una bonita prédica, fue al confesionario y le cayó un pez gordo, un gran pecador, y lloraba, quería pedir perdón. Y el confesor comenzó a inflarse de vanidad y la curiosidad le hizo preguntarle qué palabras de las que había dicho le habían movido hasta tal punto de empujarle a arrepentirse. “Fue cuando usted dijo: pasemos a otro tema”. No sé si es verdad, pero lo seguro es que se acaba mal si se lleva la Palabra de Dios sintiéndose seguros de sí y no como un cordero a quien el Señor defenderá.

Así que esa es la misión de la Iglesia y así son los grandes heraldos que han sembrado y ayudado a crecer a las Iglesias en el mundo: han sido hombres valientes, de oración y humildes. Que nos ayuden los Santos Cirilo y Metodio a proclamar la Palabra de Dios según esos criterios, como lo hicieron ellos.

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